Capítulo 03
—¿Qué necesitas? —preguntó Hinata torpemente, notando como Tobio sacaba una pluma de su mochila y empezaba a escribir al reverso de la portada del tomo donde dos chicos permanecían abrazados, con un montón de colores que rozaban la barra del azul. El mayor se tomó todo en serio, trazando sin parpadear una firma inventada en el momento (sí, en el momento).
—La verdad, es que no sé por qué, pero mi editor dijo que mi historia estaba bajando en cuanto a la trama y sentimientos mostrados —aseguró, dando un último desliz con la pluma, para proseguir a darle una mirada rápida al resultado final. Hinata escuchó cada una de sus palabras con atención, un poco pensativo ante sus afirmaciones, al arquear sus cejas, recibiendo de regreso el tomo nuevo.
—¿En serio? Yo creo que sigue igual que siempre, que va muy bien la historia. ¿Cómo decirlo?, en cada capítulo parece que hay algo que me hace sentirme como: «khaaaa» —exclamó, con sus pupilas iluminadas hasta el tope y no limitándose para alzar sus manos al aire. Parecía ansioso, parecía feliz, Kageyama nunca antes había visto a Shoyo así. Y no sabía si eso era algo bueno; quería suponer que sí, ya que la razón de que lo estuviera era justamente el descubrimiento de que un compañero del club era su mangaka favorito, un dibujante de manga. Qué estúpida coincidencia—. Pero supongo que está bien que quieras mejorar, es algo que siempre haces, eso es bueno.
Tobio escuchó esas palabras atentamente, siendo serio en todo momento.
—¿Y qué harás al respecto? —cuestionó, sin siquiera mirar la firma entregada que le dio Kageyama, sólo guardando el tomo con sumo cuidado sobre su mochila, y sacar a su vez su camisa limpia.
—Quiero tu ayuda, idiota.
—¿Así pides un favor? —Se mofó de él torpemente, deshaciéndose de su camisa y dejando a la vista su torso desnudo. El mayor tuvo un ligero temblor en su ceja izquierda, sabiendo que lo que decía el menor no era un mero capricho, era la verdad. Pero todo se destruyó, al ver que el rostro de Hinata mostró una sonrisa un tanto burlona que enseñaba todos sus dientes y movía sus cejas con juguetería—. Pero bueno... supongo que no hay problema. Somos compañeros de club, al fin y al cabo.
«Sí se parece a Dai, quiero golpearlo», pensó el azabache, tronando sus dientes internamente, pero no queriendo arruinarlo, porque el más bajo ya había aceptado. Sería un terrible problema que iniciaran una discusión justo ahora, ya que había sido extrañamente fácil convencerlo. Había altas posibilidades de que el de hebras naranjas estuviera alegre ese día: fuera como fuera, debía de aprovecharlo.
—Aun así, ¿estás seguro de que después no te arrepentirás de esto? —A pesar de todo, se quiso asegurar. Shoyo arqueó sus cejas, ladeando un poco su cabeza, tratando de pensar claramente en la pregunta que al parecer no lograba tener del todo un buen sentido de dirección.
—No lo haré, es para ayudar a mejorar tu manga, ¿no? —comentó, alzando sus hombros y logrando que recorriera el alivio en el alto cuerpo del número nueve de Karasuno—. Además, sería un problema si eso afectara tu rendimiento aquí, ¡así que haré lo posible! —citó sin problemas, tras colocarse su camisa limpia.
Prosiguió a alzar sus manos al aire, dando una extraña forma de saludo con sus brazos, como si formara la típica pose de alguien mostrando sus músculos.
Tobio escuchó claramente cada una de las palabras dichas, y por unos pequeños instantes pareció mirar en Hinata a un Dios misericordioso que llegaba cada cien años por una salvación.
Sus mejillas mostraron un diminuto color rojizo, pintando su nívea piel con extrema suavidad, al divisar que Hinata brillaba, brillaba más que de costumbre: con esa cara de tarado que se cargaba, brillaba, con ese delgado cuerpo y sin nada de musculo, brillaba, con esa sonrisa estúpida de niño pequeño, brillaba. Y él no pudo evitar perderse.
—En ese caso: sal conmigo, por favor. —Al soltar eso, no pudo evitar cerrar sus ojos por impulso, teniendo un extraño ataque de pánico porque su corazón dio un vuelco, cuando se inclinó para pedirle esa petición.
El espacio donde sólo estaban ellos dos se quedó en silencio.
—¿Qué? —habló Shoyo después de un rato, perdido. Tuvo un ligero estado de trance del cual no pudo escapar, no logrando más que dar un paso para atrás al retroceder e intentar golpear sus instintos amables con la dura realidad: debió de haber averiguado lo que buscaba Kageyama antes de aceptarlo—. ¡Espera, espera, espera! —respondió de improviso, reaccionando por fin tras un esfuerzo sobrehumano. Sacudió sus manos, mareado, completamente rojo hasta las orejas, con la respiración cortada y los temblores inexpertos rozando sus sentidos. Hinata ya había salido con otro chico en la secundaria, él le había enseñado muchas cosas geniales y tal vez tuvo con él todas sus primeras veces, pero nunca nada similar a lo que Tobio pedía—. ¿Por qué pides eso de repente? ¿N-no se supone que te ayudaré con tu manga?
—El editor me sugirió que experimentara. No puedo experimentar con chicas porque no es lo mismo, además... tú te pareces a mi protagonista. Así que por eso he llegado a esta conclusión —aludió sin pelos en su lengua y con un gesto que irradiaba seriedad y un extraño profesionalismo en su trabajo.
Shoyo ahí mismo ya sentía que su mundo explotaba. Se podía morir ahí mismo, ¡qué vergonzoso! ¿Dónde tenía que firmar para retractar sus palabras?
—Pero, pero, pero, pero, pero... —¡Inútil! Se había quedado como una grabadora descompuesta, ¡no era justo! Sus labios se movían en una extraña sintonía al castañear sus dientes, y su mano derecha seguía estirada al aire, señalando a la tranquila figura de Kageyama frente a su persona—. ¿No crees que salir es algo extremo?
—Entonces sólo vamos a fingir amarnos, caso resuelto, tonto. —Encaró con naturalidad, teniendo el valor de hacer una cara de desentendido al alzar sus hombros.
¡La cordura de Hinata estaba cayendo al desagüe!, pero esa pequeña posibilidad que dejó abierta Tobio logró tranquilizar de forma sorprendente a su agitado corazón, y logró que los pensamientos lograran acomodarse en su mente: si sólo iban a fingir para que ese idiota del voleibol pudiera entender a los personajes de su obra, ¿qué era lo peor que podía pasar? Si sólo era fingir no era mucha ciencia y tampoco debía de avergonzarse. Pero aun así, fue vergonzoso dar una respuesta certera a la hora de afirmar que sólo lo ayudaría. Por una extraña razón, sintió por un breve instante algo similar a la emoción, ya que había sido la primera vez que alguien llegaba a pedirle ayuda con algo muy importante. Por eso asoció rápidamente sus sentimientos a esa facilidad tan perfecta.
Hinata soltó un puchero de sus labios y bajó la mirada al suelo, tratando de evitar los enormes ojos azules rasgados que lo estudiaban sin pestañear cada una de sus acciones. El color rojizo golpeó de nuevo su cara, y tuvo una sacudida y un tambaleo en sus palabras y labios al tratar de tomar la decisión final.
—Si sólo se trata de fingir, no hay problema... —Hizo una breve pausa, tomando una bocanada de aire. Su vergüenza no lo ayudó y tuvo que cubrir su rostro para ocultarla—. Te ayudaré.
Para Tobio Kageyama, ¿qué era el amor? Posiblemente respondería con que era un sentimiento demasiado complicado, y siempre se reflejaba lleno de drama en la ficción.
Se preguntaba si eso era cierto.
—Oh, ¿siguen aquí? —Sugawara entró al pequeño cuarto del club, con una sonrisa amable y brillante en su cara al toparse en primera plana a los dos chicos. Notó también a primera vista que Shoyo se mostraban avergonzado y un tanto extrañado, pero supuso que tal vez todo tenía una explicación—. ¿Está todo bien? —Aun así, sus raros instintos paternales que corrían por sus venas le pedían a gritos correr a abrazar a Hinata y preguntarle qué era lo que tenía. Se contuvo, pegando la planta de sus pies al suelo y apretando sus labios: ¡atrás, impulso de idiotez!
—Sí, estamos bien. —Hinata informó sin ningún tipo de esfuerzo extra o sin mostrar una emoción que pudiera resultar negativa, y eso sólo logró que el amable chico de cejas gruesas y un lunar cerca de su ojo ampliara su sonrisa amable de todos los días. Kageyama asintió, llevándose la atención del otro.
«Kageyama...», de repente, la atención del único chico de tercero se posó sobre ese azabache, que estaba serio, sin mostrar expresión alguna y sólo mirándolo a la cara. Sintió unos nervios enormes a flor de piel, y por unos instantes creyó que la tierra se lo tragaría, porque sus piernas flaquearon: ¿eso era posible?
—Ka-kageyama, respecto a lo que... de hace un rato, m-me gustaría aclarar las cosas contigo, para que no ocurran malentendidos en el futuro —comentó, maldiciendo internamente y teniendo un ataque de pánico dentro de sí mismo porque se trabó al hablar.
Tobio negó rápido, como si ya no quisiera volver a escuchar un rechazo. Su rostro no mostró dolor ni nada por el estilo, sólo fue un impulso que lo llevó a señalar con su dedo al chico más bajo que estaba a su lado.
—No se preocupe, entiendo su decisión —respondió de la única forma educada en que sabía hacerlo. Suga arqueó una de sus cejas, con duda, y Shoyo no tardó en copiarle la acción—. Ya estoy con Hinata, así que puede olvidar mi propuesta. —Dio una reverencia, sólo logrando matar a Sugawara ahí mismo.
Koushi sintió que el aire se le escapaba del pecho, que miles de agujas se le enterraban en los pies, que el suelo se abría de par en par, tragándose su diminuto cuerpo al instante, que las espadas se clavaban en su abdomen y varias balas perdidas caían sobre su cara. Sí, en la mente de Sugawara ya estaba en rueda una película de guerra, donde el protagonista se fue a ésta sin municiones extras y terminó muerto hasta por causas antinaturales.
Ésa era: la trágica historia de vida de Sugawara Koushi, el colocador de tercer año que sintió la decepción rodando por su cuerpo.
«Ya veo, soy tan fácil de olvidar. Ah, ¿qué haré? Creo que ya entendí por qué nadie se fijaba en mí», esos pensamientos fueron el último eslabón que lo estaban llevando al Cielo, como un alma pura y herida que golpeaba su propio rostro en un sinfín de formas para alcanzar la salvación eterna. Ya hasta podía ver la luz.
Pero todo su mundo paró de golpe, deteniendo el filme, al escuchar como el pequeño chico de hebras naranjas se aguantaba las risas.
—¿En serio, Kageyama? ¿Te rechazó Mamá Suga? —cuestionó el menor, aguantándose la risa al colocar una de sus manos sobre su boca y otra en el estómago. El mencionado no pudo hacer más que tirar toda la paciencia por la borda, tronando su lengua y ardiendo en rojo por la furia y pena contenida.
—¡Maldito, Hinata idiota! —Se quejó el más alto, colocando su enorme mano sobre los cabellos naranjas del chico, antes de apretarle la cabeza, lo suficientemente fuerte para que se quejara, pero no tanto como para lastimarlo de gravedad.
—¡Ah, duele! ¡Kageyama!
—Vamos, vamos, no peleen. Daichi-san no está cerca, pero parece tener un radar para encontrar peleas —declaró como una extraña manera de calmar la situación, recordando vagamente que en algunas ocasiones, cuando pasaba el rato en casa de ese joven, de repente notaba que su mirada se oscurecía, como si sintiera algo fuera de lugar. Eso de cierta forma lo sorprendía, pero no lo aterraba.
Sugawara colocó su brazo estirado justo en medio de ambos, forzando a que se separaran a regañadientes. Pero, aun con las medidas necesarias de que no se pelearan de nuevo, los dos se miraban con enojo puro, parecían un perro chihuahueño y un doberman listos para el ataque, para lanzarse y comerse entre ellos. Sólo les faltaba gruñir y ladrar.
Por fin, algo conectó en la mente de Koushi cuando cierta tranquilidad reinó.
—Hinata... —llamó suavemente, logrando que la atención que antes no tenía volviera a recaer sobre las pupilas del más bajo.
—¿Qué ocurre?
—¿Cómo me llamaste hace poco? —preguntó, creyendo que había escuchado mal.
Para su mala suerte, Shoyo pareció feliz, ampliando su sonrisa al oír esa pregunta y no tardó en enseñar sus dientes al crecer su felicidad. Vaya, qué extraño.
—¡Noya-san siempre te llama así! Dice que eres la mamá del grupo... —aludió sin nada de tacto al afirmar eso. Sugawara sintió como sus pupilas se dilataron al oír esa afirmación, y el sudor corrió por su cara, con nerviosismo. Tobio asintió un poco más tarde, y eso lo alteró más: ¡él no era la mamá!—. También ha dicho que cuando estás con Daichi-san parecen una pareja de casados, que él es el papá... —respondió sin una pizca de tacto y sin nada de vergüenza en sus labios.
Sugawara sintió como la ansiedad caía en picada sobre su rostro, siendo amortiguado por el extraño nerviosismo que sentía: ¿qué demonios pasaba? ¿Cuándo pasó eso? ¿Cómo pasó? ¡De repente y sin que él lo supiera ya estaba casado con Daichi y había tenido muchos hijos! ¡Su loca historia de vida había dado un giro inesperado! Debía de frenarlo... aunque no le molestaba del todo si se trataba de Daic-... ¡no!
—Hinata... —habló de repente Sugawara, dejando caer sus manos a los costados y dando una mirada sincera hacia el piso. El susodicho quizás tuvo una extraña corazonada de lo que se avecinaba, siendo su único consuelo intentar esconderse detrás de Kageyama. Pero antes de que pudiera hacerlo, cuando apenas estaba tomando el brazo del chico que la mayoría del tiempo se había quedado callado, los fuertes brazos de Koushi se posaron sobre sus hombros, impidiendo que se moviera. Sugawara se acercó a él, lo suficiente como para llamar su atención, pero sólo logrando que el menor se sintiera extraño porque estaba demasiado cerca.
—Su-suga-san —susurró, completamente perdido y ya creyendo que esa escena la había visto muchas veces en otro tipo de historias románticas BL. El rostro serio del atractivo joven de tercer año, que lo miraba sin una pizca de titubeo lo cegó por unos segundos.
Hinata había dejado de funcionar, y Kageyama miraba todo con extrañeza, poco a poco conectando la escena por la que estaba pasando: ¿eso no contaba como infidelidad o sí? Se sentía en esa típica escena donde el protagonista miraba sin querer un intento de conquista del rival, y después éste buscaba controlarlo... ¡sí era esa escena! ¡Justo ahora Sugawara estaba jugando el rol del rival, Hinata el del imán de chicos guapos, y él el de la pareja principal! ¿Qué debía de hacer? ¿Empujarlo? No, no quería lastimar a Sugawara. ¿Abrazar a Hinata y apegarlo a su cuerpo? No, se vería muy posesivo.
—Hinata, yo también soy un hombre —afirmó sin reparos el chico de amabilidad hilarante, tomando con una de sus manos la barbilla ajena e inclinándola hacia arriba, para que lo viera a la cara. Para colmo de clichés, pegó su frente a la del menor, para llamar su atención.
El pobre de Shoyo ya estaba mareado, perdido, y esas palabras que sonaron un coqueteo sólo lograron que la bomba detonara: ahora toda su cara estaba roja.
Sugawara se alertó al ver esa reacción, alejándose de él de golpe y un poco asustado por el estado en el que había quedado su Kouhai.
—¿¡E-estás bien!?
Kageyama sintió que alguien lo atravesó por dentro.
—Sugawara-san, ¿podría repetir esa escena? —cuestionó con simpleza, dejando a Suga un poco perdido—. La usaré de referencia para el próximo capítulo...
—To-todavía no puedo casarme, ¿puedes esperar tres años más? —cuestionó Hinata entre dientes, tomando del brazo a Sugawara al decir eso, completamente rojo y rendido ante sus pies. Tobio se sintió alerta ante sus acciones.
—Hinata, idiota, ¿me estás engañando? —Tobio se puso a la defensiva. Hinata lo miró, avergonzado y perdido.
—¡Ah! Entonces, ¿tú tomarás la responsabilidad? ¡Por mí está bien! —aseguró sin reparos el de cabellos naranjas, logrando que el mayor explotara en un tenue color rojizo.
Koushi los miró sin decir nada, viendo su extraño comportamiento. En serio, por alguna razón, no lograba entenderlos del todo.
—¿Qué está pasando aquí? —pidió una explicación al sentirse incompetente para adivinar.
Esa pregunta pareció detener todo el mundo que giraba patas arriba. Antes de siquiera decir algo, Hinata y Kageyama compartieron miradas por un breve lapso de tiempo y luego se prepararon para hablar.
Le explicaron todo.
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