Capítulo 2 (parte 1)
Capítulo 2 (parte 1)
Christopher:
La veía a todas horas en clase, siempre acompañada de su amiga. Juntas podían pasarse la hora hablando y hablando de sus cosas, pero en clase era la más callada. Con la única que interactuaba era con esa chica menuda de pelo caoba. Era nueva y, por lo que pude comprobar un tiempo después de que se mudara, muy inteligente. Sacaba unas notas de miedo y se le daban muy bien todas y cada una de las asignaturas. Pude comprobar pasado un tiempo de su llegada cómo varias compañeras empezaron a meterse con su físico, discriminándola solo porque no estaba dentro de lo que catalogaba como <<la chica ideal>>. Eso no quería decir que aquella mujer no fuera atractiva, porque lo era; no había visto a chica más bonita.
—Ey, principito, ¿qué estás pensado?
Nick, uno de mis mejores amigos, me sacó de mis cavilaciones mentales. Junto a Blake conformaban lo que yo llamaba mi círculo cercano, aquellas personas en las que podía confiar ciegamente porque sabía que nunca me traicionarían.
Aparté la mirada de la pared, avergonzado por que me pillaran en mi mundo.
—En nada serio. Ya sabes, movidas de la corona.
Picoteé sin ganas el almuerzo que había pedido en la cafetería. Las clases habían terminado por fin, y eso que había llegado tarde a las de ese día por cuestiones reales. Los viajes de negocios eran mi pan de cada día. Por lo menos siete veces al año debía visitar diferentes países y acudir a aquellas tediosas reuniones con mi padre.
—¿Cómo tienes de llena tu agenda para esta tarde? —me preguntó Blake desde su lugar al mismo tiempo que se limpiaba los labios con una servilleta.
—Vacía. Padre me ha dado la tarde libre para que me pueda centrar en mis estudios.
Mis amigos arrugaron el morro.
—Eso no es lo que yo llamo una tarde libre.
—Es una tortura. —Estuvo de acuerdo Nick y ambos chocaron esas cinco.
—Tengo una idea. ¿Por qué no vamos a Phoebe's a tomar algo y a estudiar juntos? Hace semanas que no hacemos una quedada de plan de estudio conjunta —propuso Blake.
Lo señalé con el cubierto como si hubiese tenido una gran idea.
—Eso suena genial. ¿Os parece que nos veamos allí sobre las cinco?
—Mola.
No nos dio tiempo a añadir más, puesto que de un momento a otro Cedric y Kendall llegaron a nuestra mesa como si fuésemos colegas de toda la vida. Sus padres y los míos se llevaban muy bien y eso implicaba que yo debía relacionarme con ellos si no quería perder, en el futuro, todo lo que mis padres se habían pasado años construyendo. Como personas no me caían muy bien que digamos. Eran demasiado superficiales y un poquito tontos para mi gusto. Se pasaban el día menospreciando a aquellos que no estaban a su altura.
—¿De qué hablabais? —indagó Cedric mientras se sentaba en frente de nosotros. Su melena pelirroja natural, uno de los fuertes que tanto atraía a las chicas, se veía intencionalmente despeinada.
Miré a mis dos mejores amigos en un intento porque no les desvelaran a esos dos nuestros planes, pero, claro, no se enteraron de mis intentos de socorro.
—Vamos a ir a esa cafetería tan molona que han abierto en el centro hace unos meses para ponernos en modo estudio.
Me di una bofetada mental. Fantástico. Fenomenal.
—¡Qué buen plan! Así podremos ponernos al día con esa asignatura que tanto se nos ha atragantado a ambos —estuvo de acuerdo. Lo último lo dijo mirando a Kendall, ya que, por lo que sabía, ambos estaban en la misma carrera.
Fabuloso, un buen plan en la compañía de esos dos patanes.
—Chicas, ¿por qué no os sentáis con nosotros?
¿Sabéis esos segundos en los que vuestra mente se queda en pantalla azul? Pues eso me había pasado y, debido a ello, cuando quise darme cuenta de a quiénes se había dirigido Kendall, aquel pelinegro que se había ganado a pulso el sobrenombre de <<ligón>>, quise morirme. Había invitado a Amanda Tyson y a sus amigas, un grupo que a mí no me caía muy bien. No me gustaban las abusonas y sabía que ellas se creían la créme de la créme de la institución solo por ser hijas de hombres asquerosamente ricos.
Conocía muy bien a Amanda. Era hija del Ministro de Ciencia e Innovación, Gideon Tyson, un hombre muy simpático y con el que era sencillo entablar una conversación interesante. Él me agradaba; su hija no. Me parecía demasiado ñoña para mí, un pelín pija. Las prefería más sencillas y reales.
—Ay, sí.
Amanda aprovechó la oportunidad al máximo para colocarse a mi lado, empujando ligeramente a Blake a un lado para que le dejara el espacio. Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para aguantar el tipo, más cuando los chicos las invitaron a que se unieran a nuestro plan de estudio. Genial. Había pasado de ser una maravilla a un auténtico peñazo.
—Os veo esta tarde. Debo hacer un poco de papeleo antes —me excusé levantándome a todo correr.
¿Era mentira? Por supuesto. Prefería huir antes que compartir mi tiempo con ellos. Me parecía que quitando a Nick y a Blake el resto solo quería estar conmigo porque era el heredero al trono de Ahrima. Amanda era demasiado pegajosa, como un chicle, y sus amigas demasiado pedantes; Cedric era demasiado chulo para mi gusto; y Kendall, no sé por qué, no me parecía un buen tipo.
Como futuro rey se esperaba de mí que fuera perfecto en todo; estaba en el punto de mira y cualquier error era sacado a relucir y analizado al dedillo. Lo único que parecía importarle a mi pueblo era la marca de ropa que usaba, el maldito protocolo y mis relaciones sociales. Por eso, a pesar de que parte de mi entorno no fuera de mi agrado, me veía obligado a salir con ellos. Se esperaba mucho sobre mí, había mucha presión bajo mis hombros, y yo no quería defraudar a nadie.
Mientras salía de la cafetería, saludé con una gran sonrisa a todas las chicas que me miraban desde la lejanía, temerosas quizás de acercarse. Por el camino se me unió Alexa, mi guardaespaldas y chófer personal. Era de total confianza y sabía que podía contarle el mayor de los secretos sin que se lo desvelara a nadie; me lo había demostrado en contadas ocasiones, como las veces que me había llevado a aquel pequeño club en el que estaba inscrito a escondidas de mi padre. Si algún día mi familia se enteraba de que me gustaba algo tan banal, me cortarían la cabeza sin pensárselo dos veces.
—¿Le llevo a casa, señor? —me preguntó de forma seria y educada.
Asentí con la cabeza y me arremangué mientras tanto uno de los puños de la camisa. El clima poco a poco se iba haciendo más caluroso, propio de la primavera que estaba a poco de entrar.
Alexa me guió hasta la salida. Así como estaba vestida, con una camisa de vestir y unos pantalones vaqueros, parecía más una amiga que una empleada. Esa fue la idea cuando empecé a estudiar, que la gente pensara que no era parte del equipo profesional que trabajaba para mí.
—¿Ha tenido un buen día?
Me puse a su altura y la seguí hacia el exterior. El aparcamiento estaba al otro lado del campus, mas no me importó tener que cruzarlo. El día tan bueno que hacía invitaba a dar un paseo.
—Un poco intenso, pero bastante bueno. ¿Qué tal el suyo? ¿Las clases le han parecido tan aburridas como de costumbre?
Ella hizo una mueca. Si algo sabía de mi guardaespaldas era que la economía y los números no se le daban nada bien. Como empleada secreta, debía asistir a cada lugar al que fuera de incógnito y no levantar sospechas. Se suponía que nadie debía saber que ella no era una simple estudiante más de último año. Hasta ahora no habíamos levantado sospechas y las pocas veces que nos habían emparejado para un trabajo grupal habíamos actuado con suma normalidad.
—¿Se le hace muy cuesta arriba?
—Solo a veces, aunque no hay nada que el estudio y el trabajo no curen. No es una carrera que haría, pero teniendo en cuenta las salidas que tiene, no está mal.
Cuando llegamos al vehículo negro con las ventanillas de atrás ahumadas, Alexa se me adelantó y me abrió la puerta trasera.
—Alteza.
Con un movimiento de cabeza en señal de agradecimiento, me metí en el coche. Mientras mi acompañante se aposentaba, me puse el cinturón de seguridad y comencé a enredar en mi teléfono. No había mucho que ver: no tenía cuenta personal en las redes, solo aquella oficial utilizada exclusivamente en ocasiones importantes y no para chorradas diversas. No era la clase de persona que se pasaba las horas del día revisando lo que los youtubers publicaban o qué se cocía en Instagram o Facebook. Como miembro de la familia real, lo tenía prohibido. Solo podía permitirme el lujo de utilizar What'sApp.
El trayecto al palacio lo pasé en silencio; no me apetecía hablar y, además, aquello que dijera sería solo para empezar una conversación de cortesía y, sinceramente, no tenía las fuerzas ni las ganas de hacerlo.
—Hemos llegado —me anunció mi chófer un rato después.
El palacio real de la familia estaba ubicado a las afueras de la ciudad, pese a que esta no es que fuera especialmente grande. Estaba rodeado de naturaleza y privacidad, lo que a mí en lo personal me gustaba muchísimo. Pocos sabían la cantidad de horas que había pasado en los alrededores e incluso que me había adentrado —y seguía haciéndolo— en el bosque de los Vanir, aquel cuya laguna era el epicentro de toda fiesta y escapada adolescente y no tan adolescente.
Me apeé y entré al palacio seguido de mi guardaespaldas. Tras decirle que podía retirarse y ponerle al día de la pequeña salida que haría en menos de una hora, me dirigí hacia la tercera planta, el piso destinado a la familia y que nadie salvo unas pocas doncellas y mayordomos podían pisar. A pesar de que ya estaba acostumbrado a la grandeza del lugar, todavía seguían sorprendiéndome las riquezas de las telas, los detalles en las paredes y las vistas espectaculares que uno tenía desde las torres, en las que en un millar de ocasiones me había visto soñando despierto con liberarme de aquella carga pesada o, en su defecto, de encontrar a aquella mujer que hiciera que esta no fuera tan dura.
Era consciente que tenía muy pocas posibilidades de hallar a una dama que cumpliera todas mis expectativas: que no fuera muy remilgada, que tuviera su carácter, que fuera especial y única, con la que poder hablar incluso de los temas más tontos, aquella en la que pudiera confiar y contarle hasta el mayor de los secretos solo porque sí, porque quería compartirlo con ella. Hasta ahora, las mujeres a las que había conocido no me habían atraído de la forma que esperaba; sentía que solo podría pasar un buen rato con ellas y yo no buscaba eso. Quería, ansiaba, encontrar a aquella con la que no solo pasar los buenos ratos, sino que también permaneciera a mi lado cuando las cosas se torcieran.
Recorrí los pasillos de palacio con rapidez, deseando tomarme unos minutos de descanso antes de reunirme con mis amigos para estudiar —aunque dudaba que lo hiciéramos en el caso de que fuéramos un grupo grande—. Avancé por los pasillos hasta llegar a mi dormitorio. Nadie sabe lo bien que me sentó el poder descalzarme y sentir el tacto del suelo bajo mis pies y el poder caminar descalzo a mi aire sin que nadie me dijera que no estaba dentro del protocolo, que no era correcto mi comportamiento.
Desde pequeño había dejado claro que aquellas paredes eran mi santuario, mi pequeño refugio. Mi única norma era que no debía hacer nada de trabajo y que dejaba de ser un príncipe perfecto en cuanto cruzaba el umbral de la puerta.
Dejé la mochila encima de la cama y tomé el libro que había estado leyendo para dirigirme a la pequeña zona de lectura que había instalado en mi habitación. Me dejé caer en el sillón blanco que estaba justo en frente de la gran pantalla de televisión. Me puse cómodo y dejé que la lectura me envolviera por un momento. Adoraba leer y no solo devoraba únicamente un solo tipo de tramas: me gustaba ampliar horizontes: desde novelas policiacas hasta de humor negro, aventuras, románticas...
Un pequeño golpe en la puerta me hizo volver al mundo real, aquel en el que debía aprender a ser el líder de una pequeña nación que, al parecer, sin mí se vería perdidísima.
—Adelante.
Unos paso fuertes y seguros se escucharon por toda la estancia. Cuando mi padre me vio aposentado como estaba con las piernas sobre la mesita de madera, no dijo nada aunque sabía que en el fondo se estaba lamentando.
Todo el mundo pensaba que mi familia era demasiado estirada. No era tonto: había visto las revistas y toda la basura que publicaban acerca de nosotros. De Star decían que era una mujer demasiado ocupada en sus sesiones de maquillaje y que apenas participaba en la vida social de la familia. De mamá se decía que era tan estricta y tan seria que ni el mayor de los chistes le haría reír y que, de seguro, en la academia de princesas le habían enseñado a no sonreír. De papá había escuchado que no se merecía el trono y que de no haber fallecido su hermano mayor en circunstancias sospechosas él no habría gobernado la nación. De mí se decían tantas cosas...
Todo, absolutamente todo, era una mentira muy grande.
—¿Relajándote un rato?
—Así es. El viaje me ha dejado un poco baldado y en la universidad nos han metido mucha caña. —Cuando conversaba con mi familia en un ambiente privado, dejaba de lado todos los formalismos y empleaba un registro más informal. Esto era algo que casi nadie sabía, solo un puñado de personas escogidas por nosotros.
Mi padre se acercó a mí y se dejó caer a mi lado. Esbozó una sonrisa al ver el libro que tenía en las manos y, tras señalarlo, soltó:
—Te gustará. Ya verás el final. Ni en un millón de años adivinarás quién es el asesino.
—De momento está muy interesante.
Aquel hombre me dio un pequeño toque en el hombro.
—Debo recordarte que hoy tenemos la cena con el señor Tyson y su familia. Es muy importante que te comportes...
—Adecuadamente —terminé yo por él—. Lo sé, papá.
—Estará Amanda Tyson. —Hizo una breve pausa dramática en la que se dedicó a observar mi reacción—. Es una buena chica y, por lo que me ha contado su padre, es la mejor de su clase.
Me encogí de hombros con desinterés.
—Lo sé, pero no es mi tipo. No creo que encajemos bien.
—Recuerda que se espera de ti que prontos elijas a una mujer del reino para contraer matrimonio.
Era plenamente consciente de ello. A medida que iba creciendo veía cómo el pueblo esperaba que eligiera a una muchacha. No os voy a mentir: había mantenido varias relaciones, aunque todas ellas terminaron en un auténtico desastre. O bien ellas solo querían la corona o bien se acostaban con otros tíos a mis espaldas o bien perdía el interés por ellas al pasar el tiempo. Lo estaba intentando, lo juro, estaba buscando aquella que volviera mi mundo patas arriba, pero no se podía forzar el amor.
—Lo sé, padre.
—¿Has hecho planes?
—He quedado con mis amigos para pasarnos la tarde estudiando. No quiero descuidar los estudios ni que el viaje de negocios que hemos tenido me retrase con los trabajos.
Papá me dio una fuerte palmadita en el hombro.
—¡Ese es mi chico!
Con esas palabras, me dejó solo en la habitación y mi mente empezó a darle vueltas y vueltas a todo el asunto de sentar cabeza, de contraer matrimonio y de dar con la indicada. Al final me di cuenta que solo estaba perdiendo el tiempo y montándome mi propia película de terror, que debía no emparanoiarme con esas cosas.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis queridos lectores!
¿Qué tal os va la semana? Espero que las noticias sobre el coronavirus no os tengan con el miedo en el cuerpo. Aquí tenéis un pequeño capítulo para sobrellevar mejor esta situación. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Conocemos al príncipe.
2. Los amigos de Christopher.
3. La familia de Christopher.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos! Un besito.
Mis redes:
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