Epílogo
Epílogo
Unos años después
Christopher:
Salí del despacho tras reunirme con el nuevo Ministro de Ciencia e Innovación durante casi toda la tarde con un único deseo en mente: pasar el resto de lo que me quedaba de tiempo libre junto a mi esposa. Con esa idea en la cabeza la busqué en nuestros aposentos, aunque no la encontré. Llevaba todo el día comportándose de manera muy extraña y supuse que se debía a que hoy era una fecha muy importante para ella.
Pillé a una doncella por banda.
—Disculpe, ¿ha visto a Amberly?
Meneó la cabeza de un lado a otro.
—No, Majestad. ¿Ha mirado en los jardines? Puede que haya decidido aprovechar la buena tarde que ha quedado.
Tenía razón. Se lo agradecí y volví de nuevo a la búsqueda.
Recorrí cada rincón del palacio sin encontrarla, ni siquiera en el laberinto de setos que había en los jardines. Cuando ya lo daba todo por perdido, una pequeña idea me vino a la mente y supe al instante dónde encontrarla.
Allí, en medio de las cocinas, vestida con un delantal florido y colorido, estaba ella. Llevaba el pelo recogido en dos moños y fruncía el ceño concentrada en su tarea. Por supuesto que estaría aquí, porque cada año, cada veintiún de marzo, se encerraba en las cocinas y preparaba uno de los postres favoritos de su abuela. De haber seguido con vida, habría cumplido noventa y cinco años.
Pillándola de improviso, le di un beso en el cuello que la hizo dar un pequeño brinco. No pude evitar que una carcajada me delatara.
—¡Qué susto me has dado!
Le di otro en la mejilla y le guiñé un ojo cuando quedamos cara a cara.
—Ese era el plan, ángel. —Me puse serio y le eché un ojo. Por debajo del delantal usaba una de las camisetas viejas que había conservado para cuando quisiera hornear alguno de sus famosos postres y tras su espalda se alzaban aquellas dos alas que tanto amaba. Desde el día en el que le pedí la mano ya nadie la juzgó nunca más, ni siquiera cuando empezó a dejarlas a la vista—. ¿Qué tal te encuentras?
Hizo una mueca.
—Lo llevo. Cada vez se hace más real que no va a volver, pero, ¿sabes?, sé que está aquí. —Se señaló el corazón para después darse pequeños golpecitos en la cabeza—. Y aquí.
La rodeé con los brazos y la pegué más a mí para darle un beso en los labios aprovechando que no había nadie.
—¡Puaj! Mami ha betado a papi.
Un torbellino enano entró correteando en mi campo de visión y se pegó a mis pies. A pesar de que ya habían pasado dos años desde su nacimiento, aún me costaba creer que aquel pequeño fuera el fruto de nuestro amor. Tenía el pelo castaño con pequeños tirabuzones, herencia de su madre, unos ojitos grises idénticos a los míos y esa sonrisa que estaba claro que la había sacado de ella. Pero lo que me parecía aún más increíble eran las dos pequeñas alas blancas que tenía, tan minúsculas que parecía mentira lo grandes que se harían cuando creciera.
No me podía creer todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Desde el día en el que me fijé en ella por primera vez, mi vida había cambiado drásticamente. No solo había encontrado al amor de mi vida, sino que también había tenido la oportunidad de formar una familia. Si bien nos habíamos encontrado con varias piedras en nuestro camino, como el intento patético de Amanda por detener la boda o los escándalos que esta había formado, al final logramos ser felices y comer perdices.
—Ven aquí, renacuajo. —Tomé en brazos a ese pequeño huracán andante y le hice cosquillas. Sabe Dios el miedo que tenía de que empezara a volar. Estaba seguro que nos iba a causar muchos problemas, pero no veía la hora de ver a mi Amberly enseñándole todos los trucos.
El pequeño rió a carcajada suelta y solo ese sonido fue música para mis oídos.
—¿Qué es lo que estás preparando? Huele tan bien. —Le acaricié la mejilla a mi ángel lleno de felicidad. Tenía un poco de harina en el pómulo y en la frente, claras pruebas de que se había pasado gran parte de la tarde allí. Le brillaban los ojos, siempre lo habían hecho.
—Es mi tarta de chocolate y frutos del bosque. Esta mañana tenía un gran antojo por ella.
Amplié mi sonrisa y, aprovechando que no había nadie, le acaricié con amor el vientre. Estaba embarazada de dos meses y aún no se le notaba. Estábamos esperando a que llegara el tercer mes para anunciarlo y no sabía si había sido una buena idea decírselo Aiden, ya que desde que supo la noticia no se separaba de su madre en ningún momento y aprovechaba toda oportunidad que tenía para pegar su boca en la barriga y darle besos a su nuevo hermanito o hermanita. Era una ternura verlo así, saber que ya amaba al ser que crecía en el interior de Amberly.
Aún recuerdo cuando me dio la noticia de que estaba embarazada de Aiden, lo nerviosa que la veía y lo emocionada que estaba. Me dejó una nota en el dormitorio que decía que quería verme con urgencia y me citó en nuestro rincón secreto. Allí me esperó la mayor de las sorpresas cuando, tras hacer el amor en aquel lago, me confesó que esperaba un hijo mío. No sabía que sería capaz de amar a un ser que ni siquiera conocía hasta que recibí la noticia. Con este me pasó igual: después de tener una cita maravillosa, me tomó de las manos y me lo dijo.
Era un hombre feliz a su lado y me había dado uno de los mayores regalos: la paternidad. Adoraba con locura a ese chiquillo que se le parecía tanto.
La ayudé a terminar y decorar la tarta y, al final, acabé igual que ella: con manchas en la mejilla y en la chaqueta del traje. Aiden disfrutaba como si estuviera en un parque de atracciones mientras yo aprovechaba cada oportunidad para robarle besos a mi ángel. Cuando estuvo lista, dejamos que reposara y subimos al dormitorio de nuestro hijo para darle un buen baño. Como rey tenía muy poco tiempo para pasarlo con mi familia y me gustaba aprovechar cada segundo de lo que me quedaba para estar con ellos. Por eso era el primero que insistía en cuidar de Aiden o darle un baño, jugar con él y hacerle reír; y adoraba que a mi lado siempre estuviese mi amada, la que no nos quitaba el ojo a ninguno de los dos.
Tras cenar los tres juntos, dimos un pequeño paseo con un Aiden dormido en mis brazos. Me parecía increíble la sensación de sentirlo, seguro de que no lo dejaré caer. Era perfecto. Incluso enrollaba las alas entorno a su pequeño cuerpecito tal y como lo hacía su madre para no tener frío.
Nos sentamos en un banco y nos dejamos maravillar por la claridad de la noche. El cielo estrellado nos rodeaba como un pequeño manto, sin ninguna nube que manchara su belleza. Un ligero aire nos mecía de vez en cuando. Amberly apoyó su cabeza en mi hombro y, por instinto, la rodeé con el brazo libre. Sus ojos estaban posados en Aiden, quien dormía plácidamente. Con sumo mimo, le acarició la mejilla esbozando una sonrisa llena de amor.
—¿Qué tal la reunión? —preguntó tras una larga pausa—. Habéis estado gran parte de la tarde encerrados.
—Hemos estado hablando de presupuesto y de nuevas estrategias e iniciativas innovadoras.
—Desde que tu padre te cedió el trono has estado más ocupado.
Un años después de casarme con ella, mi padre decidió que ya era hora de jubilarse. En una ceremonia lujosa llena de tradiciones fui coronado rey de Ahrima y, con ello, Amberly se convirtió en reina, la reina más amada por su pueblo. Asistía a cada evento benéfico que podía y donaba tanto a centros del reino que de verdad lo necesitaban, como el pequeño orfanato destartalado que había en Feare o la residencia de ancianos que había en Balton que necesitaba, con urgencia, más medios para poder atender a todos los residentes. También había viajado a los países más pobres como voluntaria y había creado proyectos que habían ayudado al reino a mejorar su calidad de vida.
Amberly era una reina ejemplar y no me extrañaba que cada vez que hacía acto de presencia los súbditos se volvieran locos, más cuando ese niñito vino al mundo.
Sus padres estaban errados; cuando todos en la región se enteraron de su secreto, quisieron, al instante, verla tal cual era y no pudieron adorarla más. Al parecer, que ella tuviera alas y se hubiera animado a lucirlas había envalentonado a un porcentaje de la población que sufría su misma anomalía y, pronto, más personas con el gen Malaika fueron apareciendo, e incluso se pensó un día en su honor.
Estaba muy orgulloso de ella, de todo lo que había logrado en todos aquellos años, que si bien no eran muchos, habían sido los suficientes para crear un cambio de mentalidad. Gente como Cedric, Kendall y Amanda seguía habiendo, pero, por suerte, cada vez eran menos los que discriminaban a las personas por no ser lo que se espera de ellas. Parte de esa transformación tuvo que ver mi ángel, quien en cuanto tomó las riendas del asunto no dudó en dar charlas y en dar a conocer el gen M.
—¿Por qué me miras así?
—¿Así, cómo?
—Como si no pudieras vivir sin mí.
Le di un beso en los labios si poder resistir la tentación de probarlos.
—Me has pillado.
Ambos reímos y nos quedamos de nuevo en silencio, disfrutando de la compañía del otro. No necesitaba más para ser feliz: tenía una mujer a la que quería con locura, un hijo precioso y otro en camino. ¿Qué más podía pedir?
FIN
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Nota de autora:
¡Feliz sábado, mis queridos lectores!
¿Qué os ha parecido el epílogo de esta novela? ¿Qué os ha parecido la historia de amor de Christopher y Amberly?
Quiero deciros que el domingo, 31 de mayo de 2020, haré un directo en mi cuenta de Instagram para comentar la novela. Aviso: habrá spoilers. Si no me seguís, ¿qué esperáis hacerlo? Mi usuario es monica_garcia_saiz.
La secuela irá sobre Aiden, el hijo mayor de Christopher y Amberly, y estoy deseando que la leáis, aunque al mismo tiempo me da un poco de miedo. ¿Qué creéis que pasará?
Repasemos:
1. Han pasado unos años.
2. ¡Están casados!
3. Amberly en las cocinas.
4. ¡Tienen un hijo con el gen M!
5. ¡Amberly está embarazada!
6. ¡Christopher es rey!
7. Las personas con el gen M ya no se esconden.
8. Amberly y Christopher son felices el uno al lado del otro.
Espero que esta historia os haya gustado y espero veros en la secuela. Os quiero mucho. Un beso enorme.
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