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Capítulo 9

Capítulo 9

Amberly:

¡Qué horror! Me había visto. ¡Él me había visto! De entre todas las personas que había en el país, ¿justo debía ser él quien descubriera que existían las personas como yo, con alas? Menuda suerte y qué descuido. ¿Cómo había entrado? Por lo que sabía, aquel rincón era inaccesible para las personas; la vegetación era tan frondosa que nadie se había atrevido a cruzar al otro lado nunca, ni siquiera en helicóptero. Según lo que había escuchado cuando llegué, se creía que el lugar estaba embrujado y, por eso, decidí ubicar allí mi casita del árbol.

¿Me habría visto? ¿Sabría que la persona tras las alas era yo?

Os juro que aquella noche no pegué ojo. Di vueltas y más vueltas en la cama pensando en si Christopher se habría dado cuenta que la mujer que había visto en aquel claro era yo. ¡Mierda! Ahora debía ir con más cautela. Con lo que me gustaba estar a mis anchas allí e incluso en los días calurosos de verano aprovechaba para darme un baño en las aguas de ese lago. ¿Cómo lo haría? ¿Cómo afrontaría que él supiera mi pequeño secreto?

De ser yo quien estuviera en su lugar, iría cada día al mismo punto, con la esperanza de volver a ver aquello que mis ojos habían captado. Estaba perdida. Aunque si tenía en cuenta que él no sabía de la existencia de la casa del árbol y que podría vigilarlo desde allí...

Refunfuñé entre dientes al ver que ya casi eran las tres de la madrugada y que debía levantarme en menos de cuatro horas. Genial, Amberly.

¿Y si... y si él les decía a todos que tenía alas? Sería tachada de bicho raro y sí que tendrían una buena excusa para marginarme. Pero, ¿lo haría? ¿Sería capaz de ser tan ruin y mezquino? No me había dado la sensación de que lo fuera, no la tarde anterior. Había sido tan majo y atento conmigo. No sabía lo mucho que nuestra conversación me había ayudado a calmarme tras lo sucedido en mi puesto de trabajo. Me desquiciaba no saber por qué era tan bueno conmigo cuando no nos conocíamos de nada.

Christopher era todo un misterio para mí.

.   .   .

El lunes fui a clase con pies de plomo. Era un pensamiento estúpido, puesto que tenía clase con él en cinco minutos e iba a ser imposible que no coincidiéramos. A cada paso que daba sentía que mi corazón se aceleraba cada vez más y mi instinto de supervivencia me gritaba que saliera corriendo a un lugar seguro.

Hice de tripas corazón y entré en el aula para afrontar mi primera lección del día. Cath aún no había llegado y, por lo que me había escrito, no asistiría a la primera hora por culpa del tráfico. La Universidad Privada de Allura era muy estricta y los profesores no nos dejaban llegar tarde, ni aunque fuera solo un minuto de retraso por culpa del transporte. Les daba igual. No solo eso, era necesario asistir un porcentaje determinado para poder acceder al examen final. Por suerte, a mi amiga no le iba a pasar factura, puesto que aquella era la primera vez que le pasaba.

—Buenos días, Amberly.

Su voz tan masculina me puso en alerta. Había estado tan concentrada en mis cosas que ni siquiera había notado que Christopher había entrado en la clase. Al segundo, empecé a sentir cómo se iba formando un nudo en mi estómago y cómo un sudor frío se iba extendiendo por cada poro de mi piel. ¡Dios mío! ¿Podría escuchar el fuerte golpeteo de mi corazón?

Me aterraba la idea de que alguien descubriera mi secreto y que me viera tal cual era. No quería que me hirieran utilizando mis alas, aquella parte de mi cuerpo que me parecía la más hermosa. Pese a todo lo que había vivido con mis padres y con mi hermana, me enorgullecía de tenerlas. Eran parte de mí.

Un carraspeo me sacó de mis pensamiento. Me empecé a poner roja como un tomate al comprender que me había quedado en silencio y que había pasado de él. Ups.

—Bue... buenos días —murmuré, cortada y cautelosa.

A simple vista parecía tranquilo, como si lo ocurrido la tarde anterior apenas lo hubiera afectado. Me pregunté si de verdad se sentía así o si, de lo contrario, sabía que yo era la misma que había visto. Por culpa de mi descuido podría haberme puesto en peligro.

—¿Todo bien?

—Ajá.

Como no sabía qué hacer, decidí sacar el cuaderno en el que me pasaría toda la hora tomando mis apuntes. En el instante en el que sacaba el estuche, me percaté que Christopher no se movía a su lugar habitual, en las últimas filas de clase, sino que se sentaba justo en el lugar vacío que había a mi lado.

—¿Qué haces? —Incluso yo noté la nota de pánico en mi voz, varios decibelios por encima de mi tono habitual.

Genial. Como siguiera así, Christopher se daría cuenta de mi secreto por mi comportamiento.

—Si vamos a ser amigos, empezaré a sentarme a tu lado —dijo empleando un tonito que no me gustó para nada, como si en vez de hablar conmigo estuviera con una niña pequeña.

—¡Dios mío! No van a parar de mirarnos en toda la hora. Ya lo estoy viendo.

Posó su mano en mi rodilla y aquel simple gesto provocó que algo en mi interior se removiera.

—No seas exagera.

Pero no estaba siéndolo. Vamos, fuera él donde fuera todas las miraditas indiscretas iban. Lo que menos quería era llamar la atención y que mis compañeros tuvieran otra excusa para meterse conmigo. Estaba cansada de ser el objeto de sus burlas.

—No soy una exagera. Yo...

Pero no pude terminar de articular la frase, puesto que Lena y Bariel, al ver a Christopher, se acercaron con toda la intención del mundo. Oh, oh. Se avecinaba una tormenta.

—Christopher, ¿por qué no te vienes con nosotras en vez de estar al lado de eso? —soltó con todo el desdén y desprecio del universo Bariel.

Puse los ojos en blanco.

—Me he retrasado un poco con la asignatura y Amberly me ha prometido que me ayudará durante la sesión de hoy.

No parecía ni inmutarse de cómo aquellas dos me estaban lanzando cuchillas por los ojos, furiosas porque por primera vez les hubiera robado el protagonismo. Me regodeé al ver que el príncipe apenas mostraba interés en ellas y que parecía deseoso de que desaparecieran de una vez por todas.

—Yo podría ayudarte.

—Gracias, pero en la evaluación pasada sacaste un seis y necesito a alguien cuyas notas sean... eh... mejores.

<<Toma, en tu cara>>, pensé sonriendo para mis adentros.

El rostro de Bariel empezó a tornarse rojo y estoy segura de que de no haberse encontrado él aquí me habría despedazado viva.

—Había olvidado de que a parte de ser gorda y fea es una empollona —masculló lo suficientemente alto para que la escucháramos nosotros dos.

Puse los ojos en blanco.

Christopher chasqueó la lengua, cansado quizás de todo. <<Bienvenido a mi mundo>>, dije para mis adentros.

—No voy a permitir que esta clase de comportamiento se dé de nuevo. Ya les he dicho a Cedric y a Kendall esto y espero que no deba repetirlo más: a partir de ahora espero que nadie se meta con ella. ¿Sabes? Yo no voy diciendo por ahí que tienes los ojos como los de una rata.

—Y la voz, que no se te olvide —agregué yo sin poder evitarlo. Era tan chillona que me ponía de los nervios.

—¡¿Qué?!

—Lo que has escuchado. Me da igual que seas hija de un hombre de negocios que, además, trabaja codo con codo con mi padre. Si no mejoras tu comportamiento para con los demás, no volveré a tenerte dentro de mi círculo de amigos. Y eso va para ti también, Lena. He visto cómo la humillas cada vez que se te da la ocasión.

—Esto es indignante —refunfuñaron aquellas dos arpías moviéndose hacia el final de la clase.

En mi interior una mini yo saltaba y bailaba de pura felicidad mientras que mi cerebro se preguntaba la verdadera razón de que Christopher me hubiera defendido. No creo que justamente fuera porque quería ser mi amigo. Vamos, los chicos como él no se juntaban con chicas como yo. Por algo era la antisocial de clase. Agreguémosle el hecho de que me había visto las alas. Debía andarme con cuidado a partir de ahora.

—¿Estás bien?

Ni siquiera me había dado cuenta de que me había quedado callada, con la mirada perdida en algún punto lejano de la pizarra de tiza, perdida en mis pensamientos. Volví la vista hacia él.

—Sí, más o menos. Gra... gracias por defenderme de nuevo.

Retomé la tarea de terminar de sacar mis cosas de la mochila. El estuche fue lo último que saqué y, al verlo, el heredero al trono se lo quedó mirando con curiosidad. No me extrañaba, tenía mucha purpurina brillante.

—No te veía como la clase de chicas a la que le gustara este tipo de cosas —comentó.

—Sabes poquísimo de mí, principito —bromeé. Oh, no. Estaba bromeando. No, no, no. No quería entrar en confianza con él.

Ajeno a mi dilema, mi compañero se rió con fuerza.

—Tienes razón, no conozco ninguno de tus gustos.

<<Mejor>>.

—No hace falta que...

—¿Qué te parece si lo solucionamos?

Me lo quedé mirando sin comprender. ¿A qué se refería con eso?

—¿Cómo pretendes hacerlo? Estamos en clase, listo.

Por suerte para mí, apenas pudo decir nada más. El profesor acababa de entrar y, nada más hacerlo, empezó a impartir su asignatura. Tomé apuntes y anoté datos interesantes en las hojas que había impreso aquel fin de semana de la plataforma en donde se colgaba cada temario. En un momento dado, sentí cómo Christopher me tocaba el brazo y, al clavar mi mirada en la de él, señaló con el dedo una hoja en blanco. Arrugué el ceño. Decidí pasar de él y seguir con lo mío. Mas pronto volvió a llamar mi atención y a repetir lo mismo. Joder, ¿se había vuelto majara?

Sin embargo, al enfocar de nuevo mi atención sobre la hoja en blanco me di cuenta de que había unas palabras escritas en él. Decían:

¿Y si hablamos por aquí?

Genial, absolutamente genial.

No.

Continué escuchando la clase o eso intenté. Ver a mi compañero redactar con su lapicero en aquel papel me desconcentró.

Venga, sé que lo estás deseando.

Puf, qué pesado era.

Verifiqué que el señor Hasenhower no estuviera atento a nuestra fila antes de ponerme a escribirle.

No. ¿Cómo te lo tengo que decir? ¿En ruso? No quiero hablar contigo. Gracias.

Dejé aquel lápiz en la mesa y ahora sí que me dispuse a ignorar por completo a Christopher, pero, de nuevo, me fue imposible. Comenzó a pillizcarme en un intento desesperado por llamar mi atención. Fabuloso.

Había un mensaje escrito en la hoja, uno que no había leído.

Venga, por favor. Empezaré yo si quieres. Como sabes, soy el príncipe de Ahrima y, además, me gusta la costura. Pocos saben que uno de los diseños que se han puesto de moda lo he creado yo y, por desgracia, nadie más a parte de las señoras del taller y tú lo sabéis.

Aquello sí que llamó mi atención. Vaya, no tenía ni idea. Intenté recordar a cuál se refería, pero se me daba muy mal las modas así que mi intento fue en balde.

No lo sabía. ¿Por qué es tan importante para ti que nadie lo sepa? Me parece que darías una imagen de cercanía. Además, el pueblo te adora; no creo que esto vaya a ser malo para tu imagen.

No había podido evitar escribirle, me había entrado la curiosidad de repente.

Creo que a mis padres les defraudaría y no quiero eso, no quiero ver la decepción en sus rostros.

Yo ya he decepcionado a los míos.

¿Y eso? Seguro que es mentira.

Ni siquiera supe la razón de por qué le estaba siguiendo el juego, por qué estaba manteniendo aquella conversación clandestina cuando debería estar cogiendo apuntes. Si bien no los necesitaba —había leído el tema en casa y era muy sencillo—, me gustaba estar atenta por si al profesor se le ocurría soltar uno de sus muchos chascarrillos.

Me gustaría que lo fuera, pero, por desgracia, no es así. Es algo que es superior a mí y que yo no he elegido, pero para ellos es un mundo entero y creen que por tenerlo no soy merecedora de su afecto.

Christopher frunció el ceño al leer lo último que había redactado. Aún no había soltado el lapicero, así que cuando fue a escribir se lo tendí.

No creo que sea para tanto. Solo hace falta ver las buenas notas que sacas y lo inteligente que eres para sentirse orgulloso de ti.

Hice una mueca.

Créeme, cuando tienes una hermana que te da mil vueltas y que es perfecta en todos los matices de la palabra sabes lo que es dar tu cien por cien y, aun así, quedarte en las sombras. Para ellos que saque un ocho no es una buena nota, teniendo en cuenta que Doña perfección saca matrículas de honor en comparación.

Solté eso con rabia, apretando tanto la punta contra el papel que la rompí de la presión.

No tenía ni idea. Cuéntame más sobre ti, por favor.

¿Qué quieres saber?

Lo miré y él me miró, y por un segundo sentí que el mundo se detenía.

Todo.

La intensidad que desprendían sus ojos fue tal que me vi obligada a cortar la conexión.

Mi vida es muy aburrida.

No lo creo. Seguro que es más emocionante que vivir en palacio rodeado de gente mayor y aburrida y que acudir a miles de eventos teniendo que mostrarte como un verdadero líder.

En ese punto él tenía razón.

Seguro que no es tan aburrido. Alguna chica habrá dentro de la alta sociedad que te guste y con la que puedas hablar hasta altas horas de la noche.

Qué va. Incluso para eso soy malísimo. La última mujer con la que salí fue hace unos tres años y lo dejé con ella porque solo quería la corona, no a mí.

Eso es muy triste. Lo siento.

No me imaginaba lo duro que tendría que ser para él que las personas solo se acercaran llamados por todas las riquezas y lujos que ofrecía el título de príncipe. Era tan miserable. Amigos falsos, parejas farsantes y una vida en solitario. Eso no venía en los cuentos, aquellos que nos endulzaban con miel cuando éramos pequeños, donde el príncipe salvaba a la princesa y juntos vivían felices para siempre. Mas aquello era la vida real y no siempre existían ese tipo de finales.

No te preocupes. Ya lo tengo asumido y por eso ahora me dedico a buscar a la indicada.

Algo en mi interior se removió cuando leí aquella última palabra.

Estoy segura de que tarde o temprano la encontrarás. Solo debes buscarla mejor. Quizás la tienes delante de tus narices y ni siquiera te estás dando cuenta de ello. ¡Quién sabe!

En cuanto Christopher leyó mi mensaje, aquellos ojazos se volvieron a clavar en los míos y sin apartarlos redactó:

¿Tú crees que la tengo delante de mis narices?

Pues visto así parecía que mis palabras tenían segundas intenciones. ¡Qué vergüenza!

Quizás se encuentre más cerca de lo que piensas, oculta entre tanta falsedad. Solo debes abrir los ojos y ver aquella joya brillando en la oscuridad.

¿Qué hay de ti? Seguro que tienes más de un pretendiente.

Sí, claro. Lo miré como si fuera tonto antes de escribirle:

Sí, tengo millones de chicos que se pelean por mí. ¿No has visto cómo luchan por llamar mi atención?

Eh, no te enfades. Cualquier tío con dos dedos de frente querría estar contigo. Eres preciosa, Amberly, en todos tus aspectos. De entrada, me encanta tu sonrisa; es adictiva y parece que reluces con luz propia cuando sonríes. Segundo, tu personalidad me vuelve loco. No sabes las ganas que tenía de poder hablar con una mujer así, sin tener que medir las palabras; sin temor a que corras a la prensa a contarles nuestra conversación. Tercero, tienes mucho ingenio y me haces reír. Es fácil estar contigo.

No sabía qué responder. Me había quedado de piedra. ¿En serio pensaba eso de mí? ¿O solo era una manera amable de tratarme? ¿Y si solo quería que fuéramos amigos porque le daba pena?

Por suerte, no tuve que responderle, puesto que la clase ya había acabado y una Cath sonriente entró en el aula, aunque su sonrisa se borró al ver al príncipe sentado a mi derecha, en el hueco vacío que los compañeros dejaban a propósito para no tener que sentarse a mi lado.

—Alteza —habló cohibida en su totalidad mi amiga. Hizo una pequeña reverencia—, qué alegría contar con su presencia.

Christopher la miró divertido para después clavar su vista en mí.

—¿Es siempre así?

Solté una pequeña carcajada.

—Si te refieres a si se dio un golpe al nacer y que por eso se ha quedado hecha una regadera, sí, es así a todas horas. Viene en sus genes.

Él rió con fuerza y Cath me dio una pequeña toba juguetona en la cabeza.

—Venga ya. Sabes perfectamente que soy una de las pocas chicas cuerdas de esta clase, amiga.

—Cierto.

Los ojos color avellana de mi mejor amiga se clavaron en los de Christopher y, solo por unos segundos, pensé que estaba analizándole.

—No quiero sonar maleducada ni descortés, pero ¿por qué no estás atrás con tus amigos?

Al heredero no pareció importarle para nada su comentario. Se limito únicamente a levantar las manos en señal de rendición antes de ponerse a recoger sus cosas.

—Está bien, he pillado la indirecta. Nos vemos más tarde, Amberly.

Antes de marcharse me guiñó un ojo que me dejó aún más descolocada de lo que estaba. ¿Qué narices había pasado?

En aquel momento no lo supe, pero aquella no sería nuestra última charla clandestina.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis queridos lectores!

¿Cómo lleváis la cuarentena? ¿Cómo va la situación en vuestros países? Espero que el capítulo de hoy alivie un poco la situación tan tensa en la que vivimos. Os contaré que me ha gustado mucho escribirlo. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Repasemos:

1. Cómo se siente Amberly y cómo ha vivido el encuentro.

2. La vuelta a la realidad.

3. Amberly está nerviosa y no quiere encontrarse con Christopher.

4. ¡Christopher se sienta a su lado!

5. La conversación clandestina.

6. La reacción de Cath al encontrase con Christopher al lado de Amberly.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles con más y mejor! Un besote. Os quiero.

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