Capítulo 15
Capítulo 15
Amberly:
¿Qué había pasado? ¿Cómo podía ser tan perfecto? ¿En qué momento alguien como yo le parecía interesante a semejante hombre? La Virgen.
La cita —¿podía considerarse cita?— había sido mucho más fantástica de lo que había esperado. A pesar de que al comienzo me había aterrado la idea de que me llevara al claro oculto, todo había ido sobre ruedas. El paseo, el picnic e incluso los arrumacos posteriores. El casi beso.
¡Christopher había estado a punto de besarme! Estaba segura de que de no haber sido por aquel ruido sospechoso, habría acortado la poca distancia que nos separaba. Lo deseaba, no sabía nadie las ganas que tenía de que lo hiciera. Llevaba fantaseando con ese beso toda la tarde. Lástima que no se diera.
Aquella noche apenas pude dormir y, al final, cansada de dar vueltas en la cama como una tonta decidí vestirme y salir a dar una vuelta. Sentía tal adrenalina dentro de mí bullendo por mis venas que me sentía invencible. Sobrevolé todo el reino y me maravillé de la vista nocturna: las luces de la ciudad y las estrellas, las pocas personas que se aventuraban a salir con el frío que hacía... Llegué hasta el palacio y lo rodeé. Miré cada torre y almena, pensando en si él estaría pensando en mí de la misma forma en que yo lo hacía.
De regreso a casa, ya mucho más relajada, entré por la ventana que había dejado abierta para no hacer mucho ruido. Admiré la noche una última vez antes de meterme de nuevo entre las sábanas. Me fue imposible borrar la sonrisa que tenía ni siquiera cuando me quedé profundamente dormida.
. . .
El día siguiente fue demasiado ajetreado en casa. Cuando me desperté a las siete y media, escuché el jaleo que provenía de la planta baja. Mamá hablaba por teléfono sin parar y papá se estaba encargando de que todo estuviera en su lugar mientras mi hermana estaba cómodamente dormida. Ni siquiera me dejaron desayunar, aludiendo que no había tiempo para limpiar de nuevo la cocina. Exagerados.
Tuve que beber un rápido café antes de que comenzara mi turno. Solo esperaba poder tomarme un pequeño descanso sobre las once para comer algo; de lo contrario, no creía que superase el día con la energía habitual.
Hubo menos clientela joven y todos sabíamos el porqué. Los clientes no dejaban de hablar de la fiesta de cumpleaños de mi hermana sin saber nuestro parentesco y eso en parte me estaba poniendo de muy mal humor. Hacía años que había aceptado que yo jamás en la vida tendría una fiesta de ensueño como la de ella, pero que me lo restregaran en la cara no era plato de buen gusto.
A media mañana, recibí un mensaje de texto de mi madre. Me recordaba que tenía vetada la entrada a casa a partir de las seis. Puse los ojos en blanco. Claro, para esto si tenía tiempo pero no para darme los buenos días. Como buena hija que era, la dejé en visto y me concentré en mi labor. Atendí a cada cliente con una sonrisa pintada en los labios, escuchando cada anécdota o pequeña batalla con atención. Las mejores eran las que contaban los ancianos, como, por ejemplo, cómo le hicieron frente a una pandemia mundial que arrasó en el pasado y cómo entre todos consiguieron salir adelante.
A la hora del almuerzo aproveché para escribirle un mensaje a Amanda. Puede que no fuera la mejor persona, pero, ante todo, era parte de mi familia. Os puede sonar masoquista, pero una parte de mí quería que nos lleváramos bien y tener esa relación fraternal que veía en mi amiga Cath y su hermano pequeño.
<<¡Feliz veintiún cumpleaños, Amanda! Espero que te lo pases muy bien en la fiesta de cumpleaños y que brilles como la estrella que eres. Te he dejado mi regalo de cumpleaños en la repisa de la chimenea. Espero de corazón que te guste.>>
Hacía unos meses Amanda se había encaprichado de unos zapatos y me pareció un bonito gesto de mi parte regalárselos. Invertí gran parte de mis ahorros y solo deseaba que le hiciese ilusión. Mas un par de minutos antes de volver al trabajo recibí su respuesta.
<<Esto es lo que hago con tu regalo. ¿Cuándo comprenderás que no quiero nada tuyo? Además, esos zapatos ya los tengo. Me los han comprado mamá y papá.>> Envió una fotografía adjunta que me revolvió el estómago, pues la muy hija de su madre los había tirado a la basura, como si fuesen vulgares y no estuviesen a la altura, y, junto a ellos, la postal que le había hecho a mano.
No debí sorprenderme. Era parte de su naturaleza cruel el hacer que me sintiera mal.
A las ocho en punto dejé mi puesto de trabajo, me cambié de ropa y fui a casa de la abuela Dorothy. Vivía en un barrio apartado de la ciudad. Prefería mil veces la tranquilidad que se respiraba allí que el constante ajetreo que se vivía en las calles más céntricas. Al pasar por una pequeña tienda de electrodomésticos, aprecié cómo una de las televisiones del escaparate retransmitía en directo la fiesta de Amanda y no pude evitar que una risa amarga saliera de mi garganta.
Todo el mundo empezaba a dar por sentado que mi hermana acabaría con el príncipe Christopher: nuestros padres y los suyos parecían haberse puesto de acuerdo en juntarlos. Lástima que él no estuviese interesado en ella. Qué irónico que se hubiese fijado en mí, en la hermana equivocada, aquella a la que le habían hecho la vida imposible desde pequeña. No pude evitar regocijarme.
Llegué a casa de mi abuela unos minutos después. Abrí la puerta con la copia de las llaves que me había dado y lo primero que hizo fue lanzárseme a los brazos como si no nos hubiésemos visto el día anterior.
—Pequeña Abby, ya era hora de que llegaras.
—Lo siento. Me he distraído por el camino. Ya sabes que a veces se me llena la cabeza de pájaros y que no puedo evitar desvariar.
Me arrastró hasta el salón, donde me obligó a sentarme en el sofá. En frente estaba la televisión que mis padres le habían regalado meses atrás y, para mi desgracia, estaba viendo el canal nacional, ese que estaba retransmitiendo en gran evento del mes: la fiesta de cumpleaños de la posible futura reina.
—¿Por qué estás viendo esta mierda?
Ella se encogió de hombros.
—No puedo evitar sentir curiosidad. Sé que todo lo que dicen es una gran mentira. Vamos, es imposible que él esté enamorado de ella. Se caería el estadio como fuera real. Además, estos días me ha dado la sensación de que está saliendo con una mujer, aunque no estoy segura de ello. Tú pasas mucho tiempo con él; sois compañeros. ¿Te has fijado en si actúa raro o se ha visto con alguien?
¿Por qué sentí que me estaba acusando, que esas palabras iban directas a por mí?
—No tengo ni idea —mentí—. Ya sabes que en clase tenemos el mínimo contacto. ¿Por qué crees que está saliendo con alguien?
Tenía que obtener la mayor información para saber qué era lo que le había parecido un comportamiento extraño y, así, no repetirlo.
—Te acuerdas de que él va al taller de costura comunitario, ¿verdad? —Hizo una breve pausa en la que esperó impaciente a que asintiera con la cabeza antes de continuar—. Pues estas últimas semanas ha estado trabajando en un vestido muy femenino y sospecho que se lo quiere regalar a su chica, puesto que cuando le he comentado sobre ponerlo a la venta en nuestro mercadillo anual ha dicho que estaba trabajando en un proyecto personal. Me huele aquí a que nuestro principito se ha enamora y no de Amanda, precisamente.
Había dado en el clavo, como siempre hacía. A veces su sexto sentido me daba un miedo de la leche.
Me lanzó una mirada acusatoria y no pude evitar ponerme nerviosa. Me revolví en mi sitio, incómoda por la intensidad que proyectaban sus ojos. Pese a que intenté aparentar normalidad, al final me fue imposible secarme las manos sudorosas en los vaqueros ni mordisquearme el labio inferior.
—¿Hay algo que quieras contarme?
La madre del amor hermoso. Os juro que en aquel instante mi corazón se aceleró y mi cerebro decidió que era buen momento para irse de vacaciones y dejarme en la estacada. Perfecto.
—Yo... hum... eh... —balbuceé sin llegar a decir absolutamente nada. Qué patético.
—¿Sales con Christopher?
—Qué tontería más grande acabas de soltar.
Se cruzó de brazos y alzó una ceja de forma inquisidora.
—¿Segura?
—Segurísima. A ver, nos hemos estado viendo y hemos quedado, sí, pero como amigos.
No me gustó ni un pelo cómo le brillaron los ojos.
—Así que ahora se le llama ser amigos. Qué curiosa es la vida moderna. En mis tiempos no existían los amigos con derecho, follamigos o como quieras nombrarlo. No hacíamos esas tonterías de no querer atarnos a nadie, cosa que he visto que hacen muchos jóvenes, como la nieta de Aroah.
Tierra trágame, por favor. Qué vergüenza, por el amor de todos los dioses.
—¡Un momento! —exclamó a continuación. Esa sonrisita pícara y endemoniada me puso en estado de alarma. ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza a aquella mujer?—. ¿No serías tú a quien fotografiaron junto al príncipe? Ya sabes, esa que salió tanto en las noticias y en las revistas.
Me había pillado y lo sabía. Me sacaba de quicio cuando tenía que darle la razón.
Levanté las manos a modo de rendición antes de confesar a regañadientes:
—Está bien, está bien. Soy yo, pero te juro que solo estábamos hablando como lo harían dos buenos amigos. No es ni por asomo como lo pintan en las revistas. Es muy cercano, abuela, y me siento muy a gusto a su lado.
—Lo es, ¿verdad, cariño? Es un solete y me lo paso mejor que en los bailes de salón para la tercera edad cuando viene al taller.
—Solo temo que se dé cuenta que soy yo la persona a la que vio semanas atrás. Ayer me llevó al mismo claro en el que me descubrió, pero, al parecer, no sabe nada.
Le había contado a mi abuela todo lo ocurrido y, si bien me había ganado una buena regañina, habíamos decidido que a partir de ese momento evitaríamos pasar las tardes allí, porque cuando el día era bueno organizábamos un pequeño picnic en el lago. Por suerte, él no sabía que no solo había una persona con alas, aunque mi mayor miedo es que descubriera nuestro secreto. No quería ver la expresión de decepción y rechazo en sus ojos.
—Pues sinceramente creo que no sería tan malo. No creo que él, precisamente él, te dé la espalda. Es diferente a como la gente piensa de su persona y, la verdad, mucho más agradable. No sé si podría aguantar a más gente estirada, ya sabes... —Se puso recta, sacó el dedo anular e imitó a la perfección a mamá, tanto que me eché a reír.
En la pantalla de la televisión apareció la gran familia feliz. Mamá, papá y Amanda se veían impecables ataviados de punta en blanco. Los invitados se volvieron locos y la fiesta continuó con mayor fuerza. La gente bailaba en la pista de baile que habían instalado en el salón mientras otros picaban aperitivos de apariencia muy cara. En un momento dado cuatro personas hicieron acto de presencia, por ello, todas las personas asistentes se quedaron quietos. La familia real había llegado. El rey vestía un traje de tres piezas, muy acendrado; su mujer lucía un vestido precioso de color rubí lleno de pedrería brillante; la princesa Star, muy parecida a su madre, iba envuelta en un vestido de varias capas color burdeos que me pareció espectacular; y luego estaba él.
¿Se podía estar más guapo? Vestido de arriba abajo en un traje negro de tres piezas y peinado a la perfección, se veía tan atractivo e inalcanzable. Quién diría que horas atrás nos lo habíamos pasado de miedo. Saludó a los invitados con educación, mostrando esa media sonrisa cordial que empleaba como arma, e interactuó con los invitados.
La decoración gritaba glamour y lujo miraras donde miraras y no parecía mi casa. Los muebles habían sido movidos para que no estorbaran a los invitados.
A Amanda se la veía en su salsa; saludaba a los invitados e incluso hablaba con ellos sobre vete a saber qué cosas. En un santiamén consiguió estar colgada del brazo de Christopher y eso provocó que algo en mi interior se removiera. No me gustaba cómo lo miraba, con todo el descaro y el deseo posible. Sin poder evitarlo, evoqué la tarde anterior, su sencillez y lo espectacular que había sido, lo bien que me lo había pasado y cómo él se había mostrado, tal como era.
Parecía que la persona que me devolvía la mirada tras la pantalla no fuera la misma. Estaba tan engominado y tan preparado que parecía mentira.
—Siento lo que voy a decir, pero me parece que tu hermana y él no hacen una bonita pareja. Creo que se siente incómodo, como si desease estar en cualquier otro sitio y ella está tratando de llamar su atención cuando es evidente que él no está interesado. —Volvió la vista a mí, lanzándome una mirada que no me gustó para nada—. Tú le interesas, estoy muy segura.
—Creo que estás desvariando.
—Solo digo lo que pienso. No sabes cómo te miraba el día que fuiste de visita sorpresa al taller de costura. Se quedó embobado, propio de un hombre enamorado. Creo que siente curiosidad por ti y más te vale ponerte las pilas, porque veo que a ti también te interesa.
—Eso no es cierto —mentí, pero, claro, mi abuela me conocía muy bien.
Enarcó una ceja.
—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué te has ruborizado?
—Odio que tengas razón —murmuré a regañadientes.
Me atrajo hasta ella y me dio un fuerte achuchón.
—¿Cuántas veces he de decirte que no puedes esconderme nada? Te conozco como si te hubiese parido y lo sabes. Sé lo que se cuece en esta cabecita tan bonita que tienes. —Dio un par de pequeños golpes en mi frente dándole así un énfasis a sus palabras—. Me alegro de ser la primera en saber que por fin hay alguien que ha despertado tu curiosidad y no sabes la felicidad que me da que sea Christopher.
Jugueteé con un hilo suelto que había en mi jersey con aire distraído.
—No estoy tan segura de si él de verdad podría sentir algo por mí o que, de sentirlo, pudiéramos mantener una relación normal. —Señalé la televisión, como si quisiera recalcar mis palabras—. Todos esperan que salga con Amanda.
—El amor no sigue reglas, cariño. No debes preocuparte por eso. Estoy segura de que el pueblo entenderá que no la elija a ella en el caso de que encuentre a otra mujer o de que mis suposiciones sean ciertas.
Sobre las nueve la ayudé a preparar la cena, que consistía en pizza casera. Nos pasamos casi una hora entre fogones, amasando la masa y decorando nuestra creación. De vez en cuando me tiraba un poco de harina a la cara y yo, en venganza, hacía lo mismo. Por eso no me extrañó que tras meterla en el horno, terminara con la cara llena de harina, tan blanca que parecía un fantasma. Mientras se terminaba de hacer, me lavé el rostro con agua.
Sin embargo, cuando esta a poco de salir del baño, escuché cómo sonaba el timbre y a mi abuela saludando en la puerta. No le di mucha importancia; supuse que sería un vecino que necesitaría un poco de sal o azúcar. Mas cuando entré de nuevo en la cocina para vigilar la cena, me encontré con una gran sorpresa. Y es que mis pies se quedaron congelados en el suelo.
¿Qué narices estaba haciendo él allí?
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis queridos lectores!
¿Qué tal ha sido el inicio de la semana? Aquí tenéis un nuevo capítulo para recargar las pilas. ¿Qué os ha parecido? A mí me encanta la abuela. Repasemos:
1. Vuelo nocturno.
2. Los preparativos de la fiesta.
3. Amanda siendo tan dulce como siempre.
4. La abuela Dorothy.
5. Los comentarios de la abuela.
6. Visita sorpresa.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles! Os quiero. Un besito.
Mis redes:
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