Capítulo 27
Capítulo 27
Amberly:
Todo era tan raro sin ella, me sentía tan vacía, como si me faltara una parte esencial de mí misma y no pudiera respirar. Tenía una opresión en el pecho constante, un dolor que no se amortiguaba, punzante. Mi compañera de aventuras, mi mentora y mi cómplice se había marchado para siempre, jamás volvería a verla. Fue tan chocante encontrarla así que todavía seguía teniendo pesadillas espeluznantes.
Aquellos primeros día sin ella fueron los peores, los más duros de sobrellevar. Aquella casa me traía tantos recuerdos: los olores, su perfume, su ropa, las fotografías que adornaban cada rincón, los objetos que había recopilado en sus años de viajera. Todo, absolutamente todo, me recordaba a ella y no podía evitar ponerme a llorar cuando recordaba que nunca más volvería a abrazarla o que me iba a defender contra los malos.
Por eso, ante tal agobio y asfixia, una noche decidí desaparecer durante un tiempo. Salí al patio de madrugada con escasas pertenencias y eché a volar. La dirección me dio igual, lo único que quería era dejar atrás todo ese dolor que no me permitía seguir adelante. Necesitaba distanciarme al menos durante una temporada.
Me había quedado sola, sin nadie que me protegiera ante los malos. Mi abuela siempre se había posicionado de mi parte cuando sabía que tenía razón, como la vez en la que Amanda rompió varias tazas y me culpó a mí de haberlo hecho. Aquella noche recibí tal bronca y paliza que decidí llamarla para contarle lo ocurrido omitiendo lo último y esta se presentó en nuestra casa de Chicago casi de madrugada para cantarles las cuarenta a mis padres, quienes, cabe resaltar, apenas la escucharon. Para ellos su hija menor estaba en un pedestal y era intocable, por eso era imposible que su niña buena hubiese hecho semejante desastre.
Una de las cosas que más me habían molestado de ellos fue que ni siquiera se presentaran en el funeral, que no me atendieran cuando los llamé y les dejé un millar de mensajes de texto pidiéndoles que me llamaran, porque una noticia así de dura no se debe dar nunca de esa manera. Pero, claro, ellos no atendieron ni me devolvieron la llamada, puesto que no era tan importante como su hija favorita.
Mi teléfono no paró de sonar esos días. Christopher me llamaba cada vez que podía, pero era incapaz de contestarle. ¿Qué iba a decirle? ¿Que me había escapado, que no podía más con todo ese dolor que me consumía por dentro? No podía, no podía hacerle eso. Un día, decidí escribirle un mensaje para no preocuparlo:
<<Siento haber desaparecido durante tantos días. No podía estar en casa de mi abuela más tiempo sin deprimirme, sin echarme a llorar o sin dejar de pensar que era una intrusa. Estoy bien, dentro de lo que cabe. Solo necesito estar un tiempo sola, pensar en lo ocurrido y despejar las ideas. He salido a volar. No sé cuándo volveré, pero te prometo que lo haré. Te quiero, lo sabes, ¿verdad? Gracias por apoyarme tanto.>>
Había volado hasta Slorah, otra de las ciudades de Ahrima. Había ido allí solo una vez y recordaba que había un lago artificial con un gran islote en el centro. Fue allí donde me dirigí. Pasé los días pescando en el lago, charlando con los pocos habitantes que vivían y paseando por sus calles antiguas. Había alquilado una pequeña habitación en un albergue bastante pintoresco y acogedor.
Las noticias volaban muy rápido y ya se sabía que yo era la mujer misteriosa que salía con el príncipe, pero, por suerte, ninguna de las personas de aquel lugar me preguntó nada al respecto ni hubo prensa ni nada; solo la calma que de verdad necesitaba en ese momento.
Una tarde recibí una llamada inesperada. Estaba acostumbrada a sus llamadas, pero no la que recibí. Llovía a raudales y me había quedado en la habitación viendo las gotas de agua caer cuando, de repente, mi teléfono móvil empezó a vibrar y esa canción que tanto me gustaba inundó las cuatro paredes. Iba a dejarlo pasar, pero no sé por qué miré la pantalla. No conocía el número, ni siquiera me era familiar. Arrugué el ceño. ¿Quién diablos sería?
Al final, decidí atender. Total, no perdería nada.
Me sorprendió quién estaba al otro lado de la línea, más que tuviera mi número.
—Amberly, niña. ¡Qué difícil es dar contigo!
¿Qué diablos hacía el rey con mi número de teléfono? ¿Cómo lo había conseguido?
—Buenas tardes, Majestad. ¿Se le ofrece algo?
Llevé las piernas al pecho y me hice un ovillo tal y como estaba tumbada en la cama.
—No sabes el susto que nos has dado. Llevamos buscándote más de una semana. ¿Dónde te has metido?
No era una acusación ni un reproche, pero yo lo sentí así. No había sido la mejor idea el desaparecer, no cuando Christopher estaría preocupado por mí.
—Solo... solo necesitaba tiempo.
—Mi hijo no para de buscar en cada rincón del reino y no ha dejado de llamarte en todo este tiempo. De verdad que necesita que vuelvas ya.
—No sé si estoy lista para regresar.
—Mira, sé que le quieres y sé que él te quiere. ¿Por qué no regresas? Soy consciente de que la pérdida de tu abuela ha sido demasiada dura y que estabas muy apegada a ella, pero no creo que sea necesario huir y esconderse.
—Yo solo...
—Además —continuó hablando, cortando mis palabras así—, sabemos todo. ¿Cuándo ibas a contarnos tu secreto?
Abrí los ojos de par en par, sin poder creerme sus palabras. Seguro que se refería a otra cosa, debía serlo..
—¿Qué secreto?
—¿Cuándo ibas a decirnos que tienes alas?
Me quedé de piedra y fue tal el impacto, que el teléfono se me resbaló de las manos cayó contra el colchón. ¡La Virgen! ¿Cómo... cómo se había enterado? Si había sido de lo más discreta en todas las ocasiones en las que había coincidido con ellos. Era imposible que los supieran, ¿verdad?
—¿Cómo... cómo lo sabe? ¿Cómo se ha enterado? —le pregunté en cuanto recogí el aparato y volví a llevármelo a la oreja.
—¿Acaso crees que no sumaríamos dos más dos cuando salió la noticia de tu abuela? Ahora por fin entiendo por qué tus padres son como son y, créeme, tengo ganas de hacer justicia, porque sí, sé cómo tu familia te ha tratado todos estos años.
Siseé.
—Christopher. Maldito lengua larga —mascullé.
¿Para qué abría la boca? ¿Para qué les hablaba de algo que me tocaba a mí contar?
—Heredaste de ella sus alas, ¿verdad? Es por eso que los Tyson no te han presentado ante la sociedad antes, que ni siquiera querían mencionarte en las reuniones de la alta sociedad.
—Sí. Ellos se avergüenzan de mi anomalía.
Durante un momento creí que él también se pondría de su lado, que creería que era un monstruo, aunque cuando habló, sus palabras me dejaron en el sitio:
—No deberían. Puede que sea chocante y difícil de asimilar, pero no es malo. Debe ser horrible tener que ocultarlas a todas horas y soportar todo lo que se te venía encima por ello. ¿Cómo pudiste aguantar tanto? Eres una muchacha valiente, Amberly, y estoy orgulloso de que mi hijo te haya elegido. Por favor, no lo estropees; no estropees esta relación tan bonita que tenéis y que estáis forjando. Hacía mucho tiempo que no lo veía así de feliz y vivaz, es como si tuviera una versión joven de mí, de cuando me enamoré de mi Alexandra.
Me había quedado sin palabras, totalmente muda. ¿En serio creía que era buena influencia para su hijo pese a haber descubierto la verdad? ¿Aquello era real?
—¿Sigues ahí, hija?
—Sí, lo estoy. Perdone por...
—No me llames de usted, no cuando ambos sabemos que estás muy cerca de que seamos familia.
Sonreí ante sus palabras y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Ni en mis mejores sueños habría pensado que algo tan bonito pudiera llegar a pasarme a mí. Primero, encontraba el amor en la persona menos esperada y era correspondida; y, ahora, sus padres me aceptaban tal cual era, sin tener miedo o rechazar mi naturaleza.
—Está bien, Majes... Nathaniel —rectifiqué.
—Por favor, ven esta noche —suplicó—. Hay un baile en palacio y me gustaría que le dieras una sorpresa a Christopher. Estos días ha estado apagado, como si le faltara algo. Asiste y devuélvele la alegría, por favor. Necesito ver sonreír a mi hijo y sé que en cuento te vea, volverá a ser ese hombre lleno de vitalidad.
Me mordisqueé el labio inferior de manera inconsciente.
—Por favor —repitió.
—No sé si seré bienvenida.
—Lo eres.
Respiré profundamente antes de tomar una decisión.
—Está bien, iré.
. . .
No sabía si había sido una buena decisión regresar tan pronto, pero las palabras de Nathaniel me habían hecho pensar en que quizás había tomado una vía de escape demasiado innecesaria. Había comprendido también que pese a que mi abuela se había marchado, no estaba sola: había personas con las que podía contar, como lo era mi mejor amiga Cath, la que, por cierto, también me había llamado infinidad de veces durante esos últimos días, o Christopher.
Aquella tarde llamé a Cath y me disculpé por mi comportamiento infantil. Tras preguntarme miles de veces si estaba bien, le pedí ayuda, pues no tenía un vestido para la ocasión y estaba segura de que ella sí. Además, sabía que asistiría al evento como hija de uno de los hombres más importantes del reino.
—Está bien. ¿Cuándo podrías estar en mi casa?
Hice un pequeño cálculo mental sobre cuánto tardaría antes de contestarle.
—En menos de una hora.
No pude verla, pero estaba segura que en el otro lado de la línea estaba sonriendo de manera maquiavélica.
—Perfecto. Vuela con precaución, amiga.
. . .
Había quedado con el padre de Christopher una hora antes de que empezara el evento. Me había señalado uno de los pasadizos secretos y enviado un mapa con el que tendría que coger para llegar a la habitación que había oculta tras una de las paredes de su despacho. No os mentiré: estaba muy nerviosa por reunirme a solas con el rey y temía que estuviera enfadado por mi actitud de niña pequeña.
Tropecé dos veces con una grieta y durante unos minutos pensé que se me partiría un tacón o que aquella preciosidad de vestido se mancharía. Entre esas cuatro paredes un tanto estrechas olía a humedad y juraría que había visto una rata cruzar por delante de mi campo de visión, perdiéndose en la oscuridad. El pasadizo estaba algo resbaladizo y estuve a punto de caerme cuando tuve que subir unas escaleras de caracol tan estrechas que daban claustrofobia. La barandilla que había estaba carcomida y había tenido días mejores. Me pregunté si alguna vez aquellos pasadizos habrían servido de verdad.
Tras llegar a una bifurcación, tuve que revisar la imagen del mapa de pasajes que me había enviado por mensaje. Según este, si cogía el de la derecha me llevaría a una habitación que desconocía y si elegía el de la izquierda llegaría a mi destino en unos minutos. Fue asqueroso cuando estuve a milímetros de estamparme de lleno con una tela de araña que estaba a la altura de mi cabeza. Tras sortearla y avanzar unos minutos, me encontré, por fin, con una puerta.
Al cruzarla, la luz intensa del otro lado me cegó durante unos segundos, acostumbrada como estaba a la oscuridad. Cuando mis ojos se hicieron poco a poco a la luz del interior de aquella estancia, vislumbré no solo al padre de Christopher, sino que allí también estaba su madre. Sentí que algo en mi interior se removía.
—Por fin. ¿Cómo se te ocurre desaparecer así como así, niña? Hemos estado muy preocupados.
El comentario de Alexandra me sorprendió, aún más que me abrazara como si de verdad fuera importante para ella. Solo por un momento sentí que había regresado a casa. ¿Por qué mi madre no podía se así de cariñosa? La última vez que me había abrazado fue... cuando... no lo recuerdo.
—Lo siento. Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que me he sentido abrumada, como si necesitara un tiempo para mí misma, no sé si me entendéis.
Ambos se miraron con complicidad, como si guardaran un secreto.
—Por lo que nos ha contado Christopher, ella era muy importante para ti, como una madre, y perderla ha sido un golpe muy duro. Es normal que te sientas tan perdida, pero ese dolor remitirá. Eres fuerte, y ya no estás sola. Estamos aquí para lo que necesites —habló Nathaniel con calidez.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Nadie sabía la gratitud que sentía por ellos por tratarme como a una igual.
—Gracias.
La reina me cogió de las manos y empezó a arrastrarme al exterior. Su marido miraba la escena con diversión.
—Vamos a arreglarte y a retocar el maquillaje. Quiero que hoy deslumbres y dejes embobados a nuestros invitados —dijo mientras caminábamos a todo correr por el palacio. Si bien no hubo que subir escaleras, sentí que me había desorientado. El ala del palacio me era ligeramente familiar de cuando Christopher me había invitado a hacer una maratón de películas.
Alexandra me metió en una habitación amplia, el triple de grande de lo que era el dormitorio de mis padres, y eso era decir mucho, pues ellos tenían una pequeña suite. La distribución era similar al cuarto de su hijo: en un lado estaba la habitación en sí y, en el otro, un gran salón que se veía muy acogedor con sus sillones mullidos y su chimenea de leña. Se veía acogedora pese a los elementos lujosos de decoración que había allí.
Me guió hasta el tocador, donde pasó más de diez minutos retocando el maquillaje y el peinado. En todo momento no dejó de soltar comentarios halagadores. Ni siquiera mi madre me había dicho semejantes cosas en sus mejores días.
—Así estarás mejor. Ahora nos toca el vestido. El que llevas me gusta mucho, pero creo que con este brillarás más.
Un par de doncellas tocaron la puerta y entraron con una prenda cubierta por una funda. La reina no tardó en bajar la cremallera y desvelar la hermosura que había en su interior. De un azul celeste, creo que era el vestido más bonito que había visto en mi vida. Era largo, hasta el suelo, y lleno de brillos en la falda de tul. Era perfecto para la ocasión. Solo había un problema.
—No... no podré ponérmelo. Es demasiado ceñido y no me cabrá.
Ella esbozó una sonrisa cargada de dulzura.
—Eso tiene solución. Es una fiesta de disfraces y creo que es la oportunidad perfecta para que les muestres a todos tus alas. Según Christopher, son hermosas. Siento curiosidad de verlas.
—No sé si debería hacerlo, si sería lo más correcto.
Aquella mujer tan amable se acercó a mí y me miró directamente a los ojos. Colocó sus manos en mis hombros y, sin perder esa sonrisa y el brillo cálido de sus ojos, me dijo:
—Es una fiesta de disfraces y, de momento, nadie sabrá que tus alas son reales. Además, llevarás una máscara en la cara que te voy a pedir que no te quites hasta que yo te lo diga. Estoy segura de que él te reconocerá en cuanto sus ojos caigan sobre ti.
—¿Cómo estás tan segura?
Me dio un ligero apretón en el hombro izquierdo.
—Confía en mí.
. . .
Esperaba fuera de la sala donde se daba el gran baile de disfraces con el pulso acelerado. Los nervios me carcomían por dentro mientras esperaba a que los reyes me dieran la señal, aquella para poder hacer acto de presencia. El vestido era precioso, ligero y, lo mejor, no me causaba picores. ¿Por qué sospechaba que el principito también se había ido de la lengua con ese pequeño detalle?
La reina Alexandra se había esmerado en mi atuendo y lucía como toda una princesa, o esa era la sensación que me daba. Aquel vestido era precioso y me quedaba a la perfección, como si pensaran que iba a asistir sí o sí al baile. La madre de Christopher me había ayudado también a que el semi recogido que llevaba quedara elegante y, al mismo tiempo, me diera un aspecto juvenil. Tenía media melena suelta, con los tirabuzones al viento.
Algo dentro de mí me dijo que a partir de ese instante ya no debería esconderme más, pues los reyes estaban en contra de ello. Todavía me acuerdo de la expresión que había puesto su Majestad, la reina Alexandra, cuando le había mostrado las alas por primera, cómo su expresión y su reacción había sido muy similar a la de Christopher. Su marido reaccionó igual y ambos dijeron que aquello era lo más hermoso que habían visto.
Nadie sabía lo mucho que significaba para mí que me aceptaran tal cual era, que no tuviera que esconderme.
Cuando estaba terminando de retocarme el maquillaje, Christopher tocó la puerta y, antes de que entrara, tuve que esconderme en el primer armario que encontré, puesto que sus padres no querían arruinar la sorpresa que querían darle antes de tiempo.
Escuché el cambio de música y cómo la princesa Star, otra de las involucradas en este plan descabellado, salió en mi busca. Intenté que no notara lo nerviosa que estaba, pero fallé en el intento.
—¡Dios mío! Amberly, estás preciosa —habló con la voz controlada, aunque pude apreciar el atisbo de emoción en su tono—. Estás temblando como un flan.
Me crucé de brazos en un intento de dejar de temblar.
—No puedo evitarlo. Siento que me expongo a muchos ojos y...
—¿Por qué te preocupa tanto el qué dirán?
Pues dicho así me estaba pariendo a mi madre y no quería.
—Toda mi vida me he pasado ocultando mi verdadero yo por miedo al rechazo y ahora que están a la vista de todos... no sé... me da pánico —confesé.
Aquella muchacha de veintitrés años me regaló una de sus sonrisas tranquilizadoras. Era tan buena como toda su familia y, al igual que ellos, me había acogido bajo su ala en cuanto había descubierto la verdad.
—No te preocupes por nada. Ve allí y pásalo en grande con mi hermano.
—Solo espero no llamar la atención de mi familia. Estoy segura de que al ver las alas sabrán que soy yo.
Ella chasqueó la lengua.
—Eso déjamelo a mí.
No me gustó nada cómo su sonrisa se tornó diabólica.
Entrelazó nuestros brazos y me arrastró al interior de la estancia, donde la música resonaba con fuerza, los invitados bailaban al son de la música de la orquesta que había en un rincón, los sirvientes iban de aquí para allá con copas de vino o champán y tentempiés. Me deslumbró la decoración lujosa y los disfraces de los invitados, sobre todo porque más del cincuenta por ciento iban disfrazados de ángeles y, el resto, de demonios. Ahora entendía muy bien por qué la princesa llevaba un traje muy similar al mío pero en color rojo y alas negras. La madre del cordero.
La primera persona que me interceptó fue Cath, a quien le había enviado una fotografía mía dentro de aquella prenda de ensueño. Me cogió del brazo y tiró de mí.
—Estás preciosa, amiga, más ahora que te muestras tal cual eres —me halagó observándome detenidamente. Bajó un poco el tono para que solo yo escuchara—: A Christopher se le va a caer la baba cuando te vea.
Muy cerca de nosotras divisé al grupito con el que solía salir Amanda. Sus amigas intentaban con desespero llamar la atención de los hombres jóvenes que habían asistido mientras que Cedric y Kendall escaneaban la sala en busca de lo que supuse que sería sus siguientes víctimas. Pobres de ellas; no me imaginaba lo que sería tener que aguantar semejantes abominaciones.
—¿Tú crees? Siento no llevar tu vestido. Ya sabes que me encantaba y...
—Este te queda mejor y pareces de verdad un ángel. Quién pudiera tener tus alas. No sabes la envidia que me estás dando ahora mismo.
Solté una carcajada moderada y tomé una copa de cava que me ofreció una de las agradables doncellas.
Vi cómo Cedric y Kendall comenzaron a acercarse a nosotras y recé por que hubiera dos jóvenes detrás. Por desgracia, nosotras éramos sus siguientes víctimas. ¡Qué bien!
—Disculpad, señoritas, pero mi amigo y yo llevamos un rato observando semejante belleza —habló aquel pelirrojo con galantería.
Intenté no poner los ojos en blanco. Sí, claro, sobre todo con las máscaras puestas y ocultando gran parte de nuestros rostros.
—Nos preguntábamos si querrían concedernos un baile.
La situación era tan surrealista. Vamos, cualquiera se habría reído en sus caras, pues estaba segura que de saber que yo era la que estaba tras una de las máscaras, no se habrían acercado. Antes muertos.
—Lo siento, pero mi amiga y yo tenemos cosas mejores que hacer —habló con todo su desparpajo Cath, sonriendo con malicia. Estaba segura que ella también se estaba desternillando ante tal situación.
—Un momento. ¿Eres Cathrine Frazén? —Kendall estaba incrédulo. La analizó con descaro, sin pudor, como si en vez de un evento social estuviésemos en una fiesta cualquiera.
—La misma que viste y calza. Mi amiga y yo tenemos mejores planes que bailar con dos retardados, ¿verdad que sí?
—Ajá —afirmé meneando la cabeza arriba y abajo.
—Ahora, si nos disculpáis, tenemos cosas que hacer.
Me arrastró lejos de ellos y cuando estuvimos solas, nos reímos ante la situación.
Bailé con un par de jóvenes antes de dar por fin con él. Acababa de acercarme a una mesa a picar un piscolabis cuando le vi charlando con unos hombres que, pese a estar enfundados en unos ridículos disfraces, se veían imponentes. Me sorprendió que él hubiese elegido un disfraz similar al mío, con las alas igual de grandes y realistas. Me pregunté si era otra de sus creaciones, como el vestido que me regaló por mi cumpleaños o el que utilicé el día que fui a tomar el té con la reina... la última vez que vi con vida a mi abuela.
¡Qué guapo que estaba! ¿Se habría dado cuenta ya que estaba en la fiesta? Por supuesto que no. Esperaba que cuando se diera cuenta de ello, se acercara a mí y me pidiera un baile. Nadie sabía las ganas que tenía de bailar con él, sentir sus manos fuertes sobre mí.
No sé cuándo pasó, solo sé que de un momento a otro sus ojos grises como una tormenta a punto de desatarse se posaron sobre mí y desde ese instante no volvió a apartarlos. Como siempre ocurría, me sentí hechizada, incapaz de romper esa conexión que nos unía a ambos. A cámara lenta, se fue acercando a mí y a cada paso que daba sentí que mi corazón daba un vuelco en mi pecho. ¿Me había reconocido o simplemente se acercaba carcomido por la curiosidad?
Pronto tuve mi respuesta. Se paró en seco a unos metros de distancia, pero nunca rompió la conexión. Esa sonrisa irresistible que tenía brillaba con fuerza, tanto que me vi incapaz de esbozar una. No sabéis lo mucho que lo había extrañado.
—¿Me concedería este baile, señorita?
Tomó mi mano y la besó con elegancia, tan propio de él.
Estaba tan emocionada que solo pude asentir con la cabeza.
Tomados de la mano, Christopher nos guió hasta el centro de la pista de baile, donde todas las miraditas se posaron en nosotros. Colocó grácilmente las manos entorno a mí y en cuanto la orquesta tocó de nuevo, empezó a moverse de tal manera que sentí que sus pies dejaban de tocar el suelo.
—Has vuelto —habló, entonces. No sabía si estaba enfadado conmigo por haberme escapado de aquella manera. Su rostro brillaba de la felicidad y una parte de mí temía que solo fuera una fachada, que estuviera fingiendo ante todos.
—Siento lo que ha pasado. Necesitaba estar sola y... —intenté explicarme, pero el me calló colocando su dedo índice en mis labios.
—No importa. Lo importante es que estás aquí, que has vuelto. —Me hizo dar una vuelta sobre mí misma y cuando volví de nuevo a sus brazos, agregó—: Por que has regresado para quedarte, ¿verdad?
No borré la sonrisa.
—Si es a tu lado, me quedo.
Él, más feliz que unas castaños, me atrajo aún más hacia sí, tanto que creí que iba a besarme, que rompería el protocolo para hacerlo. Mas, cuando apenas nos separaban unos milímetros, susurró:
—No sabes las ganas que tengo de darte un beso.
—Hazlo.
Pero no lo hizo, aunque lo que vino después fue mucho más de lo que esperaba. Bailamos hasta que no pudimos más y, al salir de la pista, no me soltó en toda la noche. Sobre las once, los reyes anunciaron que era la hora de quitarnos las máscaras y se armó un gran revuelo cuando Cedric, Kendall, Lena, Bariel e incluso mi hermana se dieron cuenta que había asistido al baile. Aquello no pareció importarle a Christopher, pues mantuvo su agarre sobre mí con firmeza, hasta que tiró con suavidad y nos sacó de la sala.
Me guió escaleras arriba y, a medio camino, me estampó de lleno contra una pared y me besó con fervor, sediento. Yo le respondí con las mismas ganas, como si llevara años sin hacerlo y sus besos fuesen la cura de todos mis males. No sé cuánto tiempo estuvimos así, besándonos y acariciándonos. Cuando estaba con él, perdía la noción del tiempo.
—No te lo he dicho, pero esta noche estás muy guapa, ángel —murmuró con la respiración entrecortada.
Lo besé de nuevo, más dulce y lento que antes. No había prisa, no me iba a ir más veces de su lado.
—Tú también estás muy guapo. Así vestido pareces todo un ángel. —Acaricié una de sus alas, maravillada ante su tacto suave y sedoso.
—¿Qué puedo decir? Me he inspirado en mi musa.
Se relamió los labios al contemplarme. Su mirada provocó que se me subieran los colores.
Tiró de mí de nuevo, con esa sonrisa traviesa en los labios. Llegamos a su habitación y nos metió, cerrando la puerta tras de sí con pestillo. Lo miré divertida.
—¿Acaso su Alteza real va a ser un desconsiderado no apareciendo de nuevo en el baile?
Él se acercó un paso a mí.
—El baile ahora mismo me da igual. Quiero besarte hasta saciarme.
Avanzó otro paso y otro y otro más, hasta que ya nada nos separaba. Tomó mi rostro entre las manos y, antes de unir de nuevo nuestros labios, me contempló largo y tendido. Sus ojos brillaban de felicidad pura, al igual que los míos. Quería que viera cuánto lo amaba y lo profundo que era ese sentimiento. Christopher se había ganado una parte muy importante de mi corazón.
Al final fui yo quien tomó el valor de acortar la poca distancia que nos separaba y lo besé, lo besé como si me fuera la vida en ello, como si lo necesitara para respirar. Enrosqué mis manos entorno a su cuello y dejé que sus dedos juguetones exploraran mi cuerpo, volviéndome loca con cada caricia. Fue tal el placer y el éxtasis que sentía que no pude evitar jadear en su boca, más cuando sus labios dejaron los míos para explorar. Me besó bajo la barbilla, en el lóbulo y en cada parte de piel expuesta que encontraba.
Pero no era suficiente. Necesitaba más, quería sentirlo más cerca, más en profundidad.
Por eso, tomé la valentía de volverme y retirar mi cabello para darle una vía de acceso. Aquel vestido se ajustaba a mi espalda y estaba lleno de botones. Tuve que extender bien las alas para dejarle hacer y descubrí cuando por fin cada uno de ellos estuvo desabotonado lo mucho que me gustaba que me acariciara en el pequeño valle que había entre ellas, aún más que me besara. Solté un gemido del placer que sentí y ese simple contacto me dejó con las piernas temblando como la gelatina, con ganas de más, de mucho más.
Me sentía tan bien.
Sus manos expertas fueron retirando la prenda con cuidado y mimo y, al final, tuve que ayudarle cuando tuve que desenredarlo de mis alas. Me sentí un poco avergonzada, pues sería la primera vez que un hombre me vería en ropa interior, aunque ese pudor inicial enseguida se fue al diablo cuando sus labios se conectaron de nuevo con los míos.
Mis manos volaron hasta su camisa, la cual desabroché. Su torso definido y musculoso me dio la bienvenida y mis dedos lo recorrieron incapaces de quedarse quietos. Me sentía tan extasiada y llena de energía que me creía la reina del mundo, como si tuviese todo bajo control.
En cuando mordisqueó mis labios, se me escapó un jadeo involuntario y aprovechó la ocasión para invadirme. Le quité las alas del disfraz y la camisa pronto siguió su mismo destino y, vestido únicamente con unos pantalones, me deleité de la imagen.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con todo su descaro.
Christopher no tenía la famosa tableta de chocolate, pero sus músculos estaban igual de definidos. Sus brazos musculosos, esa piel no tan tostada suave, la mandíbula cuadrada y esa sonrisa que bajaba cada una de mis defensas.
—Por supuesto. ¿Acaso lo dudabas?
Volvió a besarme con más intensidad, tanto que cuando se separó de mí lo justo creí ver las estrellas.
—¿Estás... —Se aclaró la garganta—... Estás segura de esto? Mira que podemos parar si crees que vamos demasiado rápido o que no estás preparada. Sé que es tu primera vez y no quiero presionarte.
Le besé una, otra y otra vez. Guié su mano hasta que rozó el broche del sujetador y lo miré con toda la intención del mundo.
—Deseo esto más que nadie.
Depositó un beso casto en mis labios.
—Iré con cuidado y si quieres parar en cualquier momento, solo debes decírmelo. Lo sabes, ¿verdad?
Sonreí un tanto nerviosa.
—Lo sé. Confío en ti. Te quiero.
—Yo también te quiero, ángel.
Me desabrochó el sujetador y, durante unos instantes, me sentí cohibida. Se quedó observándome en silencio antes de que sus pupilas volvieran a mis ojos.
—Eres preciosa, que nadie te diga nunca lo contrario.
Y, con esas palabras, me devoró los labios con tanto amor y mimo que me estremecí entre sus brazos. Sus dedos empezaron a jugar con mis pechos, enviando así oleadas de placer a cada centímetro de mi cuerpo. En un momento dado, me cogió por los aires y nos llevó hasta la cama, donde me depositó con todo el cuidado del mundo. Como había enroscado mis piernas entorno a su cintura, ambos caimos sobre el colchón.
Volví a besarlo con frenesí, moviendo mi feminidad contra la dureza de su miembro. Me sentía tan cómoda con él que la vergüenza se había evaporado, dejando una gran estela de lujuria y pasión.
—¡Qué traviesa eres! —exclamó con la voz ronca y los ojos teñidos de deseo.
Sonreí de manera perversa antes de besarle hasta saciarme, hasta que no pudimos respirar y nos vimos en la obligación de separarnos para tomar una gran bocanada de aire. Aprovechó ese movimiento para descender hacia el sur de mi cuerpo. Jugó con mis pechos, lamiéndolos, llevándome hasta el mismísimo cielo. Tuve que aferrarme a la sábana.
Siguió descendiendo hasta llegar a esa zona que no había tocado nadie y que palpitaba de anhelo por recibir sus mismas atenciones. Me quitó las bragas de encaje que llevaba y empezó a besarme el muslo con suavidad, ascendiendo lentamente hacia aquella zona que gritaba por recibir el mismo trato.
—Puede que al principio sea incómodo o duela un poco, pero prometo que iré despacio en todo momento —habló con los ojos puestos en mí.
Sin más dilación, hundió la lengua con una lentitud aplastante en mi monte de Venus. Sus caricias se estaban convirtiendo en una verdadera tortura para mí, me estaban volviendo loca. Llegó un punto que fue tal la intensidad que me dejé ir sin contenerme.
—Lo estás haciendo muy bien.
Christopher me dio un beso en la coronilla antes de dármelo en los labios.
Me incorporé en cuanto nos separamos y, con determinación, le quité el cinturón y los pantalones. Aquella iba a ser la primera vez que viera un miembro y, en parte, me moría de la curiosidad por saber cómo se sentiría en mi interior, si todas esas novelas románticas que había leído decían la verdad o eran puras patrañas. Cuando se quitó el calzoncillo y dejó su masculinidad a la vista, abrí los ojos de par en par, quizás una reacción un tanto exagerada, pero os recuerdo que nunca antes me había visto en una situación de tal calibre.
—Túmbate y ponte cómoda.
Mientras le hacía caso, vi cómo abría un cajón de su mesilla y sacaba un envoltorio de esa marca tan conocida de preservativos. Me empecé a poner aún más roja de lo que ya de por sí estaría al verlo. Aquello era real, estaba sucediendo.
Se lo colocó lanzándome una miradita lasciva, provocándome. Le hice un gesto con los dedos, invitándoles a unirse a mí en la cama, cosa que hizo en una abrir y cerrar de ojos. Se colocó entre mis piernas, enredando sus dedos con los míos.
—¿Estás lista? Iré con cuidado.
—¿Cuántas veces he de decirte que confío en ti? Hazlo, estoy preparada.
Me dio un ligero beso antes de internarse en mi interior. Si bien al comienzo me invadió una sensación punzante y dolorosa, pronto aquello pasó a un segundo plano cuando empezó a moverse y a darme besos cariñoso cargados de todo el amor que sentíamos el uno por el otro. Así ambos nos confesamos cuánto nos amábamos en el acto más bonito de la naturaleza.
Cuando horas después caí rendida a su lado, una gran sonrisa tiraba mis labios hacia arriba. Sentí un beso cálido y cómo él se pegó a mí bajo las mantas. Antes de dormir pensé que por fin había encontrado mi razón de ser, mi refugio personal y ese estaba entre los brazos del hombre que, para bien o para mal me había hecho salir de mi caparazón.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis queridos lectores!
¿Qué tal os ha ido en el inicio de la semana? Yo he tenido un día de locos, pero ya puedo respirar tranquila. Quiero contaros que mañana, día 12 de mayo, a las 20:00 hora española haré un directo En Instagram con Ava Draw, la autora de Cuervo, Si me dices que no y En cuarentena con mi enemigo. ¿Os veré allí? Responderé a vuestras dudas. Aquí tenéis la información:
Este es uno de mis capítulos preferidos. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Amberly ha huido.
2. Amberly está triste por la muerte de su abuela.
3. El rey contacta con ella.
4. ¡Los reyes saben el secreto de Amberly!
5. El plan.
6. Los padres de Christopher aceptan a Amberly tal cual es.
7. El baile.
8. El reencuentro.
9. La noche mágica.
10. ¡Amberly ha encontrado un hogar en los brazos de Christopher!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles con más! Os quiero. Un beso.
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