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Capítulo 29

Capítulo 29

Amberly:

Se había armado un gran revuelo y yo no había sido consciente de ello hasta que mis pies tocaron tierra firme tras estar unos días a la deriva. El caso de mi abuela salió en las noticias y en los periódicos y todo el mundo se preguntaba qué clase de ser era y si había más como ella. Debido a que aún conservaba su apellido de casada, nadie pensó que mis padres estaban ligados a ella y ellos no dijeron nada al respecto.

En clase no se hablaba de otra cosa. El primer día que volví tras estar casi diez días sin asistir era el tema por excelencia. La notica estaba en boca de todos. Se preguntaban cómo había sido capaz de ocultarlo, quién era y demás cuestiones. Lo que nadie sospechaba era que yo también poseía el gen.

Porque la anomalía Malaika se daba porque teníamos un gen extra en el cuerpo. En Chicago vivía una especialista en el tema y que también era como nosotras. Fue mi doctora los años que estuve allí y gracias a ella no tuve que explicar nada cuando debía mostrar mis alas. Fue la que me atendió cuando me rompí un hueso del ala tras sufrir una caída inesperada.

—¿Lleva así todo el tiempo que llevo desaparecida? —le pregunté a Cath, quien había sido mis ojos y mis oídos aquellos días que había faltado.

—Tienes suerte de no haber venido la semana pasada, pues empezaron a aparecer rumores sobre quién podría tener alas y estoy segura de que Lena y Bariel te habrían acusado de tenerlas. Menos mal que la moda de inventarse rumores ya no se lleva, amiga mía. De la que te has librado.

La miré culpable.

—Siento haberte dejado sola estos días. Necesitaba pensar y...

Ella le quitó importancia con un gesto de la mano.

—Bah, no ha sido para tanto. He aprovechado para ponerme al día con las asignaturas, porque ya sabes que en nada empezamos la temida semana de exámenes. Solo de pensarlo ya empiezo a estresarme. Solo espero no tener que trasnochar por dejarlo para última hora.

—Me apuesto lo que quieras a que solo exageras y, después, sacas una de las mejores notas de la clase. Eres toda una empollona y a veces das mucho asco. Tus nueves eclipsan mis ochos.

Ella me tiró un beso.

—Espero que ahora que has empezado a salir con el príncipe no descuides tus estudios, eh.

Me tragué una risa.

—Claro, me has pillado. Había pensado en decirle que les pidiera a los profesores que me pusieran una matrícula de honor y así eclipsar a Amanda de una vez —bromeé.

Cath me apuntó con el lapicero.

—Pues no es mala idea, aunque creo que ya la has eclipsado. Le has dado donde más le duele cuando Christopher te quiso a ti en vez de a ella. Que se joda. Ya es hora de que los buenos ganen y que los malos reciban su castigo.

A pesar de que estaba de acuerdo con sus palabras, de que quería que por fin tuviera ese final feliz de cuento de hadas, sabía que vivía en la realidad y que, por desgracia, no todos tenían su fueron felices y comieron perdices. Por eso, quería andarme con mucho ojo; no me fiaba de un pelo de mi hermana menor y la conocía lo suficiente como para saber que estaba tramando algo. Llevaba sin meterse conmigo mucho tiempo, ni siquiera me había enviado uno de sus mensajes en los que se descargaba.

La conversación murió cuando la profesora entró en clase y empezó a impartir su asignatura con mano dura. Estuve cogiendo apuntes hasta que me llegó un mensaje de texto. Con sutileza, lo abrí y no pude evitar esbozar una sonrisa al leerlo.

<<Añoro nuestras charlas clandestinas.>>

Aproveché un despiste de la señora Gürthen para responderle.

<<Ya habrá otras oportunidades. Además, eres tú el que se ha sentado atrás, principito. Te aguantas.>>

Me contestó unos minutos después.

<<Eres muy mala, ¿lo sabías? Y yo que pensaba que necesitabas un poco de espacio. No quiero agobiarte, no ahora que vives en palacio.>>

Así que era eso. Interesante. Teníamos una charla pendiente con él al respecto.

<<Luego hablamos.>>

No pude verlo en el descanso largo y no fue hasta la hora del almuerzo que sus ojos no se conectaron con los míos. Estaba sentado con sus amigos, aunque ni Cedric ni Kendall ni Amanda ni Bariel ni Lena estaban. Divisé a ese grupito en otra mesa, casi en la otra punta de la gran estancia y, casi al instante, fruncí el ceño. A mi lado, Cath hizo lo mismo.

—¿Sabes lo que ha pasado? —preguntó en voz baja mientras esperábamos a que nos atendieran.

Negué con la cabeza.

—No tengo ni idea. ¿Qué crees que ha sucedido?

—A lo mejor se han peleado.

—O quizás por fin los ha puesto en su lugar —puntualicé yo avanzando.

—Sea lo que sea, pronto lo averiguaremos.

En efecto, ya servidas, empezamos a buscar una mesa libre, ya que la que solíamos usar estaba ocupada. Me sorprendió que fuera uno de los amigos de Christopher, Nicholas si memoria no me fallaba, el que nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos a ellos. Cath me lanzó una miradita interrogante y yo me encogí de hombros en respuesta. Al final, decidimos sentarnos con ellos; total, si todo el mundo sabía ya que éramos pareja.

Craso error. En el momento en el que nos acercamos, los estudiantes de las mesas contiguas nos empezaron a lanzar miraditas descaradas y llenas de curiosidad. No me lo podía creer. ¿Acaso no podía comer con él sin que no me sintiera observada? Fenomenal.

—Mirad quién está aquí. Si es la chica más guapa del reino —habló Christopher con ese piquito de oro que tenía.

Zalamero.

Sentí cómo mis mejillas ardían y no solo fue consecuencia de sus palabras. Que gran parte de los alumnos y profesores que había en la cafetería no despegara sus ojos de nosotros me estaba poniendo nerviosa.

—Veo que estás de buen humor.

Se hizo a un lado y me dejó hueco. Me senté y esperé a que Cath hiciera lo propio junto a Nicholas. Cuando quedamos cara a cara, se instaló un pequeño silencio que se rompió gracias a la curiosidad de mi mejor amiga.

—No es por ser una maleducada, pero ¿por qué no están el grupo de los divos con vosotros?

Los divos, así les llamábamos a Cedric, Kendall, Amanda, Lena y Bariel. No hace falta que dé explicaciones al respecto.

—Son unos pesados y ya era hora de que supieran que por ser hijos de quienes son vamos a permitir su actitud —explicó Blake.

—Estaban hablando mal de vosotras de nuevo —agregó Nicholas al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco—. Ya estamos cansados de que se crean lo más de lo más y ya era hora de ponerlos en su lugar. Christopher les ha plantado cara y les ha cantado las cuarenta.

Miré a aquel rubito con una sonrisa tirante en los labios. Estaba tan tranquilo allí sentado que las palabras de sus amigos parecían mentira. ¿En serio había reaccionado así?

—¿En serio lo has hecho?

Él se encogió de hombros.

—Todo aquel que se meta contigo se mete conmigo. Somos un pack, que te quede bien claro.

Busqué su mano bajo la mesa y entrelacé nuestros dedos.

—Eres un encanto, ¿lo sabías? —susurré para que solo él me escuchara.

Alzó una ceja con diversión.

—No me dices nada nuevo. Ya sé que soy irresistible y que todas las mujeres del reino ansían estar conmigo.

Todos en la mesa reímos ante su falsa petulancia.

—Cedric te está llamando y dice que le devuelvas su personalidad —bromeé.

Envueltos en ese ambiente tan relajado, tomamos nuestro almuerzo. Si bien no había tenido la oportunidad de conocer a Nicholas antes, supe enseguida por qué le caía tan bien a mi principito: era tan sincero y cercano que al de poco me vi hablando con él como si fuésemos amigos de toda la vida. A Blake le había conocido en los bailes a los que había asistido. Había charlado con él sobre temas bastantes banales y había descubierto que era un hombre con el que era muy fácil reír y ser uno mismo. No me extrañaba que Christopher anduviera con ese par.

. . .

Aquella tarde fui a mi puesto de trabajo como casi todas las tardes y me encontré con un gran alboroto en la entrada. Asentados junto a la puerta como si estuviesen acampando había una pila de periodistas cámara en mano dispuestos a dar una gran exclusiva. Aquellos días había tenido la suerte de no ser acosada por ellos, pero me temía que había llegado el momento en el que me tocaría enfrentarme a todos ahora que se sabía que era la pareja del heredero.

En cuanto les vi, agarré con más fuerza la correa del bolso.

—Señorita Tyson, por favor, ¿podría responder a unas preguntas?

Ni siquiera esperaron a que respondiera cuando empezó el bombardeo masivo.

—¿Cómo empezó su relación con su alteza real?

—¿Han pensado ya qué van a hacer en las vacaciones de verano?

—¿Están planeando casarse?

Cada periodista soltaba sus preguntas como si supieran que iba a recordar todas. Intenté ser amable y no sonar muy descortés cuando les hablé:

—Discúlpenme, pero debo acudir a mi puesto de trabajo. Si desean tomar algo, con gusto los atenderé, pero no aquí. No puedo permitirme llegar tarde.

No ahora que estaba en un periodo de prueba, pensé para mis adentros.

—¿No puede, aunque sea, responder a un par de ellas? —insistieron.

—Me temo que no. Si no me presento en mi puesto de trabajo a la hora, es muy probable que mi jefa me dé una buena regañina por llegar tarde. Lo siento, en otra ocasión será —me disculpé con una pequeña sonrisa.

Intenté entrar, pero me fue imposible. Insistieron e insistieron y al final tuve que acabar cediendo ante los incesantes intentos que hacían para que soltara prenda. Respondí cada pregunta lo mejor que pude e intenté ser siempre yo misma. Si bien me sentía un poco incómoda y nerviosa al comienzo, pronto me fui relajando a medida que los minutos iban pasando.

Total, al final llegué casi cuarenta minutos tarde. Cuando por fin me soltaron y entré, murmuré lo primero que se me vino a la cabeza.

—Lo siento, lo siento, lo siento. No sabes la de buitres que hay ahí fuera sedientos de que les diera una exclusiva. Te prometo que no volverá a pasar y...

Pero mi jefa, aquella mujer tan agradable que me había tratado fenomenal desde que empecé a trabajar en aquella cafetería un año atrás, cortó mi argumentación con un gesto de la mano. Estaba tras la barra secando unos vasos que acababa de sacar del lavavajillas con un trapo. Desde su posición había podido ver toda la escena gracias a la puerta de cristal. Una sonrisa tranquilizadora se instaló en sus labios y aquello relajó todos mis músculos.

—Lo he visto. No te preocupes. Es normal que busquen respuestas a todas esas preguntas que se hacen. Además, que estén aquí le hace muy buena publicidad al negocio. Solo espero que no te distraigas más. Recuerda que estás a prueba este mes.

—Lo sé y lo entiendo. Me he comportado como una inmadura y agradezco de verdad que me hayas dado una segunda oportunidad.

Había tenido la suerte del siglo de haber tenido la oportunidad de conocer a Annie, mi jefa. Había sido por casualidad. Recuerdo que estuve buscando empleo de camarera y de niñera en las páginas webs oficiales y que no encontré nada. Sin embargo, un mes después de mudarme, salí de paseo con Cath por el centro. De repente, un torbellino rubio nos arroyó a ambas y a mí me tiró al suelo. Aquella mujer de casi cuarenta años se deshizo en disculpas y se aseguró de que estuviera bien. Me acuerdo que habló sobre que estaba a punto de abrir un negocio en el centro y de que necesitaba personal. Quién diría que una semana después me presentaría allí currículum en mano para postular y que me eligiera entre los candidatos.

En aquel año fue muy amable conmigo. Siempre intentaba dar lo mejor de mí misma: llegaba puntual, hacía horas extras si podía, era amable con los clientes —o, al menos, lo intentaba cuando iba algún que otro imbécil— y en todo momento me mostraba sonriente. Creo que por eso, porque era tan eficiente y porque sabía cuál era mi situación, fue flexible conmigo y en las semanas previas a los exámenes me daba tardes libres o me preguntaba qué tal los llevaba.

Annie dejó el vaso en su lugar y me miró largo y tendido. Tenía unos ojos preciosos, color tierra, grandes y expresivos. Soltó un pequeño suspiro antes de hablar.

—Mira, sé que con la muerte de tu abuela te has quedado devastada. Cuando la mía se fue, me tiré días encerrada en mi habitación sin salir y lloraba como una magdalena. Te entiendo. Sé que erais muy unidas. También sé que has estado sometida a mucha presión estos últimos días y entiendo que eres humana y que cometes errores. En todo este año has sido una empleada competente y no me has dado ningún problema. ¿Sabes por qué te he dado una segunda oportunidad?

Negué con la cabeza. Sentí un nudo en la garganta y en la boca del estómago.

—No, ¿por qué?

—Porque eres especial y tienes algo que hace que la cafetería esté siempre a rebosar. ¿Te crees que no me he dado cuenta cómo te miraba Christopher antes de que empezarais a salir? —Subió y bajó las cejas repetidas veces de manera sugerente. Me puse roja. ¿Tan evidente era?—. Además, he sido consciente de cómo a pesar de que muchos niños pijos te han puesto la zancadilla y te han tratado mal en tu puesto has sido capaz de mostrarte profesional y no dejar que vean cuánto te molestaban sus comentarios. ¿Sabes por qué te contraté? ¿Por qué te elegí entre todos los que postularon?

De nuevo negué.

—Qué va. ¿Por qué? ¿Qué viste en mí que no en el resto?

—A parte de toda la experiencia que poseías en el ámbito hostelero, durante la entrevista estuve evaluando muchas de tus habilidades haciéndote preguntas un tanto extrañas e incómodas. Quería ver tu reacción.

Cómo olvidarme de aquella entrevista. Yo la describo como inusual. Annie empezó con las típicas preguntas, como lo eran: "¿Cuántos años tienes?" o "¿Estudias una carrera?". Hasta ahí bien, todo en orden. Sin embargo, pronto empezó a soltar otra clase de preguntas como: "¿Qué harías si fueras la última superviviente de un avión?", ¿Qué otra pregunta debería hacerte?", "Nombra una razón por la que no debería contratarte" o "Si pudieras elegir, ¿cuál sería el trabajo de tus sueños?".

Juro que nunca antes me habían puesto en una situación así, menos que me preguntaran quién ganaría una batalla entre Spiderman y Batman. Fue la hora más horrible de mi vida y, durante una fracción de segundo, estuve a punto de tirar la toalla. Tuve que improvisar en la gran mayoría de las preguntas y no sé por qué narices Annie me eligió a mí, si creo que acabé sudando como una cerda y todo.

—Me hiciste pasarlo muy mal, ¿sabías? ¿A qué venían todas esas preguntas? ¿Para qué querías saber el título de mi biografía si no soy un personaje famoso?

La muy diablilla se empezó a carcajear de mí.

—Son preguntas para determinar el razonamiento, el comportamiento y la personalidad de la persona. Quería asegurarme que no eras una psicópata, aunque te calé desde el primer día que nos conocimos, cuando te tiré sin querer al suelo.

—Me pusiste en un aprieto y pensé que no conseguiría el trabajo porque te dije que creía que Mística vencería a esos dos superhéroes gracias a su habilidad para cambiar de apariencia. Creí que había metido la pata hasta el fondo.

—No veas lo que me divertí cuando me soltaste esa respuesta. Fue ingeniosa, ¿sabes? Todos los candidatos anteriores pensaron que Batman o Spiderman vencerían, pero ninguno fue más allá y dio un tercer nombre, que, por cierto, estuve de acuerdo con tu respuesta.

—Gracias por contratarme. En serio, gracias. Necesitaba el trabajo de verdad.

Mis palabras eran sinceras.

Un brillo se instaló en los ojos de aquella mujer. Me miraba con el cariño que se le tiene más a un amigo que a un empleado, pero así era ella. Nos trataba a todos como si fuésemos una gran familia y por eso nos daba tanta flexibilidad.

—Lo sé. Gracias por confiar en mí y decirme quién era tu hermana desde el principio. Créeme que si no te habría despedido al ver tu actitud hacia ella.

Era cierto. Pese a que intenté ocultarle a mi familia dónde trabajaba, ya que en más de una ocasión había perdido el trabajo por culpa del comportamiento horrible y fuera de lugar de Amanda, al final había acabado descubriéndolo. No sé por qué me sorprendí cuando la vi sentada en una mesa con un grupo de chicas odiosas. La muy idiota empezó a sacarme de quicio hasta llegar a tal punto que quiso hablar con mi superiora para poner una queja. Annie confió en mí desde el comienzo y me dio la oportunidad de explicarme. No me quedó más remedio que confesarle que ese demonio con cara de niña buena era mi hermana menor y contarle todos los altercados que había armado desde los trece años para que perdiera mis empleos anteriores.

Aquella tarde no solo preservé mi puesto sino que me gané una aliada de verdad.

—Será mejor que me ponga manos a la obra.

Esa tarde hubo más gente de lo normal, aunque, dicho sea, desde que se supo que la mujer misteriosa era yo y salieron todos, o casi todos, mis trapos sucios, el negocio había sufrido un incremento positivo de clientes. No tuve tiempo ni para respirar: estuve atendiendo mesas, poniendo pedidos y charlando con los clientes hasta que uno de ellos llamó mi atención. Iba acompañado de otros dos chicos y en cuanto se sentaron en una mesa que estaba en mi sección, sacaron sus apuntes. No pude evitar sonreír como una boba enamorada. Estaba tan guapo.

Un carraspeo me hizo volver de nuevo a la realidad de golpe. Annie estaba justo detrás y me lanzaba una miradita que no me gustó para nada.

—Ve a atenderles antes de que se te caigan las bragas, mujer.

—No seas una mal hablada —la reprendí como si fuera la mayor de las dos cuando era justo lo contrario.

Me guiñó un ojo con descaro.

—Vamos, ve a atenderles. Espero que no montéis una escena para mayores de edad —soltó mordaz.

Os juro que en aquel instante me puse tan roja que pensé que hasta desde el exterior podían notarlo. Quería mucho a mi jefa, pero a veces me daban unas ganas tremendas de estrangularla con mis propias manos.

Saqué la libreta del bolsillo del delantal y fui a su mesa con paso decidido. Una sonrisa se me dibujó en los labios cuando vi que aquel trío había organizado una tarde de estudio. Estaban en uno de los reservados, los únicos lugares que disponían de bancos acolchados y cómodos. Por lo general, solíamos tenerlos ocupados, puesto que eran los lugares más demandados y discretos de todo el local.

—Buenas tardes, chicos. ¿Qué vais a tomar? —pregunté con cordialidad. Pese a que sabía que entre nosotros podía no tratarle como un príncipe, me sentí en la obligación de hacerle, como mínimo, una pequeña reverencia.

—Yo quiero una Amberly para tomar —soltó con todo su descaro Christopher.

Puse los ojos en blanco, aunque le seguí el juego sonriendo de lado.

—Lo siento, pero Amberly no estará lista hasta las ocho. Debería saberlo ya, su alteza real.

A él pareció divertirle mi comentario.

—Bueno, me conformo con un beso de tus labios por ahora.

Blake y Nicholas fingieron que vomitaban y aquello rompió aquella burbuja que se había creado alrededor de nosotros dos.

—Chicos, me va a dar un subidón de azúcar como sigáis así.

—Creo que me está dando diabetes —dijo Blake, aquel castaño de ojos color verde oliva.

Me aclaré la garganta y apreté con más fuerza la libreta. Entendieron al instante la indirecta.

—Oh, yo quiero lo de siempre.

—Perfecto —comenté mientras lo apuntaba.

—Yo prefiero un trozo de tarta del día y un batido de frutos rojos.

—A mí tráeme un café solo —dictaminó Blake—. De momento no me apetece comer nada.

—Hecho. Os lo llevo en cuanto esté listo.

Llevé el pedido a la cocina y cuando estaba a nada de salir de nuevo a seguir atendiendo las mesas, sentí cómo alguien me agarró del brazo y tiró de mí hacia los vestuarios. Sabía quién era antes incluso de poder verle. Cerró la puerta tras de sí y me acercó todo lo que pudo a su cuerpo. Cuando me volví para echarle la bronca, aquellos ojos tormentosos brillaban de puro deseo.

—Me muero por besarte. ¿Puedo hacerlo?

Se me escapó una pequeña carcajada. Solo a él se le ocurriría hacerme una pregunta tan tonta como esa.

—Creo que ya ha quedado claro que no debes pedirme permiso.

Acortó la poca distancia que nos separaba y, por fin, me dio ese beso que llevaba tanto tiempo ansiando. Su boca guió la mía en un ritmo lento cargado de pasión. Me hizo perder la poca cordura que me quedaba y ver las estrellas. Mis manos volaron a su nuca y empecé a tirar con suavidad de las hebras de ese cabello que tan loca me volvía.

El ambiente se había caldeado. Ya no sabía si él era el que me estaba besando o era yo la que le besaba a él. Solo sabía que sus labios me estaban haciendo experimentar un sinfín de emociones.

Cuando nos separamos, ambos teníamos la respiración entrecortada y los labios hinchados por el arrebato. Le di un pequeño beso, más corto y dulce, antes de dar varios pasos atrás.

—Será mejor que vuelva a mi puesto.

Pero él me retuvo como si fuera un niño pequeño al que le iban a arrebatar su juguete favorito.

—Tenemos que volver —objeté.

—Espera. Tienes el pelo revuelto. Será mejor que te rehagas la coleta si no quieres levantar sospechas.

Tenía razón. Cuando lo comprobé en el espejo que había allí, vi que tenía varios mechones fuera del recogido.

—Eres un manazas, ¿lo sabías? —le recriminé mientras me rehacía la cola de caballo. Cuando acabé, el muy canalla me robó un beso.

—Y bien que te gusta, más cuando te encuentras desnuda al borde del clímax.

La madre que lo parió.

Se rió de mí cuando me quedé de piedra por sus palabras.

—¡Eres un maldito pervertido!

Lo empujé fuera de los vestuarios y volví a mi puesto para seguir atendiendo. Mas había un hombre en la barra que me llamó muchísimo la atención. De pelo castaño y ojos marrones, estaba esperando a ser atendido. Tendría unos cuarenta años, aunque puede que tuviera más. Parecía que estaba buscando a alguien entre la multitud y, al captarme, algo en mi interior se removió. Hizo un gesto para que me acercara.

—Disculpe, señorita, estoy buscando a una persona.

Esbocé una sonrisa. Ojalá pudiera ayudarle.

—Estamos un poco llenos, pero intentaré serle de utilidad. ¿A quién busca?

Algo en su mirada me puso en alerta, más cuando habló.

—A Amberly, busco a Amberly Tyson.

Toda aquella situación me pareció siniestra. Era extraño que no supiera ya que tenía delante a la persona a la que buscaba si todo el reino sabía quién era. O bien era forastero o bien no había visto las noticias ni la prensa.

—Soy yo. ¿Qué quería?

Pareció aliviado de haber dado conmigo y de tener que dejar de buscar. Me pregunté si se habría recorrido cada ciudad del país en mi busca. ¿Para qué demonios me necesitaba y por qué me estaba buscando?

—¿Podríamos hablar en privado?

Me balanceé de un pie a otro, alternando el peso.

—Lo siento, pero estoy en horario laboral y...

El hombre se acercó tanto a mí que su rostro quedó a escasos centímetro. Esas últimas palabras que susurró se me quedaron clavadas en el alma:

—Sé quién eres, se la clase de anomalía que tienes.

Me quedé estática.

—Pero, ¿qué está diciendo? Debe de delirar o...

—Sé que eres una portadora del gen. Sé que tienes alas.

Abrí los ojos de par en par. Estuve a punto de tirar un vaso de agua que tenía junto a mí de la impresión. ¿Qué? ¿Cómo era eso posible?

—¿Cómo... cómo lo sabe?

Él esbozó una pequeña sonrisa antes de murmurar tan bajo que apenas pude escucharlo:

—Porque soy como tú: también tengo alas.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis queridos lectores!

¿Qué tal estáis? ¿Cómo está la situación con el coronavirus en vuestros países y ciudades? Aquí a partir de hoy podemos quedar con nuestros amigos y familiares, reuniones no más de diez personas, y podemos ir de compras y a terrazas en municipios contiguos al que vivimos.

¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:

1. El alboroto causado por la muerte de Dorothy.

2. La vuelta a la normalidad.

3. Christopher pone en su lugar a Cedric y compañía.

4. Vuelta al trabajo.

5. Sabemos cómo Amberly consigue el empleo.

6. Momento ardiente entre Christopher y Amberly.

7. El forastero.

8. ¡Hay más como Amberly!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles! Os quiero. Un beso enorme.

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