Capítulo 14
Capítulo 14
Christopher:
Os mentiría si os dijera que no estaba nervioso. Me había pasado toda la mañana observándola, buscando una excusa, la que fuera, para acercarme a ella. Había sido consciente de cómo su amiga le tiraba de las orejas y le daba dos besos en las mejillas, y el regalo que le había hecho junto a un trozo de pastel casero con una vela en forma de veinticinco.
Llevaba puesto mi collar y cuando nuestros ojos se conectaron durante apenas un segundo en el descanso de las once, se llevó los dedos al cuello y lo señaló sonriente. Le había gustado y ese simple hecho me había hecho muy feliz. No había sido un regalo caro, para nada, pero no parecía importarle cuánto me había gastado. Que fuera especial era lo que más ilusión le había hecho.
Fui consciente de cómo Amanda se comportaba con ella. No le dio tregua ni siquiera en su cumpleaños, aunque he de decir que la mayor se defendió con garras y dientes. Ahora que sabía que eran hermanas, veía pequeños matices de Amberly en Amanda, como la forma de los ojos y el pequeño lunar que compartían debajo de la oreja izquierda. No eran idénticas, gracias a Dios, pero era indudable que en pequeñas cosas se parecían.
Eran tan diferentes entre sí al mismo tiempo. Mientras la primera tenía el cabello castaño cubierto de rizos, la pequeña lo tenía lacio. El color de ojos, la forma de la cara, los gestos y un montón de rasgos más las diferenciaban y hacían que Amberly destacara. No era, ni por asomo, como Amanda y eso me gustaba, me atraía de ella. Eran opuestas, como el Ying y el Yang.
Pasé el día cogiendo apuntes y centrado en lo que los profesores decían y si bien eso ayudó a que las horas corrieran con mayor rapidez, no fue suficiente. Estuve mirando el reloj cada cinco minutos, deseando acabar de una vez y poder ir a casa a prepararme. No me podía creer lo que había pasado anoche y que fuera tan tonto de no besarla —¡había estado a punto de hacerlo!—, más que hubiese tenido el descaro de proponerle aquella segunda salida. ¿Estaría ella tan nerviosa como yo lo estaba?
Cuando por fin nos dieron tregua, recogí mis cosas y me marché a la cafetería. Como fui el primero en llegar, pedí mi almuerzo y esperé a mis amigos en la mesa habitual que ocupábamos. Mientras tanto, le escribí un mensaje a ella.
<<Me muero de ganas de verte esta tarde.>>
La miré con disimulo, cómo leía el mensaje y cómo su amiga soltaba un gritito.
<<No te hagas ilusiones, principito. A lo mejor no me presento.>>
<<Bueno, en ese caso me veré obligado a ir a tu casa a buscarte. A ver cómo les explicas entonces a tus padres mi presencia.>>
Estaba bromeando; jamás se me ocurriría hacer algo así, no ahora que sabía de qué pasta estaba hecha su familia. Y pensar en lo agradables que eran de cara a la sociedad. Si supieran de qué pie cojeaban, estaba seguro de que otro gallo cantaría. Nos tenían a todos engañados, a mí el primero. No se merecían el trato y el cariño que la familia les tenía.
No vi qué me contestó. Justo en aquel instante Blake y Nick se unieron a mí. Me dieron un par de palmaditas en el hombro, sonrientes y de buen humor.
—¿Qué tal ha ido vuestro día? Espero que mejor que el mío. Nos han hecho un parcial sorpresa y solo espero no haberlo suspendido.
Sonreí. Nick era tan exagerado. Por supuesto que lo aprobaría y, es más, estaba seguro de que sacaría una buena nota. Su beca no le permitía bajar de un seis de media, así que desde que lo conocía había sido muy aplicado en los estudios.
—Fenomenal. Nos han suspendido las prácticas de la tarde, así que tengo la tarde libre —bramó Blake lleno de felicidad.
—Pues mi día ha sido bastante duro, pero en dos horas va a mejorar notoriamente. He quedado con... —Pero no pude acabar la frase, puesto que Cedric, Kendall, Lena, Bariel, Amanda y sus amigas se sentaron, quedando la castaña de pelo liso a mi lado. Fenomenal.
—¡Qué alegría que por fin se hayan terminado las clases! No sabe nadie las ganas que tengo de que llegue mañana.
Cómo no, Amanda siempre pensaría en sí misma.
—Ay, sí. Tengo ganas de un buen fiestón. —Cedric empezó a moverse al son de una música silenciosa.
—Va a ser la bomba. Ya está todo listo para que mañana a las siete desembarque el barco de la diversión rumbo a Mandyworld.
Mis amigos se pasaron lo que restaba de almuerzo hablando y hablando sobre la mega fiesta de Amanda. Sinceramente, la idea de acudir a su casa y tener que actuar de nuevo como Don perfecto me estaba dando una pereza; mas sabía que eso era lo que se esperaba de mí y, por desgracia, debía acudir.
Me despedí de ellos en cuanto vi la oportunidad y junto a Alexa llegué al palacio pasada media hora. Tenía el tiempo suficiente para arreglarme. Había pensado que lo mejor sería que fuera tal cual era yo: con unos vaqueros sencillos, una camisa y un jersey de punto; aunque no había ni una sola prenda de ropa de mi armario que gritara la palabra sencillo.
A las cuatro y media recibí un mensaje de texto de mi acompañante.
<<¿Cómo debo ir? No tengo ropa bonita.>>
<<Solo se tú misma. Con eso bastará, te lo prometo.>>
No quería a una Amberly arreglada como una puerta, quería que se mostrara tal cual era, sin tapujos y sin miedos.
<<Pero, ¿vamos a ir a un sitio elegante o a dónde?>>
Sonreí. Había sido una buena estrategia para que yo le soltara información. Mala suerte para ella: prefería dejarla en ascuas.
<<Es una sorpresa. Te voy a llevar a un lugar especial para mí. Lo he descubierto hace poco y me apetece compartirlo contigo.>>
No contestó y me tomé su silencio como una muestra de resentimiento porque no se había salido con la suya. Que se fastidiara y esperara. La paciencia es una virtud que yo valoraba mucho en una persona.
. . .
—¿Dónde vas tan guapo?
Mierda. Mamá me había pillado en mi intento por salir a hurtadillas de palacio. Genial.
—He quedado.
No me gustó ni un ápice la sonrisa pícara que se formó en su boca.
—¿Se puede saber con quién? Debe ser alguien importante si te has pasado casi una hora arreglándote.
—¡Mamá!
Dios mío. Qué suerte la mía. Pero quién me iba a decir que en mi intento de huida me la iba a encontrar sentada en uno de los salones de aquel grandísimo monumento. Estaba tomando el té con mi hermana, a la que, al parecer, le pareció divertido el pequeño interrogatorio al que estaba siendo sometido.
—Seguro que es una de esas chicas remilgadas con las que se le ve en clase —soltó Star.
La fulminé con la mirada.
—Ni de lejos. Esta es diferente al resto y...
Pero no llegué a terminar la frase, pues me quedé helado en el sitio. Y es que había caído en la trampa de mi hermana y la muy listilla me había sacado la información sin yo apenas oponerme.
—Así que has quedado con una mujer. Interesante. No será la misma con la que se te fotografió hace dos semanas, ¿verdad?
En efecto, hubo un gran revuelo en mi familia gracias a aquel dichoso percance. Desde la palabras "Escándalo" hasta otras mucho mayores. Me cayó la bronca del milenio y a mi padre no le gustó ni un ápice lo que la prensa se inventó sobre mí pese a que sabía de antemano que todo era mentira.
—Puede ser. Es especial y no quiero estropearlo. No es como las demás.
—Te gusta de verdad —adivinó mi hermana—. No me mires así, se te nota en la cara. Llevas unos días comportándote de manera extraña: miras mucho la pantalla de tu teléfono, hablas mucho por él y te pasas más tiempo en tu mundo. Desembucha: ¿cómo se llama la afortunada?
Me debatí internamente si decirles su nombre o no y, al final, opté por la opción del misterio.
—Por ahora prefiero que siga siendo un secreto.
—Jope, no seas tan malo —soltó Star carcomida por la curiosidad.
—¿Podrías decirnos al menos si proviene de una buena familia? —lo intentó mamá.
No es que le preocupara, pues cuando me hice mayor mantuvimos una charla sobre las parejas que podía tener y me dio total libertad. A su parecer, mientras fuera feliz, eso bastaría. No obstante, era consciente de qué se esperaba de mí, de cómo el pueblo quería una princesa digna al trono.
—Si te refieres a si es una niña rica y malcriada, no, no lo es —expuse—. Pero, sí, sus padres son importantes dentro de la sociedad y solo os diré que ya los conocéis. No preguntéis más porque no diré nada. Por ahora solo quiero ver cómo se desatan los hechos entre nosotros y comprobar si hay química.
Star hizo un ruidito con la boca en desacuerdo y mamá no dijo nada al respecto. Me dio una palamadita en el hombro y un beso cariñoso en la mejilla.
—Está bien. Pásatelo bien y no te olvides de los modales.
Sonreí ante sus palabras, tan propias de ella.
—Lo sé, mamá. —Miré el reloj y al comprobar la hora, agregué—: He de irme si quiero estar puntual. No quiero hacerla esperar y que se cree suposiciones erróneas de mí.
Mi hermana me dio un abrazo.
—Deja que ella elija lo que quiera hacer y nunca le lleves la contrario —me aconsejó.
Me despedí de ellas y fui directo a las cocinas de palacio. Le había pedido a la jefa de las cocineras que hiciera un picnic para dos. Sabía lo introvertida que era y que con toda probabilidad no quisiera ser el centro de atención si la llevaba a un restaurante, pues llamaríamos la atención de todos los asistentes siendo yo quien era. Además, quería que fuera un día especial de verdad para ella, una velada difícil de olvidar.
En cuanto me vio entrar en la gran estancia repleta de fogones y movimiento, Corinna, aquella señora tan agradable, vino a saludarme. Traía en sus manos una gran cesta acompañada de un mantel rojiblanco a cuadros. Hizo una reverencia elegante al llegar a mi altura.
—Alteza, aquí tiene lo que me ha pedido. Me he tomado la molestia de meterle mi famosa limonada rosa. Sé lo que le gusta.
—Muchas gracias, Corinna.
Esbocé una amplia sonrisa y cogí lo que me tendía con una mano. Me despedí de ella con un gesto de la cabeza y con un: <<Que tenga una buena tarde>>.
Lo que más me gustaba de empleados como ella era lo silenciosos y discretos que eran. La mujer podría haberme preguntado la razón de mi pedido, pero, en vez de hacerlo, se había dedicado a cumplir con mi deseo. A ver, había otros que no eran tan competentes y era sabedor de los cuchicheos y cotilleos que pululaban por los pasillos de palacio.
Metí todo en el maletero de mi Skoda Spaceback, aquel modelo que no estaba fichado por la prensa y que, por tanto, podía conducir con libertad. Antes de arrancar, le envié un mensaje a Amberly para avisarla de que ya estaba en camino y recibí su respuesta casi de seguido: me esperaba a unas manzanas de su casa. Me adjuntó su ubicación exacta y conduje hacia allí.
Estaba de muy buen humor. Anoche había sido mágica y había sentido que conectábamos. ¿Sería ella mi media naranja? ¿Habría dado por fin con mi otra mitad? Estaba tan nervioso por que algo fuera mal.
Llegué al lugar justo a la hora. Aquella mujer de ojos impactantes estaba esperándome en la acera y, durante unos segundos, creí estar viendo un espejismos. Allí, ataviada con un vestido que nunca le había visto puesto y con unos zapatos planos negros muy elegantes, estaba ella. Qué guapa se veía. ¿Se había arreglado así para mí? Me había quedado sin aliento, más cuando fui consciente de los rizos bonitos que tenía y cómo se había dejado su cabellera suelta.
Era preciosa.
Aparqué a su lado y le hice un gesto para que entrara. Quería ser lo más cuidadoso con respecto a ella y que la prensa no nos fotografiara juntos de nuevo.
—Me gusta el vestido. ¿Es nuevo? Te sienta muy bien —la saludé nada más entró en el coche.
—Me lo ha regado mi abuela por mi cumpleaños. Lo ha hecho ella y me encanta. Tiene un buen ojo para las prendas y sabe qué es lo que me gusta.
Aún sin arrancar el auto, toqué la tela y me maravillé por lo sedosa que era. La miré a los ojos, sin poder evitar dejarme hipnotizar por su belleza.
—Te sienta muy bien, al igual que el pelo suelto. Deberías plantearte dejártelo así más a menudo.
No estaba acostumbrado a verla así, brillando con luz propia. Casi siempre la veía con colores apagados y el cabello recogido en moños o coletas. Aquel día, contra todo pronóstico, estaba increíblemente perfecta, guapa y atrevida, y algo en mi interior me dijo que de poder hacerlo, de tener los medios necesarios, se arreglaría más a menudo.
Arranqué el vehículo y conduje por las casi desérticas calles de Allura. Mejor. Cuanto menos personas nos vieran, menos probabilidades habría de que se crearan rumores. Tomé un desvío y fui en dirección al aparcamiento que había junto al bosque. En cuanto entré en el parking, mi acompañante arrugó el ceño, sin comprender cuáles serían mis planes.
—¿Dónde me llevas? —preguntó con curiosidad.
Mi respuesta fue la misma que le había dado en aquel mensaje de texto.
—Es una sorpresa. Créeme, te gustará. Solo confía en mí. ¿Cuándo te he hecho yo algo malo?
Ladeó un poco la cabeza, no muy convencida de mis palabras, pero no dijo nada al respecto. Simplemente se dejó llevar. En cuanto encontré un espacio libre y aparqué, saqué la cesta del picnic y la tomé de la mano para que camináramos a la par. Tampoco hizo comentario alguno sobre la cesta, menos sobre la bolsa que llevaba colgada sobre el brazo contrario. Era otro de mis regalos, uno que le había hecho durante aquellas dos semanas anteriores.
La guié por el camino un tanto resbaladizo por el hielo y la nieve derretida. Las copas de los árboles estaban cubiertas de un color blanco perfecto y, pese al frío, el sol brillaba con fuerza. No había nadie en el sendero, lo que agradecí gratamente. Caminábamos en silencio el uno al lado del otro, con los dedos entrelazados. Parecía no haberse dado cuenta de ese pequeño detalle o no le importaba en lo absoluto.
—Me gusta esta tranquilidad —soltó ella de pronto. Llevábamos un buen rato sumidos cada uno en su propio mundo—. Se agradece tras un día de no parar.
—Tienes razón. Los profesores se han pasado un poco dando clases y mandando trabajos.
—Suerte que hoy tengo mi tarde libre. Agradezco tener unas horas para mí misma. A veces siento que entre los estudios y el trabajo no puedo, sobre todo en temporada de exámenes. Me cuesta mucho mantener mi media y no bajar al siete, aunque da igual la nota que saque; mis padres jamás se sentirán orgullosos de mí porque no saco las notas de Amanda. De pequeña me frustraba más, ahora simplemente paso de lo que me dicen cuando nos comparan.
No sabía que se sintiera así con respecto a sus notas. Era muy inteligente y casi siempre tenía unas calificaciones muy altas; además de que en los trabajos destacaba por su buena redacción y su pulcritud.
—No saben valorarte y no te merecen como hija. No es justo que a una le den todo y a la otra nada.
—Eso les da igual. Amanda siempre será el ojito derecho de ellos.
La acerqué aún más a mí, pasándole un brazo por los hombros.
—Te mereces más que eso. ¿Por qué no vives con tu abuela?
Me miró como si fuera un crío que no comprendiera absolutamente nada.
—Lo ha intentado. De pequeña mis abuelos me cuidaban a todas horas, hasta que Amanda nació. Ahora, pese a todos los intentos que hace mi abuela por que viva con ella, mis padres se oponen en rotundo, amenazando con no pagarme los estudios. Por eso me he buscado un trabajo. En cuanto tenga lo suficiente para rentar mi propio departamento, me mudaré por fin de esa casa de locos, que no veas las ganas que tengo de perderlos de vista.
Era muy triste que pensara así de sus propios padres. Yo no me veía viviendo lejos de ellos, aunque en cuanto papá abdicara, les tocaría mudarse al palacio de verano que teníamos al otro lado del reino, junto a un gran lago. Solíamos ir cuando la estación calurosa llegaba y pasábamos unidos esa la época del año. Me sabía mal que Amberly no tuviera esos recuerdos a los que aferrarse, que sus padre hubiesen sido crueles con ella por algo que estaba fuera de su alcance.
—Lo lamento. Nadie se merece que sus propios padres le repelan.
Ella se encogió de hombros.
—Si te soy sincera, es algo a lo que ya estoy acostumbrada. Soy invisible para ellos y solo existo cuando tienen algo importante que hacer, como las reuniones en la alta sociedad o la fiesta de cumpleaños de mi hermana, a la que, por si no lo sabías, tengo vetada el acceso. Me quedaré a dormir en casa de mi abuela y veremos películas y culebrones hasta que nos pesen los párpados por el sueño.
Me parecía todo tan surrealista. ¿Cómo alguien podía tratar así a una persona tan encantadora como ella? Solo hacía falta ver lo agradable que era para querer invitarla a cada reunión o fiesta que hubiera; yo lo haría. Estaba seguro que sería la estrella del evento, porque Amberly brillaba con luz propia.
—¿Eso significa que mañana no podré verte? —Hice un puchero.
Mi acompañante le restó importancia con un gesto de la mano.
—Tampoco es que quisiera asistir. Ya sabes, los sábados debo trabajar hasta las ocho en el Phoebe's, así que estaré entretenida. No te preocupes por mí y diviértete. Han tirado la casa por la ventana solo para impresionaros.
¿Cuándo comprendería que yo no quería estar con una panda de falsos, que yo solo quería estar a su lado? Pero, como príncipe, era mi deber asistir a esa clase de eventos sociales y sonreír como si fueran de lo más interesantes.
La guié fuera del sendero, directo a aquel paraje desconocido y que quería compartir con ella. Ella me siguió muerta de la curiosidad.
—¿Vas a decirme dónde nos dirigimos?
—Ten paciencia.
Soltó una queja muy mona con la boca, pero se dejó guiar. Cuando llegamos al páramo infranqueable, se detuvo en seco. Frunció el ceño, como si no comprendiese a qué venía aquello, y qué hacíamos allí. Me lanzó una miradita interrogante, debatiéndose internamente si seguirme o dar marcha atrás.
—¿Qué hacemos aquí? Sabes que es imposible cruzar al otro lado, ¿verdad?
Tiré de su mano.
—Confía en mí. Hay una entrada secreta y el otro lado es precioso. Ahora estará cubierto de nieve y ojalá haya hecho tanto frío para que podamos apreciar la pequeña laguna congelada. Te va a encantar. Lo he descubierto hace unas semanas y me parecía un buen regalo de cumpleaños mostrártelo. Creo que podrías ir allí cuando la gente del pueblo se meta de nuevo contigo. Yo lo encuentro tan relajante.
Pero ella se mostraba reticente. Plantó los pies en el suelo, como si temiera que no dijera la verdad.
—No creo que...
Me volví hacia ella y utilicé la mejor estrategia que tenía: mi sonrisa de niño bueno.
—Te gustará. ¿No confías en mí?
Chasqueó la lengua.
—La cuestión no es esa. ¿Cómo pretende entrar, lumbreras? No hay ningún acceso.
Se me escapó una risita de sabelotodo.
—¿Qué me dirías si te digo que hay una forma de entrar?
—Te tomaría por un loco.
—Ven, sígueme. —Tiré de ella hasta llegar a la cueva que unía ambos lados. Sus ojos ambarinos miraron la cavidad natural con interés para luego clavarse en los míos con cierta intensidad. Se mordisqueó el labio inferior como siempre hacía que se ponía nerviosa—. ¿Te apetece vivir una aventura?
Solté su mano y me adentré. Ella me siguió muy de cerca.
—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Y si se derrumba?
Me volví hacia ella. Había encendido la linterna del móvil para poder ver mejor y cuando el haz de luz le dio de lleno, aprecié cómo fruncía los labios y se cruzaba de brazos.
—Es completamente segura. He pasado por aquí varias veces estos últimos días. Créeme, te va a gustar y, si no es así, te prometo que la próxima vez que salgamos podrás elegir el lugar.
—No habrá próxima vez.
Le guiñé un ojo con descaro.
—Lo habrá y lo sabes. No puedes resistirte a mis encantos.
Puso los ojos en blanco y soltó un resoplido, pero a parte de eso no hizo ningún comentario. Se limitó a seguirme y, contento por haberlo logrado, la llevé hasta que por fin la luz que provenía del claro se hizo más intensa y no necesité utilizar la linterna. Al salir, el sol nos cegó durante unos segundos y cuando por fin me acostumbré al fogonazo, pude admirar la belleza del páramo.
—Bienvenida a mi nuevo rincón secreto. ¿Qué te parece?
Estaba sin palabras, se había quedado muda. Dio varios pasos admirando todo lo que había a su alrededor. Miró cada árbol y cada centímetro del claro hasta que visualizó la laguna. Con paso rápido se acercó a ella y se agazapó, y yo por unos instantes juré tener un deja vù. Era imposible, irreal. Por un momento juré que ella era la mujer que había visto semanas atrás, cuyas alas eran preciosas. Sus rizos tan bien peinados me recordaron a los de ella, y su postura. Pero no podía serlo, ¿dónde tendría las alas?
Sacudí la cabeza a un lado y al otro para librarme de esos pensamientos y me centré en hacer especial su cumpleaños, en hacerla sentir como la persona que era. Dejé que investigara por su cuenta mientras preparaba el picnic para los dos. Extendí el mantel en el suelo —por suerte, no había nieve y el sol calentaba lo suficiente como para secar las briznas de hierba— y coloqué todo encima. Como hacía un poquito de frío, saqué también la manta que había guardado por si la necesitaríamos. En cuanto todo estuvo en su lugar, fui a buscar a Amberly.
Miré a mi alrededor. ¿Dónde se habría metido?
No tuve tiempo para crear hipótesis ni empezar a buscarla, puesto que, con un grito guerrero, se me abalanzó encima y yo no pude hacer otra cosa que sujetarla y caer juntos al suelo. Éramos un enredo humano; sus extremidades unidas a las mías y su cabello largo me hacía cosquillas. Estábamos tumbados sobre el prado verde, sus ojos conectados a los míos. Fue allí, en aquel instante robado del destino, en el que deseé poder besarla hasta la saciedad, recorrer cada poro de su piel y no separarme nunca de su lado.
Nos quedamos así, mirándonos el uno al otro, durante no sé cuánto tiempo. Tampoco sé cuándo había empezado a recorrer las hebras de su pelo con los dedos. Sus manos recorriendo mi rostro fueron la sensación más placentera que me invadió. Me sentía tan a gusto a su lado, que era como si es tiempo se detuviera, como si solo existiésemos ella y yo, el aquí y el ahora.
Estaba sonriendo, llena de felicidad, un par de carcajadas brotando de sus labios. Le había divertido atacarme así, de improviso, y pillarme con la guardia baja.
Me levanté del suelo y, sin romper aquella burbuja en la que nos habíamos sumido, la ayudé a ponerse en pie y la llevé hasta nuestro pequeño picnic improvisado. Jugueteábamos el uno con el otro, pinchándonos o haciéndonos reír soltando cualquier tipo de comentario. Cuando vio todo lo que había sobre el mantel, sus labios rosados, resaltados de un bonito color nude, formaron una "O".
—¿Lo has preparado tú? No tenías por qué molestarte.
Hice que se sentara a mi lado. No quería separar mis manos de ella, no ahora que había descubierto lo suave y magnética que era su piel.
—¿Yo? Si apenas sé cocinar. Le he pedido a la encargada de las cocinas que lo haga. Sé lo que te gusta la Red velvet, así que le he pedido que hiciera una tarta de cumpleaños de ese sabor.
Tomamos los bocadillos charlando sobre cualquier tema, con mi mano enredada en sus rizos que tan loco me tenían. En el momento en el que empezamos a degustar el postre, un gemido de placer salió de sus labios.
—Dios, esto está delicioso. Debo pedirle la receta sin falta.
La atraje hacia mí y nos tapé con la manta. El sol se había ocultado tras las copas de los árboles y el frío cada vez era más notorio.
—¿Por qué te gusta la repostería? Tu abuela me ha dicho que empezaste de un día para el otro.
Ella se encogió de hombros.
—Estaba muy acostumbrada a quedarme sola en casa, incluso cuando era pequeña. Al cumplir los diez años descubrí un taller de repostería en un barrio de Chicago, así que cogí mi cerdito y salí con él bajo el hombro determinada a asistir a ese taller. Es un hobbie que me encanta. Puedo pasarme horas y horas metida entre fogones que no lo veo cansado ni tedioso.
—Tuvo que ser duro ver cómo preferían más a tu hermana que a ti.
—Al principio lo fue, pero después es como si me hubiera acostumbrado a ser invisible. Solo te diré que las únicas personas que se han acordado de mi cumpleaños habéis sido mi abuela, Cath y tú. Oye, no está tan mal. No tengo que ser una copia exacta de ellos y puedo vivir mi vida como quiera, porque lo que tengo bien claro es que en cuanto tenga el dinero suficiente ahorrado, pienso largarme de allí y vivir mi vida sin ellos. Total, tampoco es que me hayan aportado mucho.
A pesar de que intentaba mostrar un tono desenfadado, pude apreciar esa nota amarga casi al final de todo, en el fondo. Por mucho que lo intentara, sabía que que sus padres la recluyeran y no la aceptaran le hacía mucho daño y que deseaba tener una relación sana.
—¿Te has seguido formando en el mundo de la repostería? —Prefería no profundizar e indagar en el tema de sus padres ese día, pues quería evitar que se sintiera mal en un día tan bonito como ese.
Amberly me lanzó una mirada vívida.
—Si te refieres a si he seguido yendo a cursillos, sí. Aunque ahora veo videos online o hago los talleres a distancia, me gustaría en el futuro poder profundizar en mis técnicas. He visto cómo grande maestros hacen maravillas con nitrógeno líquido y demás métodos.
Se veía en su salsa, con un brillo especial en los ojos. Me gustaba aquella Amberly, la que no era el objetivo de las burlas ni se escondía ante nadie. Estaba siendo ella misma, sin tapujos, sin mentiras, pese a que delante de ella estaba yo, una persona importante para la gran mayoría de las personas. No me estaba tratando como si fuera especial; para ella era simplemente Christopher y no veáis lo que me gustaba esa sensación de ser alguien común y corriente por una vez en la vida.
—Suena tan interesante y tan difícil.
—Lo es. Tengo ganas de profundizar y de crecer en ese ámbito o, en su defecto, formarme más como fotógrafa. Me gusta sacar instantáneas con mi cámara de fotos y, después, subirlas a mi cuenta de Instagram.
—Vaya, pues ahora me ha picado la curiosidad. ¿Podrías enseñarme alguna?
—Claro, te doy mi cuenta y lo miras cuando...
—No tengo cuenta en ninguna red social. Es parte del protocolo y de las muchas prohibiciones tontas de la corona.
—Vaya, no tenía ni idea. —Parecía realmente apenada, aunque aquel pequeño bache no la detuvo. Sacó su teléfono móvil y lo puso entre los dos—. Si quieres, puedo enseñártelas desde mi cuenta.
Sonreí.
—Me encantaría.
En cuanto tecleó su clave secreta y se metió en aquella red social, me quedé asombrado por la gran cantidad de fotografías que tenía allí subidas. No utilizaba su nombre, más bien un pseudónimo, pero aquello no la detenía a la hora de tener seguidores. Y es que aquella mujer tenía a más de veinte mil personas pendientes de sus fotografías. Era una locura.
Me estuvo enseñando cada trabajo que había hecho, explicándome algún dato curioso sobre ello de vez en cuando. Así fue cómo se nos fue el tiempo, viendo fotos, haciéndolas, riendo y haciendo el tonto. Le había dado su regalo y por cómo lo había admirado, cómo le habían brillado los ojos con fuerza y el gran abrazo que me dio en respuesta, supe que le habías gustado. Me lo había pasado como un crío en una tienda de dulces y cuando la dejé a unos cuantos metros de su casa, ambos estábamos sonrientes.
De pronto, la atmósfera entre nosotros se volvió más intensa y fui consciente de cómo sus ojos me penetraban con fuerza y cómo se humedeció los labios. Me moría por darle un beso y eso iba a hacer, estaba claro. Me acerqué varios pasos hacia delante, tomé su cintura entre mis manos e incliné la cabeza, dispuesto a darle un buen beso. Mas un ruido procedente de la calle desértica nos hizo separarnos con rapidez y cuando quise darme cuenta, vi cómo ella corría hacia su casa.
Aquella noche, mientras miraba las estrellas desde la terraza de mi habitación vislumbré a aquel ser alado sobrevolando el palacio. De manera inconsciente tomé la pluma que había escondido en uno de los cajones y jugueteé con ella entre los dedos incapaz de despegar la vista de aquel ser magnífico. Me pregunté si habría más como ella y dónde podría encontrarla.
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Nota de autora:
¡Feliz sábado, mis queridos lectores!
Este es sin duda uno de mis capítulos preferidos. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Christopher está nervioso.
2. La familia de Christopher.
3. La cita.
4. Lleva a Amberly al claro secreto.
5. Picnic romántico.
6. Ha habido casi beso.
Espero que el capítulo os haya gustado. Nos vemos el lunes. Un beso enorme. Os quiero.
Mis redes:
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