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Capítulo 25

Capítulo 25

Amberly:

Los días siguientes estuvieron plagados de malas lenguas, envidia afilada y un río de emociones que me arrastraban. En medio de los bulos que surgían estaba él, con su sonrisa curadora de todos los malos y sus caricias calmantes. Era todo lo que necesitaba para confiar en que lo nuestro estaba bien y que no era un error. Cada día que pasaba estaba más segura de que lo que sentía por Christopher era verdadero; lo veía en cómo intentaba sorprenderle y sacarle esa sonrisa arrebatadora, en lo a gusto que estaba entre sus brazos y en cómo me mimaba, como si fuera lo más valioso que tenía.

—Mi madre quiere que toméis el té el viernes por la tarde. Sabe que no trabajas —me comentó un día mientras aprovechábamos la buena tarde que hacía para hacer un picnic en el lago. Estábamos el uno al lado del otro, sus manos perdidas en mis alas. El sol primaveral brillaba con todo su esplendor y nos daba calorcito.

Lo miré carcomida por los nervios.

—Temo meter la pata o decir algo indebido —confesé.

Él me acercó a su cuerpo y me dio un beso en la frente.

—No hay nada que puedas hacer que la moleste. Le has caído muy bien y desea poder conocerte en un ambiente más informal, sin tanto protocolo ni galantería.

—No tengo nada elegante que ponerme.

Esbozó una gran sonrisa que no me gustó ni un pelo, como si supiera algo que yo desconocía.

—Qué suerte que haya creado un vestido para la ocasión. Te va a gustar. Tiene tul, mucho vuelo y está hecho de esa tela que sé que no te provoca reacciones de alergia ni picores.

Desde que le había confesado una de las razones de que llevara la ropa ancha, había insistido en crear ropa que pudiera usar sin que tuviera que pasarme horas rascándome y que fuera bonita. Nunca nadie había hecho algo así por mí, nadie se había preocupado tanto por mi bienestar. No sabía cuán agradecida estaba.

—¿Cómo es? ¿Tienes una foto? Quiero verlo, por fa, por fa, por fa —supliqué juntando ambas manos.

Christopher se rió de mi reacción tan infantil y, antes de contestar, frotó su nariz contra la mía con cariño y depositó un beso en la punta. Sacó su teléfono del bolsillo y, tras desbloquearlo y buscar algo, me lo mostró.

Ahogué una exclamación. Era perfecto. De color verde botella, estaba hecho de varias capas de tul que caían hasta el suelo. El escote al estilo Halter y aquella pedrería puesta en la cintura me parecieron lo más bonito que había visto. Estaba ante una prenda digna de una princesa.

—Es... Christopher... —balbuceé como una tonta—. Es precioso. ¿Cómo creas prendas tan hermosas?

Al parecer, mis palabras le gustaron. Sus ojos se iluminaron y una gran sonrisa se instaló en sus labios. Volvió a pegarme contra su cuerpo y yo recargué mi cabeza en su hombro.

—Me alegra que te guste. Simplemente te imagino a ti y la idea surge sola. Eres mi musa, ángel.

Ángel. Allí estaba de nuevo esa palabra. Desde que le había dicho que me gustaba que me llamara así, no había dejado de hacerlo. Mejor.

—No sé cómo debo actuar ante una sesión de té —confesé pasados unos minutos de silencio.

—Así que es eso. —Christopher me miró largo y tendido—. No debes preocuparte por nada. Mamá cree que eres un buen partido y agradece que no seas tan estirada como Amanda. No sabes lo aliviada que está de que seas una mujer con los pies bien puestos sobre la tierra.

—Pero, ¿y si digo o hago algo que no le gusta? Ya sabes que tiendo a tomar malas decisiones cuando me encuentro nerviosa.

Colocó una mano bajo mi mentón para que no apartara la vista. Maldito, odiaba que me conociera tan bien.

—Les gustas a mis padres. ¿Por qué no lo dejas pasar y te preocupas por darme más besos?

Su comentario me hizo reír. Qué payaso que era.

—Quizás deba preocuparme de otros asuntos, como de estudiar y...

Tal y como esperaba, no pude acabar la frase, ya que había pegado sus labios a los míos. Eran tan suaves y se movían tan bien sobre; me sentía tan segura cuando me besaba de aquella manera, como si quisiera disfrutar de cada segundo y cada gota de aquel beso.

Le devolví el beso con más fervor y me abandoné al momento. Entrelacé mis manos entorno a su cuello al mismo tiempo que las suyas se posaban en mi cadera. Jadeé cuando me dio pequeños mordisquitos insinuadores y dejé que me guiara por aquel camino desconocido.

Poco a poco nos fuimos echando sobre el mantel improvisado y nos devoramos mutuamente con pasión desenfrenada, diciéndonos con gestos y caricias aquello que no podíamos decirnos con palabras. Fue hechizante, magnético. Sus dedos recorrieron cada poro de piel expuesta y me llevaron a tal éxtasis que me sentí plena.

Por desgracia para ambos, pronto tuvimos que volver al mundo real. Su teléfono rugió con fuerza y, tras lanzarme una mirada de disculpa, se alejó para atender la llamada. Mientras, fui plenamente consciente de su manera de gesticular y el semblante serio que se había adueñado de cada facción de su rostro. Había pasado a modo príncipe en una fracción de segundo. Cuando volvió a mi lado, me dio las malas noticias.

—Siento tener que decirlo, pero debo volver. Papá ha concretado una reunión de última hora con uno de los líderes políticos del país y quiere que asista. ¿Posponemos nuestra cita para otra ocasión?

Le di un tierno beso en los labios.

—No hay problema. Ve a atender tus asuntos principescos. —Le guiñé un ojo juguetona.

—No te merezco.

—Claro que sí, bobo. Venga, no te preocupes por nada. Yo me encargo de recogerlo todo.

Me dio un casto beso.

—Eres la mejor. Prometo que te compensaré.

. . .

Al final, acabé cediendo a su petición y el viernes quedé con Star y su madre para tomar el té. Si bien ya las había conocido en el baile, seguía sintiéndome una intrusa y deseaba con todas mis fuerzas no estropear el momento. El tema del atuendo estaba zanjado, ya que el día anterior Christopher lo llevó a casa y, ¡oh, Dios mío!, era mucho más bonito de lo que de por sí era en la imagen.

La abuela se había pasado casi todo el día fuera y, cuando estaba terminando de arreglarme, llegó a casa. Había quedado a las seis y media y apenas me quedaba tiempo para terminar de prepararme.

—¿Quién es esta mujer tan guapa y dónde se ha quedado mi Abby? —preguntó nada más entrar en mi dormitorio. Era más pequeño que el que tenía en casa de mis padres, pero no me importaba. Era mucho más acogedor, toda la casa lo era. Además de que me transmitía una sensación de hogar y paz que no lo hacía la otra.

—Abuela, no digas mentiras. Seguro que me veo como un flan.

—¿Por qué estás nerviosa, angelito? No deberías. Según me has contado, su familia es tan cercana y tan buena como lo es nuestro principito.

Solté un suspiro.

—¿Y si meto la pata? ¿Y si su forma de tratarme solo ha sido una fachada porque estaban las cámaras delante? ¿Y si al final son tan estirados y falsos como mis padres?

Ante mis palabras, se puso justo detrás de mí y miró nuestros reflejos en el espejo. Sus ojos, iguales que los míos, recorrieron cada centímetro del vestido con aprobación y sus dedos huesudos acariciaron la tela con admiración. En silencio, empezó a recogerme el pelo en un perfecto moño trenzado y, tras colocar un pequeño broche brillante como adorno, volvió la vista a nuestro reflejo.

—¿En serio crees que un hombre con un corazón tan bueno se ha educado solo? Debe haber al menos una influencia positiva en su entorno.

—Tiene sentido.

Me dio la vuelta y me hizo girar sobre mí misma para evaluarme al completo.

—Pareces una princesa, elegante y hermosa. Christopher tiene buen ojo para la costura y estoy convencida de que de no haber nacido en el seno de una familia tan poderosa se habría dedicado a la moda y habría triunfado como el gran diseñador que es.

Abrí los labios de la sorpresa.

—¿Cómo...?

La muy condena alzó una ceja y me miró con mucha intención.

—¿Que cómo lo sé? Vamos, cariño, si he estado a su lado casi todo el tiempo que le ha dedicado al vestido. Encima, parece que lleva tu nombre; sienta como un guante. Me estoy planteando pedirle que me haga uno para cuando vaya a los bailes de salón y sea así la estrella del evento.

Me puse seria de repente.

—¿En serio crees que todo irá bien?

Sus manos me acariciaron la mejilla con amor.

—Estoy completamente segura de ello. Eres encantadora, Abby, y te mereces de una vez un final feliz.

—Ya, pero esto no es un cuento de hadas y no todas las personas consiguen ser felices y comer perdices. Existen las injusticias, el sufrimiento, el miedo. Soy consciente de que las personas como nosotras no siempre hallarán esa felicidad de la que tanto alardean los cuentos, porque esto es el mundo real, un lugar cruel donde habita gente sin escrúpulos.

—Y donde también la bondad y la verdad salen siempre a la luz, de una manera u otra. No lo olvides nunca.

Me ayudó a terminar de arreglarme y cuando por fin estuve lista, se despidió de mí con un sonoro beso en la mejilla.

—Te quiero mucho, angelito. Ve allí y cómete el mundo.

Sus palabras me sacaron una sonrisa grande y sincera.

—Yo también te quiero, abuela Dorothy. Cuando regrese a casa prometo ser una triunfadora.

Con esas palabras, me encaminé a la calle con una sonrisa llena de sueños y esperanzas pintada en los labios.

. . .

Como hacía un días espléndido, la reina me recibió en uno de los jardines privados del palacio. Me sentía privilegiada de tener la oportunidad de descubrir día a día la maravillosa edificación en la familia real vivía. Por fuera parecía todo un castillo sacado de un cuento, pero por dentro estaba plagado de sorpresas como lo eran el gimnasio inmenso que había en el ala oeste, el parque acuático que los reyes habían construido para sus hijos cuando estos eran pequeños, la gran sala de cine, tan grande y con todas las comodidades y un sinfín de habitaciones lujosas que ni en un millón me habría imaginado.

Un mayordomo me llevó hasta allí. Tuvimos que cruzar el palacio y dar vueltas y vueltas —o eso me pareció a mí, pues desde que había entrado me daba la sensación de que habíamos pasado por el mismo lugar o subido o bajado por las mismas escaleras más de una vez— antes de llegar a los impresionantes jardines. Era una pequeña zona apartada y las flores coloridas te invitaban a pasar todo el día allí fuera leyendo un libro fuera con un invitados fuera haciendo otras cosas. Un poco más apartada, había una gran piscina cuyas aguas estaban cubiertas —todavía no había llegado el calor del verano—. Allí, sentadas en unas sillas muy bonitas a la sombra junto a una mesa redonda de cerezo, estaban Star y su madre.

Me tomé unos minutos para relajarme y calmar a mi alterado corazón. Me dije que solo tomaríamos el té y que me mostrara tal cual era. Con esas palabras en mente, me acerqué a ellas dos y, en cuanto me vieron, esbocé una gran sonrisa.

—Amberly, querida, qué bien que ya hayas llegado. Ven, les he pedido a las doncellas que nos traigan el té y unas pastas —me saludó la reina Alexandra.

Cuando llegué a su altura, hice una pequeña reverencia formal sin perder el gesto.

—¿Dónde has comprado ese vestido? Quiero uno igual. —Star hizo morritos.

No pude evitar soltar un par de carcajadas ante el comportamiento tan natural de la hermana pequeña de Christopher.

—Lo vi por ahí y me enamoré de él a primera vista. El diseñador tiene un buen ojo.

—Me gusta, ¿no crees, mamá?

—Estoy de acuerdo. —Una de las cosas que me sorprendieron al principio fue que la reina en ningún momento le levantó la voz o regañó a su hija cuando no siguió las normas de etiqueta. No era conocedora de estas, pero estaba convencida que poner morritos no estaría dentro de la lista—. Toma asiento y cuéntanos qué tal te va. No te hemos visto desde la noche del baile; se os veía a mi hijo y a ti muy acaramelados.

Iba directa al grano como su hijo. Por favor, que no me pusiera roja por su comentario.

—De momento todo va bien. Poco a poco nos vamos acercando a la temida semana de exámenes universitarios y espero rendir bien para no fastidiarlo en la última evaluación. Además, llevo el Trabajo de Fin de Grado al día y mi tutora me ha dado el visto bueno e incluso me ha asegurado que podría sacar una matrícula de honor, la primera de todas. Me ilusiona la idea y... Perdonad, cuando me emociono o me pongo nerviosa o hablo de más.

Aparté la mirada durante unos segundos, avergonzada por mi comportamiento. Estaba claro que la pregunta había sido cortés y que mi vida no les interesaba. Pero, como casi siempre, me equivocaba.

—No, continúa hablando. Así que es muy probable que saques una matrícula. Christopher también ha estado trabajando muy duro en el suyo, aunque nos asegura que no espera gran cosa. Es un exagerado y debería tener más confianza cuando está claro que es capaz de compaginar la vida de estudiante con las obligaciones de la corona.

—Tiene mucho mérito. Las pocas veces que hemos quedado estos días lo he visto muy enfocado en ambos mundos. Soy consciente de que no es, ni de lejos, un chico normal, pero merece la pena el sacrificio que hace, que solo nos podamos ver unas pocas horas. Es un hombre increíble.

—Hablas como una enamorada —dijo Star y todos mis esfuerzos por no sonrojarme se fueron a pique cuando la princesa soltó aquellas palabras. Bueno, de perdidos al río.

—Lo estoy. Nunca antes nadie me ha tratado tan bien como lo hace él. Sé que a su lado puedo ser yo misma, pues él ya me ha demostrado en un millar de situaciones que me acepta tal cual soy, aunque no sea lo que se espera de una hija de un ministro o de un hombre apoderado.

Ambas mujeres me escuchaban con atención. Sos rostros estaban iluminados por grandes sonrisas que, ahora que me fijaba mejor, eran idénticas.

Justo en ese momento una doncella trajo el té y las pastas. Todo tenía una pinta estupenda y, de haber estado con mi abuela, me habría lanzado de lleno a por los dulces.

—Por favor, nos alegra que no seas otra chica estirada. No te lo tomes mal, pero Amanda no me cae bien y no sabes lo feliz que me hace que mi hermano te haya elegido a ti en vez de a ese intento de persona. Vamos, si estaba claro que lo único que le interesaba era el poder.

—¿Tú también te has dado cuenta?

Las tres reímos a carcajadas y, con eso, el ambiente se volvió más relajado y yo pude, por fin, tranquilizarme y ser más yo misma.

—Tienes unos ojos muy bonitos y poco comunes —comentó Alexandra sin perder en ningún momento aquel gesto tan dulce. Si aquellos días dudaba de que pudiera ser tan buena como se mostraba en el baile, todo rastro de duda había desaparecido. Si era un trozo de pan. No me extrañaba que sus hijos fueran tan agradables.

—Oh, eres un encanto. Los he heredado de mi abuela.

—Parece que estás muy unida a ella —comentó Star. Se inclinó hacia delante y cogió la taza de té de colores pasteles con elegancia.

La imité y me llevé la taza a los labios antes de contestar.

—Lo estoy. Desde siempre he pasado el tiempo con ella y, por eso, la quiero con locura. Recuerdo mis veranos en Chicago en casa de mis abuelos maternos o yendo a pescar o de acampada los fines de semana. Ella es la razón de que no sea una copia de Amanda, quien apenas va a visitarla. No sé qué haría sin ella.

—Ojalá podamos conocerla.

—Me parezco mucho a ella cuando era joven. Según sus palabras, soy su vivo retrato y es cierto. Os asustaría vernos en una fotografía, pues en vez de abuela y nieta parecemos madre e hija. Incluso hace años hice un poco de photoshop y uní ambas imágenes en una como un pequeño trabajo personal porque... bueno... me gusta la fotografía. El punto es que nos parecemos.

Tomé una pasta y me la metí en la boca con tan mala suerte que, de pronto, alguien salió de entre las sombras y pegué tal bote que casi me atraganto con el dichoso dulce. Un Christopher jovial y partiéndose la caja apareció en nuestro campo de visión y lo único que fui capaz de hacer fui lanzarle una mirada fulminante con las mejillas encendidas de la vergüenza.

—¡Christopher! ¿Qué modales son esos? —lo recriminó su madre.

—Mamá, creo que si está con él, no le va importar lo tonto que se ponga ni lo infantil que sea —se burló su hermana.

—¡Oye! No hables mal de mí delante de mi amada. No quiero que tenga una imagen errónea.

—Tarde —hablé en cuanto hube tragado—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar reunido o lo que quiera que hagáis los príncipes?

Una sonrisita traviesa se formó en sus labios.

—Papá me ha dado el resto de la tarde libre y me preguntaba si podría robar parte de tu tiempo ya que estás aquí.

Me crucé de brazos.

—Estoy ocupada. Lo siento, pero en otra ocasión será.

Me resultó graciosa la imagen de Christopher: apretaba los labios como si fuera un niño resentido que no conseguía lo que quería. Qué adorable. No obstante, su siguiente movimiento me dejó por unos segundos en el sitio. Allí, delante de su madre y su hermana, me dio un beso y yo quise morirme. ¿Estaba loco? ¿Cómo se le ocurría hacer algo semejante? ¿Dónde se había quedado todo ese rollo del protocolo y las normas de etiqueta?

—Cuidádmela bien y cuidado con lo que le contáis, eh, que os conozco.

Me dio un pequeño beso en la coronilla, abrazó a su hermana y le besó la mejilla a su madre antes de marcharse como una exhalación. Todavía no había procesado lo que había pasado.

Con una sonrisa malvada, miré a aquellas dos mujeres, las que sabía que serían mis aliadas, y les pedí:

—Quiero saber todos los trapos sucios.

Ambas me imitaron con la misma mueca cruel.

—Encantada. ¿Sabías que de pequeño una vez corrió desnudo por todo el palacio? Mamá estuvo tras él horas hasta que lo atrapó. Digamos que todo el personal tuvo el privilegio de ver su trasero real.

Me desternillé con cada anécdota vergonzosa que me contaban y les conté alguna sobre mí. En definitiva, la tarde había sido todo un éxito y al volver a casa estaba feliz, con una semilla de esperanza floreciendo en mi corazón.

Mas cuando llegué a casa casi a las nueve, encontré una completa oscuridad. El cierre no estaba echado, uno de los fuegos de la cocina estaba encendido y un olor a quemado horrible inundaba cada recoveco. Hice una mueca.

—Abuela, ¿no hueles a quemado?

Pero no recibí respuesta alguna, solo un silencio perturbador.

—¿Abuela?

La busqué en su dormitorio. No era lo habitual, pero cuando se encontraba muy cansada solía quedarse acostada en su cama. Cuando entré, no había nadie. Me preocupé.

—¡Abuela!

La busqué en el baño y en el patio, pero en ninguno de los dos lugares la encontré. Estaba en el salón, con la mirada fija a la pantalla de la televisión.

—Aquí estás. Qué susto me has da. Pensaba que...

Pero no llegué a terminar la frase, puesto que me percaté de un pequeño detalle.

No respiraba.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis queridos lectores!

¿Qué tal se ha portado el inicio de la semana? ¿Cómo lleváis la cuarentena? Aquí, en España, acabamos de entrar en la fase cero y nos dejan salir un poquito. He aprovechado el buen tiempo para patinar. De momento solo podemos salir a hacer deporte durante unas horas determinadas.

Menudo capítulo más intenso. ¿Qué os ha parecido? ¿Esperabais ese final? En mi defensa diré que estaba planeado desde el comienzo. Repasemos:

1. Amberly y Christopher más enamorados que nunca.

2. La cita en el lago.

3. Momento abuela nieta.

4. La cita con la reina y la princesa para tomar el té.

5. Amberly siendo ella misma.

6. La pequeña broma de Christopher.

7. El trasero real.

8. El final: la abuela de Amberly ya no se encuentra entre nosotros.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles! Os quiero. Un beso enorme.

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