Capítulo 23
Capítulo 23
Amberly:
Estaba nerviosa, demasiado. Por el amor de Dios, era solo un estúpido baile; no debería preocuparme tanto. Mas una parte de mí quería encajar en el grupo y formar parte de él, no quería ser excluida de nuevo. Por otro lado, al ser consciente de que mis padres y mi hermana estarían allí el miedo y la incertidumbre me carcomían por dentro. Como siempre, me habían dejado muy claro que no estaba invitada a la fiesta. Si supieran que el mismísimo príncipe era el que me había invitado... ¿Qué cara se le quedaría a Amanda cuando me viera allí?
Aquella última semana Christopher y yo habíamos quedado en secreto, pues él quería hacerlo oficial ese viernes. Era difícil disimular cuando sentía sus ojos sobre mí cada dos por tres y cuando no dejaba de mandarme mensajes durante las horas muertas.
—No debes preocuparte por nada, amiga mía. Seguro que deslumbras —me aseguró Cath la mañana del viernes al ver lo nerviosa que estaba—. Además, estoy segura de que a él le dará igual si metes o no la pata. Está loco por ti.
Por supuesto, Cath había sido de las primeras en saberlo. De momento, solo conocían la noticia dos personas: mi abuela y ella, aunque aquella misma tarde noche todo el reino lo sabría y aquello me estaba poniendo histérica. ¿Y si no era lo que el pueblo buscaba en una princesa? ¿Y si le reprochaban al príncipe el haberme elegido?
—¿Crees que se enfadará conmigo si no aparezco?
—¡Amberly! —me recriminó—. Ni se te ocurra pensar en no asistir cuando está claro que esta noche los dos seréis las estrellas y el foco de atención. Ya tengo ganas de ver qué cara se les queda a esos pijos elitistas que se creen lo más de lo más cuando ni siquiera llegan a mierda. Ya es hora de que se haga justicia.
Ahora, mientras me preparaba en casa, los nervios y los miedos volvieron a florecer en mi interior pese a los intentos de calmarme. Hacía más de media hora que había terminado de prepararme y, al no tener nada que hacer, me había puesto a caminar de un lado para el otro en un intento de matar el tiempo que me sobraba.
Por suerte, cuando me quedaba apenas media hora para salir de casa, mi abuela llegó de hacer unos recados. En el instante en el que sus ojos me vieron, en el centro de la sala, se quedó estática en el sitio y no habló hasta pasado casi un minuto.
—¡Dios mío! ¿Quién es este bombón? —Se acercó a mí y me evaluó. Me hizo girar sobre mí misma para asegurarse de que todo estaba en orden y, por cómo sus ojos brillaban con intensidad, supe que había pasado la prueba—. ¡Estás preciosa! Ese vestido te sienta muy bien, aunque creo que te falta un poco de brillo. Suerte que tengo la solución.
Me tendió la pequeña bolsa que llevaba en las manos y, al abrirla, descubrí un colgante precioso con forma de alas de ángel, perfecto para el vestido que llevaba. Era de color azul eléctrico con pedrería no muy excesiva esparcida aquí y allá. El collar me veía que ni pintado, ya que, por desgracia, no podría llevar el que Christopher me había regalado en mi cumpleaños.
—Abuela, no tenías por qué gastarte dinero en mí.
—Tonterías. Lo vi en una tienda y me pareció que llevaba tu nombre. Espero que esta noche te de mucha suerte y te haga lucir hermosa, porque, mi querida nietecita, lo eres y ya es hora de que el mundo lo sepa. No sabes lo orgullosa que estoy de ti.
Me colocó aquel colgante en el cuello y al mirarme en el espejo supe que era perfecto. Había tenido que ingeniármelas para oculta las alas y poder mostrar al mismo tiempo parte de mis atributos. El vestido era corto, un par de dedos por encima de las rodillas, pero para nada vulgar. Lo había visto en una de las tiendas del centro y me había enamorado de él en cuanto lo vi. Tenía el escote en forma de corazón y unos tirantes magníficos. Había conjuntado aquella preciosidad con unos tacones plateados que me había prestado Cath para la ocasión.
—Vas a brillar y robar el protagonismo de cualquier mujer que ose eclipsarte.
A través del espejo aprecié cómo a mi abuela se le cristalizaron los ojos y, por instinto, la abracé. La quería mucho y gracias a ella era quien era.
—Te quiero. —Le di un beso en la mejilla. Agradecí a la creación por inventar esos pintalabios que no se borran ni aunque uno se pasara horas rascando.
Me abrazó con más fuerza.
—Y yo a ti, angelito.
Me ayudó a pulir los detalles de última hora y a que los tirabuzones se vieran espectaculares. Había decidido llevar el pelo suelto y lucir la melena que tenía y que sabía que a Christopher le gustaba tanto.
Tomé una gran bocanada de aire antes de salir de casa y me infundí ánimos. Estaba lista y esa noche iba a brillar.
. . .
El palacio se veía precioso iluminado, resaltando en la oscuridad. Apenas eran las ocho. Había parejas y grupos acercándose al gran portón principal; mientras, me quedé quieta. Me sentía como un pez fuera del agua. Y es que todos llevaban vestidos caros y de marca cuando el mío apenas había costado dinero. Volví a dudar y estuve a nada de dar la vuelta y salir corriendo.
Pero no fue así.
Me recordé a mí misma que le había hecho una promesa a Christopher y que estaba allí para cumplirla. Como si me leyera la mente, recibí un mensaje suyo que decía:
<<Tengo ganas de verte en la fiesta y que todo el mundo conozca a la mujer de la que estoy perdidamente enamorado.>>
¡Qué intenso! Solo esperaba que no se me hubieran subido los colores.
Respiré profundamente y avancé hasta llegar al interior. Allí, un hombre ataviado con un traje de pingüino me preguntó el nombre y, tras asegurarse de que estaba invitada, me dejó pasar.
Todo estaba hermoso. Si ya de por sí por fuera el castillo parecía sacado de un cuento infantil, por dentro gritaba lujo, estilo y elegancia. Los criados nos dirigieron hasta lo que llamaron el salón de las recepciones, cuyo interior estaba a rebosar de personas. Mirara por donde mirara había hombres y mujeres conversando entre sí y de nuevo me sentí fuera de lugar, como si aquello no me perteneciese o fuera una intrusa. Por suerte, pronto divisé aquella cabellera color caoba que tanto conocía y agradecí a Dios que los padres de Cath fuesen tan influyentes en la sociedad porque, de lo contrario, me habría quedado sola.
—¡Madre mía! Amberly, estás preciosa —me dijo en cuanto nos reunimos a mitad de camino.
—¿Que yo estoy preciosa? ¿Te has mirado en el espejo?
Mi mejor amiga estaba deslumbrante con aquel vestido de satén que se había comprado también el mismo día en el que había elegido el mío. Era largo y elegante, y le sentaba como un guante el color rojo con el cinturón plateado en la cintura y los labios pintados del mismo color.
—Te dije que estos tacones te iban a sentar de miedo. ¿Eso que veo son piernas? Y yo que pensaba que no tenías —se burló.
—No seas mala conmigo. Bastante nerviosa estoy ya.
—Pues no lo estés. Solo disfruta el momento y ya verás lo bien que lo vas a pasar, más cuando se arme todo el revuelo por la pequeña sorpresa que nos vais a dar él y tú. —Me guiñó un ojo con descaro la muy condenada.
Hablamos, bebimos un poco de cava y nos divertimos un poco. Me presentó a varios amigos de la sociedad y, por el momento, no había coincidido con Amanda ni con mis padres. Me pregunté cómo reaccionarían a lo que acontecería en unas horas. Solo de pensar en la cólera de papá mi cuerpo era apoderado por un escalofrío que no sé cómo logré controlar.
A eso de las nueve y media anunciaron a la familia real. Primero entró la princesa Star, saludando siempre con ese encanto que había descubierto en ella; después, Christopher se hizo con la atención de todos los presentes y de la mía, pues, como siempre, se veía tan guapo vestido con uno de sus trajes; y, por último, los reyes entraron con paso confiado. La reina iba enganchada al brazo de su marido y esbozaba una sonrisa muy bonita y encantadora.
Un nudo de nervios volvió a apoderarse de mí cuando aquellos ojos grises encontraron los míos en la distancia.
Fue en aquel mismo instante en el que visualicé a Amanda entre los invitados. Deseé hacerme pequeña y desaparecer o que simplemente volviera a ser invisible para ella, pero, claro, la suerte no estaba de mi lado. Sin querer, me tropecé con mis propios pies y llamé su atención. Al verme, arrugó el morro y caminó con paso enérgico.
—¿Se puede saber qué estás haciendo tú aquí? No te ha invitado nadie.
Mierda.
—Que sepas que tiene todo el derecho de estar en esta gala —me defendió Cath sin dejarme hablar a mí.
—Eso no es cierto.
—Me ha invitado Christopher —solté y cuando pronuncié su nombre, una sonrisa tonta se dibujó en mis labios.
—Eso es mentira.
Al parecer, el que el príncipe se hubiera interesado en mí y no en ella le había molestado mucho más de lo que había creído. Mejor. Por primera vez era yo quien se ganaba la atención de alguien y no ella. Me sentía tan bien que no pude evitar regocijarme.
—Amanda, ya es hora de que alguien te diga que no eres el centro del universo y que su alteza podía elegir a cualquier mujer del reino.
—Pero no a eso —espetó—. ¿Qué ha visto en ti que no haya visto en mí? Si soy perfecta.
—Lo que eres es una egocéntrica y una malcriada. Ya es hora que aterrices en el mundo real y que comprendas que no vas a conseguir todo en esta vida, que no está a tu alcance ni siquiera con el dinero de tus padres —solté yo con un tono de enfado.
—Eres una...
Pero no llegó a articular palabra alguna, ya que nuestros padres decidieron que era el momento oportuno para interrumpirnos.
—¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo te has colado?
Papá parecía a punto de darme una buena tunda y mamá se estaba muriendo de la vergüenza.
—¡Dios mío! Qué escándalo como se enteren que eres nuestra hija.
Me crucé de brazos.
—No me he colado. Christopher me ha invitado.
—Eso no te lo crees ni tú —escupió mi padre con toda su ponzoña.
—Señor Tyson, es la verdad. Su hija y el príncipe...
Papá le echó un gran repaso, quizás analizando si se merecía su tiempo o no.
—¿Tú eres...?
—Cathrine Frazén, su mejor amiga.
—¿Quién?
Era tan triste que ni siquiera mis propios padres supieran de la existencia de Cath cuando la había mencionado más de cien veces en lo que llevábamos viviendo en Ahrima. No debería sorprenderme, pues desde siempre había sido invisible para ellos, pero había una parte dentro de mí que se revolvía solo con pensar en lo poco que me conocían.
—Deberías irte antes de que...
Mamá lo cortó.
—Querido, ¿por qué no mantenemos esta charla en el exterior? No quiero ser el hazmerreír de la fiesta.
Claro, cómo no. Siempre pensando en sí misma.
—Está bien.
Ni siquiera pude oponerme, ya que me agarraron del codo y me arrastraron fuera como si fuera una paria. Genial, la velada no podía ser mejor. Hacía una noche perfecta para dar un paseo o para, simplemente, mirar las estrellas; mas aquello estaba muy lejos de mis planes, puesto que mis padres me miraban como si quisieran aniquilarme allí mismo.
Amanda estaba que echaba chispas, mamá se veía incómoda y papá parecía que quería estrangularme y deshacerse de mi cadáver. Fabuloso.
—Mira, esto es lo que vamos a hacer. Vas a irte por donde has venido. Así de simple —soltó aquel hombre que se hacía llamar padre.
Me crucé de brazos.
—No.
Amanda apretó los puños con fuerza.
—¿Quieres dejar de comportarte como una niña pequeña y obedecer a nuestro padre? Nos estás poniendo en evidencia, a ver si te enteras de una vez. No eres el culo del mundo, solo una vulgar camarera. Este no es tu mundo.
—Tienes razón, puede que no sea mi mundo, que no haya sido educada para acudir a galas ni para asistir a bailes, pero si de algo estoy segura es que ahí dentro hay al menos dos personas que desean que esté y con eso me basta. No vais a persuadirme y no sois quienes para echarme —me defendí con determinación. No iba a abandonar, no cuando era consciente que Christopher me esperaba.
—¿Quién te crees que eres para hablarnos así, jovencita? —me espetó mamá.
—Juro que como no te marches ahora mismo, voy a...
—¿Pegarme? —lo desafié—. Adelante, hazlo. Pégame todo lo que quieras, pero eso no va a cambiar nada. No va a hacer que el príncipe se fije en Amanda porque, ¡oh, sorpresa!, no es su tipo.
—Eres una...
—Aquí estabais.
Un hombre y una mujer que no conocía de nada pusieron fin a esa discusión y me permitieron escabullirme hasta dentro de la sala de nuevo. La conversación con mis padres —si podía llamarse así. Hablar con ellos era como hacerlo con la pared— me había desanimado. Deseaba acurrucarme en mi cama y ponerme a llorar, pero sabía que eso era lo que ellos querían y no se lo permitiría. Ya estaba harta de que ganaran todas las batallas y no iba a dejar que siguieran despreciándome, ya no.
La gala continuó sobre ruedas. Volví junto a Cath y, tras infundirme ánimos, fuimos a una mesa a picotear unos aperitivos que estaban deliciosos y que no había probado nunca. Había gente en la pista de baile bailando en pareja el vals o vete a saber qué baile; otros hablaban en un rincón; y otros, como nosotras, estaban sentados en unas sillas degustando las delicias que había.
No sé en qué momento exacto de la noche ocurrió, solo sé que tras haber bailado en la pista con un par de apuestos caballeros, el príncipe Christopher subió a una tarima para dar un discurso, supuse. Solo que no fue exactamente un discurso lo que dio.
—Estimados invitados, en nombre de la familia Rosenzberg, les agradecemos que nos hayan acompañado en esta agradable velada y esperamos que se estén divirtiendo —habló con esa voz tan masculina y varonil que poseía—. Solo hablaré un par de minutos y, después, la fiesta volverá a su normalidad. Como sabéis, en unos meses cumpliré los veintisiete años y soy plenamente consciente de la preocupación que invade a mi pueblo al no verme en una relación estable. En los últimos meses he tenido la oportunidad de conocer a una mujer maravillosa de la que me he enamorado perdidamente.
Un murmullo de voces se extendió por toda la sala mientras mi corazón se detenía de los nervios y mi boca se secaba. Iba a hacerlo. Había llegado la hora de que diera la gran noticia y eso no hacía más que asustarme. ¿Y si no era lo que el pueblo esperaba?
<<Esta joven es hija del ministro Gideon Tyson y ha puesto mi mundo del revés. He pensado que esta velada es la oportunidad idónea para presentárosla. Está entre todos vosotros. Por favor, ¿podrías venir, Amberly Tyson?
¡Dios míos! Se me había olvidado respirar. Ese hombre era un genio. No solo les había dejado en claro a todos que mi padre les había ocultado una hija —a más de uno se le escapó una exclamación de asombro al escuchar mi nombre—, sino que había dejado a toda la sala asombrada.
Sentía el pulso en mis oídos y cómo todo a mi alrededor se empezaba a distorsionar. Ni siquiera había sido consciente de que me había quedado estática en el sitio hasta que Cath me dio un pequeño empujón para animarme a unirme a mi príncipe. ¿Aquello era real o solo una de mis muchas fantasías?
—Vamos, ve por él —me animó entre susurros guiñándome un ojo.
Respiré profundamente antes de empezar a caminar con paso inseguro hacia delante. Sentía el pulso acelerado y deseé con fervor no ponerme roja como un tomate ni hacer el ridículo o tropezar. A medida que iba avanzando los presentes volvieron sus cabezas hacia mí. Esperaba cualquier reacción, salvo la que obtuve: un silencio arrollador. Cuando llegué, todos los invitados se habían quedado mudos.
—Señoras y señores, os presento a la dulce y encantadora Amberly Tyson —dijo Christopher con la mirada puesta en el público hasta que, segundos después, sus ojos brillantes cayeron sobre mí—, la mujer de la que me he enamorado. Espero que podáis ver en ella lo mismo que veo yo: una mujer fuerte y valiente, luchadora, que lo da todo. Si me lo permitís, querría bailar con ella el resto de la noche. Gracias por su atención.
Sentía el corazón en la boca y un torrente de temor hasta que todos los asistentes empezaron a aplaudir con júbilo y el temor y el miedo desaparecieron. Una gran sonrisa se instaló en mi boca cuando los dedos de él se enredaron con los míos y con un movimiento nos guió hasta la pista de baile.
¡Madre mía! ¿Aquello estaba pasando en realidad?
Empezamos a movernos al son de la música bajo la atenta mirada de todos los presentes. Oh, no. ¿Qué pasaría si cometía un solo error y me tachaban de incompetente? Estaba convencida de que le pisaría en medio del baile con mis dos pies izquierdos.
—Estás muy guapa —dijo en cuanto comenzó el baile.
—¿Tú crees? Temo que mi vestido no esté a la altura. No me he dejado mucho dinero en él y he visto que las mujeres llevan atuendos de Chanel, Versace, Armani... —enumeré al mismo tiempo que me dejaba guiar.
—Lo está. Seguirías estando preciosa incluso si fueras llena de harapos. —Su risa me contagió—. Lo estás haciendo muy bien para ser tu primer baile e incluso diría que me has eclipsado. Todos te están mirando, aunque no les culpo. Tengo el honor de bailar con la mujer más guapa del reino.
—No seas zalamero.
—No sabes las ganas que tengo de darte un beso, pero no puedo por el protocolo.
Christopher me hizo girar sobre mí misma.
—Dichoso protocolo. Quien sabe, si te portas bien, puede que al final de la velada pueda darte uno a escondidas.
—¿Solo uno?
Reí.
—Está bien, los que su alteza real quiera. —Le guiñé un ojo con coquetería.
Continuamos bailando y bailando hasta que ya no pudimos más. Me llevó a tomar una copa para refrescarnos y allí continuamos charlando envueltos en una atmósfera relajada hasta que salió el tema.
—¿Cómo se lo han tomado tus padres?
Hice una mueca.
—En cuanto me han visto, han querido echarme a patadas. Ya sabes cómo son. Pero les he plantado cara y he peleado como una campeona.
Esbozó una amplia sonrisa.
—No sabes cuánto me alegro de que hayas venido. Habría quedado como un tonto si no te hubieses presentado y hubiese hablado de ti.
Sonreí. Podía imaginármelo perfectamente.
—A tus súbditos no les habría gustado que les hubieses dejado con la miel en los labios. Imagínatelo: dices que estás loco por mí pero no pueden conocerme. Qué gran decepción se habrían llevado.
Él entrelazó nuestros dedos y me acercó más a él.
—Por suerte, lo estás. Esto es mucho más divertido cuando estamos juntos. De lo contrario, habría tenido que hablar y bailar con la gran mayoría de las mujeres jóvenes, incluida tu hermana, y sabes que ya he tenido dosis de Amanda más que suficiente para toda mi vida.
Reí.
—Es intensa, ¿verdad?
—No sabes cuánto.
Tomé un sorbo de mi bebida en un intento por ocultar mi sonrisita de listilla. Justo en aquel preciso instante, Christopher miró por encima de mi hombro y sonrió con los ojos llenos de felicidad. No me gustó para nada ese gesto y solo consiguió ponerme nerviosa. Temía volverme y encontrarme con algo desagradable.
—Aquí estáis —escuché la voz jovial de Star a mis espaldas. Solo con escucharla, me relajé un poco—. Has estado fantástica.
Al volverme me encontré con una gran sonrisa en sus labios pintados en un tono nude. Llevaba un vestido impresionante que a mí me dejaba como una novata. Con mangas recatadas y apenas escote, aquella prenda de color azul aguamarina resaltaba sus ojos y aquel recogido la hacía verse más madura. No iba maquillada en exceso, no como Amanda o gran parte de las jóvenes asistentes, lo que la hacía ser más natural.
A su lado, estaban sus padres, los reyes de Ahrima, y cuando caí en la cuenta de su presencia, sentí que me daba un vuelco el corazón. Ella estaba deslumbrante con ese vestido bordado en color oro que le sentaba como un guante, largo y hasta el suelo. Llevaba un moño trenzado a modo de corona. Era impactante.
Él estaba tan elegante vestido en un traje muy similar al de su hijo. Se parecían muchísimo y estaba claro que de mayor Christopher sería un hombre atractivo. Había sacado de su padre el color del cabello y la forma de la cara; mientras que estaba claro que de su madre había heredado la sonrisa y esos ojos que tanto me gustaban.
Me había quedado muda, en blanco. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Intenté recordar qué hacían los protagonistas de los libros y series. que había leído o visto. ¡Mierda! ¿No se suponía que debía hacerles una reverencia?
Eso hice al final e intenté que no se me notaran los nervios. A mi lado, Christopher se estaba riendo de mí. Cómo me gustaría borrar esa sonrisita de sus labios con una bofetada, por listo y no echarme una mano. ¿Acaso no había visto que mi cerebro había decidido marcharse de vacaciones justo en aquel instante?
—Mamá, papá. Quiero presentaros a Amberly Tyson.
Ni en un millón de años me esperé la reacción que obtuve: ambos esbozaron sonrisas de verdad, de esas que llegan hasta los ojos y los hacen brillar.
—Ya era hora de que te conociéramos, muchacha. Mi niñito no ha querido decirnos nada sobre ti en todo lo que llevas con él —dijo la reina emocionada.
—Gracias, madre. Ahora habré perdido toda la seriedad.
—Tarde. —Le guiñé un ojo y estuve a punto de sacarle la lengua a modo de burla, pero al final me contuve. Estaba segura que eso no estaba dentro del protocolo.
—Mamá, papá, Amberly es un encanto y no se parece en nada a su hermana. ¿Estás segura de que no eres adoptada?
No pude evitar reírme ante la ocurrencia de la princesa. Y es que hubo una temporada en la que de verdad pensé que lo era, que la falta de cariño debía ser porque no era de verdad hija de mis padres.
—Star, esos modales.
Su hija la encaró.
—Ahora me dirás que Amanda te cae muy bien y que deseas que ella se case con mi hermano en vez de este encanto.
Su madre soltó un suspiro.
—Yo no he dicho nada de eso, cariño.
De nuevo la atención de toda la familia Rosenzberg se centró en mí y empezaron lo que yo denominé un interrogatorio de tercer grado. Hicieron pregunta tras pregunta para conocerme mejor y, pasada más de media hora, creo que se quedaron satisfechos con mis respuesta. La reina Alexandra parecía encantada y el rey Nathaniel me trató como si ya fuera parte de la familia.
El ambiente no podía ser mejor.
De nuevo, mi mala suerte me cayó encima como una tormenta no esperada en un día de verano. Así, de repente, papá, mamá y Amanda aprovecharon la ocasión para acercarse a la familia real y pegarse como garrapatas a ellos. Genial, simplemente genial.
—Ya veo que han conocido a nuestra hija —fue lo primero que dijo papá con un falso tono alegre y una sonrisa más falsa que las extensiones que llevaba mamá en el pelo.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no poner los ojos en blanco ni tener una postura defensiva.
—Es un encanto. No entiendo cómo no ha asistido a otras reuniones antes —se preguntó el rey.
—Amberly es muy... trabajadora.
—Eso nos ha dicho, que trabaja para pagarse sus estudios. Es bueno saber que a día de hoy todavía existen personas con ambiciones y sueños por cumplir, que luchan día a día por verlos realizados.
—Mi hermana es... increíble. Todo un ejemplo a seguir.
¿Cuánto le habrían pagado mis padres para que Amanda dijera algo bueno sobre mí? La última vez que lo hizo fue... creo que nunca. Ni siquiera cuando éramos pequeñas y me consideraba como una igual había sido así y ahora que lo pienso es triste que nunca hubiéramos tenido un vínculo fraternal.
No sé si podría aguantar tanta falsedad unida.
—Querida, ¿por qué no has asistido a otros eventos? —preguntó la reina.
—Tenía trabajo que hacer, ¿verdad, cariño? —se explicó mamá. Su forma de llamarme así me estaba dando náuseas. ¿En serio nadie veía la gran capa de mentiras y engaños que los cubrían?
—Mi hija trabaja en un cafetería. Yo le he dicho mil veces que si quisiera mi dinero que me lo pidiera, pero es tozuda como una mula. No sé a quién habrá salido.
Christopher veía a mi familia con incomodidad. Era sutil, pero ahí estaba. Lo podía notar tenso, no como minutos antes mientras bailábamos o mientras manteníamos la charla con sus padres. Desde que le había contado la verdad acerca de los míos, su comportamiento cada vez que los mencionaba era tan distinto: o bien se enfurecía o bien apretaba la mandíbula y los puños o se encerraba en sí mismo durante unos segundos o minutos. No me gustaba verlo así, ver su sufrimiento por no poder hacer nada contra ellos. Pero es que era su palabra contra la mía y había aprendido desde pequeña a mantenerme callada.
—Necesito pagarme los estudios, ya que me han dicho que en cuanto acabe la carrera no van a pagarme más estudios —expliqué sin poder callarme más. Me negaba a que quedaran como los buenos del cuento—. Además, quiero poder buscarme un piso o un apartamento en cuanto tenga el dinero suficiente.
—¿Por qué? —los reyes estaban intrigados y algo en su actitud me hizo sospechar de que algo marchaba mal.
—Tengo ganas de ser independiente y no estar bajo las normas de mis padres. Tengo veinticinco años y tenerlos detrás de mí puede llegar a ser asfixiante.
—Qué tonterías dices, tesoro. —Papá rió por mi aparente broma, pero yo no lo hice. No tenía gracia, menos ese tono empalagoso que había notado en su voz. No estaba acostumbrada a la calidez, era más de mostrarse frío conmigo porque no era como el resto.
—Entiendo su punto —saltó en mi defensa Christopher—. A mí hay veces en las que me gustaría tirarme desde las torres del palacio solo si eso significa que no veré a mis padres durante un tiempo. Os quiero mucho, pero que estéis detrás de todo lo que hago puede ser realmente agobiante.
La charla continuó unos minutos más, hasta que Christopher nos excusó y salió conmigo al jardín. Antes no lo había podido apreciar por la tensión del momento, pero, la Virgen, era enorme. Estaba segura que de ser otra la situación me habría gustado perderme por sus hectáreas de laberintos, fuentes y belleza. Se veía impresionante iluminado en la noche con esos farolillos elegantes con los que estaban adornados los árboles y arbustos.
—Siento lo que ha pasado ahí dentro —me disculpé apoyándome en la barandilla y mirando el cielo estrellado.
—No te preocupes.
—En serio, nunca los había visto así. Me han dado diabetes de lo empalagosos que han sido y vergüenza por lo falsos que son. Claro, ahora que he despertado tu interés y que tus padres me conocen, quieren quedar bien. Pues no, ¿sabes?, llegan tarde, veinticinco años. Han tenido todo ese tiempo para quererme y no han sido capaces de hacerlo.
No quería llorar, pero me fue incapaz de evitar que un par de lágrimas descendieran por mi mejilla. Christopher, a mi lado, las borró con sus dedos mientras sus ojos y los míos se conectaban como siempre, como si estuviésemos destinados a estar unidos.
—No llores, por favor. No se merecen tus lágrimas. Además, estás demasiado guapa para arruinar con un par de lágrimas lo bonita que eres.
—Hay ocasiones en las que desearía ser una chica normal, ser como ellos y que me traten como una igual. Ha sido tan chocante lo que acaba de pasar.
Él me acercó a su cuerpo y me dio un pequeño abrazo.
—No deberías pensar así. Eres maravillosa tal como eres y no te cambiaría por nada en el mundo.
—¿Por nada? ¿Aunque significara que no tuviera alas, que fuera como tú?
—Te prefiero así. Tus alas te hacen única y, no te mentiré, fantaseo con la idea de tener un pequeño o pequeña con alas idéntico a ti.
Sus palabras hicieron que se me saltaran los colores.
—Pero qué donjuán que eres.
Rió por mi reacción.
—Esa es la Amberly que me gusta ver. —Me tomó de la mano sin perder esa sonrisa pícara y aquel brillo tan característico que me tenían tan enamorada y me arrastró hacia el interior—. Y, ahora, bailemos hasta que no podamos más.
Tal y como prometió, me lo pasé en grande dando vueltas y más vueltas en la pista de baile, sintiéndome por primera vez parte del grupo. Reí, conversé y me sentí especial. Había encontrado entre sus brazos el mejor hogar.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis queridos lectores!
¿Qué tal se está portando con vosotros la semana? Quiero recordaros que subo capítulo todos los lunes y miércoles y que el capítulo del sábado depende de si lo tengo listo.
¿Qué os ha parecido? A mí me ha gustado gustado mucho escribirlo, más al ver cómo mi pequeña Amberly se rebelaba contra sus padres. Repasemos:
1. Amberly está nerviosa por el baile.
2. Su abuela le regala un collar con forma de alas de ángel.
3. El gran baile.
4. La relación de Christopher y Amberly.
5. Encuentro con los Tyson y su manera desagradable de tratarla.
6. Amberly se rebela.
7. Christopher expone ante todos sus sentimientos con Amberly.
8. Amberly y Christopher bailan juntos.
9. ¡Por fin Amberly conoce a los padres de Christopher!
10. Los Tyson en modo falso.
11. Pequeño momento entre nuestros tortolitos.
12. ¡El baile ha sido un éxito!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos! Un beso enorme. Os quiero.
Mis redes:
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