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Capítulo 17

Capítulo 17

Amberly:

Había pasado poco más de un mes desde que sus palabras me habían hecho derretir en el patio de casa de mi abuela. Ya había llegado la primavera y, con ello, el periodo de muda. A pesar de que al principio no fue tan notorio, el día que me di un baño de verdad, sentada en el centro de la bañera y con las alas extendidas, aprecié cómo se desprendían varias de plumas, dejando al final una cantidad impresionante en la bañera blanca. Tuve que limpiar todo ese desastre después para que mis padres no me sermonearan de nuevo, como si fuera mi culpa.

En fin. Me fue inevitable dejar un rastro por toda la casa. Aparecían aquí y allá y eso a mamá no le gustaba nada.

—¡Es una vergüenza! ¿Cómo les explicaremos a nuestros invitados esto? —decía con todo su dramatismo.

El año anterior había sido igual y no había pasado nada malo. No sabía por qué se enfadaban tanto.

—No quiero que dejes plumas en mi salón ni en la cocina.

Ese era otro de sus comentarios ocurrentes. Puse los ojos en blanco. Claro, como si yo controlara que sucediera. ¿Cuándo entenderían que estaba por encima de mí, que no podía decirle a mi anatomía que no soltara ni una sola?

Con el periodo de muda recién llegado, fui mucho más cautelosa e intenté evitar a toda costa a Christopher, más que nada porque pensaba que si hacía un movimiento en falso descubriría mi secreto. Además, con todo lo que nos habíamos dicho aquella noche, no creía que pudiera resistirme a sus encantos, ya no. ¡Madre mía! ¡Estaba colado por mí! ¿En qué momento histórico a mí, precisamente a mí, me pasaba algo tan magnífico? Al final la buena suerte se había puesto de mi parte y había permitido que lo que sentía por él fuera correspondido. Por fin los buenos teníamos nuestro premio.

Me había intentado besar y no solo esa vez. Lo intentó el día en el que volvimos a coincidir en la biblioteca y otras muchas veces en las que, como la cobarde que era, huía como una rata.

Mi plan de ese día fue el mismo: evitarle. Mas aprovechó que mi mejor amiga había faltado a clase porque se encontraba con dolores menstruales para sentarse de nuevo a mi lado. Al principio, lo miré como si se hubiera vuelto loco, como si hubiera perdido la cabeza. ¿En serio se arriesgaría a que Lena y Bariel volvieran a enloquecer como pasó semanas atrás?

—Buenos días. ¡Qué guapa que estás hoy! —me saludó con tono alegre.

Puse los ojos en blanco. Sí, claro; sobretodo con los pantalones anchos y la sudadera grande que llevaba.

—¿Qué haces? ¿Acaso quieres que se nos queden mirando como la otra vez? —le susurré en un intento por hacerlo cambiar de opinión.

No lo conseguí: sacó sus cosas con aire despreocupado mientras yo me estaba muriendo de los nervios. ¿Qué pensarían nuestros compañeros de su actitud? ¿Sospecharían sobre lo que a ambos nos pasaba?

—Como objeto principal de la prensa, he aprendido desde que era pequeño a pasar de lo que diga la gente. No debemos preocuparnos por ello. Las malas lenguas son solo un obstáculo.

Tenía razón, pero yo no iba a admitirlo en voz alta. Antes muerta.

Decidí ignorarlo por completo, como si su presencia no me pusiera nerviosa. Ahora debía sumarle el hecho de que en cualquier momento podría soltar plumas y llamar su atención. Debía andar con más cuidado.

Comenzó la clase y, tal y como pasó más de un mes atrás, me pinchó con la punta de su lápiz para que le prestara atención, pero de verdad que estaba dispuesta a evitarlo y a hacer como que no estaba a mi lado. Los primeros intentos fueron sobre ruedas, más cuando colocó una mano sobre rodilla, pegué un pequeño bote y, sin querer, le di un pisotón. Mejor. Se lo merecía, por capullo. Fue entonces cuando vi que señalaba la hoja vacía de su cuaderno y que había algo escrito en ella.

¿Por qué no retomamos la vieja costumbre de hablar a escondidas?

Genial, absolutamente genial.

No, no quiero. Necesito prestar atención.

Pero, claro, no estaba de acuerdo conmigo.

No creo que necesites atender. Además, si mal no recuerdo, ya has leído este tema en casa.

¿Podría ser más cansino? Decidí no hacerle caso y seguir con lo mío y al principio función. Sin embargo, volvió a pincharme con el lapicero hasta que me sacó de mis casillas. Tuve que controlarme para no darle una buena toba.

¿Quieres dejarme en paz de una vez? Eres muy pesado.

Me gusta cómo te pones cuando te enfadas. Te sale un rubor en las mejillas muy adorable.

La madre que lo parió. La Virgen santísima.

Pues a mí no me gusta enfadarme.

¿Te han dicho lo guapa que eres?

No intentes mejorarlo haciéndome la pelota.

No te estoy haciendo la pelota. Solo digo la verdad. Eres preciosa y me muero por darte un beso. Odio que te alejes de mí cuando lo intento, pero no quiero presionarte ni ir demasiado rápido.

Lo miré durante un segundo, sin poder creer que hubiese escrito aquellas palabras. ¿Se podía tener más descaro? ¿Se podía estar más ruborizada?

No es eso. Nunca he besado a nadie. Ya lo sé: soy patética.

Me dio vergüenza admitirlo, pero quería ser sincera con él para que no se llevara ninguna sorpresa desagradable a posteriori.

Tardó un buen rato en contestar y, solo durante un instante, pensé que había perdido todo el interés por mí, de hablar conmigo. Me equivocaba.

Así que seré tu primer beso. Interesante.

Incluso yo veía cómo intentaba en vano ocultar una sonrisita burlona. Fantástico.

No seas malo y no te burles. Es muy vergonzoso.

No deberías sentirte cohibida. Ahora que sé por qué huyes, intentaré no forzarte y que surja solo. No es por alardear, pero soy un buen besador.

Tuve que hacer esfuerzos sobre humanos para no reírme en medio de una de las asignaturas más aburridas de todo el semestre. Fue difícil. Christopher tenía mucho sentido del humor y estaba segura de que sería capaz de sacarme una sonrisa incluso en los días más tristes.

Lo que eres es un gran engreído. Te está llamando modestia y dice que aterrices de la Luna.

No solo eres guapa, también ingeniosa. ¿Qué más me puedes contar de ti?

Nada más. Soy demasiado corriente.

Permíteme que lo dude. Quieras o no quieras, común no te describe. Si lo fueras, yo no me habría fijado en ti y no te tendría en mis pensamientos todo el día.

Eso había sonado tan intenso, tanto que no fui capaz de responderle.

El resto de la mañana pasó igual. Se quedó sentado a mi lado y, por raro que os parezca, disfruté de su compañía. De vez en cuando seguíamos manteniendo nuestras charlas clandestinas, pero no eran tan intensas como la primera. Cuando terminó la última clase del día, me moví con rapidez, mas justo cuando estaba a punto de irme, él me tomó del brazo y sus ojos tormentosos se me clavaron el alma.

—¿Quedamos esta tarde? Sé que libras hoy.

Moví el pie sin saber qué responder. Me había pillado por sorpresa.

—Pues, la verdad es que...

Pero ni siquiera me dejó terminar la frase.

—Venga, prometo que nos lo pasaremos bien. He pensado que podríamos ver una película en mi casa.

Lo miré como si se hubiese dado un golpe muy fuerte en la cabeza.

—¿A tu casa? ¿Es decir, al palacio? No creo que sea buena idea.

Él me recolocó un mechón suelto tras la oreja.

—Quiero que conozcas a mi hermana. Te prometo que iremos por los pasadizos secretos y que nadie salvo nosotros tres sabrá que has pisado el palacio, te lo juro.

Me mordisqueé el labio inferior, indecisa.

—No sé yo.

—Por favor, di que sí. Me harías el hombre más feliz del universo.

No pude evitar esbozar una sonrisa. A veces era tan dramático. No me quedó otra opción que acceder.

—Está bien, iré, pero solo si prometes que habrá palomitas y dulces.

Mi sonrisa contagió la suya, enmarcada por esos hoyuelos tan varoniles que tenía.

—Prometido.

.   .   .

Estaba nerviosa, muy nerviosa. Pronto, me di cuenta que había sido una mala idea haberle dicho que iría. ¡No tenía nada que ponerme! A ver, visto así sonaba como toda una reina del drama, pero es que en mi armario no tenía nada elegante ni lujoso. ¿No se suponía que conocería a la hermana pequeña de Christopher? Uf, ya estaba empezando a hiperventilar.

<<¿Por qué me meteré en esta clase de líos?>>, me pregunté mientras revisaba por milésima vez mi armario. Cuando estaba por cerrarlo, una prenda me llamó la atención y cuando la cogí, una gran sonrisa ganadora se me pintó en la boca. Era el vestido que Christopher me había regalado por mi cumpleaños, el mismo que había confeccionado con sus manos. Era bonito, de ese color azul eléctrico que tanto decía que me sentaba bien. No era muy ostentoso, pero más elegante que la gran mayoría de las prendas que tenía en el armario.

Adjudicado.

Me preparé sin prisa y cuando estaba a segundos de salir de casa, mi madre me pilló en mi intento de huida.

—¿Dónde crees que vas, jovencita?

Me volví hacia ella. Estaba sentada en el sofá, viendo uno de esos programas tontos en la televisión sobre gente que se creía lo más de lo más metiéndose con el resto.

—He quedado —respondí en voz queda.

—Eso ya lo veo. ¿Con quién? Si te has maquillado eso quiere decir que has quedado con un chico. ¿Quién querría salir contigo?

Era un golpe bajo e intenté aguantar el tipo con todas mis fuerzas.

—Eso no te concierne.

Hice amago de marcharme, pero mi madre, más rápida que el correcaminos, me lo impidió. De un segundo a otro, la tenía frente a mis narices, con el ceño fruncido y los labios apretados.

—Ni se te ocurra contestarme así, jovencita. Ante todo soy tu madre y me debes de respetar.

—Perdiste mi respeto cuando no me aceptaste tal cual era —respondí mordaz.

Ella apretó los puños, encolerizada.

—Naciste con un error —dijo, como si fuera la excusa perfecta.

—Mis alas no son un error, son lo más bonito que me ha pasado en la vida y que no lo aceptes aún, cuando llevo con ellas desde los dos años, me parece lamentable. Ahora, si me disculpas, he quedado.

Fui a salir de casa, pero tiró de mi mano con fuerza.

—Ni hablar. No saldrás de aquí hasta que me digas con quién vas a salir.

Resoplé. ¿Iba en serio?

—Con nadie que te importe.

—¿Por qué no puedes ser como Amanda? Ella es tan perfecta, incluso se casará con el príncipe Christopher. Deberías pensar más en tu futuro que en ti misma.

Oculté una sonrisa. Si supiera que a quien vería sería a él, estoy segura que me encerraría en casa y no me dejaría salir hasta que mi hermana lograra casarse con él, porque <<Amanda se merece todo>>. Por ahora, prefería guardármelo para mí misma y solo compartirlo con la abuela y Cath, mis dos confidentes, mi dúo dinámico.

—Prefiero ser feliz.

—Te estás echando a perder. Como sigas así, no vas a conseguir nada en la vida. Serás una don nadie con un sueldo común y corriente.

—¿Qué hay de malo en eso?

—Es vulgar.

—Como digas, he de irme.

Pero volvió a retenerme del brazo.

—Ni hablar, no hasta que me digas a quién vas a ver. No te arreglas tanto para salir con tu amiguita de pacotilla.

Estaba furiosa y cansada de su arranque. Cuando clavé los ojos en ella, le lancé una mirada furibunda, cargada de todas las emociones que despertaba en mí.

—Qué más te da. ¿Desde cuándo te interesa mi vida personal? Siempre te he importado una mierda. ¿Podría, por favor, volver a ser invisible? No me gusta tenerte encima, no ahora. Haberlo hecho años atrás, cuando era una cría que necesitaba el cariño de unos padres. Ya soy mayorcita y puedo cuidarme sola.

Con esas palabras, la dejé allí, plantada en la puerta. Esta harta de ella, de mi padre, de Amanda y de todos lo que me trataban como si fuera insignificante. Ya era hora de que sacara a mi fiera interior y luchara por lo que era mío.

.   .   .

Nunca, ni en un millón de años, me habría imaginado dentro de un palacio, de un castillo sacado de cuento. Aquel edificio, ya de por sí impactante por fuera, con esas torres preciosas y esa fachada tan llamativa, era magnífico. Por dentro estaba decorado con lujo, sin escatimar en gastos. Había frescos en las paredes, retratos impresionantes y muebles preciosos, telas de apariencia suave y cómoda, doncellas y mayordomos corriendo aquí y allá y mucho brillo.

Entramos por uno de los pasadizos cuyo acceso estaba en el bosque y que desembocaba tras un cuadro de un pintor muy famoso. El túnel oscuro y lleno de humedad apenas estaba iluminado por una tenue luz, y en más de una ocasión habíamos tenido que subir y bajar escaleras. Había sido divertido, menos la vez en la que me resbalé y estuve a punto de darme de bruces contra el suelo; suerte que él estaba allí conmigo para impedir el desastre. Por suerte, llegamos sanos y salvos al lugar que, tiempo después, descubrí que estaba muy cerca de la habitación de Christopher.

—Todo el palacio está lleno de pasadizos, tantos que no los conozco todos. Tras la pared de la biblioteca de mi padre hay una sala secreta que mi hermana y yo usábamos como cuarto de juegos cuando éramos unos críos.

—Vaya, es alucinante.

Estaba asombrada e impactada por todo lo que veían mis ojos. ¿Aquello era real? ¿Estaba de verdad dentro del palacio? Todavía no podía creerlo. ¿En qué momento de mi vida me pasaba algo tan increíble como eso? Me había quedado sin habla y era consciente de eso. A Christopher no parecía importarle; es más, creo que incluso disfrutaba de ver cómo me maravillaba.

Muy a mi pesar, apenas pude ver gran cosa, ya que nos encerramos en su dormitorio, el que estaba segura que era más grande que toda la planta baja de mi casa. ¡Madre de Dios! Era gigantesco. Incluso podría entrar fácilmente un equipo de fútbol al completo, suplentes, fisioterapeutas y demás incluidos.

No pude evitarlo y, sin pensarlo muy bien, me puse a trastear. Me encantaba el suelo laminado y el color verde esperanza de las paredes. La estancia en sí estaba dividida en dos partes: una primera que ocupaba un dormitorio común y corriente, con su cama grande coronando el espacio, su escritorio, estanterías repletas de libros y demás; y otra que hacía de sala de estar. Había un gran sofá, una mesita y una gran pantalla de televisión. Era la habitación de mis sueños, la que toda persona querría.

En una repisa había fotografías de sus padres y su hermana, de él cuando era más pequeño y adorable, y de otras personas que no conocía y que supuse que serían parte de su familia. Sobre su mesilla de noche había una imagen muy tierna de tres críos abrazados entre sí, sonrientes.

—Esa es de cuando tenía doce años y a mis padres les pareció una buena idea que invitara a Nick y a Blake al palacio. Me lo pasé en grande y pude comportarme como un preadolescente normal por una noche —me explicó a mis espaldas.

Curioseé su pequeña biblioteca y no pude evitar sonreír cuando todo lo que encontré estaba relacionado con el conocimiento o la costura. Un título en especial me llamó la atención. El libro, bastante pesado y de caligrafía brillante en la cubierta, hablaba sobre seres fantásticos y cuando lo abrí para ojearlo, me fijé en que él había señalado varios apartados en los que se hablaba sobre seres alados. Creí que el corazón se me saldría por la boca.

Levanté la vista del ejemplar y lo miré muerta de curiosidad.

—No sabía que te interesaran este tipo de cosas —comenté en un claro intento por sonsacarle información.

—Me parece sumamente interesante.

Vaya, mi gozo en un pozo.

No tuve más tiempo para lamentarme, puesto que alguien tocó la puerta con delicadeza y Christopher fue a abrirle. Sabía quién era antes de que viera a esa muchacha de pelo castaño e impresionantes ojos azules. Se parecía bastante a su hermano y su belleza me dejó en el sitio. Era mucho más guapa que en las revistas. En cuanto me vio, se acercó a mí y sin que pudiera siquiera decir una palabra, me abrazó con fuerza. ¿Qué estaba pasando?

—Tú debes de ser la famosa mujer misteriosa. ¡Qué guapa que eres! —exclamó con mucho entusiasmo, esbozando una sonrisa genuina. Me hizo dar una vuelta sobre mí misma y, durante unos segundos, me sentí expuesta—. Cuando dijiste que no era como las demás, hablabas en serio, hermano.

—¿Gracias?

No sabía si tomarme eso como un cumplido o no.

En cuanto la princesa Star me soltó, Christopher me tomó de las manos y nos presentó:

—Hermanita, quiero presentarme a alguien muy especial. Ella es Amberly. Amberly, te presento a mi hermana Star.

—Encantada de conocerla, alteza. —Hice una pequeña reverencia e intenté ser educada. No sabía si podía tutearla como a su hermano no.

—Llámame solo Star. ¿De dónde has sacado ese vestido? Me encanta.

Y así, como si nada, entrelazó nuestros brazos y me arrastró al sofá, en el que mantuve una charla con ella. Era muy jovial. Me caía bien. No era para nada como me la figuraba: como la estirada que decían que era.

—¿Cómo os conocisteis mi hermano y tú?

—En la universidad. Es mi compañero de carrera.

—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

Su pregunta me pilló totalmente desprevenida. Me atraganté con la saliva.

—No estamos... saliendo.

La Virgen. No sabía dónde meterme.

Star miró a su hermano largo y tendido. Me puse de los nervios, no sabía dónde mirar. ¡Qué vergüenza! Estaba segura que me encontraría roja como un tomate.

—Por lo bien que habla de ti, pensaba que ya erais pareja.

—Cierra la boca, hermanita —masculló él.

—¿Qué harás si no me callo? —lo retó ella.

Me gustó ver ese pequeño pique cariñoso entre hermanos. No os negaré que en mi interior sentí un pinchazo de celos, pues yo también deseaba tener una relación tan buena con mi hermana y poder hacernos esas burlas y pullas entre nosotras.

—Te llevaré a las mazmorras y pasarás allí las vacaciones de verano —la amenazó serio, aunque en el fondo se notaba que lo decía en broma.

Su hermana hizo una mueca.

—Muy gracioso. —Acto seguido, me prestó atención. Era un par de años más pequeña que yo, pero nadie lo diría si la viera así vestida, con una falda negra y con poco vuelo y la blusa blanca. Llevaba algo de maquillaje, el justo para parecer madura—. Creo que deberías darte prisa con ella. ¿No ves lo guapa que es? Estoy segura de que tiene una larga lista de pretendientes.

Ese comentario no pareció gustarle al heredero al trono.

—Lo sé, soy consciente de ello.

—Me gusta que no sigas los estereotipos y que no seas una niña mimada.

No pude evitar soltar una carcajada. Star me había caído muy bien. Ese porte que tenía cuando salía en público se había quedado guardado bajo llave y, ahora, tenía ante mí a una joven con la que podría pasarme horas y horas hablando, que fácilmente podría ser mi amiga. Me pregunté cómo serían sus padres, aunque teniendo en cuenta cómo eran sus hijos, me daba una ligera idea.

—Gracias, es el mejor cumplido que me han hecho en la vida.

Sin embargo, pronto ese ambiente tan festivo se vio truncado. La princesa de un momento a otro se puso seria y empezó a escudriñarme con la mirada. Me dio cierto reparo y quise aparta la vista de ella; mas, me fue imposible hacerlo, ya que instantes después, comenzó a hablar de nuevo.

—¿Sabes? Llevo un tiempo pensando que me suenas, pero no sé de qué. ¿Hemos coincidido antes?

Me crucé de piernas y toqueteé la falda de mi vestido.

—Puede ser. ¿Has ido al Phoebe's? Trabajo allí por las tardes.

Pero ella negó con la cabeza.

—Creo que he estado una vez y no me suena haberte visto allí. ¿Por qué me eres tan conocida?

Fue su hermano quien le contestó.

—Puede que sea porque es hija de Gideon Tyson y hermana mayor de Amanda.

Ambas lo miramos. Si bien no pude ver qué expresión tendría Star, sabía que la mía sería una muy clara: <<Te voy a matar>>. ¿Cómo se le ocurría decírselo? Bastante tenía con que él lo supiera. No creo que fuera bueno que se enterara también de cómo me trataban en casa. No quería que sintiese pena por mí ni que después tuviese problemas.

—¡¿Qué?! Dime que es mentira. —La princesa buscó mi mirada apremiante—. Dime que no compartes ADN con ella.

Sonreí culpable. Ya no había nada que hacer.

—Me gustaría decir que no tenemos ningún parentesco, pero, por desgracia, no es así.

—¿Cómo puedes soportarla? Es demasiado estirada y niña creída. Vamos, yo soy una princesa y no soy como ella.

Reí. Me encantaba su espontaneidad.

—Es mucho peor conmigo. Se cree tener el mundo bajo sus pies y como intentes cruzarte por su camino, ten cuidado.

—¿Por qué no te he conocido hasta ahora? Eres muy maja y estoy convencida que nos habríamos llevado fenomenal.

Me encogí de hombros.

—A diferencia de mi hermana, me gusta trabajar y ganarme las cosas por mí misma.

Lo siguiente que pasó no me lo esperaba. Le lanzó otra mirada a su hermano y, sonriéndole, dijo:

—Me cae bien. Has hecho una buena elección.

El resto de la tarde la pasamos viendo películas y charlando los tres. Me gustó ver cómo dejaban a un lado todo el protocolo y las normas de etiqueta para ser ellos mismos y cómo no les importó que yo fuera partícipe de ello. Me lo pasé genial, mucho mejor de lo que me había esperado al principio.

No obstante, al llegar a casa aquellas palabras que Star había pronunciado seguían rondándome por la cabeza. <<Has hecho una buena elección>>. No sabía nadie lo feliz que me hizo escucharlas, soñar por unos segundos que podía ser yo la mujer de su vida. Cada día tenía más claro que lo que sentía por él era mucho más profundo de lo que pensaba y me asustaba el hecho de que para Christopher no fuera un sentimiento tan fuerte.

Estaba claro que no estaba preparada para todo lo que se avecinaba y poco sabía de lo que el destino nos tenía preparado.

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Nota de autora:

¡Feliz sábado, mis queridos lectores!

¿Qué tal se ha portado la semana con vosotros? ¿Cómo lleváis la cuarentena? Aquí, en España, llevamos más de un mes y ya empieza a ser agobiante.

¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:

1. Temporada de muda.

2. La actitud de los padres de Amberly.

3. Amberly intenta evitar a Christopher.

4. Conversación clandestina.

5. Quedada en palacio.

6. La madre de Amberly.

7. ¡Nuestra protagonista conoce a la hermana de Christopher, Star!

8. ¡Esto ya está que arde!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en el siguiente! Un besote grande. Os quiero.

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