Por la tarde, mi hermana se echa una carcajada de las buenas, al yo entrar a casa.

―Tú solo ve y hazlo ¿Cuál es el problema? ―Sonríe.

―¡Es la mentira que crece en vez de mi panza! ―grito enojada.

―Ya te dije lo que tenías que hacer, ahora es tu decisión ¿Qué más quieres que te diga?

―Pues...

Suena su celular.

―Espera. ―Atiende―. ¿Hola?... ¡Hey, Lex! ¿Qué tal? ―Cuando le responde del otro lado de la línea cambia de actitud―. ¿Eh? ¿Yo? No, chico, te equivocaste de mujer, bye. ―Le corta.

―¿Qué fue eso? ―La miro confusa.

―Hombres buscando atención ¿En qué estábamos?

―Pues que...

Suena de nuevo el celular.

―¡Uf! Qué molesto. ―Lo apaga―. Voy a tener que irme. ―Se levanta―. Ya sabes, tú decides qué hacer. ―Me guiña y se dispone a irse pero la detengo.

―¡Pero ayúdame! Al menos acompáñame a decirle ―expreso nerviosa.

―Te ayudaría, pero tengo unos pequeños grandes problemas en estos momentos y no pueden esperar ―me explica.

¡¿Cuáles?! ¡No pueden ser peores que los míos! Aunque si lo pienso, ella podría ser una máquina de problemas.