Capítulo 10
Capítulo dedicado a: AunNoLoTengo por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Kageyama durante todo el día se había sentido renovado, casi como algo nuevo. Era de esos días donde te sentías feliz casi sin ninguna razón aparente, y flotabas por las nubes de la alegría. Después de que el clima se arreglara, los tres chicos se habían preparado y habían ido juntos a la escuela. Sí, había ido a la escuela con Hinata... y Sugawara. Posiblemente ésa era la razón por la que se sentía tan lleno de vida, aunque realmente no lograba entenderla ni un poco, no había una pizca de tonos lógicos en su mente: no había ni siquiera una mínima idea del por qué se sentía eufórico, pero el sentimiento ahí estaba. Quemaba, quemaba demasiado.
Incluso después de ese acontecimiento, todo seguía golpeando. Aun no tenía ni idea de qué era lo que haría su clase para el reciente Festival Escolar, y la próxima semana tendrían exámenes (cabiendo mencionar que era un día jueves), pero nada le importaba.
Sin querer, su corazón latía fuertemente, y cuando los descansos llegaban, la inspiración naciente lo obligaba a escribir en la parte trasera de su libreta lo que sería el resumen del siguiente capítulo.
El rubor infantil delineaba sus blancas mejillas y una sonrisa un tanto boba quería escaparse mientras su mano escribía. Claro, esa acción tan hermosa no era bien vista por muchos de sus compañeros, y algunos ya hasta habían entrado en pánico: el solitario chico, Kageyama Tobio, parecía disfrutar hacer algo, ¡qué miedo!
—¿Qué estará haciendo? —murmuró una chica del salón, con más curiosidad que miedo a sus amigas. Ella había sido una de las jóvenes que le habían declarado su amor (o al menos lo intentó, pero éste nunca se presentó, aunque le mandó una carta), y fue rechazada.
—No sé, quizás está escribiendo una historia de terror, o ¡una carta de desafío! —gritó un chico con miedo, como modo de respuesta—. ¿¡Planea moler a golpes a alguien!?
Tobio ni siquiera les prestó atención, estaba sumido en su mundo, satisfecho por lo ordenadas que tenía sus ideas. Podría dibujar todo correctamente llegando a casa, para así al día siguiente mandarlo a sus ayudantes que se encargaban de los fondos y la iluminación en uno de los sectores de la editorial Masamune.
«Hay un anuncio súbito acerca de la venida de un tifón, el mismo día en que Ikki fue presentado como personaje oficialmente. Como Dai y Hiroshi se hicieron algo similar a amigos, y el único enamorado actualmente es Hiroshi, él hace todo lo posible para invitarlo a quedarse en su casa, con la excusa de que el hogar de Dai estaba mucho más alejado. —Tomó una pausa en sus pensamientos, deteniendo el lápiz para pensar con más seriedad, y ahora que lo leía correctamente, parecía resumen de un Yaoi o Hentai mal estructurado, en lugar de un BL—. Ambos aceptan, y al estar a medio entrenamiento van directo a casa. Ikki los sigue, porque el primer encuentro que tuvo con Dai fue suficiente para que le llamara la atención...»
Detuvo su historia a medio camino, arqueando sus cejas con cierta seguridad contenida en sus pupilas y lograr llegar a un acuerdo realmente serio: no importaba por dónde lo mirara, la inclusión de Ikki se veía forzada. Debería de disfrazarlo con un acto de comedia para que fuera justificado, por muy estúpido que pareciera.
Tan sumido estaba en ese punto, que no pudo reaccionar correctamente, hasta que entendió que las clases ya habían terminado, y él por poco y se olvidaba de la práctica: ¡iba a llegar tarde! No tardó en mostrar un signo de sorpresa tan sincero en su cara, a la hora de enseñar sus temores al exterior, con un grito inocente y certero, al ponerse completamente de pie y con el miedo enjaulado en su cara, generando que su cuerpo golpeara su pupitre, y con eso un enorme ruido que hizo temblar a todos, porque el delincuente de Kageyama Tobio, el chico malo, estaba listo para enloquecer tras escribir una carta de amenaza.
Suerte para todos que eso nunca llegó, ya que la intromisión femenina de una bella chica de tercero, de cortos cabellos cafés y ojos del mismo color, les llamó la atención. A su lado de ésta, venían dos chicos más: una chica y un chico de segundo. La presidenta del Consejo Estudiantil dejaba relucir su presencia, incluso más de lo que lo hacía su banda roja que la calificaba como tal en su brazo derecho. Se presentó amablemente, con una sonrisa en su cara ante todos y se tomó la libertad de escribir en la pizarra: «las actividades de los clubes (deportivos y recreativos) quedan canceladas por hoy. Motivo: la escuela se ofreció a apoyar en recoger la basura que se extendió por la prefectura de Miyagi después del horario escolar. Todos los estudiantes deben apoyar con esa labor».
—Bien, ¿alguna objeción? —respondió la fémina con seguridad. Nadie pudo objetar nada, a pesar de que la gran mayoría no tenía ganas de realizar esa noble labor—. Ya saben, para esta labor necesitan cambiarse a su ropa de deportes. Las bolsas y todo lo demás se les proporcionará en la entrada de la academia. —Para colmo, daban a entender que no los dejarían escapar.
Sugawara tomó otro respiro, tras girar en una esquina y encontrar bastantes pedazos de basura regada: sí, el tifón le había dado buenos momentos con sus pequeños Kouhai, pero las consecuencias eran desastrosas. Ojalá y los pequeños animales callejeros hayan encontrado un buen refugio.
Su mirada estaba seria, mientras metía en la bolsa que le había entregado una compañera de aula del Consejo todo lo que estaba a su alcance. Sus dos amigos también lo estaban apoyando.
—Mira lo que encontré —llamó uno de sus amigos, tomándolo del hombro para llamar su atención. El chico de hebras grises no tardó en girar para observar lo que sea que su amigo haya hallado, sólo para toparse con su vista cegada por un golpe pegajoso en su cara por unos breves instantes—. ¡Una rata muerta! —Estaba claro que lo que tenía en la frente no era una rata muerta, era un pedazo de alga que había llegado volando de quién sabe dónde. Pero el cerebro era tan sensible, que una diminuta parte suya sí se la creyó, al punto de soltar un grito ensordecedor y alejar de su cara el pedazo de algas. Su amigo se carcajeó a su lado.
—¡No me asustes así, hombre! —pidió Suga, completamente alterado y no perdiendo el tiempo para darle un buen golpe en la espalda que por poco y le provocó tirarlo de la posición en la que estaba sentado.
—Eres muy chistoso, Koushi-kun —exclamó el otro, dando una carcajada certera a la hora de afirmar eso último.
—Ah, ¡son Sawamura-san y Michimiya-chan! —Su otro amigo más serio pareció alegrarse al ver a lo lejos a los antes mencionados. Suga no pudo evitar abrir sus ojos como platos al escuchar el primer nombre pronunciado, y quiso ignorar que su corazón dio ese extraño salto que lo obligaba a caer nuevamente en un vaivén desastroso, como el que ocurrió hacía un día. Y volvió a mirar de nuevo y sin ninguna pizca de cohibir su personalidad y sorpresa, la figura de ambos jóvenes cargando lo que lograba ser un enorme televisor antiguo, de esos que pesaban toneladas. La chica se mostraba con ciertos problemas para cargar su lado, haciendo un esfuerzo enorme y negándose a evitar que Daichi lo cargara solo. Sí, Yui era una gran persona y a veces había escuchado ciertos rumores románticos que giraban en torno a ella y Daichi...—. Michimiya-chan se está esforzando en cargar eso, se nota que realmente quiere impresionar a Sawamura-san... —Eso golpeó como un balde de agua fría al joven de tercer año, sin siquiera saber exactamente la razón.
La nítida imagen de la idea de Kageyama y Hinata se le vino a la mente, golpeando torpemente su inexperiencia al llegar a chocar con el primer tomo que alcanzó a leer del manga BL escrito por el primer mencionado. Normalmente, en una historia de ese género, donde varios chicos se amaban entre ellos, los personajes femeninos eran de lo más insoportables, siendo retratados casi como si fueran lo peor de lo peor.
Pero ésa no era una historia BL, Yui era una chica fuerte y alegre, una gran persona. Él era el envidioso, y no tenía una idea exacta del por qué.
Era tan egoísta que en ese momento lo reafirmaría con una excusa para acercarse a ellos.
—¿Puedes cuidar mi bolsa? Parecen tener problemas para cargarla —comentó el amable Sugawara de siempre, con una sonrisa en sus labios y un movimiento de manos para despedirse momentáneamente de sus dos amigos, que lo miraron estupefactos—. ¡Daichi, Michimiya-san! —saludó el hombre, con una enorme sonrisa amigable en su rostro. Su mano alzada envuelta en un guante especial para recoger desechos y su voz llamaron la atención del dúo. El primer chico sonrió al verlo.
—Hola, pensé que te habías ido por tu lado —aseguró el otro como si nada, Sugawara llegó hasta el lugar de ambos y sonrió con torpeza, antes de rascar su nuca y reír con torpeza.
—Eso intenté, pero no pude hacerlo: lo que están cargando parece causarles problemas, así que he tomado la decisión de ayudarlos —indicó sin nada de tacto, señalándose con su dedo el centro de su ropa deportiva roja. Yui se mostró aliviada, en mayor medida que Daichi, siendo éste más discreto.
—Te lo agradeceríamos mucho —afirmó el azabache, dando una sonrisa abiertamente natural y haciendo que Koushi se uniera fácilmente a tomar entre sus manos el aparato viejo—. Sé que esto no tiene que ver con la basura dejada por el tifón, pero basura es basura, y hay que llevarlo al depósito más cercano. —Daichi era brillante, tan brillante que lo cegaba.
—¡Sí, sí! ¡Ésa es la actitud! —exclamó la chica de cortos cabellos cafés. Ella tan alegre, que dolía. No pudo evitar bajar la vista y entender que quizás sólo se había esforzado en ayudarlos para que ellos dos no siguieran a solas. Se perdió en sus sentimientos, que no tardó en privarse, no notando la burla en la cara de Yui al ver a Daichi, y lo desconcertado que el otro se puso—. ¡Qué buena suerte para ti!
—No lo digas así...
—Mira, es una pelota —llamó a sus amigos un chico con lentes cuadrados, logrando tomar entre sus manos y cerca del río local entre los pastizales una pelota envuelta en lodo. Hinata no pudo evitar sentirse eufórico al escuchar esas palabras, notando la pequeña pelota que estaba ocupando las manos de Acchan.
—Tú eres del equipo de béisbol de la escuela, deberías de lanzarla a ver si cae en la bolsa —pidió el pequeño joven de hebras naranjas, no perdiendo el tiempo para hacer saber que ya se estaba aburriendo de juntar basura y quería divertirse por obvias razones. Su amigo dio un largo suspiro y negó rápidamente, Hinata pareció perdido—. ¿Por qué no?
—Porque hacer eso sería como lanzarla a la basura. Si la lavas bien, lo más seguro es que puedas volverla a utilizar: reciclar, reciclar —cantó el chico con alegría, levantando uno de sus dedos enguantados al aire y sonriendo abiertamente.
Otro chico, de igual forma, amigo de Shoyo, no tardó en reírse de las palabras ajenas, empezando a atacar por su espalda al darle un golpe seco con su mano abierta justo ahí, logrando que el mayor soltara un grito dolido.
—¿Qué dices, tonto? Deja de confundir términos: lo que intentas es reutilizar.
—¿Y por qué me pegas? —exigió una explicación.
—¿En serio no sería reciclar? —Ahora fue el de cabellos naranjas quien se esforzaba en entender el tema. El otro chico volvió a insistir.
—No, no, es reutilizar.
La atmósfera tranquila que los tres amigos habían creado como si nada en esa plática casual, fue estropeada en un abrir y cerrar de ojos, por la imponente figura de otro chico del mismo grado que ellos, que actualmente venía cargando en su espalda lo que sería la reputación de un delincuente juvenil cualquiera: Kageyama Tobio. El azabache caminaba derecho, rápidamente, con el ceño fruncido observando hacia el frente, como si algo enorme lo molestara. Los tres ahí presentes se quedaron quietos y congelados, sólo atinando a notar cada una de sus acciones, por muy mínimas que fueran.
—¿Es Kageyama-san? —susurraron a las espaldas de Shoyo sus dos acompañantes, como si ese tonto cabeza hueca realmente fuera el líder de una pandilla peligrosa. Hasta cierto punto era divertido ver la ironía—. ¿Estará molesto porque lo obligaron a recoger basura?
—No lo sé...
Los grandes ojos cafés del chico quisieron atrapar con su mirar el cuerpo solitario de ese tonto. De cierta manera, era un tanto triste, verlo ahí, en medio de los grandes pastizales de color verde oscuro, quizás encontrando alguna que otra basura y metiéndola a su respectiva bolsa: posiblemente sí estaba molesto, pero era porque las actividades del club se cancelaron por esa labor.
—Siempre está solo, rara vez se le ha visto con alguien más. No tiene amigos. —Escuchó claramente esas palabras Hinata, como una daga atravesando su cuerpo. Terminó siendo golpeado con agua fría, pero pudo mantenerse en flote porque una parte dentro de sí mismo ya se lo esperaba.
—¡Hace caras aterradoras incluso cuando compra en la máquina expendedora!
Hinata quiso agregar que también se comía de un solo sorbo la leche que lograba extraer de ahí. Es más, ya era bastante tierno que sacara de una máquina expendedora leche con tanta violencia...
¿Eh? ¿Tierno?
Tobio atrapó entre sus manos hierva suelta que por poco había sido arrancada completamente del suelo, y tomó la decisión de terminar su labor. Sus manos se aferraron al pedazo de hierva que ya dejaba ver unas cuantas raíces y jaló, jaló con fuerza, flexionando su cuerpo e inclinándose para atrás. Al final de cuentas, su fuerza fue suficiente para sacarla, pero no para mantenerse equilibrado: cayó de bruces al suelo, manchando su ropa deportiva y su trasero se cubrió de lodo.
—¿Se cayó? —preguntó el amigo de Hinata.
—Se cayó —concordó el otro.
El chico más bajo no pudo aguantar más la risa y se carcajeó abiertamente, al verlo realizar una cara extraña por sus propias acciones y quizás el extraño miedo al sentir su trasero pegajoso al ponerse de pie. Sus dos amigos también quisieron tener la capacidad natural de Shoyo como para ponerse a reír como si nada, tan fácil y alegre que daba miedo: ¿cómo podía reírse abiertamente del delincuente de primero más temido?
El de ojos azules oyó su risa inconfundible en la lejanía, y como si fuera un sensor que reaccionaba ante la forma de ser de Shoyo Hinata, viró su cabeza violentamente al pequeño trío de chicos. Su mirada era helada y seria, vagaba por el cuerpo de los dos acompañantes de su pareja, como si quisiera callar las risas inesperadas que lograba sacar sin una pizca de esfuerzo en el extrovertido chico, mientras sus amigos ya estaban temblando hasta la médula, deseando hacerse pequeños y desaparecer del punto de mira.
—Oye, Shoyo... —Lo llamó el de gafas, preocupado, queriendo que se retractara.
—¡Idiota!, ¡Hinata idiota! —Muy al contrario, lo único que salió de los labios ajenos fue su insulto habitual. El mencionado terminó su risa con una nota designada deslizándose de sus labios y no pudo evitar arquear sus cejas con enojo—. ¡Si te vuelves a reír te mato! —advirtió, irritado y fingiendo ocultar su vergüenza con su histeria. Shoyo se sintió hipnotizado con su actitud, no haciendo más que un puchero con sus labios.
—Vamos, no eres nada romántico. —Encaró con seriedad, dando un énfasis enorme a esa curiosa situación en la que ambos terminaron enredados sin querer: se suponía que estaban saliendo, pero realmente ninguno de los dos había hecho cosas que hiciera una pareja verdadera, ni siquiera hablaban de eso: sólo lo eran de nombre realmente.
—¿No lo soy? —respondió a la frase anterior con una pregunta, poniéndose de pie de golpe de su lugar con los pantalones en la parte de atrás llenos de lodo: la imagen sería una típica escena romántica si no fuera por ese detalle, y también por el minúsculo caso que se dio cuando el más bajo que lo estaba incentivando, sintió el verdadero miedo golpear su cara.
Sus amigos pudieron tener la corazonada de que algo malo venía, porque los delgados pies del más bajo temblaban como si el peligro inminente se abriera paso. Literalmente Kageyama sí se abría paso entre la maleza, con sus zapatos enlodados y su seriedad directamente al pálido chico que ya no podía ni moverse. Ya podían ver en un futuro no tan lejano el funeral de Shoyo, siendo recordado como el pequeño rayo de Sol que se enfrentó a una tormenta eléctrica y no sobrevivió para contarlo.
«Serás recordado como alguien muy valiente», pensó con seriedad uno de los chicos de cabello castaño, juntando las palmas de sus manos y listo para rezar.
El otro joven no tardó en mirarlo raro.
—¡Todavía no lo des por muerto! —Cuando gritó esa exclamación, el mayor ya había llegado a parar frente a la pequeña silueta delgada de Shoyo. Kageyama lo miró con seriedad, pero esa frialdad de siempre por unos segundos desapareció sin dejar rastro, y su mano atrapó la ajena, logrando que el temblor acabara tal y como inicio.
—Kageyama-sama, perdón —murmuró como un impulso de sus labios el chico que ya había sido apresado. El susodicho arqueó sus cejas al oír el apodo.
—Si no estaba siendo lo suficientemente romántico, ¿lo sería si te tomo de la mano y te llevo a un lugar apartado? —comentó con completa inocencia. Shoyo se aturdió.
«¿Romántica?», pasó por la mente de los dos espectadores. Hinata por fin pudo conectar.
—¿Usarás esta situación?
—Sí —dijo el otro, en voz baja.
—Entonces supongo que una buena escena es cuando ambos se queden solos. —Dio su permiso, con una sonrisa tan cegadora que Tobio tuvo que apartar la vista por unos instantes, y quizá fue la misma actitud radiante y brillante que logró hacerlo sentir caliente y ardiendo en rojo sus mejillas.
Fue el impulso perfecto para apretar más el agarre e invitarlo directamente a caminar, a pasos veloces lejos de su grupo de amigos.
Los dos sobrantes no pudieron evitar sus opiniones al ver la escena: el primero estaba que temblaba, creyendo que se lo llevaban al matadero, ¡lo golpearía!, y el otro encontraba chistoso como se veían ambos: tan idiotas. Pero no lo diría en voz alta porque apreciaba su vida.
—¡Shoyo! —El desespero en la voz de su amigo lo sobresaltó demasiado, tanto que tuvo que acomodarse sus gafas que se resbalaron por el brinco que dio. Hinata para su suerte escuchó el llamado plañidero de su amigo y volteó para verlo mientras se alejaba de la mano de Kageyama, y terminó por sonreír.
—¡Me voy con Kageyama!
—Se resignó a su muerte... —Lloró desconsolado su amigo. El de gafas rodó sus ojos ante su actitud.
—No es eso...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro