No estaré sola- Capítulo único.
La primera vez que lo vi, fueron sus ojos los que me dejaron aferrada al suelo. Eran oscuros, se veían casi negros, y mostraban un vacío tan profundo que sentía cómo me consumía el alma. La yo de siete años no podía permitir que en aquella habitación blanca hubiese una persona tan dolida, así que entré e hice lo mejor que sabía hacer cuando iba con mamá al hospital: hablé.
—Hola, soy Emilia, ¿y tú? —dije sonriente, él solo me miró como si estuviese analizando que había alguien delante suyo.
—Vete, no debes estar aquí —espetó repentinamente, pero no me amedranté. Mamá siempre decía que sus pacientes eran diferentes y había que tenerles paciencia.
—¿Por qué? Yo quiero estar aquí —afirmé, acercándome con cuidado hasta estar frente a él, mirándolo con una sonrisa inocente.
—No debes acompañarme porque te dejaré sola, como a todos..., como a mis padres —Su voz parecía casi romperse y sus ojos se fijaron en mis sandalias con lazos. Eso era lo triste de los pacientes de mamá, sus vidas estaban terminando.
—Pero tú no te puedes quedar solo —rebatí, sentándome a su lado en la cama, muy cerca de él—. Yo me quedaré contigo y, cuando te vayas, me uniré a tus papás. Nos apoyaremos juntos y nadie estará solo —aseguré, y mis palabras hicieron que en el vacío de sus ojos brillase una emoción.
—Mi nombre es Ismael —dijo suavemente, mirando de nuevo por la ventana.
Cada fin de semana desde ese día mis tardes se enfocaron en jugar juegos de mesa en una sala de hospital, leer libros en voz alta imitando las voces de los diálogos y hacer malas versiones de canciones cuyas letras no comprendía; porque todo eso fue haciendo que sus ojos destellaran, esbozando en sus pálidos labios una sonrisa, y que sus mejillas se pintaran de un tierno color rosado; mientras ambos ignorábamos activamente el suero que se conectaba por un tubo de goma a su piel. Y eso me hacía feliz.
—Risitos —Mi mamá solo me llamaba así cuando algo grave estaba pasando. Me incorporé en la cama y la observé, su rostro mantenía una expresión triste mientras entraba en la habitación—. Tenemos que hablar —dijo con suavidad, cerrando la puerta y sentándose a mí lado.
—¿Hice algo malo? —pregunté en mi inocencia, incapaz de entender qué podía haber pasado que hiciera a mi mamá mirarme con esa actitud.
—No, Risitos, pero quiero hablar de Ismael —confesó; en mi frente apareció una arruga de frustración y permanecí en silencio—. Tú sabes que su condición es delicada, no estoy cómoda contigo tan cerca de él. Siento que en cualquier momento su tiempo se agotará y serás tú quien pague el mayor dolor —explicó ella, tomando mis manos entre las suyas y deslizando sus pulgares por el dorso en un gesto que buscaba tranquilizarme.
—No me hace daño, es mi mejor amigo —negué rápidamente con vehemencia—. Además, su condición ha sido mala desde que lo conocí hace cuatro años y todavía está vivo —alegué, frunciendo más el ceño ante la expresión dolida de mi mamá. Su preocupación era palpable y eso me enojaba.
—Solo recuerda que en mi profesión, nada es seguro —susurró, besándome la frente y retirándose de la habitación; haciendo que el silencio de la noche pesara sobre la mente de la yo de once años, que se aferraba a toda esperanza por la vida de su mejor amigo.
La casa de Ismael era pequeña en comparación con la mía y carecía de muchos muebles y equipos, excepto los imprescindibles, lo cual hacía que tuviera mucho espacio para nosotros jugar. Su cabello oscuro estaba creciendo nuevamente, pero sus cejas todavía no salían, así que yo me dedicaba a dibujárselas con un marcador carmelita, repasando luego las de todos en la casa.
No podíamos ir a jugar afuera a menudo, la salud de Ismael seguía siendo delicada, pero jugábamos a pintar en las paredes del cuarto de juego todas las cosas que habría en el exterior: los árboles, el césped, los animales del Parque Central y los juegos para deslizarse que allí existían. Me prometí a mí misma que algún día le acompañaría a deslizarse por uno.
—Me gusta tu cabello —dijo un día; teníamos trece años y yo cargaba un cupcake con una velita para celebrar su cumpleaños—. Los rizos rebeldes combinan con tu piel morena, resaltan tus ojos verdes y todo en ti se ve tan...vivo —La última palabra parecía una disculpa y mi corazón dolía. Después de muchos meses de esperanza, lo habían tenido que volver a ingresar. El cáncer había vuelto.
—A mí me gusta más esto —comenté, sosteniendo su delgada y frágil mano entrelazada con la mía—, esta mezcla, esta unión, es mi favorita —afirmé, mirando profundamente a sus melancólicos ojos, repasando sus rasgos con huesos marcados por la delgadez, sus marcadas y negruzcas ojeras, o como su cabello oscuro volvía a estar ausente.
—No quiero dejarte sola —Por primera vez en los seis años que nos conocíamos, Ismael permitió que una lágrima cayera de sus ojos, recorriendo por su mejilla hasta precipitarse hacia el vacío por su barbilla. Sonreí porque, aun en esta situación, se seguía preocupando por mí.
Esa tarde no dije nada, la voz me fallaría y no quería preocuparle, así que lo abracé; apoyando mi cabeza contra su cuello, callando todo lo que quería gritar porque no quería lastimarlo, porque el tamaño desmedido de todo lo que sentía lo haría sentir más culpa de su enfermedad. Me quedé dormida a su lado, sintiendo su lenta respiración disminuir hasta volverse irregular. Entonces los doctores entraron.
Escuché a mi mamá llamándome, sus manos cargándome lejos de él y sacándome de la habitación. Un asiento de metal al fondo del frío pasillo fue mi refugio durante las horas siguientes, donde médicos y enfermeras entraron y salieron de su habitación mientras su padre mantenía contenida a su madre en un abrazo, apartándola del camino de los especialistas.
Probablemente hubiese mucho ruido, algunos gritos, el sonido de las máquinas, pero a mis oídos solo llegó un ensordecedor silencio que me hizo sentir estarlo viendo todo de forma astral, ausente en cuerpo de lo que acontecía; hasta que el grito de su mamá cayendo al suelo entre lágrimas, siendo abrazada por su papá de forma abrumadora; rompió la burbuja en la que me encontraba.
Solo entonces me permití llorar. Lágrimas gruesas resbalaron por mi rostro sin control, un temblor continúo y descontrolado se apoderó de mi cuerpo, sollozos roncos que retumbaron contra mi garganta, el aliento cargado de tristeza que escapó entre mis labios cada vez que no pude morderlos con fuerza para acallar mi dolor.
—Lo siento tanto... —Mi voz se rompió suavemente, dejando un abismo en mis palabras—, te mentí —La afirmación derribó mis defensas, porque siempre quise serle fiel a su amistad, a su cariño—. Sí estaré sola —susurré la confesión abrazando mis rodillas y escondiendo mi cabeza entre ellas, permitiéndome sentir finalmente todo ese amor guardado dentro. Todos esos sentimientos que crecieron como enredaderas alrededor de mi corazón, creando un vínculo condenado a un límite de tiempo.
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Holis, originalmente esto era un one-shot para un concurso de San valentín, pero obviamente la editorial se olvidó del concurso, así que, esto así quedó. 🤡
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