Capítulo 3
Capítulo 3
Amberly:
Dios, qué desastre de día y, para rematar, al idiota de Cedric Krusen se le ocurría la brillante idea de tirarme encima la dichosa bebida que le había servido. El muy gilipollas se había pasado de la raya. Estaba cansada de sus bromitas pesadas y de su forma de tratarme. La verdad es que no entendía a qué venía su comportamiento para conmigo, qué le había hecho como para que me convirtiera desde el primer instante en el blanco de sus bromas.
Lo que más me había sorprendido había sido la actitud de Christopher y cómo me había defendido. Si bien había hablado con él en contadas ocasiones, siempre había pensado que no era más que otro niño rico más. No obstante, que hubiese salido en mi defensa me había abierto los ojos para con él: a lo mejor sí que le importaban las injusticias y luchaba contra ellas.
Aquella tarde del jueves estuve atendiendo hasta que mi turno terminó a las ocho. En todo ese tiempo me había percatado que mi hermana no había dejado de fulminarme con la mirada y que en contadas ocasiones había intentado acercarse a él en vano. Con Lena y Bariel delante, esas dos compañeras insoportables que intentaban con desesperación llamar la atención del príncipe solo por su puesto en la sociedad, Amanda quedaba más en un segundo o tercer lugar. No es que no fuera guapa, porque sí es que lo era, solo que su belleza era más bien simplona y del montón; por no hablar de aquella actitud de estirada que siempre llevaba consigo, como si la tuviera tatuada en su piel.
En fin, cuando por fin dieron las ocho, pude cambiarme y marcharme a todo correr. Tenía muchas ganas de sentir la libertad en cada poro de mi piel y sabía que solo había una manera de conseguir esa sensación. Así que recorrí las no tan concurridas calles de Allura hasta que pasada casi media hora llegué a la linde del bosque de los Vanir. Si bien al comienzo seguí el pequeño sendero que la mano humana había creado, tiempo después me adentré en la espesura. Corrí y corrí hasta alejarme de la civilización y cuando por fin me sentí segura, me dejé caer junto al tronco de un árbol.
Toda mi vida se me había enseñado a ocultar mi verdadero yo, como si ser diferente fuera malo. Mis padres me habían menospreciado por haber heredado aquello. Para ellos era una vergüenza, una maldición, y, por ello, debía esconderlo. Pero yo ya estaba cansada de esconderme, de esconderlas, porque eran hermosas.
En la soledad del bosque me quité la sudadera varias tallas más grande que la que usaba y las dejé al descubierto. Disfruté del placer de sentirlas de nuevo, de estirarlas tras un largo día de tenerlas enrolladas entorno a mi cuerpo. Eran perfectas.
Tenía alas, dos grandes y hermosas alas blancas como la nieve, tan esponjosas como el algodón, más ahora que aún nos encontrábamos en invierno. Cuando el frío llegaba, las plumas suaves se hinchaban para que el frío no me afectara. Por ello, en primavera llegaba la que yo denominaba <<temporada de muda>>; y es que todo lo que había ganado, todas aquellas plumas extras, se caían. Por eso a mis padres no les gustaba que anduviera con las alas extendidas, porque en la temporada de muda dejaba plumas en todos los lados, incluso llevándolas ocultas.
Me permití el placer de tocarlas y masajearlas antes de prepararme para el vuelo. Todavía era demasiado temprano para ir a casa y lo único que deseaba era extender las alas alas y volar hasta mi pequeño refugio secreto. Tomé impulso, batí las alas con fuerza y dejé que todos los problemas desaparecieran a medida que mis pies se alejaban del suelo. Amaba la sensación de sentir el viento en la cara y el pelo suelto salvaje.
Disfruté cada segundo que me llevó llegar a la casa del árbol que había construido con la ayuda de mi abuela en el haya más alta y frondosa de todo el país. Se encontraba en un pequeño claro infranqueable a no ser que fuera volando, cosa que dudaba que una persona normal pudiera hacer. Nos había llevado todo un año, pero había merecido la pena todo el trabajo y sacrificio que ello había llevado.
Se encontraba situada en lo más alto, oculta y camuflada entre sus frondosas ramas y hojas. Tenía unas vistas espectaculares al palacio, cuyas torres se veían majestuosas e imponentes desde la lejanía. Me gustaba la idea de fantasear despierta con convertirme en la futura princesa del reino y con mostrarle al pueblo que el hecho de tener una anomalía no le hace a uno ser un bicho raro.
Di un par de vueltas antes de dejarme caer con gracia en el porche. Como las luces estaban dadas, supuse que mi abuela estaría dentro y, cuando entré, comprobé que así era. Se encontraba en su pequeño taller cosiendo algo que no estaba en mi campo de visión. Sus alas me seguían impresionando a pesar de saber de antemano que las tenía. Eran tan blancas como las mías y las plumas te invitaban a acariciarlas. Por lo que me había contado cuando era una niña, el abuelo adoraba que se paseara con ellas a plena vista y desde entonces había deseado encontrar a ese alguien que me aceptara como era, con ellas incluidas.
—¿Ya has terminado de trabajar?
Pese a que se encontraba de espaldas y no podía verme, supuse que me había visto sobrevolando los cielos y aterrizar desde la ventana que habíamos instalado en frente a su mesa de trabajo.
—¡Por fin! No veas las ganas que tenía de terminar por hoy. Además, el pesado de siempre ha vuelto ha hacer de las suyas...
Le narré con pelos y señales todo lo que había ocurrido en el día, desde la llegada del príncipe tras su viaje hasta el incidente con Cedric y la disculpa de Christopher. Ella me escuchó mientras seguía puliendo su trabajo.
A mi abuela le encantaba la costura y hacía unos meses había comenzado a asistir a un taller de costura en el que las señoras mayores podían crear toda clase de diseño, fuera ropa de vestir fuera calzado, que después vendían en un pequeño puesto del mercado. Yo las había ayudado trabajando para ellas como dependienta. Eran muy agradables y me caían de fábula si bien al comienzo me había sorprendido las riñas que había entre dos mujeres del mismo taller.
—Siento que por mi culpa debas pasar por este tipo de situaciones, cariño. Si no hubieses heredado de mí las alas, podrías haber llevado una vida normal.
—Yo no quiero una vida normal. Lo normal es aburrido, abuela. Me encanta poder volar por mi cuenta, sentir esa adrenalina cuando lo hago. Puede que haya tenido problemas para amoldarme al grupo porque tampoco es que me lo hayan puesto muy fácil que digamos, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Me gustan mis alas; me hacen sentirme especial.
—Lo eres. Somos únicas en nuestra especie.
Mi abuela siempre me había hecho sentir bien. Según me había contado, cuando supo que yo también era como ella, se llevó una alegría; alegría que pronto se vio eclipsada por la tristeza de ver el trato que me daban mis padres, cómo siempre me miraban como si fuera un bicho raro. A mamá no le gusta que las tuviera y papá ponía una cara rara cuando las veía. Por eso solo las dejaba al descubierto cuando sabía que no necesitaría salir de mi habitación.
De pequeña pasé la mayor parte del tiempo con mis abuelos maternos, ya que mis padres les ponían la excusa de que tenían mucho trabajo que hacer. Mas cuando nació mi hermana pequeña, todo cambió. A ella sí que la cuidaban y le daban todos los caprichos que a mí no me habían dado. Recuerdo una vez en la que debíamos llevar un disfraz al colegio y yo les pedí uno que había visto en el escaparate de una tienda, pero ellos aludieron que no podían permitírselo. Claro, pero un disfraz similar para Amanda sí que podían pagarlo. Ese tipo de desigualdades estaban en mi día a día, por desgracia.
Los únicos que me habían cuidado bien y que se habían molestado en quererme fueron mis abuelos, aunque a mi abuelo Tom apenas pude conocerle, ya que murió cuando yo tenía tres años. Mi abuela, en cambio, tenía una salud de hierro y mientras viviera tenía muy claro que pelearía por mí con dientes y garras si hacía falta. No veáis la cantidad de veces que había salido en mi defensa, cómo había encarado a mis padres al ver que yo no podía, por ejemplo, hacer aquella extraescolar tan divertida pero Amanda sí, o cómo yo no podía comer postre cuando salíamos a comer o cenar fuera mientras Amanda lo tenía permitido. Era muy injusto.
Me dejé caer en uno de los pufs que habíamos colocado en la pequeña sala de estar improvisada. Mi abuela tomó lugar en el otro.
—Me pregunto por qué solo nosotras somos las que poseemos la anomalía, por qué no hay más personas con alas.
—Quizás las haya y se ocultan tal y como hacemos tú y yo. Además, el ser humano está en constante evolución.
—¿Crees que habrá más como nosotras?
Mi abuela se llevó una mano al mentón y permaneció pensativa durante unos segundos.
—Podría ser —acabó diciendo—. No descarto la idea de que haya más casos ocultos. Vivimos en una sociedad tan atontada que aquello que se sale de la norma es catalogado como raro. La gente es tan ignorante que lo que no sigue lo estipulado da miedo y repulsión.
Estaba totalmente de acuerdo con ella; solo hacía falta ver cómo me trataban mis compañeros porque pensaban que tenía kilos de más.
Me estiré como un gato antes de sacar del bolso un par de bocadillos que había preparado en el trabajo para que ambas cenáramos. Total, estaba segura que mi familia no llegaría hasta tarde.
—¿No te esperan en casa para cenar? —preguntó al mismo tiempo que fruncía el ceño.
Me encogí de hombros.
—Tienen una cena importante y, claro, no estoy invitada. —Puse los ojos en blanco—. Ya estoy cansada de ser invisible para ellos y que Amanda sea Doña perfección.
Mi abuela hizo una mueca.
—Tus padres están criando a una malcriada.
—No me digas. No me había dado cuenta —ironicé—. Se cree que lo tiene todo solo porque viste ropa y calzado de marca. He visto su armario y más del setenta por ciento me parece horrible y no me lo pondría.
Ella me dio un abrazo, la mar de contenta.
—¡Esa es mi chica! El martes la vi con unos zapatos que me dieron vergüenza ajena.
—Lo peor es que se piensa que va de guay por la vida.
—Solo espero que su regalo de cumpleaños le guste. Le he hecho una blusa de las que lleváis la juventud.
—Conociéndola, sonreirá con toda su falsedad y la tirará al fondo del armario. Como no te has gastado una millonada, no lo valorará, ¿te acuerdas el collage de fotos que le hice? Lo quemó esa misma noche.
—¡Qué cruel!
—¿No puedes hablar con ellos para que intenten hacer algo con ella? —le rogué con ojos suplicantes—. Como siga así va a acabar siendo más diva que las estrellas de pop.
Mi abuela puso una cara de culpabilidad.
—¿No crees que no lo haya intentado antes? Mi hija es tan tozuda que solo piensa que estoy desvariando. Claro, como para ella la chavala es un genio y hace todo bien, le dan todos esos caprichos.
Si algo me gustaba de ella era que no tenía pelos en la lengua. Me encantaba que soltase lo que opinaba sin importar quién estuviera delante. Me acuerdo de la cantidad de comentarios fuera de tono que les soltaba a mis padres con respecto a mí. Desde pequeña fui muy consciente de que la relación entre ellos era algo tensa, más cuando la abuela decidió mudarse desde un pequeño pueblo de Illinois para estar más cerca de nosotras; es más, se había cambiado de país solo para asegurarse de que estaba bien y que no dejaba que el resto me pasara por encima.
Apoyé mi cabeza en la suya. La quería tanto.
—Gracias por cuidarme tan bien y por no permitir que fuera como ellos.
Sus ojos, iguales a los míos, se clavaron en mí brillantes.
—Ni muerta iba a dejar que te convirtieran en otra muñequita. —Llevó los dedos a mi barbilla y me levantó el mentón para escrutarme con la mirada—. Eres la mujer más buena que he conocido, con el mejor de los corazones. Espero que algún día encuentres a esa persona que, como mi Tom, te acepte tal y como eres. Estoy segura que allá fuera hay un hombre con mucho amor por dar, ese que tanto te mereces.
Me dio un pequeño beso en la frente y volvimos a abrazarnos sentadas. Me sentía tan a gusto allí, disfrutando de su compañía, que no quería irme. Sin embargo, pronto, demasiado diría yo, el tiempo fue pasando y la noche oscura gobernaba cada recoveco de aquel mágico bosque. Muy a mi pesar, me separé de ella.
—Debo marcharme. Mañana tengo clase a primera hora y no quiero que se me peguen las sábanas.
Sus manos arrugadas en mis hombros y un fuerte beso fue suficiente para darme la fuerza que necesitaba para afrontar un nuevo día lleno de burlas e insultos.
—No te demores entonces. Mañana no creo que pueda venir; he quedado con las chicas del taller.
—No pasa nada. Ya nos veremos otro día.
Tras darle un beso, me acompaño fuera y mientras me lanzaba al vacío, escuché su fuerte despedida y al alzar el vuelo vi su sombra saludándome.
Aquellos momentos abuela y nieta eran los que más fuerzas me daban y los que menos sola me hacían sentir, porque con ella yo me sí me sentía especial.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis queridos lectores!
¿Qué tal lleváis la cuarentena? Yo estoy que me subo por las paredes. Espero que la situación con todo el tema del coronavirus no se agrave. Espero que el capítulo al menos haga que el encierro sea más ameno. ¿Qué os ha parecido? La gran mayoría acertasteis. Repasemos:
1. El secreto de Amberly.
2. ¡Tiene alas!
3. Su rincón secreto: la casa del árbol.
4. ¡Su abuela también tiene alas!
5. La relación tan profunda que tiene con su abuela.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos esta semana! Un beso enorme. Os quiero.
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