Capítulo 16
Capítulo 16
Christopher:
La fiesta de cumpleaños de Amanda no me pareció nada de otro mundo. Estuvo alardeando demasiado para que después no me impresionara en lo absoluto. Todo había sido muy predecible, desde el atuendo que llevaría hasta la decoración y los invitados. Me pasé toda la velada buscándola pese a que sabía que no iría a la fiesta, que sus padres no querían que estropease el momento con su presencia.
Aún seguía sin comprender cómo su propia familia podía dejarla en la estacada. En el instante estelar en el que los tres bajaron por las escaleras como si fueran las estrellas —aunque lo fueran, me parecía demasiado— quise marcharme cuanto antes. Por eso, cuando cumplí con mi deber y mi presencia, decidí excusarme aludiendo que no me encontraba bien. Necesitaba desesperadamente verla a pesar de que la tarde anterior la había pasado a su lado.
Me dijo que estaría en casa de su abuela. Sonreí. Era toda una fortuna que en una de nuestras muchas charlas Dorothy me hubiese dado su dirección, sobre todo para la vez en la que debido a las fuertes lluvias tuvimos que cerrar el taller y pudimos celebrar en su casa una reunión de urgencia. Con la dirección puesta en el GPS, conduje por las calles intentando con todas mis fuerzas no sobrepasar el límite de velocidad.
Si bien el edificio de apartamentos no se encontraba muy lejos, sí que estaba en un barrio no tan bueno como el de la familia Tyson. Las hileras de departamentos destartalados y envejecidos por el paso de los años y el descuido la visualizaba cada vez más cerca hasta que llegué a la calle. Aparqué el coche a unas manzanas de distancia, en uno de los aparcamientos subterráneos, y avancé el resto del camino a pie.
En cuanto aquella ancianita abrió la puerta, se me echó encima. No parecía muy sorprendida de verme y algo en su mirada sabia me hizo andar con cuidado.
—Muchacho, ¡qué alegría verte! Pasa, hombre, pasa. Llegas justo para la cena. Abby y yo hemos preparado unas pizzas caseras que estarán de rechupete.
Dorothy era una mujer tan maja y agradable. Me caía muy bien, más ahora que sabía que era la única de toda su familia que trataba con amor a Amberly. Me dio un gran abrazo y me invitó a pasar, haciéndose a un lado. Su apartamento estaba ubicado en la planta baja y era pequeño, aunque para una persona supuse que el tamaño sería más que suficiente. Un pasillo nos dio la bienvenida. En la primera puerta de la derecha estaba la sala de estar, una estancia muy espaciosa que a veces hacía también de comedor. A la izquierda estaba la cocina, de donde procedía un delicioso aroma a comida recién preparada. Al fondo estaba el baño y a ambos lados, una enfrente de la otra, las habitaciones.
Dorothy me dirigió hasta la cocina. No sé por qué, pero había algo en su mirada que no me gustaba.
—Me ha dicho Abby que ayer lo pasasteis de maravilla.
No sé por qué, pero algo dentro de mí se removió cuando escuché aquellas palabras. Así que se lo había contado. Me alegraba mucho, eso quería decir que quiera o no la salida no había sido un desastre y que había merecido la pena las horas que había invertido en ella.
—Quería llevarla a un lugar único y hacerla sentir especial. Me cae muy bien y es una pena no haberla conocido antes, no habernos hecho amigos.
—Es una dulzura, pero cuando se enfada, mejor mantenerte lejos de ella. Es como un huracán, arrasando con todo lo que toca. Tiene temperamento, pero sabe controlarlo.
Sonreí.
—Me he dado cuenta —estuve de acuerdo con ella. A continuación, permanecimos unos segundos en silencio y, mientras tanto, me pregunté dónde estaría ella, dónde se habría metido—. Es muy divertida y nuestros encuentros son realmente relajantes. Cuando vuelvo de una jornada dura y estresante, charlar con ella me distrae y me hace sentir que soy solo un hombre de veintiséis años más.
—Eso es bueno. Me ha contado también que ella es la misma que ha salido en casi todas las portadas de las revistas de cotilleos semanas atrás.
No me estaba acusando ni reprochando nada, pero yo lo sentí así. Me pasé las manos por el cabello, frustrado por lo ocurrido, por no haberlo podido evitar.
—Siento si he causado mucho lío. Solo espero que su familia no se haya enterado, porque de lo contrario le caerá una buena bronca y...
Un brillo malicioso se apoderó de los ojos de aquella ancianita y, la madre del cordero, no entendí muy bien por qué hasta que retrocedí mentalmente mis palabras y me di cuenta del error. Sin querer, le había confesado que su nieta me había contado lo de sus padres.
—Así que te ha contado lo de su relación con sus padres. ¿Sabes por qué la tratan así?
Negué con la cabeza.
—Qué va. Ella dice que es por una anomalía genética que tiene, pero nunca me dice cuál es. Se queda callada cuando le pregunto o elude el tema. Sinceramente, no creo que sea tan malo y, en mi humilde opinión, está exagerando un poco.
—No lo es, pero ella cree que si la gente la descubre, le harán la vida aún más imposible. A veces me preocupa y siento que por mi culpa tenga que pasar por esto. ¿Sabías que lo ha heredado de mí? No es tan malo como sus padres piensa que es. Te da cierta ventaja y libertad.
Estaba muy sorprendido.
—Vaya, no tenía ni idea. ¿Tu hija no lo ha heredado?
Ella movió la cabeza en señal de negación.
—Qué va. Se ha saltado una generación, aunque teniendo en cuenta que yo lo heredé de mi bisabuela...
—¿No me lo puedes contar tú? —pregunté muerto de la curiosidad.
Me dio una palmadita en el hombro.
—Buen intento, muchacho, pero no me concierne a mí decírtelo. Confía en mí, te lo contará cuando esté preparada.
No le dio tiempo para añadir más, puesto que una asombrada Amberly entró en la cocina. Paseó su mirada de su abuela a mí, sin creerse que me encontrara allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás en la fiesta de Amanda?
—No era nada del otro mundo —expliqué.
Se cruzó de brazos y puso los ojos en blanco.
—No te creo. Todo se veía demasiado divertido desde la televisión.
No me perdí el gran repaso descarado que me hizo con los ojos y yo hice más de lo mismo. Llevaba una camiseta varias tallas más grande de la que usaba y unos pantalones deportivos que le marcaban cada curva de su cuerpo. De pies para abajo tenía unas piernas muy torneadas, mejores que las de la gran mayoría de las mujeres del reino, y eso por primera vez me pareció un poco fuera de lugar. En clase parecía que también esa parte de su cuerpo estaba rellenita. Lo asocié a la ropa que llevaba. Tenía el pelo recogido en un moño informal.
Sonreí. Estaba claro que no se esperaba mi visita.
—Es la verdad. Además, no me apetecía estar con ellos después de haberme enterado la clase de persona que son. No me va la falsedad, ya lo sabes. Prefiero la sencillez y lo auténtico, como tú.
Se balanceó de un pie al otro, sin saber qué decir o cómo actuar.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Me encogí de hombros.
—Quería verte y asegurarme que estabas bien.
—Lo estoy. Ya puedes irte.
Su manera de echarme me pareció muy divertida. Por suerte, no fui yo quien respondió a su comentario. Dorothy, la que había permanecido en silencio todo ese tiempo, dio un paso al frente sonriente.
—Abby, no seas maleducada. Le he invitado a cenar. —Se volvió hacia mí antes de agregar—: Tienes que probar su pizza casera. Es una delicia. No solo se le da bien la repostería, tiene una habilidad asombrosa de hacer de cualquier plato un manjar.
—Me quedo.
Aquella castaña hizo un ruidito muy mono con los labios en señal de protesta, pero no dijo nada. Se limitó a preparar la mesa del comedor, colocando dos platos enfrente de otro más solitario. La ayudé con los vasos. Mientras dejaba una gran jarra de agua sobre la mesa, vi cómo colocó un cartón de zumo de melocotón, manzana y uva en la mesa y me entró la curiosidad de saber si era para ella o para su abuela. Me moría por descubrir más cosas sobre aquella mujer tan misteriosa y que me revelara de una vez su secreto, pues no creía que fuera para tanto.
A la hora de sentarnos en la mesa, ya con el plato humeante en el centro, su abuela, la muy puñetera, nos la jugó. Como creía que Amberly se sentiría más cómoda si era yo el que me quedaba en el asiento solitario, fui a sentarme, pero Dorothy me pidió que fuera a por unas servilletas y, al volver, la muy hija de su madre se había apropiado de mi lugar.
—Siéntate, que mi nieta no muerde.
La miradita que nos lanzó a ambos no me gustó ni un pelo, pero no os negaré que no se lo agradecí internamente. Estábamos pegados el uno al otro y cuando fui a coger un trozo de pizza nuestras manos por inercia tocaron la misma pieza, y solo ese simple roce llevó una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Ella parecía cohibida y empezó a sonrojarse. Estaba tan mona. Puede que no llevare ningún vestido lujoso ni caro, pero a mis ojos estaba mil veces más guapa que las chicas de la fiesta de su hermana.
Cenamos en silencio o esa fue la intención de mi compañera. Su abuela parecía divertirse con su repentina vergüenza y no dejó de parlotear en toda la velada. Cuando terminamos de cenar, le pregunté si quería dar un pequeño paseo o salir al aire fresco de la noche en el pequeño patio que su abuela tenía, pero se negó a ambas opciones; aunque al final tuvo que dar su brazo a torcer cuando Dorothy prácticamente nos empujó fuera.
—Hace una noche perfecta —expuso—. El cielo se ve precioso.
En el frío de la noche fui consciente de cómo ella temblaba y, como el caballero que era, le tendí mi chaqueta. Nos quedamos sentados en un pequeño sofá exterior de mimbre, muy bonito. Seguía estando muy callada, como si le hubiera comido la lengua un gato. La atraje hacia mí.
—Todavía no me puedo creer que hayas venido hasta aquí. Tienes que estar muy loco para hacer semejante locura.
Dejé que ella se apoyara en mi pecho al mismo tiempo que pensaba: <<Sí, estoy muy loco, loco por ti>>.
—Me gusta estar contigo, ¿cómo te lo tengo que decir?
—Exageras. No soy nada de otro mundo.
La obligué a mirarme. Un rizo se le había escapado de su moño y mis dedos fueron a por él, hechizados por su tacto. Sus ojos ambarinos se posaron en los mío y, como estábamos pegados el uno al otro, fui consciente de los latidos acelerados de su corazón. Su aroma tan fresco y sensual me atrajo y pronto me vi mirando sus labios, deseoso de darle un beso.
—¿Recuerdas nuestra conversación clandestina?
—Ajá.
—Me dijiste que puede que tuviera a la indicada delante de mis propias narices. Creo que tienes razón, que la he tenido muy cerca todos estos meses y que, como un ciego, no la he visto. Hasta ahora.
Estaba nerviosa. Podía sentirlo en sus mejillas encendidas como farolas, en cómo rehuía mi mirada y cómo sus dedos jugaban entre sí, como si no pudiera tener las manos quietas.
—Eh... mmm... oh... —balbuceaba.
Sonreí. Me gustaba dejarla sin palabras. Tomé una gran bocanada de aire, armándome de valor para confesárselo. Era el momento y el lugar indicado.
—Esa mujer de la que hablamos eres tú. Me haces sentir tan... —Busqué la palabra correcta para describir aquel torrente de emociones que me inundaba cada vez que estaba a su lado, pero me fue imposible dar con una.
Se había quedado sin palabras. Me miraba muda, con los labios entreabiertos por la sorpresa. Se veía tan adorable, tan apetecible.
—Llevo días sin poder sacarte de la cabeza, pensando en ti y en todo lo que me haces sentir. Eres preciosa y me siento tan bien a tu lado. No tengo que ser el príncipe perfecto de cuento de hadas; solo debo ser yo mismo porque no tengo que impresionarte.
—Te... te equivocas.
Sí, claro.
—¿Por qué piensas eso?
—Yo... No puedo ser yo. Soy tan del montón.
Le tomé de las manos. Ella seguía sin mirarme, sin dejar que pudiera ver esos ojos tan únicos y bonitos.
—Por favor, mírame. Me encantan tus ojos, son tan únicos. —Coloqué las manos bajo su barbilla para que hiciéramos contacto visual—. No deberías menospreciarte de esa manera. Eres preciosa y me siento tan atraído hacia ti. Me intrigas, Amberly, quiero saberlo todo de ti, hasta ese secreto que encierras en tu interior y que ahora sé que compartes con tu abuela.
Una nota de alarma se encendió en ella. Abrió los ojos como platos, tanto que parecía que se le iban a salir de las cuencas.
—¿Qué te ha contado? —preguntó con la voz aguda y chillona. Su respiración se volvió irregular.
—Nada, absolutamente nada. ¡Qué decepción!
Eso pareció aliviarla.
—Temo que si te lo cuento no quieras estar conmigo, que veas lo rara que soy y que te alejes —confesó en un hilillo de voz, con lágrimas inundándole los ojos.
La acerqué a mí y la abracé para que no tuviera duda alguna de que lo que sentía por ella era puro y sincero.
—Esa es la tontería más grande que he escuchado en la vida. ¿Cómo puedes pensar algo así? Si fueran Cedric o Kendall, no tendría dudas, pero, ¿yo? Ni de lejos te daría la espalda. Eres muy buena y mereces que te den todo el amor que das. Ya es hora que recojas los cultivos que cosechas.
Arrugó el morro.
—Creo que pasas demasiado tiempo con las señoras mayores. Ya se te está pegando su forma de hablar.
Sonrió y solo con eso mereció todo la pena. Mi corazón aleteó con fuerza cuando esa sonrisa genuina se pintó en sus labios.
—¿No me vas a decir nada? Acabo de exponerme ante ti y no me has dicho si lo que siento es correspondido.
Verme así, como un niño impaciente, le pareció divertido. Se hizo la interesante, aunque en cuanto empecé a hacerle cosquillas para que soltara prenda habló:
—Me pareces un hombre muy atractivo y mentiría si no te dijera que has revolucionado cada célula que hay en mi interior. Yo... bueno... sí, se puede decir que siento lo mismo.
No sabía si saltar de alegría o si dar una voltereta hacia atrás. Mi corazón palpitaba con fuerza, feliz por sus palabras. No pude evitar ponernos a ambos de pie y dar vueltas con ella sobre mí. Pese a que parecía pesar bastante, no fue así. Me pareció ligera, aunque en aquel instante no me importó, solo sus manos enroscadas en mi cuello y ese grito de júbilo. Me moría por besarla y estaba seguro de que la habría besado de no ser por que la abuela salió al patio al ver el escándalo que estábamos montando.
Me fui de allí con una gran sonrisa en los labios y con muchas ganas de hacerla sentir especial.
. . .
No sé cuándo pasó, en qué momento de aquel mes, solo sé que de un día para otro empecé a encontrar plumas semejantes a la que tenía guardada con mimo en mi habitación. Aparecieron de manera sutil en la calle y en el bosque. Mas cuando encontré una en los pasillos abarrotados de la universidad sentí cómo se me paraba el corazón durante un segundo. Ella se encontraba allí, mucho más cerca de lo que había creído al principio. Empecé a andar con cautela, buscándola como si en el momento de tenerla frente a mí fuera a saber quién era. ¡Qué ridículo!
Había pasado un mes desde lo ocurrido el día del cumpleaños de Amanda y no fui capaz de besarla. Eludía quedar conmigo y me ponía excusas muy malas; y las veces que conseguía que quedáramos e intentaba darle un beso, huía de mí. Era tan frustrante.
La primavera había llegado y, con ello, los días cálidos. La primera pluma que encontré estaba junto al lago de aquel remanso de paz, una clara pista de que ella había estado allí de nuevo. Me estaba obsesionando con encontrarla. Sabía que lo que mis ojos habían visto era real y que no me lo había imaginado, necesitaba probarlo.
Lo que no sabía era que esa persona estaba mucho más cerca de mí de lo que esperaba. En el instante en el que encontré otra pluma, pero esa vez en la universidad, supe que la tenía muy cerca; aún más cuando hallé otra en clase. Estaba muy próxima, mucho más de lo que yo me había figurado y ni en un millón de años habría imaginado que entre todas las personas justo fuera la que menos me esperaba.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis queridos lectores!
Aquí tenéis un nuevo capítulo. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. La fiesta de Amanda.
2. Visita sorpresa.
3. La cena.
4. Noche bajo las historias.
5. Fuertes declaraciones.
6. El casi beso.
7. ¡Christopher empieza a encontrar plumas por todos lados!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el sábado! Un beso enorme. Os quiero.
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