Capítulo 1
Capítulo 1
Aiden:
Escuché cómo mi padre me sermoneaba de nuevo por otro escándalo. A la prensa le encantaba inventarse historias y, por desgracia para mí, al ser el príncipe estaba en el punto de mira. Odiaba ser una cara pública y no poder mantener mi imagen bajo el anonimato. Mi vida privada quedaba a la vista de todos, sin importarles que era una persona de carne y hueso que sentía y padecía. Intentaba ser cuidadoso, pero a veces era casi imposible evitarlos.
Miré de nuevo el artículo de una de las revistas más influyentes del reino. Las palabras "El príncipe se monta una buena juerga" brillaban con luz propia en grande. Era una exageración; solo había celebrado el cumpleaños de uno de mis amigos y tampoco es que hubiera bebido demasiado. No era tonto y sabía dónde estaba mi límite y, además, estaban esas dichosas normas de protocolo.
—¿Te parece gracioso esto? Es la tercera vez en este mes. —A papá parecía que estaba a punto de reventarle una vena del cuello.
Puse los ojos en blanco. Era un exagerado y estaba muy preocupado por lo que el pueblo pensaría cuando a mí me importaba más bien poco. Era mi vida y tenía todo el derecho del mundo de hacer lo que me apeteciera sin que nada ni nadie me ordenara qué estaba bien y qué no. Estaba harto de las estúpidas normas que debía seguir desde niño.
—Qué más da lo que la gente crea; lo importante es lo que nosotros sepamos. Además, sabes perfectamente que a los periodistas les encanta dramatizar e inflar los hechos —me defendí.
Miré a mi padre. Pese a estar de brazos cruzados y fruncir el ceño se apreciaban aún esos rasgos que habían cautivado a gran parte de la población femenina en su juventud, mi madre incluida. Con el pelo perfectamente peinado y ni una sola mancha en su traje, lucía impecable, como siempre, como todo un rey perfecto. Aunque toda la familia sabíamos que distaba de serlo, que solo era una tapadera y que de puertas para adentro era simplemente él mismo: un padre ejemplar y un marido atento. Desde pequeño había intentado que siguiera sus pasos, pero había sido en balde, pues con la rebeldía que vino al llegar la adolescencia supe que ser Don perfecto no era lo mío y que pasaba de lo que el pueblo pensara de mí. Mas eso a mis padres no les gustó un ápice y han intentado encarrilarme de nuevo en vano.
Dio un sonoro golpe contra la mesa de su escritorio. Por lo general, no solía ser tan brusco; al contrario, en todos esos años muy pocas veces lo había visto fuera de sus casillas y aún menos utilizando la fuerza bruta. Era un rey pacifista y no le gustaba enviar a su país a guerras o grescas sinsentido. Por eso, que diera aquel golpe me hizo ver lo en serio que iba y lo enfadado que estaba con mi comportamiento.
—Mira, ya sé que no te gusta que dirijan tu vida. Créeme, a mí, a tu edad, tampoco me gustaba. Tienes suerte que tu madre y yo no seamos como mis padres e intentemos buscarse una esposa. Lo único que te pido a cambio es que colabores, que cooperes. Esta es la tercera mujer con la que te pilla la prensa en este mes y ya te han tachado de heredero playboy y tanto tú como yo sabemos que no lo eres.
—Solo estoy buscando a la definitiva, pero es tan difícil saber cuándo están contigo por interés propio y no por ti.
Papá me miró como si ya hubiera pasado por lo mismo. La historia de amor de mis padres me parecía tan romántica y tan mágica que desde pequeño soñaba con encontrar a aquella mujer que volviera mi mundo patas arriba y que, con solo una mirada, provocara en mí un sinfín de reacciones que no supiera controlar. Cada día los veía lanzarse miraditas cómplices, buscar el contacto del otro aunque fuera efímero, besarse siempre que tenían ocasión, como si llevaran meses o años sin verse cuando la realidad era otra.
—La hallarás, solo debes mirar mejor. Estoy seguro que la tienes delante de tus narices y ni siquiera te has dado cuenta.
Hice una mueca. Sí, claro. Como si fuera tan sencillo.
—No es tan fácil.
Esbozó una sonrisa de sabelotodo, como si supiera algo que yo no.
—Yo también pensaba como tú y al final aprendí a mirar mejor. Tenía a tu madre más cerca de lo que esperaba.
Incluso un tonto se daría cuenta cuán enamorado estaba mi padre a pesar de que ya llevaran más de veinte años casados. Como toda pareja común y corriente, no podían evitar discutir de vez en cuando, pero aquello era solo una pequeña piedra. La de veces que mi padre sorprendía a mi madre con una cena sorpresa o un regalo para nada ostentoso, como cuando tras un viaje de negocios en el que estuvo más de un mes fuera la sorprendió al traerle desde Islandia una pulsera de hilo que había visto en un mercado o la vez en la que, teniéndome como aliado, había preparado una cena romántica bajo la luz de las velas después de haberse enterado de que su padre había fallecido. Tenía pequeños detalles con ella que no dejaban de enamorarla cada día que pasaba.
—No puedo evitar pensar que el tiempo se me agota.
Rodeó la mesa de su escritorio, se situó delante de mí y me posó una mano en el hombro. La mirada que me lanzaba no era la de un rey; era la de un padre que lo único que quería era ver feliz a su hijo.
—Tienes veinticuatro años. Estás en la flor de la vida. No intentes forzarlo, pues el amor es la fuerza más poderosa de la naturaleza y no atiende a leyes. Pasará cuando tenga que pasar.
Me pasé las manos por el cabello y tiré con frustración de él.
—Estoy harto de esperar, de toparme siempre con aspirantes que solo terminan queriendo la corona y no quién soy en realidad, que ni se molestan en conocerme y que solo se preocupan por la imagen.
Una sonrisa tiró de sus labios hacia arriba.
—Me recuerdas tanto a mí, hijo. Con tu edad estaba tan cansado de toda esa patochada y mis padres al principio no sabían que en realidad estaba buscando a una mujer que fuera sí misma y que no cambiara. No sabes lo difícil que es encontrar hoy en día, siendo quién eres, a una sola que te quiera tal cual eres, no por lo que eres; pero, ¿sabes?, estoy seguro que algún día la encontrarás, que encontrarás a esa persona que te haga contener la respiración con solo una caricia y con la que quieras pasar todo tu tiempo libre. Solo debes tener fe.
Sus palabras sonaban tan esperanzadoras. En toda mi vida había estado con chicas a quienes creía que quería, pero que con el tiempo me habían demostrado que todo había sido una gran mentira. Con el paso de los años había aprendido que sería algo que me pasaría siempre y, por eso, mientras hallaba a la indicada había decidido no privarme de los placeres carnales.
Me despedí de mi padre con un abrazo aprovechando que estábamos en privado y me dirigí a mi habitación. Ya era un poco tarde y pronto sería la hora de la cena. Además, tenía la suerte de que hubiese terminado mis obligaciones antes de lo esperado.
Me dejé caer en el sofá y cogí el libro que había en la mesa de cristal, ese que había empezado hacía pocos días y casi había devorado por completo. Pese a que todos creían que era un niño mimado y creído, en mí habitaba una persona a la que le gustaba el placer de lo sencillo, como ver el atardecer o disfrutar de la cálida brisa veraniega. No era, ni de lejos, un pijo, aunque eso daba igual; al haber nacido en el seno de la familia más influyente del país todos pensaban que lo era, que a mis hermanos y a mí no nos importaba el pueblo cuando en realidad estaba muy pendiente de las necesidades que tuviera.
Quería ser un rey ejemplar, como lo eran mis padres. En más de una ocasión había visto cómo los súbditos los adoraban y cómo intentaban acercárseles al máximo en el desfile anual que festejaba el nacimiento del reino y en el que se organizaban juegos, competiciones y diversos talleres gratuitos en los que desde pequeño había participado.
Sobre las ocho y media, unos golpes en la puerta me hicieron volver a la realidad. Y es que, sin darme cuenta, me había quedado mirando el libro, en la misma línea, perdido en mis pensamientos.
—Adelante.
El tintinear suave de unos tacones inundaron la estancia de suelos laminados. Mi madre, tan alegre y sonriente como siempre, iluminó con su presencia la habitación. Era preciosa y los años no habían hecho más que resaltar sus rasgos y acentuarlos. Con el pelo suelo lleno de tirabuzones cortado por encima de los hombros, esa nariz pequeña y respingona y esos grandes ojos color ámbar, era la envidia de todas las mujeres del reino. Lo que más llamaba la atención de ella eran aquellas dos alas enormes que tenía y que yo había heredado.
Desde que era un crío me había enseñado que era especial y había aprendido todo lo que sé de ella, como el arte de despegar y aterrizar —parece muy fácil, pero la de veces que me había caído intentándolo y la de lesiones que me había hecho en mis primeros años—, pequeños secretos para mantener las alas bien cuidadas y, sobre todo, a quererme a mí mismo pese a todo. Según me había contado papá, no fue muy querida en su juventud y no fue hasta que se conocieron que temía mostrarlas por el miedo al rechazo.
—¿Cómo estás, cariño? ¿Qué tal te ha ido el día? Siento haber estado desaparecida desde esta mañana, pero estoy preparando una recepción importante.
Mamá me dio uno de sus fuertes achuchones. A pesar de que en público se mostraba como toda una reina, en lo privado solo era mi madre, nadie que estuviera por encima. La adoraba y desde siempre había sido mi ídolo, mi ejemplo a seguir. Gracias a todos los proyectos que había financiado el país iba muchísimo mejor.
—Todo bien, aunque ya sabes que papá se ahoga con un vaso de agua cuando quiere y me ha dado una regañina por lo que ha dicho la prensa de mí. —Puse los ojos en blanco—. Es un exagerado.
Deslizó sus dedos por mi mejilla con delicadeza, solo como ella sabía hacerlo.
—Solo se preocupa por ti. Ya sabes por todo lo que tuvo que pasar antes de conocerme, las innumerables citas a las que le obligaron a ir sus padres. Quiere lo mejor para ti.
La miré con cariño.
—No sabes lo agradecido que estoy de que no me hayáis preparado ni una sola cita sorpresa. No sé cómo papá las aguantaba; seguro que eran un aburrimiento.
—Según me han contado, lo eran. Más si era consciente de que la chica solo estaba interesada en todos los lujos de la corona y no en él como persona. Ya sabes lo bueno que es y en toda ocasión era un considerado. —Un halo de tristeza cruzó su mirada durante unos segundos, tan rápido que fue apenas perceptible. Pronto volvía a mostrar esa sonrisa genuina que tanto la caracterizaba—. Pero eso son cosas del pasado y, por suerte, no nos tenemos que parar en ello. Lo importante es que seas feliz, lo sabes, ¿verdad? No tengas prisa en hallar a esa mujer que volverá tu mundo patas arriba y quiero que sepas que la aceptaré sea como sea, incluso si es una estirada insoportable.
La abracé y dejé que me acurrucara contra su pecho como cuando era pequeño.
—¿En serio, mamá?
Ella me pellizcó las mejillas.
—Por supuesto. Lo único que quiero es que seas feliz y si con esa muchacha lo eres, yo también lo seré. Te prometo que buscaré el lado bueno, aquello que la hace tan especial a tus ojos, y que la mimaré y la querré con todo mi corazón, como si fuera una hija para mí.
Allí, abrazo a mi heroína, poco sabía de lo mucho que iba a cambiar mi vida en pocos meses, menos que encontraría el amor en la persona menos esperada. Pero a veces las cosas suceden porque sí y el destino es caprichoso.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis queridos lectores!
¿Qué tal estáis? ¿Me echabais de menos? He añorado actualizar.
Aquí tenéis el primer capítulo de No es una historia de amor. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Aiden está en problemas.
2. ¿Aiden el príncipe mujeriego?
3. Momento padre e hijo.
4. Momento madre e hijo.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en el próximo! Un besote.
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