Tres sillas en el escritorio en frente de la directora esta vez. Yo sentada en medio entre dos chicos, que se observaban con miradas de asesinos, el uno al otro.

―¿Algo para decir, jovencitos? ―La única mujer adulta en la habitación habla.

―Que voy a matar a ese imbécil ―dice Xavier, el del ojo morado.

―Imbécil eres tú, cretino ―responde Nico, el de la boca lastimada.

―¡Silencio! ―ordena la directora―. Corina ―Me mira a mí―. ¿Tú tienes algo para decir?

―Sí, que me duele el estómago ¿Puedo ir al baño? ―pregunto.

Ella suspira.

―De acuerdo, ve ―Luego mira a Xavier―. Acompáñala hasta la puerta y espérala afuera, para luego volver. Tenemos que terminar esta conversación.

―¿Y yo por qué? ―Frunce el ceño y se cruza de brazos.

―Sabes por qué ―Lo mira enojada pero Xavier no cede.

―Directora, yo la acompaño ―se ofrece Nico.

Ella vuelve a suspirar.

―De acuerdo, vayan, pero vuelvan rápido.

Voy hasta allá y él me espera en la puerta, ha sido lo mejor porque luego de lo que acabo de descubrir, necesito que sea así.