Capítulo tres: "Los chicos malos no lloran".
Octubre de 1986.
Nikki Sixx.
Es alrededor de las cuatro de la mañana, cuando caigo en cuenta que mi consumo se ha excedido como de costumbre. Aunque, eso no me preocupe, hay algo que no encaja para nada en mi mente... y es aquel hecho que aún me causa mucho enojo e irritación. El tiempo ha pasado volando desde hace cuatro meses, pero no en mi vida.
Mientras el revoloteo de mi nueva conquista se aleja por el largo del pasadizo de mi departamento, puedo visualizar la sonrisa burlona de mi mejor amigo, Tommy, quien mantiene un porro entre sus labios que se consume de a pocos. Todo me causa una gracia llena de paz, y no sé si es un efecto de la mezcla que hice con la heroína. Sin embargo, algo hace clic entre los divagues de mis pensamientos y me posee una rabia incontenible que, me lleva a destrozar la lampara que se encuentra a mi lado.
—Oh, mierda —murmura, Tommy, mientras se acerca rápidamente y me toma por los hombros—. Nikki, ¡¿qué demonios te pasa?!
Entonces, los recuerdos vuelven a volar sobre mi mente.
Era la fiesta de cumpleaños de Vince, cuando bebí como si no hubiera un mañana, a la vez de estar sobre los efectos de las drogas. Me sentía tranquilo, porque sabía que nada podía pasarme, ya que estaba en compañía de mis mejores amigos... y más, por quien consideré mi mano derecha y un miembro más de mi pandilla.
Entre imágenes borrosas me escabullí por los cuartos de la enorme casa, ya que no sabía dónde estaba oculta mi novia. Hasta ese instante, aquella mujer había abarcado mi corazón, y era la primera vez, que me enamoraba de esa forma. Sin embargo, todo cambió cuando la visualicé con mis ojos. Ella tenía una sonrisa enorme, mientras se desnudaba sobre la cama, y un hombre corría a besarla con desesperación.
—¡Se burlaron de mí! —escupo con furia—. ¡Ese hijo de puta!
Por lo que, me volví loco y con un movimiento brusco, alejé al tipo. Es en aquellos segundos, que me di cuenta de quien se trataba. La mirada desconcertada de Andrew Smith se hizo presente ante mí, lo cual fue como un balde de agua fría. Lo siguiente que recuerdo, es que le rompí el rostro a puñetes.
—Hermano, mírame —sostuvo con congoja, mientras me agitaba por los hombros con sus manos—. Ya pasó. Es suficiente, ¡no fue tu culpa!
—Lo consideré parte de mi familia —sostengo con enojo, mientras lanzo un puñete al muro—, y lo peor de todo, es que no solo me traicionó, sino que también me apuñaló por la espalda.
A la mañana siguiente, regresé con ayuda de los chicos a mi departamento. Entre tumbos, abrí la puerta, pensando que me encontraría con una tranquilidad inmensa. Sin embargo, lo único que hallé, fue un campo de batalla. Todo estaba hecho un desastre: Objetos tirados y rotos, y el cuadro que cubría mi caja de seguridad, estaba tirado sobre el sofá. Andrew me había robado hasta el último centavo que estuve guardando en estos últimos años.
—Te entiendo —expresa con seriedad, a la vez que me vuelve a agitar—, pero somos los malditos Mötley Crüe. ¡Ni una mierda como lo que pasó, te hará caer!
En ese segundo, todo vuelve a encajar en mi cabeza. Me alejo de a pocos de Lee, hasta estar cerca de la pared y resbalarme lentamente, al punto que mi espalda choque con el muro. El frío del suelo me da la bienvenida, provocando que una corriente eléctrica pase por todo mi cuerpo. Mi mirada se queda fijo en algún punto de la pared de enfrente, mientras mi mano derecha busca una colilla en mi bolsillo. Un sabor amargo tiende a expandirse por mi boca, lo cual es despejado al encender mi más ansiada arma.
—Quiero estar solo, hermano —murmuro, mientras exhalo el humo del cigarrillo—. Hazme un favor, también —el castaño me dirige una mirada de lado, pero solo opto a darle una sonrisa de lado—. Llévate a la prostituta —la señalo—, por favor.
Mi amigo vacila, pero asiente con la cabeza.
La mujer de cabellera dorada está atónita con la boca semiabierta y un pedazo de tela que le cubre su esbelta figura. Me había olvidado de su existencia hasta hace unos minutos, cuando Lee me hizo entrar en razón.
Cierro los ojos, y trato de olvidarme lo que pasó con anterioridad. A veces la traición de un amigo del alma duele más que un amor fallido y fingido. A pesar de mi corto intento por olvidar, varias imágenes desde el inicio de su amistad falsa me inundan... Fueron diez largos años.
El clic de la puerta al abrirse, y luego cerrarse nuevamente, calan hasta el fondo de mi alma. Al final de todo, lo único que queda es la soledad.
Cuando me siento tan liviano como una pluma, me recuesto sobre la madera dura. No sé cuánto tiempo ha pasado, cuando el pitido del teléfono me despierta a regañadientes. Intento ignorarlo, pero la insistencia de la otra persona me hace levantar con mucha molesta.
Me tallo suavemente el ojo derecho, mientras que con mi mano derecha trato de colocar el auricular del teléfono sobre mi hombro.
—¿Aló? —musitó con confusión.
Dirijo mi vista hacia la dirección del reloj de mi sala, y el resultado me produce mucha gracia. Son las cinco y cuarenta de la mañana, y no entiendo quién podría ser. Mis amigos están exentos de tal respuesta, porque Tommy ya les debe haber contado mi rabieta.
—Andrew, ¿estás bien? —murmura, una voz femenina, que me deja mudo—. Estuve esperando tu llamada, y ha pasado semanas desde que te fuiste. No sé nada de ti... Tampoco quieres responderme.
Un llanto ahogado se oye desde la otra línea, y no puedo evitar quedarme helado. Me siento apenado por la situación que está frente a mí.
«¿Qué mierda hizo Smith?»
—No sé qué hacer —ruega entre lágrimas—... ¿Hice algo que te molestó?
La voz es de una mujer joven, por lo mínimo que puedo percibir. No me suena conocida y mucho menos, puede ser mi exnovia. Me siento tan perdido ante lo que está pasando. No sé si idear algo para acabar con esta tensión horrible.
—En verdad, te amo mucho —sostiene en un hilo de voz—. Eres todo lo que quiero para mí.
Aunque, no tenga nada que ver en esta situación engorrosa, me invade algo de culpa. Me muerdo el labio con suavidad, antes de hacer algo que podría cambiar el curso de su vida y la mía. No tiendo a pensar en las consecuencias que eso conllevaría, sino en callar los pensamientos que agobian y martirizan.
—Estoy bien —trato de imitar su tono de voz, como la tranquilidad que deseo transmitir—. Tuve un lío, pero estoy bien —sostengo con seguridad—. Yo también siento lo mismo por ti.
Lo último que digo, casi me hace soltar una risa por la ironía de mis palabras. ¿Desde cuándo le he prometido amor a mis conquistas? Ahora, soy un tipo que le dice estas cosas a una desconocida. No sé a qué punto he llegado, para saber el lugar de encuentro de mi ex mejor amigo, y de esa manera, darle su merecido.
—Discúlpame, si te molesté. Sé que es muy temprano allá —suelta una risa algo adorable—. Acá en New York, ya casi van a ser las nueve de la mañana.
—Oh —respondo sin más. Empero, trato de repararlo rápidamente—. No te preocupes. Me alegra oírte al amanecer.
Un silencio se produce en la línea, y eso me produce más intriga, para saber también el nombre de la persona que me habla desde el otro lado.
—Te volveré a llamar, Andrew —replica con un tono de incomodidad—. Debo ir a la escuela, y mis padres andan molestando con lo mismo de siempre.
Armando todas las pistas que pude encontrar hasta ahora, y el único resultado que sale de todo, me hace explotar sin más. Ya que, Andrew y yo nos llevamos por tres años, lo que me da por respuesta es que se ha hecho pasar por un chiquillo de preparatoria.
«¿En qué mierda me estoy metiendo?»
—Te amo.
—Y yo a ti —respondo con velocidad, antes de colgar.
Cuando, finalmente, todo acaba, solo atino a tomar bocanadas grandes de aire. Yo no necesito meterme en líos tontos por encontrarlo y vengarme. Sin embargo, si lo cogiera con pinzas este tema y no me involucrara más, sería lo ideal.
Aunque... siempre hago todo lo contrario.
«Si ella sabe mi número, ¡también debe tener una dirección, y capaz es la real!».
Ella, debe ser, la llave para saber su ubicación.
Lo único que necesito es sacarle esa información.
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