Capítulo 4
Capítulo 4
Christopher:
La cena fue un verdadero calvario. De entrada, el señor Tyson se pasó toda la velada charlando sobre temas económicos y políticos con mi padre. De vez en cuando participaba con algún comentario, pero nada que requiriera mucho esfuerzo; lo único que deseaba era poder encerrarme en mi habitación y no tener que salir hasta la mañana siguiente.
Mamá y la señora Tyson entablaron una agradable conversación a la que no le presté la más mínima atención y mi hermana intentó ser cortés con Amanda, pero le fue tan difícil cuando se veía claramente que no le estaba atendiendo. Aquella mujer de pelo castaño se pasó toda la noche coqueteando conmigo y, sinceramente, no me atraía para nada. Estaba cansado de su indirectas muy directas y de sus pésimos intentos de llamar mi atención.
Lo peor fue la emboscada que nos tendieron nuestros padres. En un movimiento estratégico, aludieran que la noche era muy hermosa para dar un paseo por los jardines de palacio y, ¡pobre de mí!, me vi obligado a caminar de la mano de ella. No pude apenas decir palabra alguna en todo el paseo, ya que ella se pasó cada segundo hablando de sí misma y de lo mucho que le gustaba esto y aquello sin ni siquiera hacerme una mísera pregunta o mostrar interés por mí.
—Me gusta cuando el cielo está despejado porque se pueden ver todas y cada una de las estrellas. A veces pienso que somos míseros puntos del universo —le había dicho en un intento por cambiar de tema, pero ella había seguido emperrada en venderse a sí misma, o esa fue la sensación que me dio.
Si tengo que calificar la noche anterior, utilizaría una única palabra: desastrosa.
Lo peor fue que al día siguiente fui consciente de cómo Amanda alardeaba de lo bien que lo había pasado con sus amigas. ¿Acaso no se había dado cuenta de lo incómodo que estaba, de las ganas de huir que tenía? No era mi tipo y en un intento por parecer caballero y no ofenderla le había dado falsas esperanzas. Perfecto.
—Así que tuviste una cita con Amanda —comentó Blake moviendo las cejas arriba y abajo cuando nos reunimos en el descanso largo.
Puse una cara amarga. Él sabía que no sentía nada por ella, solo una gran repulsión.
—Ha sido la peor cita que me han organizado mis padres. No sabía cómo acortarla.
—Pues eso no dicen las revistas —puntualizó Nick mostrándome una revista en la que salía en portada con ella, justo el momento en el que mirábamos el firmamento como dos bobos enamorados—. Lo tachan como el inicio del romance del año.
Resoplé. Lo que me faltaba.
—Sabéis que no es mi tipo.
Por el rabillo del ojo, aprecié cómo Amberly, aquella mujer que tanta intriga me hacía sentir, conversaba con su amiga de vete a saber qué cosas. Estaban sentadas en un banco del campus mientras la primera picoteaba unos frutos secos escuchando lo que su compañera le estaba diciendo. Sus ropas anchas cubrían cada centímetro de su piel sin mostrar ni un solo ápice y su rostro no llevaba ni una sola gota de maquillaje. Parecía encontrarse bien pese al incidente del día anterior.
—¿Por qué no intentas acercarte a ella de una buena vez?
La pregunta de uno de mis dos amigos me sacó de aquel trance en el que me había sumido. Sin darme cuenta, me había quedado mirándola embelesado, como siempre me pasaba. Y es que aquella mujer me parecía tan solitaria y al mismo tiempo tan interesante. ¿Por qué gran parte de mis compañeros se metían con ella? ¿Por qué la tomaban con ella? Si desde lejos se veía lo amable y agradable que era.
—Lo que menos quiero es causarle más problemas. Ya sabes que Lena, Bariel y Amanda anda detrás de mí como perritos falderos y ya has visto cómo la tratan ahora. Si me acerco, es muy probable que incrementen sus insultos y no quiero eso. No me gusta cómo todos la menosprecian y la miran por encima del hombro solo porque su físico no es perfecto. ¿Qué más da una banalidad como esa? Ya sabéis que yo prefiero una mujer con la que pueda reír que una que solo piense en sí misma.
—Siempre puedes hacer algo al respecto. Eres el príncipe, podrías fácilmente meterla en tu grupo de amistades.
Eso era algo que ya había pensado y, del mismo modo, había descartado al instante. Las chicas le soltarían comentario cada dos por tres.
—También puedes dejar de ser Don perfecto y poner en su lugar a esos idiotas. Son demasiado engreídos —opinó Blake.
—Yo solo...
Pero no pude acabar la frase, puesto que Claire, una chica majísima de la clase de Nick, se acercó a nosotros. Hizo una leve reverencia cuando llegó a mi altura antes de ponerse a hablar.
—Nicholas, no has subido tu parte del trabajo a la nube —lo recriminó asesinándole con la mirada.
—Te dije que en casa hemos tenido un problema con la conexión y que lo subiría cuando pudiera —se defendió él.
—Necesitamos tu parte como máximo para este domingo. Todavía debemos hacer la reflexión final y corregir los errores.
—Lo sé. No te pongas tan histérica...
—¡Que no me ponga histérica! Nos jugamos más del cuarenta por ciento de la nota. Más te vale tenerlo listo para este domingo; de lo contrario, haré que tus días en la universidad sean un infierno.
Según tenía entendido, su profesor de Política Nacional los había juntado a un par de compañeros y a él con ella para que su nota mejorara, puesto que la asignatura de por sí se le atragantaba. Era consciente de que mi amigo lo tendría ya más que finalizado y sabía que debido a una falla eléctrica en su casa, se habían quedado sin conexión, lo que le había dificultado el hacer y entregar los trabajos.
—No te preocupes. En cuanto el señor Pray nos suelte a última hora, subiré mi parte.
—Más te vale.
Y tan rápido como había llegado, se fue meneando a su paso la cola de caballo que llevaba. A mi lado, Nick soltó un largo suspiro.
—Madre de Dios, siento que desde que trabajo con ella, no deja de estar encima. Le gusta que todo esté a la perfección y siento que como me coma una coma o una mayúscula, me lo echará en cara o me enviará un audio gritándome.
—A lo mejor solo le gustas y no sabe cómo llamar tu atención —puntualizó Blake.
—No creo que... —empezó a decir él, pero calló en medio de la frase. Dirigió su mirada a aquella rubita para después volverla a centrar en nosotros con el más puro temor reflejado en sus ojos. Se llevó una mano a la cabeza con dramatismo—. Decidme que no está colada por mí. Es muy maja y todo eso, pero no me veo siendo su pareja.
Le puse una mano en el hombro. A veces podía ser todo un dramas.
—Deja de montarte la película del siglo.
El resto de la mañana pasó sin ningún incidente notorio, aunque fui plenamente consciente de cómo Lena y Bariel perseguían a Amberly para intentar humillarla. No vi qué les contestó, pero por su expresiones enfurecidas di por sentado que no les habría gustado ni un pelo la contestación de esa morena. Mientras me centraba en lo que el profesor explicaba, sonreí para mis adentros y celebré que al menos Amberly no se dejara pisotear y luchara por sí misma. Esa sí que era la clase de mujer que llamaba mi atención.
. . .
Por la tarde, Alexa me dejó como siempre a unas calles del único lugar en el que podía sentirme yo mismo y en el que nadie me juzgaría. Vestido como un chico normal y corriente, con una gorra de béisbol en la cabeza ocultando mi pelo dorado y con unas gafas de sol oscuras, paseé por una de las calles más pobres de la ciudad. Allí, oculto en un callejón, había un edificio que me había cambiado la vida desde el momento en el que lo descubrí años atrás.
Asegurándome de que nadie me veía, entré. Allí, Sonia, la agradable secretaria, me saludó desde su puesto.
—Buenas tardes, alteza. ¿Ha tenido un buen día hoy?
—Ha sido un poquito durillo, pero no hay nada que no tenga solución. ¿Qué tal su día?
Aquella mujercita que sobrepasaba los cincuenta años esbozó una amplia sonrisa.
—Todo bien, gracias por preguntar. Sheila está a punto de acabar el instituto y Claire está centrada en sus clases de canto. A veces creo que ambas trabajan más que yo.
—El instituto es una etapa muy estresante, sobre todo cuando se está en el último año y para poder estudiar la carrera de tus sueños necesitas una nota altísima.
—Cierto. Solo espero que no se agobien demasiado.
La dejé allí y avancé a lo largo de todo el pasillo. Me gustaba aquel santuario de paz. Nadie en todo el reino sabía que adoraba la moda y que aborrecía las cosas que se estaban haciendo. Algunos modelos incluso parecían incómodos de llevar y la ropa en más de una ocasión resultaba incomodísima. Por eso, al cumplir los catorce años decidí que a pesar de que no podría dedicarme a ello, quería formarme y asistir a un taller como hobby.
En total éramos seis personas las que trabajábamos arduamente en aquel taller situado en un barrio no muy bueno de la capital del reino. Tenía todo lo que deseábamos e incluso más, desde una zona en la que creábamos nuestros propios diseños, hasta una sala de máquinas de coser y overlock, una zona de confección, un taller de zapatos e incluso disponíamos de un almacén lleno de ricas telas y materiales de todas las clases que me encargaba personalmente de traer a escondidas desde todos los rincones del mundo que visitaba con mi padre. No había un lugar en el que estuviera mejor; me sentía en mi esencia y mis compañeras eran todas increíbles.
—Muchachito, por fin has llegado. Ya pensaba yo que hoy no vendrías —me soltó Dorothy, una mujer de pelo canoso y piel arrugada. Tenía unos ojos rarísimos, de color amarillo anaranjado, preciosos y llamativos sin duda alguna.
—Se me ha hecho un poco tarde, pero aquí estoy. No me lo perdería por nada en el mundo.
A lo lejos escuché con claridad la discusión que estaban manteniendo Regina y Aroah. Puse los ojos en blanco. Ya empezáramos. Ellas dos siempre acababan a riñas por cualquier tontería; eran tan diferentes entre sí que se repelían. Aunque admito que no sería lo mismo sin sus constantes peleas.
—Mi nieta mayor ha hecho este bizcocho para mí y lo he traído para compartirlo con el resto. —Me tendió la bandeja donde lo llevaba, oculto en el papel de aluminio.
Abrí los ojos y me relamí los labios.
—¿Ese de chocolate que tanto me gusta?
—El mismo.
—Entonces, tomaré un buen trozo mientras termino el diseño que tengo empezado.
A una de las nietas de Dorothy le gustaba la repostería y, por norma general, aquella ancianita solía llevarnos una de sus creaciones. Era muy buena y todo lo que nos traía estaba delicioso.
—Solo si prometes enseñarme el resultado final. Me encanta todo lo que haces y estoy segura que a más de una persona le gustaría llevar puesto uno de tus modelos.
Unas semanas antes del verano en la capital se organizaba un mercadillo y cada año el taller ocupaba uno de los puestos donde vendíamos nuestros modelos. El año pasado casi se agotaron las existencias y el objetivo de ese era superar las ventas en comparación con el anterior. Si bien nunca había estado tras el mostrados, siempre me pasaba para verificar que todo marchara bien y, además, ayudaba mucho que el príncipe de un reino ojeara una de las prendas e incluso comprara una de ellas. Todo el mundo se moría por tener aquello que yo llevaba puesto. Era un plus de ser el heredero al trono de la familia Rosenzberg.
—Trato hecho.
Acordamos que me llevaría mi porción cuando las demás señoras llegaran y, con eso, me fui a la sala destinada al diseño. En la mochila traía aquel cuaderno repleto de esbozos y garabatos que pronto se transformarían en modelos llenos de gracia y fuera de lo que hoy en día se tenía por moda. Nada de faldas que casi ni taparan o jerséis que enseñaban ombligos. Me gustaba la ropa bien hecha, con gusto y que todo el mundo se sintiera cómodo con ella.
Mientras terminaba de dibujar aquel vestido, Piper Gujic, una viuda de sesenta y ocho años, se sentó en la misma mesa que yo. Observó con ganas mi obra, cómo le iba dando aquel color que venía a mi mente.
—Es precioso. Si tuviera la confianza y la juventud de antaño, me lo pondría. ¿De dónde sacas esos modelitos, principito? Me das mucha envidia.
Piper era una mujer que me caía de cine. Su personalidad, tan fresca y social, me hicieron entablar una amistad desde el primer instante en el que crucé una conversación con ella. Podía parecer una mujer frágil, pero tenía un desparpajo y una sabiduría que a día de hoy me seguía sorprendiendo.
—¡Vamos! Si en la feria del año pasado se vendieron todos tus diseños. Es más, creo que he visto a más de una usando el abrigo que confeccionaste y que se agotó casi en el primer segundo.
—¿Debo recordarte que tu hermana se lo probó y a raíz de eso todas las damas que lo presenciaron quisieron uno? Estoy segura de que si no fuera por ella, no se habría vendido con tanta rapidez.
Le resté importancia con la mano.
—Tonterías.
La tarde en aquel taller se me hizo corta. Charlé con todas las ancianas, degusté el delicioso bizcocho que la nieta de Dorothy había cocinado, empecé a darle vida a aquella prenda y me lo pasé como nunca. Estimaba mucho a mis amigos, pero mi tiempo con esas señoras valía oro y no lo cambiaría por nada del mundo
Como futuro rey, no se me dejaba hacer trabajos manuales. Se suponía que mi vida estaría llena de reuniones, estudio y aburrimiento, pero desde jovencito me había sentido atraído por la moda, era algo que estaba muy por encima de mí y sintiéndolo mucho no quería que nadie supiera que al menos tres tardes a la semana las pasaba en aquel rincón secreto.
Al llegar a casa, me sentía tan bien y tan relajado, bajo los efectos que tenía una buena sesión de costura y confección. Cené con mis padres y mi hermana e incluso hice un par de bromas. Algo que debéis saber es que la familia real no es tan seria como aparenta ser, ni de lejos. En nuestras cenas privadas y familiares podíamos ser nosotros mismos, sin miedo a que se nos juzgara o a quedar mal delante del público. Porque, al fin y al cabo, éramos personas de carne y hueso, reales, y, como todo ser humano, también cometíamos errores.
Cuando me acosté en la cama más de una hora después, una sensación de vacío se apoderó de mi pecho, como siempre me pasaba desde hacía unas semanas; y es que deseaba poder compartir aquel secreto con alguien más. Quién me diría que la persona que cambiaría mi mundo radicalmente se encontraba tan cerca y que me daría más de una sorpresa.
Antes de quedarme del todo dormido creí ver desde la ventana de mi dormitorio un ser alado cuyas plumas tan blancas y esponjosas como las nubes brillaban con luz propia. Con aquel pensamiento caí rendido tras un arduo día y soñé por primera vez con una mujer que cambiaría mi mundo para siempre y que me haría ver las cosas desde otra perspectiva.
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Nota de autora:
¡Feliz martes, mis queridos lectores!
Aquí tenéis un nuevo capítulo de No es un cuento de hadas. Así la cuarenta se os hará más amena. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. La cena con la familia Tyson.
2. La cita preparada con Amanda.
3. Christopher está prendado de Amberly.
4. Su rincón secreto.
5. El taller de costura.
6. Las ancianitas del taller.
7. La familia de Christopher.
8. El ser alado que cree ver.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos mañana con más y mejor! Os quiero. Un besito.
Mis redes:
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