
Capítulo 29
Capítulo 29
Aiden:
Esos días tuve el presentimiento de que algo andaba mal. No la vi y ni siquiera recibí un mensaje suyo tras el escueto <<Estoy enferma. No podré ir a trabajar en los próximos días>> que me envió. Allí había gato encerrado y yo estaba dispuesto a averiguarlo. ¿Por qué ni siquiera me había llamado, tal y como hacíamos cada noche? ¿Qué estaba pasando?
Por mucho que la llamara, no me cogía tampoco ni respondía a mis mensajes. Al principio, me había planteado la idea de que estuviera enfadada conmigo, pero la había descartado al momento. ¿Qué había podido hacerle para molestarla? Nada, pues me había comportado como siempre.
Por eso había llegado a la conclusión de que algo marchaba mal. Eso me olía a chamusquina.
Estuve algo distraído esos días y era consciente de que debería tener la mente puesta en los asuntos reales, pero no podía dejar de pensar en lo que pudiera haberle pasado a mi Gwenny. Aquello no era normal. Su repentino silencio me estaba matando y me pregunté si le habría pasado algo.
Aquellos días mamá y papá estuvieron más apagados de lo normal y eso se debía a que en menos de dos semanas sería el aniversario de la muerte de Blake Barrie, el mejor amigo de papá. Como cada año, mamá estaba organizando una pequeña velada familiar en la que solo estábamos invitados aquellos familiares y amigos cercanos al fallecido. Ahora que sabía que Wendy era su hija me sentí fatal por haberla excluido todo ese tiempo y deseé que aquel pudiera asistir, aunque no lo haría. Katrina no se lo permitiría.
Se avecinaban tiempos difíciles para la familia.
Me puse en contacto no solo con la muchacha con la que la veía en las horas muertas —porque sí, era muy observador y me había fijado en la joven con la que hablaba casi a diario— e incluso lo intenté con Dana, pero me fue imposible. En todo ese tiempo tampoco supe de ella, solo de Agatha y Katrina.
Me temía lo peor y me estaba empezando a preocupar de verdad.
Una tarde no lo pude soportar más y aproveché que la madrastra y las hermanastras de Wendy estaban tomando el té con mi madre —sí, se había aliado conmigo para distraerlas y que así mi plan surtiera efecto— para colarme en su casa. No veáis lo difícil que era pasar desapercibido cuando tu cara estaba en todas las portadas del país. Tuve que recurrir a Cathrine, la mejor amiga de mamá y una experta con el maquillaje y la caracterización, para que me ayudara. Me puso toda clase de potingues e incluso una nariz falsa y una peluca rubia. Lo más complicado fue ocultar mis alas y en el momento en el que estaba totalmente disfrazado pensé en toda la valía que había tenido mamá de ocultarlas. No entendía cómo había sido capaz con lo incómodo que era.
Salí del palacio por una de las puertas traseras aludiendo que era un repartidor —así iba vestido— y me encaminé hasta la casa de mi amada. Fue la primera vez que pude coger el autobús sin que se organizara todo un revuelo y en la que las personas no me miraron como si fuera el ser más increíble que habían visto. Me gustaba, me encantaba no ser, por primera vez, el centro de la atención.
Llegué a su vecindario, un buen barrio con casas lujosas de amplios y muy cuidados jardines, cuarenta y cinco minutos después. La calle estaba desértica, ya que hacía un día horrible; llovía a mares y el viento invitaba a uno a no salir a la calle. Sin embargo, eso no me detuvo. Estaba dispuesto a averiguar qué había pasado y por qué no se había presentado en su puesto ni me cogía las llamadas. No era propio de ella, no señor.
A medida que me acercaba a la gran casa de dos plantas en la que sabía que vivía Wendy —había visto un par de dibujos sobre ella y recordaba vagamente haber estado en un par de ocasiones cuando era un crío, cuando aún Blake seguía con vida, para celebrar algún cumpleaños o barbacoa—, más nervioso me ponía. Aprecié a una figura moviéndose en el interior a través de las ventanas de lo que supuse que sería la sala de estar.
Me acerqué, me acerqué con el corazón en un puño. Recordando sus palabras de una de nuestras muchas conversaciones, me escabullí por la puerta trasera, aquella que daba al sótano y que solo se cerraba con llave por la noche. Ya en el interior, un pasillo me dio la bienvenida. A mano derecha pude apreciar que había una habitación que se usaba como gimnasio; me lo dijeron las tantas máquinas para hacer ejercicio que había allí. A la izquierda había una puerta cerrada a cal y canto y, al abrirla, me di de bruces contra un dormitorio impersonal con escasa decoración. Los muebles eran simples y apenas había fotografías de la dueña, solo una en la que aparecía una pequeña de ojos púrpuras en brazos de su padre. Blake sonreía a la cámara lleno de felicidad mientras la cría lo miraba con amor.
Aquel espacio era minúsculo, compuesto de una cama más bien sosa cuya colcha era de un color neutro, un pequeño escritorio, un armario enano —¿en serio cabía allí toda su ropa?—, un par de estanterías repletas a rebosar de libros y una pequeña mesita de noche donde se encontraba aquella fotografía. La tomé entre las manos y la observé, pasando los dedos por la imagen.
En eso estaba cuando escuché un golpe y una queja seguida de la puerta abriéndose de par en par. Wendy entró como una exhalación y cuando nuestros ojos se conectaron por primera vez en días, estuve a punto de soltar una exclamación.
¡Dios mío! Pero, ¿qué le había hecho ese monstruo? Tenía moretones por todo el cuerpo y un cardenal enorme en la mejilla. Un par de costras en los brazos y en las piernas me pusieron en estado de alarma y el corte aún sin sanar en la frente me hirvió la sangre.
Sentí que todo mi ser ardía de rabia e impotencia ante aquello. ¿Cómo alguien podía hacerle algo así a la mujer más buena que había conocido? Me prometí que haría lo que fuera para que Katrina acabara entre rejas, con una camisa de fuerza y para por fin liberarla de aquel infierno.
Di un par de pasos al mismo tiempo que Wendy abría los ojos de par en par al verme plantado en su habitación.
—¿Qué... Qué haces aquí? —preguntó con la voz temblorosa. Había estado llorando; los ojos hincados y enrojecidos y el surco de sus lágrimas en sus mejillas eran la prueba de ello.
No me gustaba, no me gustaba verla así.
Le rocé el corte que tenía en la frente. Ya no sangraba, pero estaba claro que se había hecho hacía poco.
—¿Qué...? —Me aclaré la garganta—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha pasado?
Soltó un suspiro cargado de cansancio. En sus ojos el brillo tan característico que tenía siempre en ellos, llenos de vida y ganas de comerse el mundo pese a la cruel situación en la que vivía, se había extinto, como si se hubiese rendido.
Oh, Gwenny.
Se dejó caer en su cama y yo la imité. Esperé en silencio a que me contestara y cuando esos horribles nombres salieron de sus labios, quise ir a palacio y hacer justicia de una vez por todas.
—Agatha y Katrina.
Y rompió a llorar. Sus sollozos me rompieron en dos. Me dolía verla así de destrozada, tan rota. La acerqué a mí y no me despegué de ella en un buen rato, hasta que se calmó, y aun así la mantuve pegada a mi cuerpo, pues necesitaba el calor de su cercanía.
—Todo irá bien —la arrullé, aunque no supe si esas palabras iban más para mí o para ella—. Te prometo que juntos haremos justicia.
—No. —Se separó de mí con los ojos aún acuosos—. Se... se han... se han enterado de lo nuestro. —La voz le temblaba. Nunca antes la había visto así de alterada—. Aiden, estoy perdida. Katrina no me deja empezar, no me deja respirar. Ella... Ella se está encargando de hacer de mis días una completa agonía.
Le tomé el rostro entro los dedos y la obligué a mirarme directamente a los ojos. Borré con uno de ellos la pequeña lágrima que osaba emborronar su bonita imagen.
—Lucharemos, preciosa. Me da igual todo; solo me importas tú, que estés bien.
—Es imposible luchar contra ella.
—Nada es imposible si permanecemos unidos. Lo único que quiere es separarnos y no se lo permitiremos. Te quiero y sé que nuestro amor merece la pena.
—Te quiero, mi príncipe de brillante armadura.
Su confesión me dejó sin palabras y ya sin poder controlarme más la cogí entre mis brazos y la besé como se merecía. Me perdí en su aroma fresco y en su tacto suave. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo sin su cercanía ni sus caricias? Había extrañado sus besos, que me pasara las manos por el cuello y enredara los dedos en mi pelo, que lo diera todo en cada encuentro.
La deposité con cuidado en la cama, como si fuera más frágil que la porcelana. Su lengua y en la mía se unieron en una dulce danza en sincronía de la música de nuestros corazones. Me situé encima, apoyando las manos a ambos lados para no aplastarla. Sin apartar los labios de los míos, sus dedos empezaron a recorrerme la espalda hasta acariciar con esa ternura que tanto me estremecía las plumas de mis alas. Un jadeo involuntario se escapó de mis labios, más cuando sus dedos tocaron ese punto sensible que había en el valle de mis alas.
Me separé un poco, lo justo para mirarla a los ojos.
—No sabes las ganas que tengo de devorarte y de saborearte —murmuré con la voz ronca.
Sus mejillas se tiñeron de un rosa adorable ante mi descaro mientras que sus ojos se nublaban de deseo, el mismo que sentía por ella. Sin ningún pudor, enroscó las piernas en torno a mi cintura y comenzó así a crear fricción entre ambos sexos, volviéndonos a ambos locos de placer.
—Hazlo. Demuéstrame cuánto me amas y yo también haré.
¿En serio me estaba pidiendo lo que creía que me estaba pidiendo? ¿Iba a poder acariciarla hasta saciarme y enterrarme en su interior? ¿Podría hacerle el amor de una y mil maneras?
Solo titubeé una vez y fue para preguntarle:
—¿Eres... —Me aclaré la garganta—, ya sabes... virgen?
Presionó su sexo con el mío, provocando que gruñera de placer.
—¿Crees que si lo fuera sería tan receptiva en este momento?
No os lo toméis a mal, porque claro que me habría gustado ser el primero, pero saber que ya contaba con experiencia previa me alegró. Tenía tantas ganas de hundirme en su ser que temía ser demasiado brusco.
No pude decir nada más, ya que su ávida boca buscó la mía y entre besos ardientes nos fuimos desprendiendo de las prendas de ropa que nos quedaban hasta que solo nos separaban sus bragas y mis calzoncillos. Besé su barbilla, descendí por esbelto cuello, dándole pequeños mordisquistos, hasta llegar a sus pechos, los cuales devoré con ansias. Los ruiditos que soltaba mi Gwenny me hicieron ver cuánto estaba disfrutando del momento, cuánto le gustaban mis caricias.
Le devoré los senos sin prisa, acariciando los pezones y torturándola, y, cuando me harté, continué mi exploración. Le di un beso en el ombligo que provocó que su ya de por sí entrecortada respiración se volviera aún más irregular. Llegué hasta sus braguitas con estampado de lazos. Besé los muslos e hice esfuerzos sobrehumanos para no arrancárselas de cuajo. Las tiré con el resto de la ropa y me dejé embriagar por su feminidad. Primero rocé con la yema de los dedos su sexo, provocándola.
—Por favor... Hazlo.
Sonreí con maldad.
—¿Hacer qué? ¿Qué es lo que quieres, Wendy?
Contoneó las caderas. Hundió un mano en mi pecho.
—A ti. Te quiero a ti justo aquí. —Guió con su mano la mía para que la penetrara con los dedos y eso hice. Dejé los juegos a un lado y le hice el amor con los dedos. Primero con uno mientras que con el índice hacía círculos en su clítoris. Pronto sumé un segundo dedo—. Así, así me gusta.
Sonreí ladeadamente. Me encantaba esa versión de Wendy que tenía delante, a mi merced, perdida en mis caricias.
Noté cómo su sexo se tensaba, cómo ella contoneaba las caderas siguiendo el ritmo, hasta que alcanzó su propia liberación. Dejé que se recuperara unos minutos antes de volver a la carga y saborearla hasta que ya no lo pude soportar más. No sé cuándo me puse el condón y si fui yo el que se lo puso o fue ella, solo sé que pronto me vi entre sus piernas, enterrado en su alma.
Hicimos el amor lento y fogoso, hasta que pronto las embestidas se hicieron cada vez más frenéticas, hasta que sus jadeos y los míos inundaron toda la estancia, hasta que ambos alcanzamos el clímax y nos dejamos caer sobre el otro, abrazados.
Le recorrí el rostro con las manos, embelesado. Incluso así, sudorosa, estaba preciosa. Sus ojos habían adquirido ese brillo tan característico que creía perdido; era como si hubiese vuelto a la vida, como si sus ganas de luchar hubiesen regresado. Ahí estaba mi Gwenny, la mujer la que estaba perdidamente enamorado. No se había ido a ninguna parte.
—No puedes quedarte mucho tiempo. Pronto regresarán —dijo con un poco de temor.
Le acaricié la mejilla con mimo, teniendo mucho cuidado con sus heridas. Odiaba verla así, en ese estado, y deseé poder sacarla de allí y vencer a su malvada madrastra. Era injusto que tuviera que sufrir su ira.
—Lo sé —susurré, pero no me moví de su lado—. Me quedaría aquí toda la noche.
—No puedes. Ojalá pudieras, pero ya sabes que...
—Sí, si Katrina o Agatha me ven aquí, te cortarán la cabeza, aunque no creo que sea tan malo como lo que ya te han hecho. Siento que hayan descubierto lo nuestro y que por mi culpa estés pasando todo esto. Ojalá pudiera... Yo...
Gruñí de frustración al no encontrar las palabras para verbalizar todos los pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza.
Sus cálidos dedos me acariciaron la mandíbula.
—No es tu culpa, Aiden. Te prometo que pronto todo acabará y que en lo único en lo que deberé pensar es en mí misma y en las ganas de desnudarte cuando te vea en palacio.
Mis ojos se conectaron con los suyos.
—¿Piensas seguir trabajando en palacio cuando todo esto acabe?
Se encogió de hombros.
—No lo sé, pero supongo que sí. El trabajo me gusta y, además, había pensado en pedir trabajar por la tarde únicamente para poder compaginarlo. Me vendrá bien tener un trabajo para costearme mis gastos.
—¿Qué hay de la herencia de tu padre? Podrías pagarte así los estudios.
Volvió a encogerse de hombros.
—Quiero ahorrar todo lo que pueda para el futuro, ya sabes, para no tener que preocuparme tanto. Además, el sueldo no está nada mal y podré verte siempre que pueda. —Me guiñó un ojo con coquetería y descaro.
Le di un beso que desembocó en otro y otro. Y habríamos seguidos besándonos y tocándonos, habríamos vuelto a hacer el amor, de no haber sido por que Dana la llamó para avisarle de que venían de camino. Me vestí a todo correr y salí de allí como si lo que habíamos hecho hubiera estado mal cuando en realidad estaba deseando volver a probarla y a perderme entre sus brazos.
. . .
El día treinta de noviembre fue un día gris y triste, literal y figuradamente. Era el peor día del año para toda la familia y el día en el que papá más se encerraba en sí mismo. Ninguno tuvo ánimos en toda la mañana de hacer nada y, por ello, nos pasamos las horas o bien en nuestro espacio privado o en la pequeña salita de estar exclusiva.
Los ánimos estaban por los suelos. Ninguno dijo palabra alguna, no hasta que nos encaminamos hacia el cementerio donde estaba enterrado el mejor amigo de mi padre. Fuimos todos, incluidos Cathrine, Nicholas y sus hijos, aunque no había ni rastro de Katrina y sus dos hijas. Era un pequeño rito que habíamos adoptado a lo largo de los años: nos apiñábamos en torno a su tumba y cada uno decía algo. Era emotivo y triste.
Llegamos a las puertas metálicas del gran edificio. Papá y su amigo encabezaban la marcha con la cabeza baja, llorando. La pérdida de Blake había sido un duro golpe para ellos dos y no había día que no lo recordaran, que no hablaran de sus fechorías.
Papá se detuvo junto a la entrada, con los ojos acuosos.
—No creo que pueda hacerlo, no estoy listo.
Nicholas le dio un fuerte abrazo y una sonrisa apenada inundó sus rasgos.
—Claro que puedes, tío. Vamos a ir allí y vamos a homenajearle como se merece.
—Ojalá no se hubiera ido tan pronto, ojalá el accidente no se hubiera dado. Siento que todo esto es una patada del destino.
Mamá se acercó a ambos y abrazó por la espalda a papá.
—Vamos, cariño, eres fuerte. Blake habría querido que ambos lo superarais.
Porque aún no lo habían superado. Era doloroso ver a tu progenitor partido por el dolor, perdido. Ese día era el peor de todos, el que mas odiábamos. Me habría gustado pasarlo junto a Wendy, pero seguía desaparecida y solo la podía ver en las escapadas clandestinas que hacía a su casa cuando sabía que no iba a haber nadie entrometiéndose entre nosotros.
El día apuntaba a que sería igual que todos: nos reuniríamos junto a las tumbas de Blake y su hija, hablaríamos, nos abrazaríamos y lloraríamos hasta que ya no pudiéramos derramar ni una sola lágrima más.
Pero ninguno estaba preparado para lo que ocurrió.
Unos metros antes de llegar a las dos tumbas nos paramos en seco. Allí, de pie, con un ramo de flores llamativas, había una mujer. Estaba de espaldas y vestía ropa muy simple.
—Siento haberte defraudado, papá —murmuró con la voz congestionada. Un sollozo se escapó de sus labios—. Ojalá todo fuera diferente, ojalá estuvieras aquí, conmigo, y me protegieras de los monstruos, como siempre hacías cuando era pequeña. Te quiero, te quiero mucho.
Mis ojos no daban crédito.
Dejó el ramo de flores sobre la tumba de su padre y se volvió para marcharse. En el momento exacto en el que sus ojos púrpuras se clavaron en los míos, se me cortó la respiración, como al resto. Papá dio un paso al frente, blanco como un fantasma; y es que es como si en realidad estuviera viendo uno, puesto que para todos Gwendolyn Barrie había muerto aquel fatídico día.
—Tú... ¿Eres... eres la hija de Blake?
Los ojos de Wendy se abrieron de par en par asustados, pero no titubeó en ningún momento.
—Sí, soy su hija —musitó en apenas un hilo de voz.
Y se desató el caos.
................................................................................................................................................................
Nota de autora:
¡Feliz domingo, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? Yo encantada con vuestros mensajes de cumpleaños. Sois los mejores y os adoro. ¿Qué os ha parecido mi regalo? Repasemos:
1. Wendy y Aiden llevan semanas sin verse.
2. La visita sorpresa de Aiden.
3. Confesiones.
4. Se desata el amor.
5. El aniversario de la muerte de Blake.
6. La familia Rosenzberg y los amigos más cercanos van al cementerio.
7. ¡Se encuentran con Wendy!
8. ¡Por fin Christopher y Nick se enteran de la verdad!
Espero que el capítulo sorpresa os haya gustado. ¡Nos vemos mañana! Un besito grande.
Mis redes:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro