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Capítulo 33

Capítulo 33

Aiden:

El ambiente navideño estaba en el aire y la decoración propia de aquella época del año estaba en todas partes; Wendy se había encargado de ello. ¡Si incluso había decorado su habitación —porque sí, pese a haberle insistido en compartir la mía había preferido tener su propio espacio privado—!

Las doncellas y los mayordomos iban de aquí para allá con prisas aquella mañana, preparándolo todo para el gran baile que se daría el día de Navidad, como cada año. Wendy había insistido en seguir trabajando como parte del servicio hasta que tuviera la mayoría de edad y pudiera, así, luchar contra Katrina. Os juraba que como intentara cualquier cosa, iba a hacerle la vida imposible. Nadie se mete con la mujer de mi vida.

Cuando doblé una esquina, la vi caminando a paso apresurado cargando una gran bandeja. Estaba preciosa con el uniforme puesto, irresistible. Cruzamos la mirada y, antes de que la apartara, le guiñé un ojo. Nuestra relación aún era un secreto.

Estaba tan distraído que estuve a punto de estamparme contra India. De no haber reaccionado a tiempo, nos habríamos caído los dos al suelo.

Al ver dónde tenía puesta la mirada, esbozó una sonrisa llena de picardía.

—Así que mirando a mi futura cuñada, eh.

Toda la familia Rosenzberg sabía que estaba saliendo con ella, no me había quedado más remedio que decírselo. Tanto Dominic como India deseaban tener la oportunidad de charlar con aquella muchacha que recorría los pasillos a paso rápido, conocerla más a fondo. Solo esperaba que no la sometieran a esos interrogatorios tan incómodos como el que nos hizo pasar mamá en las cocina unas semanas atrás.

—Puede ser. Se me hace rara la situación. Quiero decir, me encantaría que el reino entero supiera que estoy enamorado y de quién, pero temo perjudicar aún más su vida —confesé—. No sé si me entiendes.

Mi hermana pequeña me cogió las manos y me dio un ligero apretón.

—No creo que se compliquen más. Ahora que papá sabe que es hija de su mejor amigo y en la situación en la que se encuentra, se hará cargo de ella; ya no tendrá que vivir bajo la dictadura de su madrastra. Uf, menos mal que no te has sentido atraído por su hermanastra. Agatha no me cae nada bien. Es demasiado repelente.

Solté una carcajada contenida.

—No hay química entre nosotros, no como con Wendy. Creo que me he sentido atraído a ella en todo momento, desde que empezó a trabajar. De forma inconsciente la buscaba entre la multitud.

—Como ahora.

Sonreí con culpabilidad. ¿Qué podía hacer cuando mi chica era irresistible? Bastante autocontrol había tenido ya. No sé cómo había podido no caer en la tentación de hacerla girar entre mis brazos y besarla hasta la saciedad, con las ganas que tenía de hacerlo. Había tenido que utilizar todas mis fuerzas de voluntad para no lanzarme a sus brazos.

El resto de días fueron iguales, donde estando en público debía controlarme, pero cuando la tenía en mi habitación o me colaba en la suya, la besaba hasta el cansancio y le decía con gestos todo lo que me hacía sentir; porque aquel torrente de emociones bullía en mi interior cada vez que sus ojos se posaban en los míos y sentía que por muy gris que fuera mi día este mejoraba con su única presencia, como cuando salía de una reunión intensa y ella me esperaba con una sesión de mimos.

La última semana antes de Navidad tuve que viajar a España para reunirme con los soberanos, muy amigos de la familia real. En su país no había tanta tolerancia como en el mío hacia las personas con el gen Malaika, pese a que su reina lo tuviera y hubiera hecho muchas campañas solidarias al respecto. Por eso tuve que enrollarme las alas alrededor de mi cuerpo y ocultarlas cuando pisé tierra española.

Todo el tiempo que estuve en el pequeño palacio de los reyes estuve reunido con un sinfín de ministros y consejeros reales e incluso con el mismísimo rey; aunque he de decir que alguna que otra tarde me escapaba con el príncipe Lucas, un año menor que yo, a cabalgar o a hacer una de nuestras famosas competiciones de tiro con arco. Pese a ser de distintos países, se había convertido con los años en un amigo fiel.

Durante mi última tarde allí, tomamos unas copas juntos en las cocinas del palacio cuando su personal ya se había ido a descansar. En la intimidad, le conté todo lo que me había pasado en los últimos meses y le hablé del gran cambio que había habido en mi vida aquel verano.

—Una novia. ¡Eso es fantástico! —dijo la mar de contento dándome un par de palmaditas en la espalda—. ¡Enhorabuena! Ya empezaba a pensar que era un hombre insensible y que jamás sentarías cabeza. Aquí, en España, te habrían apodado <<El monarca gélido>> o algo así.

Reí con ganas. Una de las cosas que más me gustaban de aquel hombre era su sentido del humor, con el que se había ganado el corazón de su amada. Si bien aún no le había pedido matrimonio a Sandra, sabía que pronto lo haría. Estaba loco por ella.

—¿Qué tienen en tu país con poner motes horribles a los soberanos?

Él se encogió de hombros.

—Ni idea. Es todo un misterio.

Tomamos un buen trago de nuestras cervezas y, después, continuamos charlando hasta altas horas de la noche. Ninguno teníamos prisa, puesto que hasta la tarde del día veinticuatro de diciembre no cogeríamos el vuelo hasta Ahrima y no había más reuniones programadas. ¡Por fin se habían acabado!

De vuelta en casa, todo fue un verdadero jaleo. El servicio iba y venía apresurado mientras preparaba cada pequeño detalle que se le escapara mientras mi equipo de estilistas personales me esperabas en mi suite listos para la acción. Me alegraba de no haber sido una mujer, puesto que no tenía mucha paciencia para esas cosas. De poder, me habría preparado yo mismo.

—Alteza, esté quieto, por favor. Estoy ultimando los últimos detalles —me pidió Martin, el jefe de ese pequeño grupo mientras ponía en alto tres corbatas de distintos colores. Se volvió hacia las dos chicas que trabajaban con él, indeciso—. ¿Cuál creéis que pega más?

—La gris le resalta más los ojos.

Hice una mueca. Me gustaba, pero era demasiado sosa.

—Prefiero la corbata de seda azul con rayas —propuse.

Los tres miraron la imagen con cara pensativa hasta que por fin sonrieron.

—Creo que podría funcionar. Déjeme ponerle un pañuelo del mismo color.

Una vez terminado todo el paripé de vestirme, vino el turno de Nadia de peinarme a la perfección para aparentar ser el príncipe perfecto que no era. Era triste que aún en aquella época la imagen lo fuera todo.

Justo a la hora, salí de mi suite y me reuní con mi familia en las escaleras centrales. Mientras descendíamos, pudimos escuchar con mayor detenimiento todo el bullicio de la planta baja, donde los invitados pululaban de aquí para allá charlando entre ellos.

—¿Vendrá tu amada, Aiden? —me preguntó Dominic cuando llegamos a la primera planta.

—No tengo ni idea. No sé si estará de servicio, aunque sospecho que sí. Es una de las fiestas más grandes que se dan en palacio y se necesita mucho personal para atender a tantos invitados. Aunque, da igual que venga; no podré bailar con ella como yo quiero.

Mamá me miró intrigada.

—¿Ah, no? ¿Qué te lo impide?

La miré como si fuera una niña tonta que no entendiera nada.

—Wendy no quiere que lo nuestro salga a la luz porque... —pero callé al percatarme de un pequeño detalle: ¡ya no teníamos por qué escondernos más!

—¿Sí?

Tragué saliva, intentando contener toda esa emoción que estaba sintiendo.

—Ya no tenemos por qué ocultar lo nuestro —murmuré en voz alta. Había deseado que llegara ese momento durante meses y por fin se había cumplido mi deseo—. Ya no vive bajo el mandato de Katrina. ¡Podemos hacerlo oficial!

Estaba feliz y muy contento. Tenía unas ganas incontrolables de buscarla y besarla aunque estuviera en medio de una ardua tarea.

Pero me contuve. No era el momento.

Llegamos hasta la sala del baile. Esperé a que me nombraran, después de mi hermano.

—Su alteza real, el príncipe Aiden Patryk Rosenzberg —me anunció un mayordomo.

Hice acto de presencia y, con elegancia, me acerqué a mis hermanos tal y como estipulaba el dichoso protocolo. Hasta que papá y mamá no fueran nombrados, no podíamos dispersarnos por la sala.

—Sus majestades, la reina Amberly y el rey Christopher Frederick Rosenzberg.

Mamá estaba radiante con ese vestido color champán que le resaltaba la figura, con una sonrisa genuina en los labios y los ojos brillantes de la emoción. Se aferraba al brazo de papá, enfundado en un traje de etiqueta color gris claro, resaltando el color grisáceo de sus ojos. Todos los invitados esperaban que papá diera su discurso anual sobre el pequeño escenario que habían improvisado al fondo de la sala. Mamá lo acompañó hasta él y, antes de dejarlo ir, él le besó la mano con cariño, susurrándole unas palabras al oído. Me encantaba la complicidad que tenían y me encantaría que con los años Wendy y yo tuviéramos una cuarta parte de ella.

De manera discreta, la busqué en la sala, deseando con todas mis ganas haber sido más listo y haberla invitado como mi pareja. No la encontré y una brizna de decepción se instaló en mi pecho. Las fiestas mejoraban cuando asistía.

Cogí una copa de cava y me centré de nuevo en el escenario. Mis hermanos y yo nos habíamos subido a él y situado a sus espaldas, junto a mamá. Papá se aclaró la garganta.

—Bienvenidos un año más a nuestra fiesta anual de Navidad —empezó a hablar—. Como cada año, mi familia y yo queremos celebrar con vosotros estas fechas tan alegres.

Papá habló y habló sobre la unidad y nuevos proyectos que se pondrían en marcha el año próximo. Después, le dio la palabra a mamá, quien se acercó al escenario y contó, como siempre, anécdotas que le servían para dar pie a futuros planes de mejora.

—Como sabéis, este verano la familia Rosenzberg ha viajado al campamento Sunshine, que es el primer proyecto que llevé a cabo como reina de esta espléndida nación —habló con voz firme. Buscó a alguien entre la multitud y yo seguí su mirada hasta detenerla en la de Wendy—. Estoy orgullosa de compartir con vosotros todas las mejoras que mis asesores y yo hemos pensado implantar para futuros años, entre ellas la posibilidad de que los ex campistas puedan volver en calidad de monitores. ¡Qué mejor ejemplo a seguir que ellos! Por lo que he podido observar, la gran mayoría adoran los dos meses que duran las colonias y parte de los mayores desearían volver de tener opción. ¿Por qué no dársela?

Unos cuantos silbidos se escucharon por la sala, entre ellos los aplausos de aquella muchacha de ojos púrpuras. Si bien estaba muy lejos, pude apreciar la gran sonrisa que tenía y los ojos brillantes de la emoción.

Mamá habló sobre las demás, como el mejorar la calidad de la comida de los campistas o la posibilidad de ofrecerles nuevos talleres para que, de cara al futuro, tuvieran más oportunidades de brillar.

Tras el discurso de ambos monarcas, toda la sala los vitoreó y, por fin, dieron paso al baile. Me reuní con varios peces gordos del país, bailé con varias mujeres por cortesía mientras en el fondo solo pensaba en una y piqué algunos canapés que las doncellas nos ofrecían... pero ninguna de ellas era mi Gwenny. No entendía por qué me evitaba, porque sospechaba que eso era lo que estaba haciendo. La única mujer con la que quería estar huía de mí.

—¿Me concede este baile, alteza?

Arrugué el morro cuando escuché la voz chillona de Agatha. No me apetecía nada bailar con ella, pero el dichoso protocolo no me permitía rechazarla estando soltero. Aunque, en teoría, no lo estaba ya.

—Será un honor, señorita.

Fui un caballero con ella porque no quería ser grosero, aunque pronto mi faceta de Don perfecto se fue al traste, en cuanto abrió la boca y empezó a soltar sapos y culebras sobre su hermanastra.

—Wendy no te merece. ¿Qué has podido ver en una persona tan sosa y aburrida como ella? No me lo explico.

Tensé la mandíbula mientras girábamos alrededor de la pista de baile.

—Yo que tú no me metería en asuntos ajenos y, para que te quede bien claro, es de todo menos aburrida. Las prefiero con personalidad propia y únicas en su especie. ¿Qué se le va a hacer?

Agatha intentó que no se le notara, pero supe que mis palabras le habían afectado. Hizo una mueca apenas imperceptible y sus labios, pintados de carmesí, se fruncieron.

—Siempre la he visto tan simplona y conformista. Y, que sepas, bajo esa fachada de niña buena se esconde una persona envidiosa. La de veces que...

La corté. Me parecían ridículas, ella y sus palabras.

—Mira, Agatha, ya sé que querías que tú y yo tuviéramos algo, pero lamento decirte que no eres mi tipo. Prefiero a las mujeres simplonas —contraataqué—. Me gustaría que dejaras de meter mierda sobre Wendy, puesto que no se merece que la trates así. La quiero y es lo único que importa.

Puso los ojos en blanco e hinchó los mofletes como una niña malcriada que no consigue lo que quiere. Fenomenal, de buena me había librado.

—Pero...

—¿Vas a dejar de comportarte como una consentida? ¿Cuántas veces he de decírtelo? No habrá nada entre nosotros dos. Eres guapa, pero no me va la atracción física; busco algo más y, por desgracia, tú no lo tienes.

—¿Y Wendy sí? —refunfuñó.

Efectué la reverencia de cortesía antes de separarme del todo de ella.

—Por supuesto. Es especial y, lo mejor de todo, no sabe lo mucho que me afecta su presencia. Algún día encontrarás a ese chico que haga que tu mundo se ponga patas arriba y que quieras darlo todo para esa persona.

—El amor está sobrevalorado.

Le besé el dorso de la mano tal y como me mandaba el protocolo y, antes de marcharme, me giré y le dije:

—Piensa lo que tú creas. El amor es lo mejor que puede pasarte.

Dando una vuelta por la sala, me fijé que un par de chicos de mi edad tonteaban con Wendy. Llevaba una bandeja llena de tentempiés y se los ofrecía con una sonrisa cordial, pero gracias a su lenguaje corporal supe que no estaba cómoda con la situación. Iba a ir a rescatarla, pero, como siempre, me demostró no ser la clase de chicas que tienen que ser rescatadas. Debió decirles alguno de sus comentarios mordaces, porque ambos se quedaron mudos cuando se alejó.

Fue en ese momento en el que nuestros ojos se conectaron por primera vez en toda la noche. Las chispas saltaron entre ambos, mis dedos cosquillearon con ganas de acariciarla y mi deseo de que todos supieran lo nuestros llegó a tal punto que ya no lo pude soportar más. Nuestra relación no era algo malo y lo demostraría.

Con una valentía y un coraje que no sé de dónde los saqué, me acerqué con paso seguro al escenario, subí los pocos peldaños que había, me acerqué al micrófono y, tras asegurarme de que estaba encendido, tomé una gran bocanada de aire.

—Querido invitados, en estas fechas tan venturosas, quiero compartir con vosotros una noticia que llevo un tiempo queriendo contar —hablé con voz firme. Busqué entre la multitud aquellos ojazos que tan loco me volvían y cuando los encontré relucientes de la curiosidad, esbocé una amplia sonrisa—. Como sabéis, este año he tenido la oportunidad de veranear por primera vez en un campamento y allí, a parte de hacer grandes amistades, he encontrado el amor.

Hice una pequeña pausa mientras los murmullos llenaban la sala. La única persona que me preocupaba me estaba mirando con una pequeña sonrisa, lo que me dio fuerzas para seguir adelante y que me enseñó que todo estaba bien.

—Me he enamorado poco a poco de la mujer más guapa de todo el campamento y estoy contento de anunciar que también se encuentra aquí, entre nosotros. —Los invitados se miraron entre sí, las mujeres jóvenes se analizaron las unas a las otras queriendo saber si eran ellas las afortunadas. Junto a Wendy, Dana, su hermanastra menor, le dio un codazo juguetón mientras le guiñaba el ojo. Me encantaba esa complicidad que había entre ellas—. Es valiente, tiene buen sentido del humor y puedo pasarme horas hablando con ella de lo que sea, me hace sentir un hombre normal. Si bien empezamos siendo solo amigos, pronto decidimos intentarlo. Es la mejor decisión que he tomado.

Más murmullos y más exclamaciones de asombro, más comentarios y preguntas.

Miré a Wendy directamente a los ojos y, sin apartar la vista de ella, confesé ante el mundo entero:

—La mujer de la que estoy perdidamente enamorado se llama Gwendolyn Barrie y es la hija legítima de uno de los mejores amigos de mi padre, Blake Barrie.

Vale, pillé a aquella muchacha de improviso, puesto que no se esperaba que anunciara no solo nuestra relación sino que también confesé quién era su padre, aquel secreto que había guardado durante tantos años bajo siete candados. Me parecía una injusticia que nadie supiera cuál era su procedencia y ya era hora de que se supiera la verdad. Mamá había tenido razón siempre: al final la verdad siempre sale a la luz.

—Wendy, ¿puedes subir al escenario, por favor? —supliqué—. Deja que el mundo sepa por qué te quiero tanto.

Abrió los ojos de par en par y su pecho comenzó a subir y bajar con rapidez por la sorpresa, pero aquello no le impidió avanzar con paso tembloroso hasta donde yo estaba. Para cuando estuvo a mi lado, los invitados y el personal soltaron exclamaciones de asombro.

—¡No puede ser!

—Esto no me lo esperaba.

—¡Pero si esta mañana he estado con ella!

Cuando la tuve allí mismo, la pegué contra mi pecho y le di un beso que calló cada comentario que rebotaba por aquella estancia a rebosar de personas.

—Quiero presentaros de manera oficial a mi novia —dije cuando me separé de ella, aunque no permití que se alejara de mi lado—. Wendy es la mujer que ha cambiado mi vida, aquella que encontré en el lugar menos esperado. Llevamos saliendo unos meses y hoy me parecía una buena ocasión para presentárosla oficialmente.

El silencio reinaba en la gran sala. Temía haber metido la pata contándoles aquello. Como parte de la casa real, mi cara era pública y en cuanto supieran que estaba enamorado acosarían a la muchacha sin cesar. El día había llegado y no podía estar más aliviado de haber soltado ya la bomba.

Pero no estaba preparado para lo que vino. Primero fueron los criados y, después, el resto se les sumó. Una oleada de aplausos se extendió por cada rincón y los silbidos resonaron por cada recoveco. Un <<¡Larga vida al príncipe! ¡Larga vida a la princesa!>> se empezó a escuchar. Sentí que mi corazón se hinchaba y, a mi lado, Wendy sonreía llena de felicidad, con los ojos cristalizados de la emoción.

La pegué a mí y le susurré al oído:

—¿Ves como iban a aceptarte? Te adoran.

—¿Y si no soy lo suficiente buena? ¿Y si con el tiempo se cansan de mí?

Entrelacé nuestros dedos y la miré de manera significativa.

—Mientras yo no me canse de ti... Recuerda, nada podrá pararnos si permanecemos unidos.

—Lo sé, ahora lo sé, mi príncipe azul,

Sonreí, la hice girar sobre sí misma y no la solté en toda la noche. Bajo todas las miradas indiscretas bailamos y bailamos hasta que no pudimos más. No llevaba el mejor vestido —ni siquiera iba vestida para la ocasión—, no tenía un peinado elaborado ni un maquillaje ostentoso, pero fue la estrella del baile y brilló con luz propia.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni lovers!

¿Qué tal estáis? Estoy muy emocionada con este último capítulo, aunque os aviso que aún os queda por leer el epílogo. He llorado mientras lo escribía. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Repasemos:

1. Ha llegado la Navidad a Ahrima.

2. Aiden está ocupado.

3. Viaje a España.

4. Conversación con el príncipe Lucas.

5. El baile de Navidad.

6. Las palabras de la reina.

7. ¡Aiden le confiesa a todo el país!

8. Wendy ya no tiene que esconderse más.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes en el epílogo! Os quiero. Un beso enorme.

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