Capítulo uno: "El inicio del todo".
"Sientes la ciudad quebrarse
Y a todos temblar,
Y nosotros nos mantenemos vivos".
Stayin' Alive – Bee Gees.
23/24 de junio de 1986.
Las vacaciones de verano están muy próximas, así que los preparativos de finales de la clausura son totalmente visibles por todos lados. El aura entre todos es como una mezcla de nostalgia por el salón que se gradúa, y emoción para quienes no verán a los profesores por un par de meses. Siento que extrañaré mucho saltearme las clases de gimnasia, ya que suelo tomarme ese curso para estar en el club de música.
No suelo hablar mucho de las composiciones que suelo escribir, ya que todos tratan de ningunearme o compararme que no se parece nada al material que mi familia escribiría. Exactamente, ese es el gran problema de mi inseguridad, y mis vacilaciones para seguir manteniendo en perfil bajo. Son pocas las amistades verdaderas que tengo, y que no se acercan solo por conocer a mis tíos.
Diane se me mueve al compás de una nueva banda que descubrió por la radio. Tiene una sonrisa de oreja a oreja, mientras no deja de repetir que es lo mejor que ha oído por meses. A diferencia de ella, yo sigo pasando de moda con la música de los setenta, y mis pantalones de campana. Aun así, nos entendemos tan bien como si nos hubiéramos conocido desde que nacimos.
—Eileen, ¿qué tienes pensado en hacer para vacaciones? —Me pregunta, mientras mueve sus brazos en forma rara—. Mis padres me van dejar aquí, por mis bajas notas en física y biología.
Su intento de puchero produce que ambas soltemos varias carcajadas, por lo que nuestros compañeros que están más adelante, nos miren como bichos raros.
—Mis padres no han dicho nada, pero supongo que nos quedaremos aquí —respondo sin vacilación—. Debo una materia, y me costaría mucho movilizarme hacia donde están mis abuelos.
Sus manos las coloca sobre sus orejas, y hace una expresión dramática.
—¡Estamos perdidas! —chilla, pero se detiene rápidamente cuando una idea pasa por su cabeza. Percibo como su sonrisa se engranda, y salta hasta colocarse frente a mí—. Para la kermes de mañana, ¡he propuesto la popular "Cita a ciegas"!
Levanto una ceja sin comprender la intención de sus palabras, a lo que ella prosigue.
—¡Te voy a conceder una cita con un príncipe ideal de los cuentos de hadas! —Remarca, haciendo un arcoíris con sus manos a la vez de unos gestos muy emocionantes. Me niego firmemente con la cabeza—. ¡Acepta, por favor!
Llevamos una amistad de casi cinco años, y sabe perfectamente que uno de mis sueños es tener un amor como los tienen mis padres. Ellos se conocieron en el hospital donde nací. Keith Evans fue el doctor del parto de Lesley Gibb, y aunque no fue el lugar apropiado, ambos salieron meses después. Aunque no es mi padre de sangre, sé que me considera como una por todo el amor que me dan.
Suspiro resignada, ante los ojos suplicantes de mi mejor amiga.
—Está bien, Diane —murmuro, con una sonrisa de lado—. ¡Ganas! —le señalo con el dedo, ante su rostro de dicha—. Por favor, ¡no te pases de la línea en la elección!
—¿Cuándo me he pasado de la línea? —abro lo ojos por tal pregunta, a lo que ella suelta en risas—. ¡Ganas, Eileen! ¡Ten por seguro que todo saldrá bien!
La conversación que continúa en el camino es tranquila, porque tratamos de acordar los preparativos finales. No me siento tan segura de ir a lo que planea, aún así no quiero quitarle la ilusión de cumplirle lo que desea para mí.
Al entrar a casa, lo primero que hago es respirar hondamente y tratar de ordenar mis ideas. El espejo que se encuentra muy cerca de ahí, me hace recordar mucho el amor que tengo presente por mi familia. Mi cabello rubio es corto, y mi nariz es tan parecida a mis tíos. Después de todo, no es una maldición haber nacido en "La fiebre Gibb", ya que siempre nos apoyamos en todo. Sin embargo, estos últimos años, han sido algo pesados. Hay quienes repudian la música disco, y en especial, a los Bee Gees. Sé que debería no importarme, pero cuando las personas se alejan por lo mismo, me provoca una sensación de: "¿Y si hubiera nacido como una chica normal?". Capaz mi vida sería más tranquila, y no me presionarían al punto de ser perfecta... e igualar a su calidad musical.
La foto familiar de la sala, me trae de vuelta de mis divagaciones y me hacen ver que no debo ser tan pesimista.
—¡Dios! —Me llevo una mano hacia mi frente, y luego lo paso por mis mejillas—. ¡No todo es malo! ¡Ellos me aman!
Vuelvo mi vista al recibidor y encuentro varias cartas de cuentas, pero una de ellas llama mi atención. Como siempre, Andy, se mantiene en contacto con mi mamá. Así con mucho cuidado lo dejo encima de la mesa del comedor.
No hay nadie en casa, así que me dirijo hacia mi habitación. Me echo suavemente en mi cama, y mientras pienso en lo que puede suceder mañana, me quedo profundamente dormida. Deben ser algo de las seis de la tarde, cuando empezó la ensoñación de que capaz mi vida no sería tan aburrida si conociera a ese chico... o capaz se volvería un infierno. Estoy tan metida en esa idea, que idealizo como sería. Los chicos rudos nunca han sido de mi gusto, porque suelo preferir a los más sueltos, divertidos y liberales. Entonces, es como si estuviera en esa hora y el lugar indicado, donde puedo ver su silueta... y cuando estoy a punto de tocarle el hombro para que gire, oigo que alguien dice: "Eileen, ¡es Andy!".
Me despierto asustada y con la cara pálida, mientras mi mamá está a mi lado con un papel blanco y una sonrisa dulce.
—¿Qué pasó? —pregunto, entre bostezos.
Ahora, es ella quien tiene una expresión de regaño.
—¿No has leído para quién es? —Su voz es sarcástica, y algo burlesca, por lo que nuevamente niego moviendo la cabeza—. Es para ti, mi corazón —me lo devuelve a mis manos—. ¡Es una dedicatoria especial por tus quince años!
Han pasado unos días desde mi cumpleaños, aún así no esperé ello.
—Oh, gracias, mamá —respondo sin más, mientras dejo a un lado el papel—. ¿Qué hora es?
Ella se suelta entre risas, y yo no comprendo del porqué. Así que cuando se levanta, y camina a abrir las persianas, puedo ver la luz brillante del sol. Me quedo helada por unos segundos, mientras veo mi despertador que marca las seis de la mañana.
—¡Te espero abajo con el desayuno! —me guiña el ojo, antes de desaparecer por la puerta.
Me dispuse a bañarme, y luego a elegir el atuendo especial para este momento. Me debato entre elegir un vestido o lo que suelo usar siempre. Es como si todo estuviera entre mostrar mi verdadera esencia o no. Al decidirme finalmente por lo que soy, me encuentro con la escena melosa de mis padres. Aun no logro comprender, porque no tuvieron más hijos, si nunca carecimos de nada. Es una duda grande, que siempre evaden y por el cual no le he tomado mucha importancia. Debe ser que no se dio el momento.
El transcurso del día en la escuela es tan movida por la kermes, ya que todos los salones se centran en la idea que van a realizar en el patio escolar. Mis nervios están al límite, porque no veo por ningún lado a Diane. Es totalmente raro, porque ella nunca falta a clases.
No dejo de ver que el atuendo que elegí, y me repito a mí misma que debió ser un poco más actualizado. Sin embargo, es muy tarde para arrepentirme y salir corriendo para esconderme debajo de una piedra.
Las clases finalmente se suspendieron a las once de la mañana, y todos tuvimos que salir hacia donde se encuentra el evento de fin de clases. Todas esas emociones juntas, provocan que no deje de buscar con la mirada a mi mejor amiga. Así que cuando tomo asiento sobre una de las sillas de las mesas redondas de la rotonda, pude distinguir la melena pelirroja de Diane con su indistinguible sonrisa.
—¡Dios! ¡Por fin, te encuentro! —abro la boca para responder, pero ella es más rápida y vuelve a continuar—. ¡Espera aquí!
Las gran altitud del árbol da una excelente sombra, por lo que el aire fresco navega cerca y las pequeñas flores vuelan de a poco hasta caer sobre la mesa. Es ahí, cuando el brillo del sol da reflejo en una silueta que se va acercando de a pocos. Estamos distanciados por pocos metros, pero puedo distinguir la profundidad de sus ojos verdes.
Mi mundo se detiene, cuando oigo su voz. Nunca lo había visto, ¡es como un sueño!
—¡Hola! —me habla, mientras en sus labios está un palillo de mondadientes. Viste una chaqueta negra de cuero con un pantalón algo ajustado. Sus cabellos rubios caen por su rostro, que lo hacen ver tan galante, atrevido y guapo—. ¿Eres Eileen?
Asiento levemente con la cabeza, porque todavía trato de procesar lo que está sucediendo. Él me responde con una sonrisa cálida, al mismo tiempo que se coloca frente a mí.
—Me llamo Andrew... Andrew Smith.
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