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La espada sedienta

Pasamos varios días esperando a que la herida de Hyakkimaru sanara. El anciano continuó su camino separado del nuestro a los tres días. Durante el tiempo que estuvo con nosotros, no volvió a hablarme de mis atenciones al joven. En esos días, era una proeza mantener a Hyakkimaru quieto, pues no entendía que debía tomarse un tiempo para curarse. Solía convencerlo de que se quedara acostado al apoyar mi cabeza sobre su pecho. Al principio me sentí algo rara por el gesto, pero me acostumbré a hacerlo tras los insistentes intentos del muchacho de ir de caza otra vez.

Esa mañana, su pie ya estaba curado. Sin tener noticias de algún monstruo o algo similar cerca, los tres solo caminamos por los senderos de los comerciantes y soldados. En ese tiempo que esperamos la recuperación de Hyakkimaru, yo entré en confianza con Dororo. Era divertido hablar con él, pues aunque quería actuar como un adulto, en el fondo seguía siendo un niño.

-Oye, Dororo.

-¿Sí, Nee-chan?

-¿De dónde sacaste esa mercancía que vendías en mi pueblo?

-Ja, esa la robé a esos hombretones que me quisieron capturar. Me había ofrecido para cargarla si me pagaban, pero, cuando vi su valor real, las robé para venderlas en otro lugar y quedarme yo con el dinero. –dijo orgulloso.

-Eres muy astuto.

-Sí, ¿eh? Nadie se lo espera. Nee-chan, ¿qué hay de ti?

-Yo solo doy masajes a los viajeros y ancianos. Siempre dicen que ese es trabajo de ciegos, pero aprendí de pequeña y he sobrevivido porque a muchos señores feudales les gusta más que los atienda una chica.

-¿No te gustaría cambiar de vida?

-No lo sé, Dororo. No soy una persona ambiciosa, solo quiero la felicidad de los que me rodean.

-Ese es un sueño bonito. –me dijo sonriendo.

-¿Sueño? –me sorprendí.

Unas gotas de lluvia cayeron y, progresivamente se fue intensificando. Tomando a Hyakkimaru por la muñeca, corrí tras de Dororo, quien buscaba un lugar para guarecernos.

-¡Ahí, Nee-chan! Hay un templo.

Me dirigí hacia el pequeño refugio y nos quedamos juntos bajo el escaso techo que nos daba. Sin embargo, el joven no estaba complacido con cubrirse y volvió a salir bajo la lluvia. Esta vez no lo detuve, pues, a pesar de no verlo, su rostro se direccionó hacia el grisáceo cielo y su cuerpo se petrificó en señal de regocijo. Avancé junto a él y me quedé a su lado sin siquiera tocarlo. Solté mi negro y largo hasta la cintura, cabello. La verdad, la lluvia no me molestaba, solo me limité a dejar que el agua me limpiara el cuerpo y esperé que mi presencia no perturbara la paz de Hyakkimaru.

-Este… ustedes…- me giré hacia la voz de chica que nos había hablado, pero luego retomé mi posición mirando a al joven.

-Él no puede escuchar nada de lo que dices, y ella ha estado en las nubes desde que está junto a él. –el pequeño Dororo estaba sentado abrazando sus rodillas y apoyado contra la pared de fuera del templo. –Han estado parados allí durante media hora. Están totalmente mojados. Pueden resfriarse, pero ya no me importa.

La chica miró fijamente a Hyakkimaru. Le parecía tan extraño como a nosotros. Sin embargo, logró darle palabras a las ideas que, desde que acompañaba al joven, bailaban en mi cabeza.

-La lluvia. Creo que él está escuchando la lluvia.- dijo ella.

-¿Eh? Ya te dije que no puede escuchar.

-Solo tengo el presentimiento.

Dororo parecía confundido por esa forma de hablar de la chica. Pero yo sabía la verdad desde hacía unos minutos antes. Hyakkimaru se estaba deleitando con los toques de las gotas de lluvia en su cara. Ahora que podía sentir, y había aprendido cómo se sentía el dolor, estaba disfrutando de otras cosas más agradables. Me sentí feliz por él, y no me moví de su lado.

-Eres de una familia rica, ¿verdad? –se percató Dororo. –Bonitas palabras y una cara linda. No eres una simple chica del país. Estoy en lo cierto, ¿no?

La mirada de la chica se entristeció. Era como si su pasado le recordara algo doloroso que no quería traer al presente.

-¿Quién sabe? El pasado es el pasado. Solo soy una vendedora ambulante ahora. –ella disimuló su dolor con una sonrisa falsa.

-Como sea. –Dororo se decepcionó por la ambigüedad de la chica. –Por cierto, ¿qué rezabas hace un momento? ¿Para buenos negocios?

-Estaba rezando para que mi hermano regrese pronto. –ella se puso en posición de rezar.

-¿A dónde fue?- preguntó el pequeño curioso.

-A pelear a una guerra. Han pasado cinco años.

-¿Cinco años? Si ha pasado tanto, probablemente está… -Dororo no se atrevía a terminar la frase.

En ese momento, por el camino un hombre se desmayó pidiendo ayuda. Dororo y yo fuimos a comprobar el estado del hombre, en su espalda había una severa herida hecha por una espada, estaba muerto. Hyakkimaru se internó en el bosque con gran velocidad.

-¡Hyakkimaru! ¡Espera! –grité al verlo desaparecer entre los árboles.

-Oye, ¿a dónde vas? –también lo llamo Dororo, pero ambos sabíamos que sería en vano.

Ambos corrimos tras el joven. Al ser un poco más ágil, dejé rezagado al pequeño. Hyakkimaru no sabía lo que significaba para mí, y, si me abandonaba, me iba a sentir sola de nuevo. Pero no lo podía culpar, no tenía forma de saber las tantas vicisitudes que invadían mi corazón cada segundo.  Lo alcancé y lo vi quieto en un lugar.

-Hyakkimaru, ¿pasa algo? –Dororo llegó tras de mí.

-¿Qué te pasa de repente?

Al percatarnos, frente a nosotros había un gran grupo de cadáveres. Todos sufrían de las mismas heridas, cortes de una espada. Fue una carnicería, el niño tembló por un momento y se arrimó a mí apretando mi roído yukata. Yo, en cambio, no estaba asustada, era costumbre para mí ver escenas así en un campo de batalla tras una guerra. Mis ojos se posaron en cada uno de los cuerpos, buscando alguna señal de vida, pero no había esperanza.

-¿Qué demonios? Nee-chan, ¿qué es esto? ¿Cómo podría alguien hacer esto?

-Debemos irnos, Dororo. Quien hizo esto puede andar cerca aun.

Uno de los brazos de Hyakkimaru cayó al suelo, lo que me hizo poner atención. Vi a un hombre joven de cabello blanco abalanzarse sobre nosotros con una espada muy llamativa. Hyakkimaru nos defendió, pero Dororo se molestó con el hombre.

-Oye, ¿qué demonios te pasa? ¿Tú hiciste esto? Maldición, ¿por qué lo hiciste?

-Dororo, no le provoques. –hice un ademán de que viniera junto a mí tras Hyakkimaru.

-Esta katana estaba sedienta de sangre. –le respondió el extraño hombre. –Así que los maté.

-¿Una espada sedienta? No me jodas.

-¡Eres un asesino! –grité al darme cuenta de la aceptación de sus crímenes.

-Esta katana no es normal. Está viva, una espada maldita que bebe sangre humana. Una vez la tienes en tus manos, controla tu cuerpo para matar.

-¿Culpas a la katana de esto? –dijo el niño. –Entonces, ¿qué hay de eso? Esa molesta expresión en tu cara.

En efecto, su rostro parecía estar disfrutando de lo que hacía. Matar era un placer para él y su expresión lo delataba. Sin decir más, se acercó al joven para matarlo, pero este lo esquivó e intentó devolver la lucha. Ambos se alejaron de nosotros, yo me quedé cerca de Dororo.

-¿Crees que esté bien?

-Confiemos en él, Dororo. Sabe lo que hace. Pero no debemos abandonarlo. –el pequeño asintió y ambos fuimos tras ellos.

Cerca de un acantilado, vimos a Hyakkimaru. Dororo le trajo en sus manos el brazo que había dejado cerca de nosotros. El niño se asomó por el borde del acantilado, mientras yo comprobaba el estado del muchacho.

-¿Cayó desde aquí? –comentó.

-Dororo, busca la pierna de Hyakkimaru, parece que se le desprendió en el combate.

-Sí, enseguida regreso.-se fue corriendo.

-Ten cuidado.

Al voltearme hacia el joven, noté que su mano tocaba una herida en su cara. Sin pensarlo, saqué una de mis vendas y la limpié. Él parecía contrariado, pero intenté que mis cuidados no le resultaran dolorosos.

-Debes tener cuidado, Hyakkimaru. No debes dejar que te hieran ahora que puedes sentir dolor. –lo miraba fijamente, estaba preocupada.

Su herida no era profunda ni peligrosa. De hecho, sanaría en muy poco tiempo, pero mi corazón estaba palpitando aceleradamente al pensar que no se fue de mi lado, que seguía junto a mí. 

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