Capítulo 33
Capítulo 33
Amberly:
Silencio, un silencio ensordecedor inundó la sala cuando de la boca ponzoñosa de Amanda salió el mayor secreto de todos, aquel que, según mis padres, nadie podía saber. Desde pequeña se me había enseñado a ocultarlo, a no hablar de ello con extraños, y se me había amenazado en el caso de contarlo.
Allí, plantada en medio del salón de baile, no sabía qué hacer al respecto, cómo actuar. No se oía ni una mosca y parecía que los invitados se habían quedado mudos... hasta que los murmullos y las miraditas cada vez se hicieron más evidentes. Empecé a sentirme como un bicho raro, incomprendida, y no se me ocurrió mejor remedio que salir corriendo y huir de aquel escrutinio abrasador.
—¡No puede ser!
—Es imposible.
—No me lo creo.
A medida que avanzaba pude escuchar con mayor claridad los comentarios que soltaban y fui plenamente consciente de cómo me analizaban, en busca, quizás, de las alas. Fue una sensación horrible y aplastante. Definitivamente, no estaba lista por mucho que dijera que lo estaba. La gente aún no estaba preparada para asimilar algo así, eso estaba claro. De lo contrario, no habrían reaccionado de aquella manera.
Caminé y me dejé perder por los pasillos laberínticos del palacio. No quería encontrarme con nadie conocido y lo único que deseaba era estar sola. Al final, mis pasos me llevaron al exterior, a aquellos jardines preciosos que el castillo poseía. Pude admirar la belleza de la noche, cómo aquella edificación preciosa se erigía y resaltaba gracias a las luces que la adornaban. En los balcones que daban al gran salón de baile un par de parejas bailaban al son de la música ajenas a mí.
Me recogí el vestido y caminé por aquel paraje bellísimo disfrutando de la soledad. La temperatura era muy buena y pese a estar en un vestido de tirantes no sentía frío porque no lo hacía. El aire mecía con suavidad las hojas de los pocos árboles que había en una de las secciones de los jardines. Sabía que al fondo, justo en la linde con el bosque, había un laberinto inmenso en cuyo centro había una gran fuente y un banco. Fue allí a donde me dirigí.
Caminé a paso rápido por el caminito de grava sin importarme que pudiera perderme. Al final, pasada casi media hora después, conseguí llegar al centro y sentarme en el banco. Hacía una noche estupenda y las estrellas brillaban con todo su esplendor. De haber sido otra la situación, no me habría importado en lo absoluto unirme a ellas y sobrevolar el manto oscuro; pero no me encontraba con mucho ánimo, no cuando acababa de revelarse mi mayor secreto.
¿Cómo se le ocurría hacer algo así? ¿Qué se le estaba pasando por la cabeza a esa dichosa mujer, por el amor de Dios? Amanda no me traía más que problemas, eso estaba claro. Primero, me hacía la vida imposible, me trataba mal en cualquier momento y se reía de mí con maldad; después, intentaba quedar por encima de mí y se molestaba porque por primera vez en la vida era yo el centro de atención; y ahora esto. Ya era el colmo de los colmos.
Estaba harta, cansada de su actitud y comportamiento de niña pequeña. Ya era hora de que aprendiera de una vez por todas que no iba a conseguir todo en esta vida, que a veces se gana y otras se pierde. ¿Cuándo le entraría en la cabeza que yo no tenía la culpa de nada, que todo había sido cosa del destino caprichoso?
Suspiré. Estaba claro que nunca cambiaría y su egoísmo había llegado tan lejos que les había contado a todos los asistentes aquello que nadie debía saber, según mis padres.
Sin embargo, una parte dentro de mí se sentía aliviada, pues ya, para bien o para mal, no tendría que ocultarme, por fin podría ser yo misma. No sabéis la de veces que había soñado con ello, con el instante en el que pudiera mostrar mis alas y no tener que esconderlas más. Estaba cansada de hacerlo, de sentirme un bicho raro.
Eso sí, no os voy a negar que me sentía asustada. Me aterraba el hecho de volver a esa sala y ser el centro de atención, el punto de mira. Temía que se me juzgara, que las predicciones de mis padres se cumplieran y, por ende, me convirtiera en el hazme reír de la fiesta. ¿Y si volvía y era señalada con el dedo? ¿Y si todo el mundo empezaba a burlarse?
¡Dios mío! No había pensado en la prensa. Era una obviedad que habría más de un reportero en la fiesta por la presencia de los reyes españoles. Fenomenal. Estaba segurísima de que al día siguiente mi cara estaría en todas las portadas de las revistas y los periódicos seguida del siguiente titular: "Bochorno real: la señorita Amberly Tyson resulta ser mitad humana y mitad ángel". ¡Qué vergüenza!
Miré el palacio. Desde mi posición, tenía muy buenas vistas de él. Las luces iluminaban la fachada y pude atisbar a un par de parejas en el balcón. No había ni rastro de él y su silencio me estaba asustando. ¿Qué estaría pasando allí dentro? ¿Cómo habría reaccionado Christopher ante tal escándalo? ¿Se habría dado cuenta ya de que no era, ni de lejos, lo que se esperaba de una reina?
No pude seguir cavilando, puesto que mi teléfono móvil empezó a sonar con fuerza. Ni siquiera recordaba haberlo guardado en el pequeño bolso que llevaba como accesorio colgado al hombro, aunque tenía mucho sentido, puesto que siempre intentaba llevarlo conmigo por si pasara cualquier tragedia. Miré la pantalla y no sé si lo que sentí fue alivio o decepción al ver que la persona que me llamaba era Cath y no Christopher.
—¿Sí? —respondí con la voz temblorosa. Una lágrima empezó a descender silenciosamente por mi mejilla y, enfadada, intenté borrarla. Mas pronto me di cuenta de que cuanto más intentara contener el llanto, más difícil sería no llorar.
—¡Amberly! Dios, ¿estás bien? ¿Dónde te has metido? Te estamos buscando por todas partes —dijo mi mejor amiga atropelladamente.
Ahogué un sollozo.
—Lo... lo siento. Necesitaba... estar sola —murmuré.
—¿Estás llorando? No llores, amiga mía. Sé que lo que ha pasado ahí dentro ha sido una locura, pero no debes martirizarte.
—Ahora seré el hazme reír y todos tendrán la excusa perfecta para meterse conmigo. ¿Quién querría tener como reina a alguien como yo?
—El pueblo necesita un cambio, pues estos siempre son para bien. Te necesitan y Christopher te necesita a su lado. No veas cómo te está buscando como un loco. No sabe dónde estás.
—Solo dame unos minutos para que me recupere y...
Pero no llegué a terminar la frase, puesto que cuando quise darme cuenta ya era tarde: alguien me quitó el teléfono y cortó la llamada. Al volverme hacia la persona que había osado interrumpirnos me encontré de cara a cara con él. Me quedé boquiabierta. ¿Cómo me había encontrado tan rápido? ¿Sería tan predecible?
—La próxima vez piénsatelo dos veces antes de huir así como así, ¿vale? No sabía dónde te habías metido y por unos segundos he pensado que habías vuelto a desaparecer para no volver nunca más.
Estaba nervioso y muy afectado por mi comportamiento infantil. Me sentí una miserable por hacerlo sentir tan vulnerable, por asustarlo. Estaba claro que me buscaría y una parte de mí se alegró de que me hubiese encontrado.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
Christopher esbozó una sonrisa tirante.
—En uno de nuestros paseos mencionaste que este sería un lugar seguro en el que esconderse. Te escucho más de lo que piensas, ángel. —Le tembló el labio inferior—. No vuelvas a desaparecer así como así. Me has dado un buen susto.
Rodeé el banco que nos separaba y le abracé; necesitaba con urgencia sentirme segura y no había mejor hogar que estar entre sus brazos, pues sabía que a su lado nada malo podría pasarme. Enterré la cara en su pecho y dejé que me arrullara mientras derramaba en silencio aquellas lágrimas que había estado conteniendo.
—Eh, todo irá bien. —Sus fuertes brazos me protegieron de mis peores pesadillas y me hicieron sentir segura, que nada malo iba a pasar pese a lo que había ocurrido.
—No quiero... —hipé—... No quiero que la gente me señale. Tengo miedo de lo que pasará a partir de ahora. Maldita Amanda. ¿No podría haberse quedado callada al menos un par de días más? Era lo que necesitaba para armarme de valor y confesarlo de una buena vez.
Christopher se separó unos centímetros y me miró a los ojos largo y tendido. Aquel mar grisáceo se veía envuelto en una gran tormenta eléctrica que no supe cómo detener.
—Sinceramente, creo que esto ha sido beneficioso. No me malinterpretes, ha sido un golpe bajo y muy rastrero, pero por fin se sabe la verdad y por fin tus padres se han dado cuenta de la clase de persona que es tu hermana. No veas el disgusto que tenían cuando la mujer bajó del escenario y lo abochornados que parecían.
Tragué saliva.
—¿Ha habido mucho revuelo? ¿Cómo han reaccionado cuando... cuando se han enterado de todo?
Intenté que no se notara lo nerviosa y avergonzada que me sentía, el temor que me abrasaba las entrañas de saber si era o no aceptada. La expresión de Christopher, impertérrita, no me ayudó para nada y no supe descifrar si la reacción había sido buena o no. En su lugar, se dedicó simplemente a extender una mano y esperar a que se la cogiera.
—¿Por qué no lo compruebas tú misma?
Me lo pensé. Por un lado, me daba pavor la idea de hacerle frente a aquel embrollo en el que me había visto inmersa. ¿Y si todos aquellos sermones que mis padres me habían echado a lo largo de mi vida eran ciertos? ¿Y si las personas aún no estaban preparadas para el cambio? No obstante, otra parte de mí quería demostrarles que se equivocaban, que no era un error de la naturaleza, que estaba bien ser quien era y que la gente sería capaz de amarme tal cual era.
Por eso, decidí hacerle caso a mi corazón y acallar los gritos de terror de mi cerebro. Era hora de hacerle frente, de coger al toro por los cuernos de una bendita vez. Tomé su mano y dejé que me guiara al exterior del laberinto, al palacio. A medida que nos acercábamos, mi corazón empezó a bombear con más fuerza, recordándome constantemente la razón de que hubiera huido. Cuando apenas nos separaban unos metros de distancia, escuché el suave murmullo del interior y no pude evitar detenerme en seco para recuperar la compostura.
—Puedes hacerlo, ángel.
—Solo necesito un minuto, por favor. Solo un minuto —pedí con la voz ahogada.
Me temblaban las manos y notaba la respiración agitada. Me pregunté si tendría una pinta horrible tras haber llorado y me estaba planteando huir en busca de un espejo cuando Christopher habló:
—Ni hablar, no vas a moverte de aquí a no ser que sea para entrar.
—Seguro que estoy horrible.
Una sonrisa genuina le iluminó los rasgos. Pasó sus dedos con suavidad por mis pómulos y aquellos ojos cargados de intensidad de posaron en los míos.
—Eres la mujer más bella del reino.
Puse los ojos en blanco. Sí, claro. Seguro que tenía las mejillas encendidas, los ojos hinchados y rojos de llorar y el rímel corrido. Intenté arreglarlo un poco, pero sin un espejo iba a ser imposible quedar presentable. Al final, acabé desistiendo y me mentalicé para lo que estaba a punto de suceder.
Aunque nadie me preparó para la reacción que obtuve cuando entré en aquel salón repleto de gente que lo primero que hizo fue clavar la vista en mí antes de empezar a aplaudirme y vitorearme. Me quedé helada en el sitio sin saber muy bien qué hacer a continuación. ¿En serio mis padres le tenían tanto miedo al qué dirán para que finalmente ocurriera aquello? ¿En serio me había pasado tantos años atemorizada para que al final fueran solo eso, fantasías y miedos irreales?
—¿Qué... Qué está pasando? —balbuceé sin comprender nada.
—¿No te das cuenta de lo que ocurre? Nadie, absolutamente nadie, rechaza tu naturaleza —susurró en mi oído Christopher para que nadie más lo escuchara.
A medida que avanzábamos entre la multitud, más aplausos recibía. Me guió hacia donde estaban los reyes, junto a los monarcas españoles. Estaba perpleja, sin creer de verdad lo que estaba sucediendo. ¿Aquello era real? ¿O solo un alucinación de mi cabeza? Todos los ojos estaban puestos sobre mí y, por una vez en la vida, no me sentía cohibida; quería mostrar todo lo que tenía para dar, enseñarles aquello que me hacía ser quien era.
A medio camino, me detuve en seco y me volví hacia mi príncipe azul. Sus ojos brillaban con fuerza, feliz y contento de ver la reacción de los presentes.
—No me esperaba esto.
—Espera y verás. Aún queda más
Sentí un nudo en la garganta.
—¿Hay más?
Él me dio un pequeño beso en la frente antes de, con un movimiento, ponerme en marcha de nuevo.
—Ten paciencia.
Cuando llegamos a la altura de los soberanos, mi pobre corazón brincaba con fuerza, temeroso de saber qué estaba pasando y por qué la gente me aceptaba tal cual era cuando estaba claro que no había muchas personas como yo, con el gen. Tuve que utilizar todo mi autocontrol para no ponerme a temblar otra vez como un flan.
En cuanto la reina Alexandra nos vio, me puso las manos en los hombros y esbozó esa sonrisa que Christopher había heredado.
—Niña, menudo susto nos has dado. No vuelvas a salir corriendo así.
Aparté la mirada, avergonzada.
—Lo siento. Yo...
—Entiendo que lo que ha ocurrido estaba fuera de tu control y que no te ha gustado nada que ese demonio que tienes como hermana haya soltado así como así algo tan personal, pero no debes sentirte abochornada de ser como eres, porque eres maravillosa —me dijo sin perder la sonrisa de los labios. Sus ojos grises refulgían con fuerza bajo el destello de las luces.
Su marido dio un paso al frente y, al igual que su esposa, me regaló una de sus sonrisas tranquilizadoras. Me tendió una mano y, cuando se la cogí, me guió hacia los invitados especiales.
—Quiero presentarte a sus Majestades, los reyes de España: la reina Miriam y el rey Eduardo de Borbón.
Tal y como se me había enseñado, ejecuté una pequeña reverencia en cuanto estuve frente a ellos.
—Es un honor poder conocerlos al fin.
—¡Oh, eres un encanto, muchacha! —exclamó Miriam con cariño. No tendría más de treinta años y, según tenía entendido, llevaba muy poco tiempo casada con su marido. No estoy segura—. Veo que lo que nos han contado de ti es cierto.
Me giré hacia la familia Rosenzberg con la emoción destilando por cada poro de mi piel.
—¿Les han hablado de mí?
—Por supuesto —habló con moderación el rey Eduardo—. No sé si lo sabrás, pero somos muy amigos de ellos. Nuestras familias han sido aliadas desde que se conocieron hace ya varias décadas atrás.
Vaya, no tenía ni idea. Me hice una nota mental de que debería investigar más en profundidad a los Rosenzberg y su historia, pues no quería parecer una inculta delante de gente importante cuando me hablaran de ese tipo de asuntos. Lamentaba no haberme criado toda mi vida en Ahrima y no haber conocido, por ello, su historia; más lamentaba no habérseme ocurrido ponerme al día, aunque fuera un poco, sobre ello cuando me mudé allí hacía casi dos años atrás.
—No lo sabía.
Christopher se aclaró la garganta y, desde atrás, se explicó por mí.
—Amberly se mudó el año pasado desde Chicago y no está muy puesta al día sobre nuestras alianzas y demás asuntos, no todavía. —De manera sutil, pasó las manos entorno a mi cintura y me atrajo a él en un gesto de protección.
Se instaló un pequeño silencio a nuestro alrededor que no duró mucho. Pronto Nathaniel se aclaró la garganta para llamar nuestra atención antes de hablar:
—¿Sabes por qué nuestra familia se ha tomado tan bien que tengas alas?
Negué con la cabeza.
—No, ¿por qué?
—La reina Miriam tiene el gen y aunque al principio le costó confiar en nosotros, tras pasados unos años de amistad nos desveló su secreto.
La miré de hito en hito sin poder creérmelo. ¿Eran ciertas sus palabras? ¿Por qué se ocultaba entonces?
—Eres una muchacha muy valiente y visto cómo los asistentes han reaccionado a ello no creo que debas... que debamos ocultarnos más. Es hora de mostrarnos, ¿no crees? —Sin perder la sonrisa me guiñó un ojo.
Estaba sin palabras. No me podía creer que fuera cierto que la mismísima soberana española fuera como yo. Al parecer, éramos muchos más de los que esperaba.
—¿Se... se refiere a ahora?
Me tomó de las manos.
—Por supuesto. ¿Por qué no dejamos que el mundo vea lo hermosas que somos?
Sin dejarme decidir siquiera, me arrastró fuera del salón. A paso más ligero nos seguía Alexandra, con el tintinear de sus zapatos de tacón a nuestras espaldas. Subimos un piso y nos metimos en una habitación gigantesca decorada con muy buen gusto y llenada de maletas que me dieron a entender que estaba en el dormitorio que les habían asignado a los reyes. Una pluma traicionera descansaba encima de la colcha.
Miré aquel vestido precioso que llevaba y me dio mucha pena tener que quitármelo —al mostrar mis alas el vestido me quedaría muy holgado—. ¿Qué me pondría ahora? Como si me leyera la mente, Alexandra le pidió a una doncella que trajera no sé qué cosas y, un par de minutos después, la muchacha trajo en sus manos una prenda metida en una funda. En cuanto bajó la cremallera, me enamoré de aquel vestido. Era precioso, de una tela vaporosa de color vino. La tela fluía en suaves ondas hasta el suelo.
Era perfecto.
Sentí un nudo en la garganta. Aquella preciosidad estaba destinada a que me la pusiera.
Mientras ambas nos cambiábamos con tranquilidad, la reina esperó sentada en el sofá balanceando los pies arriba y abajo. No sabéis el alivio que sentí de poner mover las alas con libertad tras varias horas de tenerlas enrolladas. Incluso aproveché para moverlas un poco, con tan mala suerte de tirar un jarrón que esperaba que no fuera costoso —aunque unos meses después me enteraría de que era una reliquia familiar—. Fabuloso.
—Amberly, estás preciosa —musitó Alexandra en cuanto me vio acercándome con paso tembloroso.
Se levantó del sofá y me examinó de arriba abajo sin perder ni un solo detalle. Aprovechó todo el tiempo para retocarme el maquillaje y quitarme los restos de llanto. Cuando estaba terminando, Miriam entró en la sala desde el baño totalmente renovada. Llevaba un vestido rojo de pedrería que le llegaba hasta el suelo. Le marcaba el busto y se le ceñía a la altura del pecho. Estaba perfecta.
Pero lo que más me impresionaron fueron sus alas, enormes, espumosas y llenas de plumas blancas, dignas de toda una reina. Las lucía con orgullo, sin miedo a mostrarlas.
Era todo un modelo a seguir.
—Vaya, está espectacular —murmuré al verla como una boba.
Ella esbozó una sonrisa brillante y me echó un ojo. Me sentí cohibida bajo si atenta mirada y lo único que deseaba era agradarle.
—¿Que yo estoy espectacular? ¿Acaso no te has mirado en el espejo?
Tenía razón. Lucía radiante y lo único que quería era comerme el mundo.
Sin embargo, toda esa emoción que me recorría las venas se fue en cuanto llegamos a la planta baja. La música aún sonaba a un volumen moderado y las conversaciones de los invitados resonaban como pequeños murmullos por encima del martillear desatado de mi corazón.
—No creo que sea una buena idea. Seré el centro de la atención y...
—Venga, todo el mundo sabe ya que tienes alas. Es hora de que se las muestres, ¿verdad, Miriam?
—Concuerdo contigo. Mira, Amberly, eres una chica increíble y no debes dejar que nada ni nadie te diga cómo debes actuar. Sé que tus padres te han obligado a esconderte, pero ya no debes hacerlo nunca más. ¿No has visto cómo han reaccionado nuestros invitados cuando se han enterado de tu secreto? Créeme, no se sienten, ni de lejos, asqueados por tu naturaleza y estoy segura al cien por cien de que lo que desean ahora es que les dejes con la boca abierta cuando les enseñes este par de alas preciosas que tienes.
Sus palabras me dieron el valor necesario para dar un paso al frente y alzar la cabeza y las alas con orgullo, dispuesta a brillar como el diamante que Christopher decía que era.
Ya dentro de la sala, los asistentes menearon sus cabezas en nuestra dirección en cuento nos vieron a las tres. Todo se quedó en un claro silencio —incluso la orquesta dejó de tocar— y lo único que pude escuchar fue el martillear de mi pobre corazón. Los nervios me carcomían por dentro a cada paso que daba, sabedora de que aquello no había sido, ni por asomo, una buena idea.
Pero, de nuevo, me equivocaba y nadie me preparó la ovación que empezamos a recibir. Una gran sonrisa me iluminó los rasgos y, con mayor confianza, recorrí lo que me quedaba para reunirme con mi príncipe azul de cuento de hadas... solo que aquello era el mundo real y donde a veces incluso los buenos teníamos nuestro ansiado final feliz.
Tampoco vi venir lo que vino a continuación. Allí, delante de todos los presentes, Christopher se arrodilló y sacó una caja de terciopelo pequeña. Abrí la boca de la sorpresa.
—Amberly, eres la mujer más maravillosa que he conocido jamás y sé que a tu lado dejo de ser un príncipe para ser solo Christopher. Te da igual que no siempre sea un caballero. Te quiero, te quiero con todo mi corazón, y me gustaría pasar el resto de mi vida junto a ti, estar siempre en las buenas y luchar juntos contra los obstáculos que se nos pongan en nuestro camino. —Abrió la cajita y mostró un anillo de compromiso perfecto. Bañado en oro blanco tenía una pequeña gema de color ámbar en el centro y la inscripción del día exacto en el que empezamos a salir. ¡Dios mío! ¿Aquello me estaba sucediendo realmente?—. Por favor, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa?
Lo miré largo y tendido, más enamorada que nunca. Gracias a él había aprendido tantas cosas y había vivido pequeñas aventuras que, esperaba, en el futuro hubiera más. Me encantaba todo de él, hasta sus defectos. Era él, el indicado, el príncipe de brillante armadura que vendría a rescatarme de mi torre gobernada por la tiranía de mi familia.
Por eso, no dudé ni un segundo cuando le di mi respuesta.
—Si es contigo, siempre.
Aquello no era el final, ni mucho menos. Era el inicio de todas las aventuras que el destino nos tenía preparadas.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis queridos lectores!
¿Qué tal estáis? Yo ando muy emocionada porque loquefue ha creado una portada preciosa. ¿Qué os parece?
Por otro lado, quiero deciros que me apetece hacer un directo el domingo para comentar el final de No es un cuento de hadas y la novela en sí. ¿Os apetece? El sábado, cuando suba el epílogo y los agradecimientos os contaré más al respecto.
¿Qué os ha parecido el capítulo final? Repasemos:
1. Amberly está en shock.
2. La huida.
3. Cómo se siente Amberly.
4. Christopher la encuentra.
5. Retorno a la fiesta.
6. La reacción de los invitados.
7. ¡La reina Miriam también tiene alas!
8. ¡Por fin Amberly se muestra tal cual es!
9. La pedida de mano.
10. El final tan perfecto.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos este sábado en la última actualización de esta historia! Os quiero. Un besito.
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