Explosiones enemigas
Mientras subíamos las montañas detrás del bosque de la playa, eran más visible el mar y los alrededores de la isla. Dororo nos había contado en el trayecto sobre su incidente con Itachi, debido a eso, sabíamos que el lugar estaba lleno de bandidos también. Me fijé en el horizonte cuando caminábamos y advertí a mis amigos.
-Chicos, vienen barcos...- dije señalando a la flota que se acercaba, ambos dirigieron su atención también hacia ellos.
-Aniki... ¿eso es...?
Cuando miré a Hyakkimaru, me percaté de que algo había visto en aquellos navíos que se acercaban. Algo que le consternaba.
-Daigo...
-Si son los hombres de Daigo, debemos huir. Pero será difícil con los bandidos aquí.- dije tratando de pensar en un plan.- Vamos a movernos. Seremos vistos desde aquí.
Los barcos no tardaron en llegar a la playa, en la cual desembarcaron los hombres de forma organizada y, tras recibir las órdenes de su líder, Tahomaru, comenzaron a cazar tanto a los bandidos como a nosotros con una lluvia de flechas. Aunque tratábamos de ocultarnos, se desplegaban cada vez más y éramos presa fácil para ellos en un terreno tan irregular. Aún así, por suerte, solo las flechas llegaban a nosotros, los soldados estaban renuentes a subir sin una orden de su líder.
-Está por la playa. Debemos encontrar un lugar para ocultarnos.- dijo Dororo yendo a la delantera, mientras Hyakkimaru y yo corríamos de la mano.
-¡Ahí están!- escuché a los soldados y avisé a mis amigos.
-¡Dororo, Hyakki-kun!
Sin pensarlo, y aunque nos apuntaban con sus flechas, los tres tomamos rocas y comenzamos a lanzarlas en la cara de los soldados. Ayudaba mucho que estuvieran en un terreno más bajo que donde nos encontrábamos. Cuando los dejamos inconscientes a todos, continuamos corriendo.
-¡Dororo, aquí!- encontré un agujero entre unas rocas donde pudimos ocultarnos.
Los soldados pasaron frente a nosotros y no lograron vernos gracias a que había un arbusto que nos cubría. Cuando se fueron, escalamos por esas mismas rocas para seguir subiendo. Dororo iba a la delantera, sin embargo, se detuvo sorprendida al llegar arriba.
-Itachi...- dijo, a lo que yo me asusté y subí más aprisa para saber qué ocurría viendo al mencionado con unos cuantos bandidos más.
-Dororo, ¿eh?- el hombre tenía una flecha clavada en su hombro izquierdo, aunque no parecía darle mucha importancia.- Realmente tienes mucha suerte. No te preocupes, el tesoro de tu padre sigue en esta montaña. Había trampas por todas partes. Un paso en falso y boom, estamos acabados. Podría desarmarlas si tuviera tiempo...
-¡Este no es momento para eso!- gritó Dororo furiosa plantándose frente a Itachi.- Olvida el botín, tenemos que huir.
-¿Y si los samuráis lo encuentran primero?- replicó él pegando su frente a la de ella.- No puedo dejar que mi dinero sea usado para una estúpida guerra.
-¿Podrían dejar de discutir? Eso no resuelve nada.- intervine para tratar de detenerlos.
-Boom...- dijo Hyakkimaru de repente y todos lo miramos.- Aquí también, boom...
-¿Bombas? ¿Aquí?- pregunté confusa.
-¿De qué estás hablando, Aniki?
-No, eso podría funcionar, Dororo.- Itachi de repente tomó una expresión confiada y una sonrisa de triunfo.
-¿A qué te refieres? ¿Acaso vas a usar las bombas?- sorprendida, miré la extensión de la montaña.
No era mala idea usarlas, ya que el enemigo no conocía de ellas y era un único punto a nuestro favor. Como fuera, debíamos aliarnos con los bandidos si queríamos salir vivos de aquella isla y enfrentar a los samuráis de Daigo.
Uno de los bandidos tomó la armadura de un samurái y se hizo pasar por este para engañar a las tropas cercanas diciendo que estábamos usando las bombas. Una explosión también sirvió para que creyeran eso, por ello, los que estaban cerca se retiraron. El bandido disfrazado nos avisó cuando estos se fueron.
-Debemos llegar a la playa antes de que descubran el señuelo.- dijo Itachi.
Todos nos movimos por una ladera, estábamos confiados de que no nos verían ya que se habían retirado. Tanto Dororo como yo, íbamos de la mano de Hyakkimaru. No nos alejaríamos de él a pesar de la supuesta alianza con los bandidos. De repente, una flecha atravesó la cabeza de uno de los que iba en la retaguardia. Cuando miramos por la parte baja de la ladera, una mujer joven con un arco nos apuntaba. Miré montaña arriba, también había un hombre que nos esperaba con un arma. Y al frente, Tahomaru con su ejército se acercaba a nosotros.
-Estamos rodeados...- dije con miedo.
-Demonio que daña nuestra tierra Daigo. ¡Hyakkimaru!- gritó el líder de ejército apuntando su espada a nosotros.
Dororo y yo lo miramos expectantes a lo que haría él.
-Aniki...
-Hyakki-kun... tú...- él solo se soltó de nuestras manos y caminó al frente.
-¡Tahomaru...!- gritó con furia.
Dororo sostuvo su brazo y yo su ropa. Aunque ambas tratamos de detenerlo, no lo conseguimos. Ella se quedó con la prótesis en su mano y yo con las ganas de poder convencerlo de no luchar.
-¡Todo el que esté con el demonio morirá aquí!- sentenció Tahomaru apresurando el paso para atacar a Hyakkimaru.
-¿Por qué?- exigió saber mi compañero, pero fue atacado por el hombre sobre la montaña, quien llevaba un arma de gran tamaño con la cual intentó golpearlo.
Este lo esquivó, pero el suelo de la ladera se rompió haciendo que cayera por el precipicio.
-¡Hyakki-kun!- grité con espanto al verlo caer y desaparecer de mi vista, corrí junto a Dororo al borde para lograr ver dónde estaba.
-¡Aniki!- por suerte, descubrimos que había logrado sujetarse con su otra mano y clavando su espada en la pared de la montaña.
Las flechas comenzaron a dar cerca de él, lo que aprovechó para apoyarse y subir nuevamente, ya que estaba muy expuesto ahí. Volvió a subir de un salto cruzando espadas con Tahomaru. Mientras eso ocurría, las flechas comenzaron a ser lanzadas hacia nosotros.
-¡Es nuestra oportunidad, huyamos!- ordenó Itachi mientras con su espada esquivaba las flechas.
-Pero Aniki...
-No podemos dejarlo solo...
-¡Moriremos si nos quedamos, vámonos!- insistió el hombre tomando a Dororo por la ropa y llevándola con él.
También me arrastraron con ellos, pero me rehusé a irme. Me quedé oculta tras la pared de piedra de la ladera observando la lucha. Hyakkimaru estaba apoyado a un tronco, todos se habían detenido por sus palabras.
-No es como antes. ¿Por qué?- preguntó sin moverse de allí.
-El Joven Amo es la cabeza de Daigo.- respondió la mujer arquera desde abajo, aunque solo lograba escuchar su voz desde donde me encontraba.- Su gente, su prosperidad, carga todo en sus hombros. Su resolución supera la tuya.
-¿Por qué matarme?- volvió a preguntar mi compañero.
-Tú existencia causa calamidades a nuestra tierra. ¡Eres enemigo de la gente de Daigo!
Escuché la flecha dar en el tronco, pero me asusté cuando vi que lo había atravesado y herido a Hyakkimaru. Tuve ganas de gritar, de ir con él. No soportaba ver cómo estaba allí solo en medio de tantas personas que deseaban su muerte. Aún herido, él se puso en guardia cuando Tahomaru retomó sus ataques. Sin embargo, el hombre que acompañaba al líder, dejó caer su arma sobre las espadas cruzadas, haciendo que la de Hyakkimaru se rompiera. Mi compañero retrocedió ante eso.
-¡Este es el final!- gritó el hombre volviendo a atacarlo, mas él trepó a un árbol con agilidad.
-Te derribaré. ¡A ti y a todos los que se pongan de tu lado!- dijo la mujer desde abajo disparando flechas a él.
Hyakkimaru saltó y, en el aire, de despojó de la prótesis de su otro brazo con ayuda de su boca. Entre aquel hombre y Tahomaru, forcejeaban y golpeaban a mi compañero. Aún así, él lograba devolver los ataques y mantenerse ante ellos. En un momento, acorraló a Tahomaru en en mismo árbol que tenía la flecha.
-Enemigos... Ustedes son mis enemigos.- dijo con furia y con la prótesis colgando de sus dientes.- No lo permitiré.
-Romperé esa katana de tu brazo izquierdo también, Hyakkimaru.- lo amenazó el más joven.
Retomaron el choque de sus espadas, pero una explosión hizo que un gran derrumbe comenzara a arrasar con la ladera. Todos corrieron buscando refugio, por lo que yo también lo hice mientras buscaba con la vista a Hyakkimaru. No lo encontré y, por detenerme, unas rocas se dirigían hacia mí. Estaba atrapada y no tendría tiempo de escapar.
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