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CAPÍTULO 13: COLIN Y CONNOR REGRESAN

Sale corriendo del Sanatorio de Portland. Acomodando su camisa de botones, pues esa chica esquizofrénica lo desaliñó. Siente impotencia, justo cuando iba a hablar con ella, salta de la nada esa chica y lo ahorca. Tal vez sea una mala pasada del destino, el karma tal vez le está haciendo pagar por aquel delito. Al menos eso es lo que piensa. Se sube a su auto veloz, a través del espejo retrovisor del medio observa a sus guardaespaldas. Ninguno se bajó del auto, perfecto. Nadie puede saber que ella está viva, al menos no aún.

Comienza a manejar y marca el número de su primo: Connor. Hace un año y medio que está en Irlanda, se tuvo que regresar. No pudo perdonarle lo que le arrastraron a hacer ese día. Él mismo no podía verse en el espejo, hasta que conoció a esa chica en un bar, hace ocho meses. Rubí. Ella le abrió su corazón y él, el suyo. Hace un par de noches le comentó que cuidaba de una paciente curiosa, que llegó a sus manos la misma noche del asesinato de Alena Taylor, curiosamente con las mismas características de Alena.

Y para completar, los mismos rastros del crimen que cometieron con ella. Dos disparos. Lo único que la diferenciaba es que su Alena murió ese día. Él se cercioró de eso. Verificó su pulso, estaba muerta.

Así que hoy, en la mañana. Al despertar, Rubí salió a visitar a su madre. Es su día libre. Y él aprovechó la oportunidad para conducir hasta Portland. De West Haven allá solo hay un par de horas. Primero tuvo que hacer unos negocios para su tío. Marcus. El autor intelectual del crimen. Es uno de los que quería ver a Alena muerta. Nadie lo sabe, pero por culpa de Alena su familia murió. Todos estaban en ese auto. Excepto su primo Connor y por supuesto su tío que sobrevivió. Su tío Marcus está completamente absorto en la idea de que por culpa de Alena Taylor murió toda su familia esa noche. Él es el famoso empresario que sobrevivió al accidente, mientras veía como su familia moría ante sus ojos.

Colin salió al mediodía directo a la clínica de Salud Mental. No es para menos, si sobrevivió lo mínimo que le podía pasar era que perdiera la memoria. Él lo lamenta, lamenta no haber huido con ella. Lamenta haber sido el bad boy y no haberla rescatado. Su orgullo y sed de venganza pudieron más, claro lo ha heredado de su tío, de su padre... Es lo que ha visto desde muy chico.

Intenta no llamar la atención de sus guardaespaldas, así que tiene que salir con ellos. De lo contrario informarán a su tío que se encuentra en una actividad irregular. Suena el teléfono: Rubí. Cancela la llamada, no es momento para hablar con ella. La vida tiende a ser irónica, porque justo todo lo que ha logrado con Rubí, es lo que él quería con Alena.

Esa chica, aunque no medió mucha palabra con ella, se apoderó de todos sus sentidos. Pensaba que asesinándola Jacob todo acabaría, pero apenas fue el comienzo. Quiso saber cada vez más cosas de ella. Incluso veía y releía a diario su expediente. Sus fotos, todo lo que pudiera ayudarlo a mantenerla con vida en su mente y en su imaginación.

Hasta que comenzó a caer en los vicios, se supone que si tú eres quien vende y lleva a la persona a los vicios, no deberías caer en ellos. Pero él lo hizo. Él cayó. El ochenta por ciento de su cuerpo eran alcohol y drogas. Hasta que conoció a la pelirroja, ella lo ha ayudado a superarse.

Luego un día le dijo de Alena, esa paciente con ganas, literalmente, de vivir a toda costa. Él no conocía muchas chicas con ese nombre, así que le dio un salto en el pecho, intentó indagar más sin que su amada lo notase. Tarea sencilla, pues desde pequeño siempre fue persuasivo. Y aquí está a dos minutos de verla, en la sala de espera de esa clínica de Salud Mental. Hay muchas personas nerviosas a su alrededor, pero está completamente seguro que nadie lo está más que él.

Ella hace acto de presencia en la sala y no lo reconoce, pero él ya sabe que es cierto. Ha perdido la memoria. Se entristece por su estado, está más delgada. Sin maquillaje, parece no tener muchas ganas de vivir. Realmente encaja en éste ambiente. Su cabello está por los hombros, lo cortó. Y tiene una tonalidad castaña clara. Muy clara. Viene con una silla de ruedas, tiene una venda en el pie derecho. A simple vista se nota que es reciente.

Se posiciona en una mesa, al lado de una chica que no hace más que hacer torres con unos naipes. Está esperando, la ve sonreír, tal vez se imagina que quien la visita es otra persona y no él, ese extraño Colin que utilizó en el registro el nombre de GAEL.

Para no dejar rastros suyos, sino de Jacob, que lo involucren a él. A fin de cuentas quien le puso las cosas sencillas a su tío Marcus fue Jacob con su tonta idea de creer que se podría infiltrar y hacerle daño al más importante Narcotraficante de todos los tiempos. La mafia no perdona, la mafia no falla.

Se levanta del sofá, es momento de hablar con ella. La sobresalta un poco cuando le dice:

—Estás viva...—se acerca hasta ella.

—¿Disculpa? —nota la confusión en su voz.

—Eres Alena, Alena Taylor.

—Sí—, frunce el ceño, como si fuera primera vez lo ve —¿tú quién eres?

—Colin.

Pero es allí justo en ese instante cuando todo lo que pensaba que saldría bien se voltea en su contra. Ella se empieza a descompensar y los enfermeros corren rápido para socorrerla. La paciente que jugaba con los naipes está ahorcándolo y diciéndole una cantidad de improperios que lo ponen nervioso y sofocan su momento de alegría.

Todo ha sido tan rápido y repentino. Dos enfermeros logran separarlos y cuando ya está sedada la joven, Alena no está. Se la han llevado. El resto ya lo saben, se encuentra manejando en dirección a West Haven, pero hay una llamada que debe hacer urgente, su primo lo tiene que perdonar. Al tercer tono éste contesta, tiene su teléfono configurado para que se escuchen las llamadas en las bocinas del auto. Así que lo escucha claramente:

—¿Connor?

—¿Qué sucede...?

—Te tengo una noticia.

— Espero que sea importante, estaba en una junta...

—Está viva.

Silencio.

Él sabe que su primo está atónito con la noticia, y vuelve a sentir esa chispa en el estómago, esa alegría.

—¿Estás ahí?

—Dime que no estás mintiendo, por favor...

—Te lo puedo jurar, tengo pruebas, sé dónde está.

—¡Bendito sea Dios! Salgo para allá en un par de días.

—Te espero...

Y finalizó la llamada. Siguió manejando sin rumbo, pero ésta vez su vida recobró el sentido... 

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