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Capítulo 13

Capítulo 13

Amberly:

"¿Quién es el nuevo fichaje del príncipe Christopher Frederik Rosenzberg? ¿Será solo un lío de una noche o la futura princesa de la legión?

La tarde del lunes pasado pillamos a esta pareja en una cita por el parque. Si bien pudimos acercarnos bastante, no fue lo suficiente como para desvelaros la identidad secreta de la fémina. Lo único que podemos decir es que sospechamos que es compañera universitaria del heredero.

Se les veía muy acaramelados y pocas veces podemos ver a nuestro príncipe tan relajado. Estamos acostumbrados a verlo serio en los actos a los que acude, por eso que sonría como un enamorado se nos hace algo novedoso y por eso creemos no se trata de otra simple <<amiga>> más. La mujer, de unos veinticinco años más o menos, se ha mostrado bastante cercana a él y, por lo que pudimos comprobar, no era su primer encuentro furtivo.

Con toda probabilidad nos estaremos encontrado en el inicio del romance del año. ¿Qué opináis vosotros? ¿Quién creéis que es esa misteriosa muchacha?"

Cerré la revista con fuerza, frustrada por todo lo que había pasado. Como si quisiera burlarse de mí, la imagen de ambos en primera plana, en la que, por fortuna aparecía de espaldas, me provocó un millar de náuseas. ¿Cómo no había pensado en la prensa? Por Dios, si nunca dejaban en paz a Christopher por ser quien era; debería de haberle rechazado al comienzo y no haber aceptado esa tonta salida. Por su culpa ahora todas las chicas del reino se encontraban celosas y Amanda se estaba comportando como la niña malcriada que era, soltando cada dos por tres <<¡Esto es inaceptable! Juro que cuando sepa quién es esa zorra, voy a acabar con ella>>.

La que se había armado.

En cuanto Christopher me había avisado de todo, había decidido que lo mejor sería desaparecer al menos durante un día. Me había escondido en mi casa del árbol y había aprovechado para desconectar al respecto hasta la tarde, pero, claro, me fue imposible durante mi jornada de trabajo hacer caso omiso de los cotilleos que viajaban aquí y allá y de todas las hipótesis que los clientes elaboraban, cada cual más imaginativa.

Ahora que por fin había llegado a casa me había encontrado con esa revista abierta de par en par en el salón. No había ni rastro de mis padres, menos de Amanda. Todo estaba demasiado silencioso para ser solo las ocho y media. Papá trabajaba hasta la tarde, pero mamá ya debería de haber vuelto. Amanda quizás se encontrara en su habitación o, en su defecto, en el jardín trasero que teníamos, coronado por una gran piscina en la que mi hermana organizaba grandes fiestas con sus amigos.

—Esto no puede ser cierto, ¿me oyes? Me niego a que esa me lo robe —escuché la voz de Amanda bajando por las escaleras con paso resentido.

No lo admitiría en voz alta, pero me gustaba ver a Amanda tan fuera de sí, sin poder controlar los hechos. Era algo nuevo y con lo que disfruté en secreto.

—Lo sé. No hay mujer más bella en el reino que yo. ¿Qué se cree esa víbora? No se lo pondré nada fácil. En cuanto descubra quién es, voy a hacerle desear no haberse acercado a mi futuro marido.

Eh, ¿por qué su comentario había sonado tan psicópata? Estaba realmente obsesionada con él. Pobre Christopher. Me debatí si enviarle un mensaje o no.

—¿Tú qué miras, error de la naturaleza? ¡Apártate de mi camino!

—Cuando seas más educada —repliqué. Además, tampoco es que estuviera obstaculizando la movilidad.

—Es la estúpida de mi hermana. —Amanda hablaba por teléfono al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco—. ¿Te puedes creer que justo aparezca dos semanas antes de mi cumpleaños? ¡Qué bochorno! Lo que me faltaba.

Por supuesto, lo único que le importaba era su estúpida fiesta de cumpleaños. Reprimí las ganas de poner los ojos en blanco. Era tan predecible y egoísta. ¿Cuándo dejaría de pensar tanto en sí misma?

Secretamente pensé en la conversación que había mantenido con Christopher minutos antes, cómo había pensado en mí. Me sorprendía que recordara algo tan banal con la fecha de mi cumpleaños. Estaba tan acostumbrada a que mi abuela fuera la única que me felicitara —porque incluso el año pasado hasta abril no le confesé a Cath mi fecha— que que se acordaran me hacía mucha ilusión. Por fin era importante para alguien.

. . .

Fui muy cuidadosa aquella semana. Sentía esa sensación opresora en el pecho de que estaba en el punto de mira, de que como diera un paso en falso todos descubrirían la verdad. Christopher me había estado enviando mensajes todos los días, pero no nos habíamos podido volver a reunir.

Mejor.

Lo había estado evitando. Intentaba no quedarme absorta en su mirada tan misteriosa y, al mismo tiempo, enigmática e hipnótica. También huía de las situaciones que requirieran estar cara a cara con él, pues temía que mi rostro desvelara la verdad.

La noticia había causado un gran revuelo en todo el reino y las mujeres se preguntaban quién era la misteriosa dama que había conquistado el corazón de Christopher; solo que la realidad distaba mucho de la verdad. ¿Quién se había inventado semejante bulo? Estaba claro que él no sentía nada por mí y yo no le confesaría nunca todas las emociones que despertaba en mí con tan solo una mirada.

Me había acostumbrado a nuestra conversación nocturna diaria, al intercambio de mensajes o llamadas. Podía pasarme horas y horas hablando con él sobre cualquier tema que el tiempo se me pasaba como un suspiro. Era tan diferente a los demás y eso en parte me daba un poco de miedo. No quería entregarle mi pequeño coranzocito para que me lo hiciera pedazos. Ya había sufrido tanto que solo deseaba encontrar mi remanso de paz. ¿Acaso no había sido suficiente con el calvario que había pasado durando aquellos veinticuatro años?

Pero, claro, la vida nunca dejaría de ponerme obstáculos y trabas en mi camino, como si me recordara que no estaba hecha para tener esos finales dulces de cuento de hadas.

Desde que él había descubierto mi existencia, había andado con pies de plomo y evitaba a toda costa estar en aquel claro oculto. Visitaba de manera furtiva la casa del árbol y en ocasiones me quedaba mirando el paisaje embobada, deseando quizás verlo entre la maleza. Habían sido contadas ocasiones en las que lo había pillado adentrándose en el bosque, aunque últimamente sus visitas habían incrementado.

Aquel día, mientras estaba sentada en una de las ramas de la gran haya en la que había construido la casa del árbol, aprecié cómo un hombre se acercaba a pie campo a través. Su cabellera rubia y esa porte tan elegante incluso al correr desvelaron la identidad de mi compañero. Estaba sudado y desde mi posición se apreciaba cómo su camiseta se le pegaba al pecho. No me veía —¿cómo hacerlo cuando estaba oculta tras una gran rama llena de colores verdes? Además, estaba a varios metros por encima de él y no me vería incluso si levantara la vista— y yo aproveché mi campo de visión para deleitarme.

Era tan guapo. Con ese cabello color oro rapado por los laterales y un poco más largo en la parte de arriba, esa sonrisa sensual que bajaba cada una de mis defensas, esos ojazos cubiertos por largas pestañas y cejas no tan pobladas, me robaba la respiración cada vez que mis ojos se posaban sobre él. Nunca antes ningún hombre había provocado en mí esa marea de hormigueos.

Estaba solo, sin su guardaespaldas habitual. No era tonta. Me había fijado cómo ella y él se comunicaban y cómo le vigilaba desde la lejanía. Puede que nadie más lo haya notado, porque cada uno vivía en su propio mundo y tenía sus propios problemas personales, pero yo era muy observadora y callada y estaba muy acostumbrada a ser invisible.

Vi cómo llegaba a un punto ciego para mí y, pasados unos minutos, lo vi en el otro lado de la muralla de vegetación infranqueable. Así que había un modo de entrar a pie... Interesante. Estaba buscando a alguien, a mí. Observaba el lago con el ceño fruncido y se acercó al mismo punto exacto en el que me había posicionado la vez en la que él había descubierto mi secreto. Si bien no pude escucharle, sus labios se movieron como si dijera algo. Repitió el mismo movimiento y esa vez sí que me llegaron sus palabras.

—¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? No voy a hacerte daño.

Puede que fuera cierto lo que dijera, pero temía que si me veía tal cual era se horrorizara y dejara de tratarme como una persona normal, dejara de ser mi amigo y de querer pasar tiempo conmigo. No podría soportarlo.

Me limité a mirarlo desde la distancia, cómo se acomodó en el bordillo y metió los pies en el agua cristalina. En el otro lado de aquel remanso había una cascada cuyo burbujeo se escuchaba desde allí. La de veces que me había zambullido en sus aguas en verano y dejado que todos mis problemas terrenales perdieran interés solo durante unas horas.

Estaba tan cerca y a la vez tan lejos. Una parte de mí, la parte racional, quería alejarse lo máximo posible de él. Cuanto más metros nos separaran, mejor. Sentía que a cada segundo que pasaba a su lado me estaba poniendo en peligro, que estaba exponiéndome. Un solo error podría ser fatal. No obstante, la otra, mi corazón, me gritaba que me uniera a él, que no me alejara porque sería incapaz de hacerme daño, de exponerme ante todos y de burlarse. Christopher había tenido bastantes oportunidades para demostrarme que era un hombre de fiar.

Ajeno a mi lucha interna, el heredero permaneció allí plantado toda la tarde y yo, como una tonta, lo observaba desde las alturas. Con agilidad, me moví hasta la casa del árbol para encontrar una mayor perspectiva. Crucé el puente de madera que habíamos construido mi abuela y yo para unir los dos espacios —aquel que se asemejaba más a una sala de estar y a una pequeña cocina y el otro que habíamos acondicionado para pasar la noche en caso de que fuera necesario, como la vez en la que empezó a llover tanto que no me quedó otra opción que quedarme— y lo miré desde una de las ventanas.

—¡Vamos! Sé qué estás aquí.

Escuchaba sus gritos desde donde estaba y me estaba costando horrores no unirme a él. Mi corazón me chillaba que fuera, que bajara y le desvelara la verdad. Mientras, mi mente me pedía que fuera cauta, que no podía fiarme del todo, que no diera nada por seguro.

Fue muy duro verle allí y no poder hacer nada al respecto.

. . .

Le estuve evitando los siguientes días. Respondía a sus mensajes con monosílabos e incluso intentaba con todas mis fuerzas volverme más invisible, si eso era posible, pero no surtió efecto. Fui plenamente testigo de cómo nuestras miradas se buscaban en la distancia y cómo esa simple conexión provocaba que mi pobre corazón latiera a un ritmo descontrolado. Huía constantemente de posibles encuentros e intentaba llegar justa a clase.

Una noche recibí un mensaje de él que decía:

<<¿Te pasa algo conmigo? ¿Por qué estás tan rara?>>

Ya en pijama y metida en mi cama decidí contestarle.

<<Nada.>>

<<Es la peor excusa que me puedes dar.>>

<<Es la verdad.>>

<<Sabemos que no es cierto. ¿Por qué me estás evitando?>>

Así que se había dado cuenta de mis intenciones. Perfecto.

<<No te estoy evitando.>>

<<¿Sabes que se te da fatal mentir?>>

Decidí dejarlo en visto y que se diera por aludido, que entendiera que no quería hablar con él. Al principio, mi plan surtió efecto; aunque unos minutos después me di cuenta que había conseguido todo lo contrario. Aquella melodía que tanto me gustaba y que le había puesto a mi teléfono como tono de llamada inundó la habitación, provocando que diera un brinco del susto. Al comprobar el causante de ello, quise cortarle la cabeza.

—¿Qué quieres? —fue lo primero que contesté nada más descolgar el teléfono.

—Siempre tan amable —ironizó. Su voz masculina me puso los pelos de punta.

—¿Estás loco? ¿Por qué me llamas?

—Quiero respuestas. Ahora.

—No.

—Amberly. —Incluso yo noté el tono de alarma en su voz.

Resoplé.

—¿Qué?

—¿Por qué has decidido evitarme estas dos últimas semanas? ¿Es algo que he hecho? ¿Te he ofendido?

Me mordí el labio inferior con suavidad. Cada día había estado visitando el claro secreto, en busca de pistas que lo llevaran a la verdad. Había sido muy cuidadosa y había decidido que por el bien de los dos era mejor alejarse y darnos espacio. Estaba segura de que con el tiempo se le iba a pasar toda la tontería y obsesión, pero, claro, de nuevo me equivocaba.

—No has hecho nada. Soy yo la que tiene problemas.

—No tendrá que ver con tu hermana, ¿verdad? Como sea así, juro por Dios que la pondré en su lugar.

Solté un suspiro largo y cansado.

—Te prometo que no ha sido ella. He tenido mucho más trabajo últimamente y menos tiempo para hacer los trabajos y estudiar. —Era mentira, pero no tenía por qué enterarse.

Escuché un ruido raro de fondo y, por un segundo, pensé que la conexión se perdería; sin embargo, pronto volví a escuchar el sonido de su respiración, un poco más agitada que antes.

—¿Estás bien? —le pregunté tras varios minutos de silencio.

—Sí, es solo que fuera hace un frío que pela y estoy esperando a ver si te da por asomarte de una vez por la ventana de tu habitación.

Di un bote en el sitio. ¡¿Qué?! ¿Acababa de decir lo que creía que acababa de decir? La Virgen santísima y todos los Apóstoles.

—¿Qué dices? —No pude evitar en se notara una nota de pánico en mi tono.

Me levanté de la cama de un salto y, antes de comprobar si las palabras de Christopher eran reales, escondí las alas. Me di un pequeño golpe en el pie al avanzar hasta la ventana y, cuando por fin pude abrirla, comprobé que sus palabras eran ciertas: ¡estaba sentado en la acera de enfrente! La oscuridad de la noche ocultaba sus rasgos y, por ello, nadie diría que quien estaba allí era el mismísimo príncipe de Ahrima.

—¡Te has vuelto loco! —exclamé—. ¿Cómo se te ocurre venir hasta aquí, en medio de la noche? Como mis padres te vean y sepan que vienes por mí, me matarán.

Una carcajada brotó de su garganta. Al parecer, mi estado de pánico le hacía gracia al condenado.

—Debo de estarlo —concordó conmigo—, pero en esta vida hay que hacer locuras. Ven, baja. No pienso irme hasta obtener respuestas.

—Ni de coña.

—Vale, tú lo has querido. Tendré que trepar como pueda.

Ahogué un gritito.

—Está bien. Dame unos minutos —cedí a regañadientes. El muy hijo de su madre me conocía tan bien y sabía lo peligroso que sería que mis padres o mi hermana le vieran allí, plantado como un pasmarote. ¿Cómo explicaría que él estuviera en mi habitación o que se encontrara a medio camino de ella?

No pude verlo, pero estaba segura de que estaba sonriendo. Capullo.

—Eso está mucho mejor.

Colgué la llamada y me vestí a todo correr. Me golpeé sin querer con la esquina de mi escritorio en un intento por ser rápida y me vi obligada a mascullar una maldición por lo bajo. Me abroché los mismos vaqueros que había usado aquel día y me coloqué un jersey rosa por encima, el más mono que tenía. No era la quinta maravilla y en aquel instante me lamenté no tener ropa más bonita porque en mi interior deseaba que me viera guapa.

Salí a toda prisa en cuanto me hube calzado las botas, colocándome el abrigo por encima para no chupar frío como un tonto. Estábamos a finales de febrero y los días eran fríos de narices, más ahora que habíamos sufrido una gran nevada y que todo estaba blanco. Recé para no encontrarme a mis padres en mi intento por salir a escondidas de casa y casi quise llorar de alegría al lograr mi objetivo.

Una racha helada me golpeó de lleno en cuanto osé pisar el exterior. Me subí la cremallera hasta arriba y metí las manos ya de por sí enfundadas en unos guantes en los bolsillos del abrigo antes de adentrarme a la aventura. Tras salir de la propiedad de mis padres y cruzar la acera, me senté al lado del idiota que me había hecho salir de casa a esas horas. A pesar de que no fuera tan tarde, era molesto. Con lo calentita y cómoda que estaba entre las sábanas.

Le di una toba con un poco más de fuerza de la que quería. Me dio igual. Se la merecía, por ser tan desconsiderado.

—¡Auch!

—Te la mereces, por listo. ¿A qué ha venido lo de antes? ¿Por qué te interesa tanto hablar conmigo cuando está claro que yo no quiero?

Se me quedó mirando durante varios minutos de silencio y, en parte, me puso de los nervios. A pesar de estar a oscuras, temía que viera en mí algo fuera de lugar, algo que no le gustara. ¿Por qué de entre todos los tíos que había en el reino me había tenido que fijar en él? Maldito corazón.

Se llevó las manos a la cabeza y tiró de las hebras de su cabello con frustración.

—Me intriga tu forma de actuar, Amberly. Un día todo va bien y somos amigos, y al día siguiente me evitas sin razón alguna. Creo que me merezco saberlo, ¿no crees? Llevo dándole vueltas varios días y no llego a comprender qué he podido hacer para que te distancies así de mí. Creía que te caía bien.

Ese era el problema, que a pesar de todo, Christopher era un buen tipo y para mí era muy difícil ser indiferente con él.

—No es eso. Es... complicado.

Me quedé mirando la carretera cubierta de una suave capa blanquecina, avergonzada totalmente. No sabía cómo explicarle cómo me sentía, me era imposible darles un nombre a mis sentimientos.

Sus dedos en mi barbilla me obligaron a mirarlo. Estábamos iluminados gracias a la suave luz de las farolas y por eso pude apreciar la intensidad de sus iris grises.

—Inténtalo.

Tragué saliva.

¿Cómo decirle todo? ¿Cómo abrirle mi corazón cuando toda mi vida me habían tachado de bicho raro, cuando se me había enseñado que lo mejor era esconderme para que nadie me juzgara por como fuera? Era tan difícil.

—Desde pequeña he sido la oveja negra de mi familia. He heredado una anomalía genética que provoca que una parte de mi cuerpo sea diferente al resto y eso no les gusta. La única que me acepta tal cual soy es la abuela Dorothy. Es tan buena conmigo y me quiere tanto que no veo un mundo en el que ella no esté. —No sé en qué momento exacto empecé a hablar, solo sé que cuando las palabras empezaron a brotar de mi garganta no pude parar. Necesitaba sacarlo y compartirlo con alguien, aunque no fuera la verdad entera. Estaba harta de ocultarlo. Ya era hora de que fuera yo misma—. Me he dado cuenta de que si nuestra amistad continúa, es muy probable que la prensa saque a relucir tarde o temprano mi rareza y es algo que no quiero. Eres un tío que me cae muy bien, pero no puedo estar cerca de ti si quiero seguir siendo invisible.

Se quedó callado un buen rato, quizás asimilando mis palabras o quizás pensando en qué decir. Mientras, yo me sentía justo en lo alto de un precipicio, a punto de caer al vacío. Había estado a nada de confesarle a Christopher que tenía alas, pero en el último segundo había cerrado la boca. No estaba listo, aún no. Puede que si esto de la amistad funcionara, algún día se lo contara, pero primero me tenía que demostrar que podría confiarle un secreto.

—¿Cuándo entenderás que jamás serás invisible? Ya no. Desde el mismísimo segundo en el que te convertiste en el objetivo de Cedric, Kendall, Amanda..., desde que las chicas te han visto como su muñeca de trapo, dejaste de serlo.

Jugueteé con un hilo suelto de mis vaqueros desgastados, no sabiendo qué contestar ni cómo reaccionar.

—¿Para ti ya no soy invisible?

Una sonrisa iluminó sus rasgos marcados y solo ese gesto provocó que mi corazón aleteara con fuerza. Tomó mis manos y los toqueteó con aire distraído mientras yo no sabía dónde meterme ni a dónde mirar. ¿Cómo se me ocurría preguntarle algo así? ¡Qué bochorno! ¿Qué pensaría de mí?

—Dejaste de serlo hace mucho tiempo, Amberly, mucho antes de lo que piensas. Eres una mujer maravillosa y no mereces que el resto te trate así.

La intensidad de su mirada hizo que desviase la mía. Una parte de mí quería creer en sus palabras, pero otra me decía que huyera, que volviera a mi escondite y no saliera de allí nunca más.

—Mientes.

Pasó una mano por mi mejilla y aquel simple contacto llevó oleadas de calor a cada poro de mi rostro. Seguro que me había sonrojado.

—Sabes que es la verdad. Me pareces muy interesante, ya lo sabes, llena de misterios y enigmas por resolver, y yo estoy dispuesto a arriesgarme. Me da igual lo que piense la gente, la prensa, tus padres o los míos. Mereces mucho la pena y no creo que esa anomalía de la que hablas sea tan mala. Seguro que es tan bonita como tú.

¡La madre que lo trajo al mundo! ¿Se podía ser tan perfecto? Como siguiera diciéndome esas cosas tan bonitas iba a acabar creyéndomelas. ¿Acaso no era consciente de lo rápido que me iba el corazón y de cómo me secaba las manos en los pantalones en un intento por que no notara lo nerviosa que me ponía? ¿No se daba cuenta del huracán que había desatado en mi interior, de cómo en mi estómago millones de mariposas revoloteaban sin parar?

—Mi familia cree que es un error de la naturaleza y que por eso no merezco el mismo trato que mi hermana —confesé con pesar. No tenía pensado hacerlo, pero había algo en él, en su forma de ser, que me invitaba a contárselo.

Volvió a colocar sus manos bajo mi barbilla. Sus ojos se conectaron con los míos en una mezcla extraordinaria. Sus pupilas se veían dilatadas y su respiración se estaba volviendo agitada. Sin poder evitarlo, me quedé mirando sus labios como una boba, deseando en mi interior que acortara la poca distancia que nos separaba y me besara de una vez, como llevaba deseando desde que había salido.

Pero, para bien o para mal, esto es la vida real y las cosas no suceden como uno quiere.

—Mírame, porque lo que tengo que decirte es muy importante. No eres, ni de lejos, un error; eres lo más perfecto que he visto en la vida.

—No, no lo soy. Soy bastante común.

No cortó el contacto visual en ningún momento y tampoco titubeó cuando me dijo aquello:

—De entrada, que tus padres no sepan apreciarte me parece una falta de respeto y me estoy planteando echar la puerta abajo y hablar con ellos seriamente. No tenía a Gideon por un tipo que le hiciera eso; aunque teniendo en cuenta que no te ha presentado nunca en sociedad como su hija, todo tiene sentido. De Amanda ya me lo esperaba, pero no de ellos. ¡Qué decepcionado me siento!

Se llevó los dedos a la cabeza y volvió a tirarse de las puntas con fuerza. Era un gesto que hacía cuando algo estaba fuera de su control, como aquella misma situación, y no podía hacer nada para evitarlo.

—¡No! —Incluso yo noté lo desesperada que soné—. No hables con ellos, por favor. Si se enteran que te lo he contado, me matarán y...

Me lanzó una mirada pétrea.

—Dime que Dolly no está dentro del mismo saco —suplicó.

No sé de dónde me salió el valor, pero me acerqué aún más a él y le coloqué las manos en la mejilla. Quería transmitirle tranquilidad.

—Ella es la única que me acepta tal cual soy, de quien heredé lo que he heredado.

Intentó que no se notara, pero le fue imposible soltar un apenas imperceptible suspiro y destensar los hombros. Sabía que su relación con mi abuela era buena, me lo había contado días atrás y, en parte, me alegraba. Dorothy era una mujer tan sociable y amable, con tanto carisma, que era fácil de querer.

—No sabes lo que me alegra escuchar eso. Tu abuela es la caña y ojalá la mía fuera tan moderna. Me encantan sus salidas y su personalidad. Me recuerda mucho a ti, te pareces mucho a ella.

Nos quedamos un rato en silencio, sonriéndonos el uno al otro. Por una sola vez, sentía que las palabras no eran necesarias, que solo me bastaba con deleitarme mirándolo y admirándolo. Él hizo lo mismo conmigo, aunque pronto volvió a juguetear con mis dedos con aire distraído.

Unas campanadas en la lejanía nos hicieron volver al mundo real. Pestañeé y él hizo lo mismo.

—Justo a tiempo —murmuró, aunque más para sí mismo que para mí. Sacó algo del bolsillo interno de su chaqueta y me lo tendió. Era una paquete pequeño y se veía que estaba envuelto con mimo—. ¡Feliz cumpleaños, Amberly!

Me llevé una mano a la boca, sorprendida en su totalidad.

—Christopher, no tenías que comprarme nada.

Sentía que el pecho me dolía por la falta de aire y por el bombeo constante de mi corazón, acelerado.

Se encogió de hombros.

—Lo vi y no me pude negar. Es una tontería, pero gritaba tu nombre.

Desenvolví el paquete con ganas, preguntándome qué habría en su interior. Un estuche pequeño me dio la bienvenida. Arrugué el ceño. No conocía la marca y deseé de verdad que no se hubiera gastado una millonada en mí. Prefería los regalos sacados del corazón que los que costaban una fortuna.

—¡Dios mío! ¡Es precioso! —Y es que dentro había un collar de cuerda negra coronada con un ámbar. Era tan especial y único que me enamoré de él al instante. Me abalancé sobre él y le di un gran abrazo, aún sorprendida por el regalo que acababa de recibir de su parte—. Muchas gracias. Es perfecto.

—Me alegra que... que te gus... guste.

Cuando fui consciente de lo que había hecho, de su cercanía y de sus manos enroscadas entorno a mi espalda, casi acariciando las alas, me separé con rapidez. Sentía las mejillas calientes de la vergüenza que sentía. ¿Cómo se me ocurría abrazarlo? La Virgen santísima.

Sin embargo, a él no parecía importarle. Es más, me ayudó a ponérmelo y cuando aquel trozo de ambarino quedó colgado de mi cuello, enredó un dedo en el collar y soltó:

—Es perfecto.

Toda esa situación se estaba volviendo tan intensa que me estaba empezando a sentir agobiada. ¿En qué momento habíamos pasado de estar charlando a aquello?

Me levanté y me sacudí el polvo de los vaqueros. Tenía el trasero congelado debido al tiempo que había estado sentada en el bordillo.

—Será... será mejor que me vaya. Ya es bastante tarde y mañana tenemos clase.

Hice amago de marcharme, pero él me tomó por sorpresa al agarrarme la mano. Me fijé en el punto en el que nuestros dedos se rozaban antes de encararlo.

—Espera. ¿Qué haces mañana a la tarde? Sé que tienes libre en el trabajo.

—No he hecho planes.

Era cierto.

Esbozó una amplia sonrisa.

—¡Qué bien! Resérvame la tarde entonces.

Abrí los ojos de para en par, sorprendida en mi totalidad.

—¿Qué?

Pero él ya no me escuchaba. Con un <<¡Nos vemos!>> se fue alejando y a mí no me quedó otra opción de que volver a casa; eso sí, en mis labios tiraba una sonrisa y mis dedos acariciaron con delicadeza el regalo que me había hecho.

Aquella noche soñé con príncipes, princesas y finales felices, un lugar en el que era aceptaba tal cual era y en el que los malos recibían su castigo.

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Nota de autora:

¡Feliz jueves, mis queridos lectores!

¿Qué tal lleváis la semana? ¿Y la cuarentena? Aquí de momento todo sigue igual: no podemos salir de casa a no ser que sea una necesidad.

¿Qué os ha parecido el capítulo? A mí, en lo personal, me ha gustado mucho. Repasemos:

1. El artículo.

2. El comportamiento de Amanda.

3. Amberly evita a Christopher.

4. Christopher le hace una visita sorpresa.

5. ¡Christopher le da un regalo de cumpleaños! ¿Qué os ha parecido el detalle?

6. ¡Habrá otra cita!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el sábado! Os quiero. Un besito.

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