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Capítulo 28

Capítulo 28

Christopher:

Abrí los ojos a la mañana siguiente cuando sentí una sutil caricia sobre mis hombros. Allí estaba ella, con los ojos abiertos y observándome con una sonrisa adormilada en los labios. ¿Cuánto tiempo llevaría despierta? Esperaba que no mucho. ¿Habría roncado?

—Ya era hora, principito. Pensaba que tenía que utilizar una bocina —se burló aún con la voz ronca.

Estábamos pegados el uno al otro. Aquella alas espectaculares nos envolvían como si fueran un segundo manto. Le di un beso en la punta de la nariz y le aparté un mechón de pelo de la cara. Se veía tan mona así.

—¿Qué estás pensando? —preguntó curiosa sin perder la sonrisa de los labios.

—No creo que deba compartir mis pensamientos contigo. No son para menores de dieciocho años.

Me encantaba provocarla y ver cómo se le teñían las mejillas de un color rosa adorable. Reí para provocarla y Amberly, en respuesta, me dio un puñetazo suave en el hombro.

—¡Eres un pervertido!

Levanté las manos a modo de rendición y me excusé.

—No es mi culpa. Desde lo que pasó anoche mis pensamientos no van a ser puros que digamos, no después de la segunda ronda.

Porque pasada la una de la madrugada, después de despertarnos por vete a saber qué razón, volvimos a hacer el amor de una manera lenta y fogosa que me dejó con ganas de más. Jamás tendría suficiente dosis de Amberly, no ahora que sabía que dentro de ella habitaba una pequeña fiera.

—Eres un jeta. Ambos sabemos que me despertaste a besos porque eres incapaz de vivir sin mí.

Sonreí, culpable.

—Me has pillado. ¿Qué se le va a hacer cuando mi compañera de cama y de vida es la mujer más hermosa y especial del reino?

Puso los ojos en blanco.

—Sí, claro. Ahora hazme la pelota.

Como una niña pequeña, me sacó la lengua y, sin poder soportar las ganas que tenía de ella, le di un beso de esos que a uno le quitan la cordura. Aquellos labios sensuales y sabrosos me siguieron el ritmo. La sentí jadear en mis labios cuando le di pequeños mordiscos y yo solté un gruñidos al sentir sus dedos juguetones y traviesos acariciando mi pecho.

—Eres todo un ángel del pecado —la provoqué.

Se separó de mí y arqueó las cejas con diversión. Sus labios rosados estaban hinchados por la intensidad del beso. La pegué aún más contra mí; quería que sintiera lo contento que estaba de verla.

—Veo que te has despertado de buen humor —se burló con malicia. Hizo amago de separarse, pero no la dejé. Era demasiado pronto para separarnos.

—No te vayas, no todavía. Quiero hacer el vago un poquito más.

Me dio con la almohada.

—Venga, alteza. Es hora de que hagamos algo productivo.

Antes de que ella pudiera deducirlo, hice las mantas a un lado y la cogí entre mis brazos. Estábamos desnudos, aunque aquel pequeño detalle me importó un rábano. Corrí con ella al baño, nos encerré y le dije con gestos y caricias cuanto la amaba.

.   .   .

—¿Estás segura de esto? Si aún no estás lista, lo entenderé.

Amberly me dio un beso tierno en la mejilla antes de contestar.

—Lo estoy. En algún momento debía enfrentarme a esto. Creo que ya es hora de que entre en esa casa y asuma que jamás volveré a verla. Tenías razón en todo: al principio duele como si fuera una puñalada, pero después ese dolor es sustituido por todos los recuerdos bonitos y buenos que tengo de ella. Quiero hacerlo y necesito que estés a mi lado por si me derrumbo de nuevo.

Le tomé la mano y le di un beso en el dorso.

—Quiero que sepas que eres muy valiente por enfrentarte a esto sola. No sabes cuánto te quiero en este momento, ángel.

Por primera vez desde que había regresado un par de días atrás, Amberly me había pedido que la acompañara a casa de su abuela porque necesitaba volver. En todo ese tiempo se había quedado a dormir en palacio, en mi habitación, donde había podido disfrutar de conversaciones hasta altas horas de la madrugada, caricias inesperadas y besos de buenos días. Me estaba habituando a ella, a sus manías, como lo era ese orden maniático que había descubierto o el movimiento nervioso del pie que tanto me sacaba de quicio.

—Gracias, gracias por acompañarme y por no dejarme sola en un momento tan duro como este —confesó—. No sé si habría sido capaz de volver tan rápido de no haber estado conmigo.

Coloqué una mano bajo su barbilla y la miré directamente a los ojos.

—Amberly, eres una mujer muy fuerte y sé que lograrás cualquier cosa que te propongas.

—Eso es porque tienes una imagen muy distorsionada de mí.

Chasqueé la lengua.

—Te equivocas. Una persona fuerte fácilmente se habría dado por vencida y habría sucumbido a la sociedad y a lo que sus padres dictaban. Te has rebelado, todos estos años, y creo que es por eso que tus padres te atacaban constantemente, porque no eras lo que ellos querían que fueras. Tienes las agallas bien puestas y te defiendes a pesar de sabes que tienes todas las papeletas de perder frente a Amanda.

La tristeza tiñó sus facciones.

—¿Sabes quién me ha enseñado a hacerlo? Mi abuela. Siempre me decía que debía pelear por lo que era mío y que no debía dejarme hacer. Luchaba por las injusticias y desigualdades. —Una lágrima solitaria descendió por su mejilla.

—Eres igualita a ella. Creo que por eso os llevabais tan bien, ¿sabes? No solo te pareces físicamente, rasgos de tu personalidad son similares a los suyos.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles? —preguntó curiosa.

Me quedé callado durante un buen rato, con la vista puesta al frente. Fuera del coche la gente paseaba sin saber que allí mismo estábamos nosotros. Mis dedos tamborileaban contra el volante, siguiendo el ritmo silencioso de una melodía que, de seguro, había escuchado en la radio.

—Eres una buena persona. He visto cómo luchas contra las injusticias, como cuando un profesor nos quiso poner un parcial sin habernos mostrado un tema importante. Recuerdo que te quejaste y expusiste todos los argumentos que se te ocurrieron para que no lo hiciera y que lograste tu objetivo con creces. Ese fue el primer día que me fijé en ti, ¿sabes? Me pareciste una chica con mucho valor.

<<También eres observadora como ella y sabes apreciar los pequeños detalles, como cuando te fijaste en mí no como el heredero al trono de un país, sino como persona. Muy pocas personas ven al hombre que hay tras la corona, pero tú lo hiciste, al igual que Dolly. Del mismo modo, me he fijado que no te gusta la piña y creo que eso a ella tampoco le molaba.

<<¿Sabes una cosa? Tienes muchísimas cosas en común con ella, aunque no lo veas a primeras. Sé que de estar contigo te daría una buena toba y te diría que no te quedases estancada en el pasado, que vivas el presente y formes tu futuro.

Mis palabras provocaron que ella sonriera pese a las pequeñas lágrimas que surcaban su rostro. Sabía que estaría evocando cada recuerdo bueno que tenía junto a ella, que, por suerte, eran muchos.

—Eso sería algo que ella me diría. Refunfuñaría algo que no entendería, me señalaría con la cuchara de madera y me diría que meneara el trasero. La añoro tanto, sobre todo sus abrazos y sus besos de buenas noches.

Sonreí con picardía.

—Si quieres, yo puedo darte esos besos de buenas noches.

Conseguí mi objetivo: que ella echara la cabeza hacia atrás y riera con estruendo. Su risa era tan contagiosa, llena de armonía.

—Serás payaso.

Envueltos en esa atmósfera, salimos del coche y caminamos tomados de la mano como cualquier pareja normal. Era maravilloso hacerlo al fin, como si en vez de una persona pública fuésemos dos personas comunes y corrientes. Había aparcado a una calle de distancia y cuando el edificio apareció a lo lejos, Amberly se tensó.

—Tú puedes. Es hora de hacerle frente a esos recuerdos dolorosos y transformarlos en recuerdos memorables.

Esbozó una pequeña sonrisa que, aunque no le llegó a los ojos, me bastó.

—Gracias.

Tras abrir la puerta del portal y subir los pocos escalones, metí la llave en la cerradura y dejé que entrara la primera. Se quedó quieta en el umbral durante casi un minuto, ojeando todo lo que había a su alrededor. Acto seguido, caminó a paso lento. Se quedó parada mirando una fotografía con lágrimas en los ojos. En ella aparecían una Amberly niña con esos ojos grandes y expresivos llenos de vida y esa gran sonrisa pintada en los labios, y su abuela. La pequeña estaba sentada en su regazo, quien la miraba con amor. Las dos coletitas de la cría junto a ese vestido tan minúsculo me hicieron pensar en cómo se vería un ser humano con la mitad de nuestro ADN y, durante unos segundos, fantaseé con la idea de un pequeño o pequeña con alas que perseguía a su madre por todas partes.

—¿Por qué sonríes así?

Su voz entre tanto silencio me sacó de mis propias cavilaciones. No sé cuánto tiempo llevaba sumido en mi mundo, aunque por su expresión supuse que llevaba un buen rato.

—Nada, solo cosas mías. —Señalé la fotografía—. Parecías una niña buena y todo.

Me dio un pequeño empujón.

—¡Oye! Qué malo eres. Sabes perfectamente que lo era.

Amberly se metió en la sala de estar mientras que yo entré en la cocina. Había un vaso fuera de lugar, lo que me dio a entender que los padres de Amberly habían estado allí con anterioridad. Me pregunté cómo se habría tomado la noticia la familia y si les habría afectado tanto con a aquella castaña que en ese instante estaba olisqueando la manta que su abuela utilizaba para protegerse del frío. En la fiesta se les veía muy bien, pero a saber. Sabía por experiencia que las personas eran expertas en el arte de ocultar emociones.

Escuché los pasos de Amberly recorrer la casa y, mientras tanto, me quedé sentado mirando la pared llena de baldosas blancas, pensando también en lo mucho que me había afectado su partida. Desde que había muerto, me había visto incapaz de pisar el taller de costura, pues estaba seguro de que todo me recordaría a ella: el ruido de las máquinas de coser, un objeto tirado en el suelo...

Me acordé de la primera vez que la vi. Como casi todos los lunes, asistí al taller, aunque antes de entrar me fijé en que había una anciana que parecía estar debatiéndose si entrar o no. Se retorcía los dedos y miraba el cartel con aire nervioso.

—Hola —la saludé yo, esbozando una sonrisa amable.

—Buenas tardes, muchacho. ¿Es aquí donde dice este anuncio? —me preguntó al mismo tiempo que me extendía un folleto.

Asentí.

—Es aquí, señora. ¿Por qué no entra y habla con nuestra recepcionista? Seguro que resuelve todas tus dudas.

Lo primero que pensé de ella fue en que parecía que no me reconocía o que, de hacerlo, le daba igual quién fuera. Sin embargo, pronto supe por qué me trataba como al resto.

—Muchas gracias. Eres muy amable. ¿Sabes? Soy nueva en el barrio. Me he mudado hace un par de días y, como no conozco a nadie, me parecía muy buena idea apuntarme a algo. He visto este taller en la Casa de la Cultura que hay en mi calle y me ha llamado mucho la atención. —De repente, como si cayera en algo que yo no, exclamó—: ¡Ay, pero qué descortés que soy! Me llamo Dorothy, aunque, si lo prefieres, puedes llamarme Dolly.

Sus sonrisa era tan real y sus ojos tan raro que enseguida me vi estrechándole la mano. Recuerdo que estuve con ella todo la tarde y que le enseñé cada rincón de aquel edificio. Aquel fue el inicio de nuestra amistad. Y es que Dorothy era mucho más que una amiga para mí, la sentía como si fuera mi propia abuela.

—¿Estás bien, Christopher?

Aquella voz me devolvió a la pura realidad y me sacó de mis recuerdos. Al apartar la vista de la pared y al enfocarla en ella, me di cuenta por primera vez en lo que llevaba plantado allí que estaba llorando. Sus dedos recorrieron el rastro de lágrimas con mimo.

—Lo siento... Yo solo... —balbuceé como un niño pequeño.

Me lanzó una mirada cómplice y, allí, me dio un abrazo reconfortante. Dejé que el llanto y la tristeza me embargaran y saqué aquellas emociones que llevaba reprimiendo desde hacía unos días, desde que aquella mujer se había ido así, sin más. La echaría mucho de menos. No sabéis cuántas cosas le debía: que guardara mi secreto, que se convirtiera en mi confidente e incluso que fuera mi cómplice cuando había empezado a salir con su nieta.

—Yo también la echo de menos y es normal estar triste —susurró ella en mi oído—. Cuando me invade la pena intento pensar en todo lo bueno que me llevo de ella. Estoy segura de que tú y yo no estaríamos juntos de no ser por ella y sus planes secretos.

Aquel comentario me hizo sonreír. Me separé lo justo de ella.

—¿Te acuerdas de cuando nos empujó hacia el patio para que estuviésemos solos? Creo que de no haber sido así, no me hubiera animado a confesarte todo lo que siento por ti.

Le di un pequeño beso en los labios, dulce como la miel y corto.

—Cómo voy a olvidarlo. Te juro que estaba que me moría de la vergüenza y en lo único en lo que podía pensar era en que quería matarla.

Reí. Era muy propio de ella.

—También recuerdo cuando nos encerró fuera. Si no fuera por eso creo que tampoco habría sido capaz de decirte cuántas ganas tenía de hacer oficial lo nuestro.

—Estoy segura de que habrías encontrado otra ocasión o que, quizás, yo hubiese saco el tema. Quién sabe lo que habría ocurrido.

Me quedé un par de minutos callado, pensando. A mi mente venían miles de recuerdos que atesoraba junto aquella anciana tan buena y agradable. Lo único que lamentaba era que mi familia no hubiera tenido la oportunidad de conocerla en vida, pues pensaba que Dolly les habría caído genial.

Amberly empezó a revolver la habitación de su abuela y, mientras tanto, enredé en la salita de estar. Me encantaba que toda ella estuviese decorada con fotografías de Amberly cuando era pequeña. Había de cuando era bebé que me sacó una sonrisa y otra de cuando, supuse, les estaría enseñando a volar. Si mal no recordaba, me había contado que había aprendido a hacerlo por accidente, pero que su abuela le había estado dando lecciones previamente a lo sucedido. Se veía tan adorable con esas dos pequeñas alas. ¡Y pensar en lo grandes que eran ahora!

Había imágenes familiares por doquier, incluso de cuando su hija era una niña pequeña o de Amanda. Había una en la que ambas parecían estar muy unidas. En ella aparecían dos niñas pequeñas jugando en el jardín de una casa grande. La mayor sonreía a la cámara mientras la pequeña seguía a lo suyo junto a su hermana. Incluso de niña Amberly tenía esa vitalidad y ese brillo en los ojos que tan loco me tenían por ella.

Escuché cómo se rompía algo —un jarrón, quizás. No lo sabía—. Temí que Amberly se hubiese hecho daño, así que corrí a su lado. En cuanto entré en aquel dormitorio, me quedé estático: estaba leyendo algo con los ojos llenos de lágrimas que surcaban sus mejillas. En el suelo, a unos metros de ella, había un plato de porcelana hecho añicos.

—Ángel, ¿estás bien?

Dio un pequeño bote en el sitio al escucharme, pero nada más. Continuó leyendo aquello con avidez y, cuando terminó, volvió a empezar. Me acerqué a ella y ojeé aquella hoja de papel viejo con el ceño fruncido. Fuera lo que fuera que había allí escrito le había afectado.

—¿Qué pasa? Me estás asustando.

Me tendió aquel papel y, aún llorando, me explicó:

—He encontrado esta carta por casualidad entre sus cosas. Llevaba mi nombre y estaba fechada de años atrás, así que la he abierto. ¿Por qué no la lees? Creo que ahora que sabes que mi especie existe, estás en todo tu derecho de enterarte también.

Arrugué el entrecejo y, al final, acabé leyendo aquella carta que había tenido días mejores. Debido a la humedad, algunas letras eran casi ilegibles.

La carta decía:

"Mi Amberly, mi angelito,

Sé que todavía hay muchas cosas que no te cuadran sobre ti, que quieres saberlo todo sobre esa anomalía que has heredado de mí. He intentado protegerte todos estos años, cariño. Hay gente muy mala en el mundo que no entiende que el ser humano está en continuo progreso y que no debe tachar como raro aquello que se sale de la norma.

Me has preguntado una infinidad de veces si hay más personas como nosotras y siempre te he dado respuestas vagas y suposiciones falsas, porque la verdad, querida nieta, es que sí, hay más como nosotras, personas que se ocultan que, como tú y yo, temen ser descubiertas y tachadas de anómalo. No sabes cuánto deseo que llegue ese día en el que todo cambie, en el que las personas sepan de nuestra existencia.

Eres muy especial, una entre un millón. ¿Te acuerdas de esa niña tan maja que jugaba contigo en el jardín de infancia y que, de la noche a la mañana, desapareció sin dejar rastro? Aquella niña como su madre eran como nosotras, poseían el gen. Pasa lo mismo con mi amiga Beth, cuyo secreto no supe hasta años después. Somos muchos más de lo que pensamos, tesoro, y creo que ya es hora de que se sepa la verdad.

Veo en tus ojos cuánto deseas que las personas que hay a tu alrededor vean tus alas y que dejen de hablar mal de ti. He sido testigo de cómo les plantas cara a tus padres y a esa niña tan odiosa que tienes como hermana, de cómo te rebelas poco a poco a las normas que te imponen por ser diferente a ellos. Cada día me ponen más enferma esos comentarios tan fuera de lugar que hacen pensando que yo no me doy cuenta. Sé la clase de alimañas que son y quiero que sepas que no estás sola en esto; aunque te parezca mentira, cuando era pequeña lo viví en mis propias carnes. Si bien nunca he sufrido una desigualdad como tal, que no fuera bonita ni delgada me hizo ganarme una muy mala reputación en el instituto. No entiendo cómo tu abuelo se acabó fijando en mí, la verdad; aún no me lo explico.

Lucha, lucha por todos nosotros. Tienes esa fuerza y esa valentía en tu interior y ya es hora que les hagas frente a toda esa gente que no ha creído en ti ni te ha dado la oportunidad siquiera de te muestres ante ellos. Eres mucho más fuerte de lo que crees y, si pudieras, podrías comerte el mundo. Lo sé, te he criado. Pese al miedo, no temes salir herida y no te dejas amedrentar tan fácilmente. No te rindes; peleas con garras y dientes.

No sabes lo orgullosa que estoy de ti y cuánto te quiero. Cada día que pasa te pareces más a mí, angelito, y eso me sorprende. Me veo reflejada en ti y gracias a cómo eres sé que no todo está perdido en esta sociedad. No sabes cuánto me alegré cuando tu madre me contó que serías como yo y la gran sorpresa que se llevó cuando con ocho meses las pequeñas protuberancias de tus alas aparecieron en tu espalda y el gran susto que se llevó cuando con dos años tuviste unas fiebres altas debido a que te estaban saliendo. La pobre no sabía qué hacer contigo, puesto que no podía llevarte al médico. Por suerte, conocía un remedio para tu dolencia, ya que además de las fiebres te dolía mucho la espalda. No te acuerdas de eso, pero hubo una época en la que tu madre sí que se preocupaba por tu salud, aunque pasara tan rápido que apenas se notó. En cuanto vieron que tu hermana sería como ellos, todo volvió a la normalidad.

Lo que más lamento de todo es que por mi culpa hayas tenido que soportar tanto. Hay días en lo que deseaba que fueras normal, que no fueras como yo, pero al verte tan sonriente y feliz a pesar de todo lo malo que te pasaba me daba las fuerzas y la esperanza que necesitaba.

Eres mi gran aliada y te pido que cuides de nuestra especie con mimo y que si alguna vez tienes algún descendiente con el gen, por favor, mímalo y hazle ser especial. No seas como tu madre.

Espero que mi partida no haya supuesto un gran dolor para ti, tesoro. No quiero que sufras por mi culpa, no más. Solo quiero verte feliz y sonriente, llena de vida. Por favor, se la mujer más feliz y auténtica y haz dichosos a los que te rodean. Eres capaz de crear grandes cosas.

Con mucho amor y cariño,

La abuela Dorothy."

Vaya, sus palabras estaban cargadas de intensidad y sentimiento, y de una verdad oculta. Ahora entendía por qué le habían afectado tanto.

La acerqué a mí y la rodeé con mis brazos.

—Ven aquí, preciosa. Todo va a salir bien.

Se limpió las lágrimas de los ojos con la manga de su jersey de punto y sorbió por la nariz. A continuación, me tendió un pequeño sobre con mano temblorosa en cuyo centro estaba escrito en grande mi nombre con esa letra tan curva y elegante que ella tenía.

—He encontrado esto. No lo he abierto por no invadir tu espacio y por que no es de mi incumbencia.

Le di un beso en la frente y lo abrí con la ansiedad brillando en mis ojos. Me aferré al papel con fuerza mientras lo iba leyendo:

"Muchacho,

Siento que estos últimos meses hemos estado más unidos que nunca, más de lo que ya lo estábamos. El tiempo se me agota, ¿sabes? Ya no soy esa jovencita enérgica de antaño y lo noto cada día que pasa.

Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo, pero la mejor es el haber tenido el honor de conocer al verdadero Christopher, no a esa ilusión que le vendes a la prensa. Gracias por mostrarte tal cual eres y por ser siempre tan considerado conmigo, por darme a escondidas lo que creías que necesitaba.

Desde que empezaste a salir con mi pequeño angelito, desde que viste lo mismo que en mí, te valoro muchísimo más. Eres todo un diamante en bruto, una joya entre toda la bisutería brillante que hay en la sociedad. Quiero que sepas que te considero un nieto y que sé que cuidarás de mi Abby cuando yo ya no esté para protegerla. Por favor, hazla feliz. Que nos regale esa risa maravillosa que tiene, solo te pido eso.

Con mucho cariño,

Una abuela orgullosa, Dolly."

—¿Puedo leer qué pone? —me preguntó Amberly con ojos suplicantes.

No pude resistirme. Le pasé la carta y dejé que ella misma devorara sus palabras. Cuando terminó, sus ojos volvieron a mí y, en voz alta, hice mi promesa no solo a Dolly, sino que también me la hacía a mí mismo y a la chica que estaba a mi lado.

—Te lo prometo, Dolly. Amberly será la mujer más feliz del reino.

Y, para sellar mis palabras, le di un buen beso en lo labios y la hice girar en el aire, feliz por tenerla a mi lado. Reímos y dejamos que la tristeza por su pérdida se diluyera. Era hora de seguir adelante.

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Nota de autora:

¡Feliz jueves, mis queridos lectores!

¿Qué tal lleváis la semana? Espero que el capítulo ayude a que esta mejore. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:

1. El despertar.

2. Amberly y Christopher más enamorados que nunca.

3. Vuelta a casa de Dorothy.

4. La conversación que mantienen en el coche.

5. ¿Qué más parecido le veis a Amberly con su abuela?

6. Los pensamientos de Christopher cuando ve las fotografías de Amberly de niña.

7. Cómo se conocieron Christopher y Dorothy.

8. Christopher también está afectado por la muerte de Dorothy.

9. Las cartas.

10. Es hora de seguir adelante.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en el siguiente! Os quiero. Un beso gigantesco.

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