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Capítulo 3

Capítulo 3

Aiden:

—Tus padres deberían despedir a esa niña incompetente. ¡Mira cómo me ha dejado! —se quejó Marian mirando su ropa.

—No ha sido para tanto. Un descuido lo tiene cualquiera —intenté tranquilizarla. La muchacha que nos había atendido era de confianza y desde que había empezado a trabajar en palacio no había cometido ni una sola infracción.

Chasqueó la lengua.

—Claro, seguro que ha sido eso y no que esté celosa de mi atuendo. Seguro que ni siquiera sabe cuánto cuesta este vestido. ¡Ni con su salario de un año se lo podría permitir!

Reprimí poner los ojos en blanco. ¿Por qué todas las mujeres con las que me juntaba pensaban solo en la ropa que llevaban y no en las personas? Ella no sabía la suerte que teníamos nosotros, que lo teníamos todo.

Desde que era muy pequeño mis padres me habían enseñado que lo más importante de una persona no era el título o la ropa que llevara, sino su esencia, lo que le hacía ser quien era. Estaba acostumbrado a mujeres que solo pensaban en sí mismas y me hartaba no encontrar a alguien que rompiera todos mis esquemas. Al parecer, estaba destinado a besar ranas.

—Por eso necesita este trabajo, para, al menos, llegar a final de mes.

Ni yo mismo entendía por qué estaba defendiendo a aquella doncella.

—Yo solo digo que no parece muy buena en su trabajo. Deberías pensar en delegarla a otra área del palacio.

Me encogí de hombros.

—Es buena en su trabajo. Puede que hoy tenga un mal día, como todos. Ya sabes que no siempre se va a estar al cien por cien. Además, es eficaz y cumple con cada orden que se le da. La familia no podía desear tener mejor empleada.

Marian puso los ojos en blanco, pero no añadió comentario alguno. Mejor.

Unos golpecitos suaves en la puerta me pillaron un tanto por sorpresa, más el descubrir que la misma chica que había ocasionado el estropicio volviera con otra bandeja. Esa vez se aseguró de dejarla bien lejos de mi invitada antes de marcharse con la cabeza bien alta. Antes de perderla de vista aprecié aquellos ojos preciosos que tenía, de color púrpura, tan poco usuales y, al mismo tiempo, tan bonitos. No era la primera vez que me perdía en su mirada y no sería la última. Tenía una pequeña mancha en la mejilla de lo que, supuse, sería parte del puré de patatas que había tirado sin querer antes.

No sabía su nombre, pero me apostaba cualquier cosa a que sería tan especial como parecía serlo ella.

—Y encima tiene la cara de volver de nuevo —escupió con asco mi invitada.

—Como te he dicho antes, es buena y ha aprendido a leer mis pensamientos. Estaba muy claro que le pediría a otra doncella que trajera lo que había derramado su compañera. No sé por qué te molesta tanto, ¿sabes?

Mis palabras parecieron hacerle entrar en razón. Menos mal. No me gustaba lidiar con mujeres que con tal de sentirse mejores menospreciaban a las demás. Las abusonas no eran lo mío.

—Tienes razón. —Su rostro cambió totalmente. Ahora ya no se mostraba como una niña rica, sino como una mujer seductora. Sonreí con picardía, anteponiéndome a los hechos—. ¿Dónde lo habíamos dejado?

Se acercó a mí sin perder ese brillo en los ojos color tierra y, mientras tanto, fui consciente cómo se relamía los labios observándome con todo su descaro de arriba abajo. Yo, por mi parte, también le di un gran repaso. No estaba nada mal. Si bien yo las prefería con más curvas, su cuerpo estaba bien proporcionado. De pelo marrón, lucía un vestido precioso —ahora manchado— que envolvía esas piernas kilométricas que estaba deseando acariciar. Llevaba los labios pintados de rojo pasión.

Posó sus manos en mi pecho y yo la envolví entre mis brazos. No hizo falta más para que la besara, pero tal y como me pasaba con las demás, en vez de sentir una corriente eléctrica o cualquier otro indicio de que me sentía atraído por ella, no sentí nada, absolutamente nada. Solo un vacío.

A veces me preguntaba si de verdad eran ellas las culpables de todo o si era yo. No entendía cómo en los años que llevaba saliendo con mujeres no había sentido por ninguna eso que tanto describen en los libros y ese sentimiento que veía día tras día en mis padres. Quizás estaba destinado a un matrimonio falso. Si era incapaz de sentir algo por una mujer quizás significara que sería incapaz de amar. Puede que fuera hora de rendirme, no lo sé.

Tal y como me pasaba con las demás, me dejé llevar. La besé y la acaricié y me dije a mí mismo que disfrutaría del momento pese a que mi corazón no diera volteretas por ella.

. . .

Mis padres nos convocaron a todos mis hermanos y a mí para una reunión familiar. Me extrañó, pues solo las hacíamos en casos excepcionales, como cuando nos contaron todo lo relacionado con el gen Malaika. Todavía recuerdo la sensación agridulce que sentí al escuchar cómo la hermana de mamá la había tratado todos esos años. Yo no me imaginaba mi vida sin los míos, pese a que en ocasiones riñéramos. Así era el amor fraternal, no el vivido por mamá. Me parecía una aberración que su propia familia la hubiese repudiado solo por ser quien era.

Llegué a nuestra salita de estar privada, aquella a la que nadie que no tuviera nuestro permiso podía acceder. Allí ya estaban mamá y papá, tomados de la mano y acariciándose mutuamente. Llevaban juntos muchos años y, pese a eso, su amor no había hecho más que aumentar. Notaba cada día que pasaba cómo ambos se demostraban cuánto se querían y yo deseaba experimentarlo con esa intensidad, pues estaba seguro de que ahí fuera estaba la mujer idónea para mí y que solo debía ser más paciente.

En cuanto estuvimos todos, durante unos minutos nadie habló y ninguno de nosotros se atrevió a romper el silencio. Mas pronto por fin mamá abrió la boca y disipó todas aquellas dudas que me estaban carcomiendo por dentro.

—Primero que nada, quiero agradeceros que hayáis venido lo más rápido posible. Yo...

—Por favor, no nos digas de nuevo que estás embarazada —la interrumpió mi hermana India. Tenía quince año y cada vez se parecía más a mamá, pese a su cabello rubio y los ojos azules, herencia de mi abuelo Nathaniel,

Una gran sonrisa tiró de los labios de mi padre. Estaba seguro de que estaba conteniendo una carcajada.

—La última vez que nos reunimos fue para anunciarnos que esperabais al enano —puntualicé al ver la expresión atónita de mi madre.

Ahora sí que papá fue incapaz de aguantar la tremenda carcajada que brotó de su garganta y a la que, pronto, se unió mamá. Ambos se miraron de esa manera en la que se decían cuánto se amaban en silencio, sin necesidad de palabras.

—No, tesoros, no estamos esperando otro miembro. No os hemos reunido por eso —nos dijo papá. Sonreía con calidez, como siempre. Para él nosotros lo éramos todo, lo más importante que tenía en la vida. Ni siquiera la corona le importaba tanto y eso era de admirar. Sabía por todo lo que había estudiado que antaño y no tan antaño a los monarcas lo único que les interesaba era el poder de gobernar y casi siempre la familia quedaba relegada a un segundo plano. Era admirable que para nuestro padre no fuera así, aunque, según había aprendido con los años, fue un hombre justo y bueno desde siempre. Nunca había cambiado, ni siquiera al subir al trono. Era sabedor de cuántos líderes habían caído bajo la influencia del poder y que mi padre no lo hubiera hecho me hacía admirarlo aún más. Ojalá yo fuera tan buen rey como él, tan respetado y querido por el pueblo.

—No es nada grave, solo una decisión que he tomado y que nos afecta a todos.

—¿Podrías ser más clara, mamá? —le pidió Dominic, mi hermano mediano.

Mamá estaba nerviosa y sabía por cómo jugueteaba con los dedos que no se sentía segura de aquello que nos iba contar, quizás temiendo nuestra reacción. Sabía que fueran cual fueran sus deseos los cumpliría si con ello la veía sonreír de nuevo.

—Bah, seguro que no es tan malo —dije en un intento por darle valor.

Mi madre era toda una heroína y todo lo que había creado, todos sus proyectos y mandatos, estaban destinados a que nuestro pueblo mejorara y fuera más feliz. Los ciudadanos la adoraban y la admiraban; solo hacía falta ver cómo incluso los más pequeños se acercaban a ella solo para verla y cómo las mujeres la alababan.

Hubo un tiempo en el que no fue así, en el que la envidia hizo que se ocultara, que no mostrara su verdadero yo. Por suerte, con la ayuda de mi padre y de mis abuelos paternos ella fue capaz de aceptarse tal cual es y hacerle frente a los celos y a las malas lenguas. Sé que es fuerte y que le costó muchísimo llegar hasta donde estaba ahora. Era una reina amada, justa y bondadosa, y eso el pueblo lo sabía.

Mi padre le lanzó una miradita de apoyo y ella tomó una gran bocanada de aire antes de hablar de nuevo.

—Veréis, sabéis que últimamente me preocupa uno de mis primeros proyectos y que he tratado de ver qué puedo mejorar, pues me inquieta que haya cabos sueltos.

—¿Te refieres al proyecto Sunshine? —pregunté con curiosidad.

—Ese mismo.

El proyecto Sunshine era nada más y nada menos que un gran campamento de verano para los niños que se encontraban en una situación de vulnerabilidad: huérfanos, en acogida, en riesgo de pobreza o envueltos en la pobreza... Su asistencia era obligatoria hasta que se cumpliera la mayoría de edad absoluta y se iniciaban el uno de julio hasta el último día de agosto. Le llevó años desarrollarlo bien y llevarlo a la práctica. Recuerdo que era muy pequeño cuando se inauguró y, si bien no asistí a la ceremonia de inauguración, sí fui consciente de lo orgullosa que se sentía mi madre por haber hecho realidad aquel proyecto que había nacido, según ella, de una gran locura.

Ahora llevaba años en funcionamiento y pese a que todo parecía marchar bien, desde el año pasado llevaba dándole vueltas a si de verdad estaban las cosas bien o si en realidad faltaba algo.

—Este fue mi primer gran proyecto como reina y a día de hoy me preocupa que no todo esté bien. No sé si a esos niños les falta algo, lo que sea, que se pueda mejorar. He estado mirando las facturas, los registros y todo el papeleo aburrido, pero todo parece en regla; aunque sé desde que era pequeña que a veces las apariencias engañan.

—Entonces, ¿qué quieres hacer? ¿Qué vas a hacer?

Volvió a mirar a su marido en busca de apoyo y este entrelazó sus manos en un gesto de "Estoy aquí y no me voy a ir nunca de tu lado".

—Quiero ir y asegurarme que todo está en regla —confesó—. Me gustaría pasar el verano en el campamento Sunshine en vez de irnos al palacio de verano y me gustaría que vinierais conmigo. Será diferente y podréis participar en todas las actividades que se organizan. Por lo que tengo entendido, durante los dos meses se hacen diferentes actividades y talleres gratuitos para esos chicos. Entiendo que todos teníais unos planes ya, pero de verdad deseo vivir como lo haría un campista, al menos durante este verano.

Se hizo un silencio en el que los cuatro hermanos nos miramos de unos a otros intentando descifrar los pensamientos de los demás. Sabía por la cara de felicidad de Nolan, mi hermano pequeño, que estaba ansiando ir, pues he de confesaros que yo a su edad también tenía ese espíritu aventurero. Además, mis padres fueron muy flexibles conmigo y tuve la oportunidad de experimentar lo que era ir a las colonias de verano que a mí más me llamaban la atención.

Mi hermana India tampoco parecía muy molesta, aunque conociéndola en seguida se vería envuelta en la vida allí. Prefería mil veces ser normal y pasar desapercibida que estar en todas las revistas, más ahora que a medida que iba creciendo más salían a la luz cada error, como la vez en la que en una excursión compró un dulce y la prensa la atrapó con las manos en la masa. Estuvo más de una semana en los titulares de las revistas con ese título tan ridículo que decía: "Así desobedece las normas la princesa". Menuda tontería.

A Dominic tampoco parecía importarle aquel pequeño cambio de planes. Lo conocía muy bien para saber que, como papá, le gustaba aprender cosas nuevas y si bien los deportes y él no se llevaban muy bien sabía que intentaría participar en cada actividad que le propusieran.

En mi caso, sí que había hecho algún que otro plan con mis amigos o con alguna chica, pero tampoco era para montar un drama. En el fondo creía que aquello, ese cambio de aires, me vendría de maravillas y que, quizás, era lo que necesitaba para salir de la rutina estresante que requería ser el príncipe de esa nación.

—¿Dices de pasarnos dos meses allí? —pregunté para saber si me había quedado claro.

Asintió con la cabeza.

—Iríamos en dos semanas. Iniciaríamos a la par que esos chiquillos y seremos parte de ese campamento. —Soltó un pequeño suspiro. Los ojos de color ámbar le brillaban con fuerza. De verdad le entusiasmada empaparse de todo—. Ya lo he hablado con la directora y está más que de acuerdo de que vayamos. Se está encargando de prepararlo todo y de organizarse. Me ha dicho que me llamará el viernes para ponerme al tanto del asunto y que se encargará de preparar camisetas de más.

Nolan esbozó una amplia sonrisa infantil. Le faltaba un diente que se le había caído hacía una semana.

—¡Qué guay! Qué ganas tengo de decirles a mis amigos que me voy de campamento —expresó exaltado.

Si bien no me encontraba tan contento como mi hermano pequeño sí que una parte dentro de mí se alegró. No era muy fan de los cambios de última hora, pero aquel se me hacía más apetecible que estar otro año más en el palacio de verano, aquel en el que vivían mis abuelos desde que se habían jubilado. Poco sabía todo lo que pasaría en solo dos meses.

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Nota de autora:

¡Feliz jueves, mis queridos lectores!

¿Qué tal lleváis la semana? La mía está siendo intensa. Además, he dado una gran noticia en mis redes: ¡voy a publicar la bilogía Baile con el sello Selecta de Penguin Random House!

¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:

1. Aiden defiende a Wendy.

2. Cómo se siente Aiden con respecto a Marian. No siente nada por ella.

3. La notica.

4. El proyecto Sunshine.

5. ¡Se van de campamento!

Espero que el capítulo os haya gustado. Nos vemos el lunes con más y mejor. Un beso. Os quiero.

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