Capítulo 11
Capítulo 11
Amberly:
—¿Qué? ¿Qué? ¡¿Qué?!
Os juro que el grito de Cath estuvo a punto de reventarme los tímpanos. ¿Que si había sido una mala idea contarle lo sucedido con Christopher? Lo dudaba. Sabía que podía fiarme de ella, que no le contaría nada a nadie.
Estaba terminando de limpiar una de las muchas mesas libres mientras le había narrado con todo lujo de detalles lo que había pasado no solo aquella tarde, sino la anterior. El resultado: mi mejor amiga estaba histérica o a punto de desmayarse o a punto de sufrir un paro cardiaco. ¡Quién sabe!
—¿Te ha visto... ya sabes... eso?
—Ajá.
—Y no sabe que eres tú, ¿verdad? No te ha visto la cara, solo la espalda.
Dejé por un momento de pasar el trapo por la superficie para mirarla a la cara. Estaba tan nerviosa como yo. Todavía no tenía muy claro si me había visto o no, si sabía que era la misma a la que había visto la tarde anterior. En cuanto lo había escuchado, había intentado huir lo más rápido posible, temerosa de que descubriera la persona que estaba tras las alas. Solo esperaba que mi actitud de hoy, que mi comportamiento, hubiese sido el de todos los días y que no hubiese levantado sospechas. Debía andar con pies de plomo.
—Ese es el punto, Cath. No tengo ni pajolera idea de si sabe que soy yo.
Ella se quedó callada, apurando lo que le quedaba de su zumo de frutos rojos casero. Mientras, me dediqué a terminar con la mesa y a empezar con la siguiente. Apenas me quedaba media hora para terminar mi turno y acudir al dichoso encuentro con Christopher, aunque siempre podría fingir que estaba enferma o que me encontraba indispuesta o cansada por el largo día de estudio y trabajo. El local estaba casi vacío, lo normal de un lunes por la tarde. Cuanto más trabajo había era los jueves, los viernes —los días que visitaba el local como consumidora o los que me tocaba trabajar porque le cambiaba el turno a una compañera lo corroboraban— y los fines de semana.
—Quizás no lo sabe.
—Eso he pensado yo. Su actitud ha sido normal entre nosotros durante el día, menos cuando se ha sentado a mi lado en clase. Qué bochorno he pasado.
Sentí que un ligero rubor se extendía desde mi cuello hasta mis mejillas y deseé que mi mejor amiga estuviera demasiado concentrada en su bebida como para darse cuenta.
—Bochorno, dice. ¡Os habéis estado comunicando mediante notitas! Eso es muy romántico.
—Sería romántico si tanto él como yo estuviéramos enamorados, pero no es el caso.
Aquellos ojos grandes se posaron sobre mí y, por cómo empezó a menear las cejas arriba y abajo, supe que se avecinaba un interrogatorio de tercer grado. Agradecí al Todopoderoso que solo hubiera un par de clientes de confianza y que no hubiera ni rastro del idiota de Cedric.
—¿No te impone hablar con él? Es un príncipe y seguro que está forrado.
Puse los ojos en blanco. Lo que faltaba.
—El que tenga pasta no lo hace más atractivo. Me seguiría gustando incluso si fuera un hombre humilde.
No fui consciente de mis palabras hasta que vi la sonrisa ladina de Cath y el miedo que me dio. Incluso se me pusieron los pelillos de la nuca de punta. Era espeluznante.
—¡Te gusta!
Y empezó a reír como una maniática. Joder, la mataría allí mismo. ¿Sería muy cantoso si le echaba veneno a su bebida?
—¿Qué? Yo no...
Pero ni siquiera me dio tiempo a explicarme.
—Vamos, acabas de soltarme la bomba. Déjame saborear el momento. ¿Sabes lo que significa eso? Debes mostrarte guapa y coqueta con él e intentar pescarlo.
La miré con horror.
—Hablas de él como si fuera una pieza de carne o un trofeo, no un chico de carne y hueso que siente y padece.
—Debes aprovechar cada una de las oportunidades que se te están dando.
—No quiero ser algo que no soy y creo que él no busca una versión barata de muñeca Barbie. Créeme, ya habría elegido a una princesa de haber sido un hombre con gustos muy básicos. No sé, estos días me ha dado la sensación que él es una persona muy agradable. Me he sentido tan a gusto hablando con él, como si pudiera ser yo misma y como si no tuviera la necesidad de ocultar a mi verdadero yo. ¿Tiene lógica lo que digo?
Cuando regresé de entregar el último pedido que se me había hecho, aquella mujer de pelo caoba me respondió:
—Mucha, aunque hablas de él como si fuera un hombre común y corriente cuando en realidad es el heredero.
La miré tras la barra.
—Es que ese es el problema que tienen los habitantes de Ahrima, que lo ven como si fuera lo más de lo más y lo tratan bien solo porque quieren beneficiarse de él. Me parece tan ruin y rastrero. Christopher se merece que lo traten como una persona, no como a un objeto de valor.
—Te importa de verdad.
Me encogí de hombros.
—Estos días me ha demostrado que, pese a todo, es un buen hombre. Su manera de estar conmigo, de tratarme y de preocuparse por mí ha hecho que se haya ganado un pequeño hueco en mi corazoncito. Eso sí, no te montes la película del siglo porque de seguro que no siente nada por mí.
—Por lo que me has contado, quiere ser tu amigo y ha insistido mucho.
—¿Y? ¿Acaso un hombre y una mujer no pueden ser solo amigos?
La miradita desdeñosa que me mandó ella no me gustó para nada.
—Vamos, sabes perfectamente que hay algo raro. ¿Por qué quiere ser precisamente tu amigo ahora? ¿Por qué no antes?
—Quizás no se había fijado en mí. Lo entiendo; no a todos les atrae una chica gordita.
Chasqueó la lengua.
—Amberly, tú y yo sabemos que no estás gorda. Eres preciosa y estoy segura que Christopher también se ha dado cuenta y que por eso quiere acercarse tanto a ti. Así que ve a por él, tigre, y lánzate a sus brazos antes de que cualquier otra chica se te adelante.
Miré la hora en el reloj que teníamos en la pared y me mordisqueé el labio inferior con nerviosismo al comprobar que quedaban solo diez minutos antes de que él fuera a recogerme al local. Aquel simple pensamiento provocó una gran oleada de sensaciones en mi interior, desde un huracán mezclado con un tornado en mi estómago hasta la intensificación del rubor en mis mejillas. Disimuladamente me miré en el espejo que había en una de las paredes para comprobar que, al menos, mi aspecto fuera aceptable.
—Eh, lo vas a pasar bien. No te comas el coco y se tú misma —me aconsejó mi amiga al verme. Me guiñó un ojo para infundirme ánimos.
Esbocé una pequeña sonrisa.
—Lo haré.
Iba a añadir algo más, pero la entrada de un cliente me distrajo por un segundo y, al comprobar quién era, quise huir y esconderme en el Polo Norte. Y es que Christopher acababa de llegar, mucho antes de la hora. ¿No podría haberme esperado fuera o a unas calles o simplemente haberse olvidado?
Muy a mi pesar, tuve que ir a atenderle.
—Buenas noches, alteza. ¿Desea algo? —pregunté con cordialidad en cuanto se hubo acomodado y hubo ojeado el menú.
—Sí, ponme el mismo zumo que tiene ella. —De forma discreta señaló con la cabeza en dirección a Cath y no pude evitar que una sonrisa un poco más tranquila se pintara en mis labios.
—Está bien.
En el momento en el que giré para irme en dirección a la cocina, las manos del príncipe se colocaron en mi codo, impidiéndome el movimiento. Me miró con tal intensidad que sentí las piernas de gelatina y cómo mi corazón bombeaba con más fuerza de la usual. Madre de los Dioses. Como siguiera así me iba a dar un infarto.
—También quería asegurarme que no salías huyendo u olvidaras que hemos quedado.
Chico listo.
—¿Yo? ¿Huir? ¿Cómo puedes pensar eso de mí? —fingí ofenderme.
Ambos intercambiamos pequeñas carcajadas antes de que marchara en dirección a la cocina para que Ashley le preparara lo que había pedido.
. . .
No os voy a mentir diciendo que no estaba nerviosa ni nada por el estilo. La verdad era que cuando salí de los vestuarios ataviada con la misma ropa que había llevado durante el día, el corazón se me aceleró y sentí cómo empezaba a faltarme el aire, esa misma sensación que uno tiene cuando corre una maratón. Me había rehecho la trenza y me había asegurado que todo estaba en orden, que ninguna de las plumas de mis alas se podían apreciar ni quedaban a la vista. Apenas quedaba un mes para la primavera y ya temía que empezaran a caérseme las plumas de las alas y lo que la gente de la ciudad pensaría al respecto. El año anterior había sido muy cuidadosa y aquel tampoco sería la excepción.
En el instante en el que pisé el exterior del edificio, lo vi. Estaba apoyado en la pared en una pose relajada. Miraba el cielo con curiosidad y, al alzar la vista, pude apreciar aquello que a él le tenía tan fascinado: por encima de nosotros se extendía un gran manto de estrellas precioso. Aún no era muy tarde y estaba segura que pasadas una o dos horas se vería mucho mejor. Fantaseé con la idea de unirme a ellas en el cielo y sobrevolarlo por la noche, aunque ese día no podría ser. Al quedar con Christopher había renunciado a mi pequeño encuentro en la casa del árbol con mi abuela, a quien había llamado antes de llegar a mi puesto de trabajo.
—Hace muy buena noche, ¿verdad? —dije cuando llegué a su altura en un intento por romper el hielo.
Aquellos ojazos tan profundos se centraron en mí y cuando esa sonrisa tan masculina y varonil se cinceló en sus labios, creí que mis piernas cederían. Maldije para mis adentros y me dije a mí misma que no podría ser, que los hombres como él estaban destinados a casarse con hijas de hombres de poder. A ver, mis padres sí eran ricos, pero yo no era, ni de lejos, la hija que ellos habían deseado tener.
—Coincido contigo. Me gusta ver las estrellas, ¿sabes? Incluso hay noches en las que salgo al jardín y me quedó un buen rato observándolas.
—Me pasa lo mismo —concordé—. Me gusta mirar el cielo y pensar en esa sensación tan magnánima que me entra cuando miro el cielo nocturno, las estrellas y la luna, en la magia que la noche tiene y en lo hipnotizada que me siento.
Nos quedamos un tiempo en silencio, sin saber muy bien qué decirnos y cómo actuar a continuación. Ya no sentía las tremendas ganas de salir corriendo y lo único que me apetecía era saber dónde tenía pensado llevarme.
El príncipe me señaló con el dedo.
—Te sienta bien ese color. Deberías llevarlo más a menudo.
Miré la sudadera color azul eléctrico que llevaba. Estaba bastante vieja y usada, y era una de mis favoritas.
—¿Tú crees? Seguro que exageras.
Empezamos a avanzar hacia no sé qué lugar, el uno al lado del otro. Nos separaba muy poca distancia y aquella cercanía estaba desatando en mi interior una gran tormenta de electricidad. ¿Acaso él no sentía aquella unión, aquellas ganas irrefrenables e incontrolables de estar unido al otro?
—Hablo desde el punto de vista de un modisto. Si tuviera que elegir, tú serías mi musa. Me inspiras muchísimo.
Pero qué galán que era, por el amor de Dios.
—Calla, calla. Harás que me ponga roja como un tomate.
—Hazlo y, aun así, te verás mucho más bonita. No hay nada más hermoso que una mujer en su estado más natural.
Joder, la Virgen. ¿Era yo o empezaba a hacer calor?
—Seguro que eres así de bueno con todas las chicas con las que sales —intenté cambiar de tema. Odiaba ser el centro de atención.
Él se encogió de hombros.
—Mis padres me han educado para que siempre respete a las personas que me importan de verdad y, lo quieras o no, has entrado en esa lista.
Repito: la Virgen. Ese hombre era la personificación de la perfección, por el amor de todos los Dioses. ¿Dónde había estado toda mi vida y por qué habíamos tenido que juntarnos tan tarde?
—Te han educado bien —pude articular por fin un rato después. Me había dejado muda—. ¿Cómo son en realidad? Tus padres y tu hermana, me refiero. En la televisión y en la prensa imponen bastante y me figuro que si tú eres tan bueno es por ellos, ¿me equivoco?
Nos paramos frente a un pequeño parque poco frecuentado. Era muy bonito, si bien las personas preferían el que había situado en el centro de la ciudad. Sin embargo, a mí aquel me parecía tan perfecto con sus árboles llenos de colores y los aromas tan relajantes, como si fuera un bosquecito dentro de la urbanización.
Christopher me guió hacia un banco de madera que daba de cara a un remanso tranquilo. El cantar de los pájaros me recordaba a cuando estaba en el bosque y, solo por un instante, dejé que mi mente pensara que me encontraba en él, en aquel oasis de tranquilidad y paz.
—No son para nada como los pinta la prensa. Mamá es tan considerada y cercana que te sorprenderías. Siempre trata a los invitados sonriendo con calidez. Star es tan dulce que seguro que te llevarías bien con ella, solo que le agobia estar todo el tiempo en las revistas. La entiendo, ¿sabes? Yo también estoy un poco harto de leer cada semana los bulos que se inventan solo para vender. Papá es el que mejor lo lleva, aunque teniendo en cuenta que fue educado para esto desde pequeño no me extraña. Si algún día lo conoces, te caerá bien.
Qué surrealista sonaban sus palabras.
—Seguramente.
—¿Qué hay de ti y de tu familia?
Me encogí en mi sitio. No me gustaba hablar de ellos y no quería explicar lo patética que creía que eran.
—Son... —En mi mente busque una palabra que los definiera y, cuando la encontré, la solté en apenas un hilillo de voz—... únicos.
No añadí nada más y agradecí que el buen hombre no me preguntara al respecto. Nos quedamos unos minutos callados, cada uno sumido en sus propios pensamientos. En un momento dado, él recibió una llamada y, tras lanzarme una mirada de disculpa, se excusó para atenderla. Observé cómo gesticulaba al mismo tiempo que daba vueltas de un lado para el otro, cómo buscaba las palabras adecuadas y cómo cambiaba el registro. Me pregunté cómo de dura sería la carga que tendría sobre los hombros: no solo era un estudiante cualquiera, sino que también se estaba educando para gobernar el país cuando su padre abdicara en unos años.
—Disculpa, era mi madre preguntando qué le voy a regalar a Amanda por su cumpleaños. —Puso los ojos en blanco—. ¿Te has enterado que va a montar una fiesta en su residencia?
Lo miré como si fuera un niñito que no comprendiera nada.
—¿Cómo no hacerlo cuando compartes casa con ella?
Christopher me clavó los ojos de hito en hito, como si no se creyese mis palabras. No solo eso, juraría que se pasó un buen rato analizándome con la mirada y aquello me provocó un escalofrío.
—No sabía que fueseis hermanas. Como no os parecéis...
—Me halagas. Nuestra relación es muy tensa, la verdad. Soy la mayor, pero a veces siento que soy la pequeña. Ella intenta constantemente dejarme en mal lugar y lo ve todo como una competición. Pasa, por ejemplo, con lo cumpleaños. Amanda ha nacido el uno de marzo y yo, el veintinueve de febrero. Ve estas fechas como una oportunidad para restregarme que no tengo oportunidad contra ella, pues me eclipsa cada año con sus fiestas.
—No sabía que cumplías este mes. Es una fecha muy especial, aunque no me extraña: te pega muchísimo. Las personas únicas cumplen en días especiales.
Qué zalamero.
—¿Qué te hace pensar que sea tan especial? Soy solo una persona normal y corriente.
—No eres como el resto de personas que me rodean. Una conversación como la que estamos manteniendo solo la puedo mantener con mi familia o con Nick y Blake. La vida de la realeza es más solitaria de lo que el resto piensa. Casi todas las personas se acercan a ti por interés personal. Es una mierda.
—¿Su alteza real acaba de soltar una palabrota? —bromeé yo alzando una ceja.
Me sacó la lengua, siguiéndome el juego.
—Por supuesto. —Su sonrisa fue tan potente que incluso me vi a mí misma imitándolo hasta que, de repente, se puso serio de nuevo—. Hay algo que no me cuadra en todo esto. Si tú eres hermana de Amanda, entonces eso significa que eres hija de Gideon Tyson, ¿verdad?
—El mismo.
—¿Por qué no fuiste a la cena del otro día? Estoy seguro que contigo todo habría sido más ligero y alegre.
Suspiré con cansancio. ¿Cómo explicarle mi situación sin mencionar mi anomalía?
—No pude —mentí—. Estaba... ocupada.
Él alzó una ceja, no creyéndose mis palabras.
—¿Ocupada? ¿Con qué?
Me mordí el labio inferior con suavidad mientras pensaba en una excusa.
—Tenía... trabajo que hacer. Mi jefa me había pedido que cerrara el local porque tenía una urgencia que atender...
—Claro, claro. Entonces, déjame aclararme. ¿Preferiste tu trabajo a cenar con la familia real? Vaya, eso no lo haría cualquier persona.
Era tan ruin tener que mentirle, pero no me quedaba otra opción. ¿Cómo explicarle que mi familia me odiaba y que no me dejaba asistir a esa clase de eventos porque pensaban que los arruinaría con mi presencia? Me dolió en lo más hondo no decirle la verdad y solo por unos segundos deseé tener el valor necesario como para contarle mi gran secreto.
—Necesitaba el dinero extra.
—¿Para qué? Según tengo entendido, tus padres tienen un gran patrimonio.
Eso era cierto, pero lo que no sabía era que a mí no me daban ni un solo centavo desde hacía años. Según ellos, ya era mayor para ganar mi propio dinero. Pero, claro, para Amanda sí que había. Era muy injusto.
—Me gusta ganar mi propio sueldo. —Era una verdad a medias, pero él no tenía por qué enterarse.
—Eso es una cualidad que muy pocas personas tienen y me gusta. No sé si lo sabrás, pero tanto Nicholas como Blake también tienen empleos. Nick trabaja para un carnicero en sus ratos libres y Blake, para su padre en una de sus tiendas.
Vaya, era interesante saber que no era la única persona cercana a él que ganaba su propio dinero por sus propios méritos.
—No tenía ni idea.
—Ojalá tu hermana fuera como tú. Si se te pareciera una décima parte, podría incluso quererla como una amiga; pero no puedo. La veo demasiado superficial y preocupada por sí misma. ¿En casa es igual o solo cuando está con el resto?
Sus ojos grises en los míos me estaban empezando a poner nerviosa e incómoda. ¿Por qué me miraba así? ¿Acaso tenía algo fuera de lugar? Me empecé a preocupar y a preguntar si quizás tendría alguna pluma a la vista y por eso él me estaba mirando de aquella manera. Con disimulo, empecé a toquetearme la espalda en busca de algo que no estuviera en su sitio, pero pronto comprobé que no había nada fuera de lugar. Perfecto.
Me di cuenta demasiado tarde que me había quedado callada y que no le había respondido a su pregunta. Ups.
—En casa es peor. Aparte de lo histérica y desagradable que es conmigo, se comporta como una caprichosa todo el rato, diciendo que siempre le arruino todo y que intento ser el centro de atención. —Puse los ojos en blanco mientras me cruzaba de brazos—. No sabe la suerte que tiene de que todos quieran ser como ella. Hay días en los que me gustaría tener su físico y no esto. —Me señalé.
No me estaba refiriendo a que quería ser tan delgada como ella, sino a que en ocasiones me gustaría sentirme normal y no tener que cargar con mis alas. Eran momentos de debilidad, aquellos que me pillaban con la guardia baja.
Christopher chasqueó la lengua.
—No deberías compararte con tu hermana. —Se puso en pie y se quedó frente a mí, demasiado cerca para mi gusto. Con una mano alzó mi mentón para que lo mirara fijamente a los ojos y así no perdiera detalle de sus palabras—. Eres preciosa, Amberly. No deberías avergonzarte de tu cuerpo nunca.
—Es tan difícil no hacerlo cuando todas las personas me dicen que está mal que lo tenga, que soy un bicho raro y un error de la naturaleza. No sabes la de días que me siento fuera de lugar, como si hubiera algo mal en mí. —Me deshice de su agarre y aparté la mirada totalmente abochornada—. No creo que entiendas cómo puedo llegar a sentirme.
—No, no lo sé, pero sí que veo cómo el resto es cruel contigo y lo mal que debes de sentirte cuando te insultan. No deberías agachar la cabeza. Sinceramente, creo que deberías erguirte y sentirte orgullosa de lo que eres. ¿Qué hay de malo en no encajar, en ser alguien fuera de lo común? No hay nada más atractivo que una persona única.
Las palabras de Christopher fueron tan reconfortantes y, por unos instantes, creí que se refería de verdad a mis alas, pero, claro, no era así. No podía saber mi secreto porque, de lo contrario, ya habría dicho algo al respecto, ¿verdad?
—Gracias, por todo. Pocas personas me dicen cosas así. La gran mayoría prefiere juzgarme antes de siquiera acercarse a mí.
Una gran sonrisa se instaló en su boca y yo hice lo mismo. Me sentía tan extraña; era como si estando a su lado no debiera esconderme, como si él fuera capaz de aceptarme pese a cómo fuera. Estaba claro que el qué dirán le importaba más bien poco y eso era una gran cualidad.
El tiempo se pasó volando en su compañía y pronto, mucho antes de lo esperado, nos encontramos de regreso. Fui consciente de cómo me guiaba hacia mi casa y aquello me hizo sospechar que el príncipe había estado en los ratos en lo que me había pillado fuera, bien trabajando o bien con mi abuela. Sin embargo, antes de que llegáramos a mi vecindario, me detuve.
—¿Pasa algo? —preguntó extrañado. Frunció el ceño, no entendiendo por qué me había parado.
Me puse nerviosa y temí que le pareciera una tontería lo que iba a decirle.
—No quiero que mis padres ni mi hermana nos vean juntos. Es muy celosa y enseguida empezará a hacerme un interrogatorio y a meterse conmigo.
Empecé a juguetear con mis dedos, no sabiendo qué hacer con las manos en realidad.
—No deberías dejarte humillar por ella.
—Lo intento —confesé—, pero a veces es tan difícil hacerle frente cuando decide atacarme. Por eso la evito. Ya sé que es de cobardes, pero simplemente no tengo la energía suficiente como para soportarla a todas horas.
—Debería hablar con ella —sopesó.
—¿Para qué? ¿Para que así sus ataques se incrementen? No, gracias. Ya tengo demasiada dosis de su comportamiento.
Él no parecía muy convencido, pero al final decidió que lo más correcto sería dejarlo correr.
—Está bien. —Se acercó un par de pasos y ambos quedamos cara a cara. Era unos centímetros más alto que yo, a pesar de que yo midiera un metro y setenta centímetros. Sus ojos se conectaron con los míos y, de nuevo, sentí aquella corriente eléctrica recorriendo cada poro de mi piel, cada centímetro de mi cuerpo. Era como si estuviésemos conectados, hechos el uno para el otro. En el instante en el que sus dedos se posaron en mi mejilla, creí que me desmayaría allí mismo y que mis piernas de gelatina cederían—. Espero que tengas una noche agradable. Buenas noches, Amberly Tyson.
La manera en la que pronunció mi nombre envió un sinfín de escalofríos por toda mi columna vertebral. ¿Estaba sonriendo como una boba? Con toda probabilidad.
—Buenas noches, Christopher.
De la misma manera que la otra vez, tomó mi mano izquierda y le dio un suave beso en el dorso que provocó que mi corazón se acelerara tanto que parecía que estaba corriendo la maratón de mi vida cuando la realidad era otra muy distinta. ¡Dios santo! Ese hombre era perfecto.
Cuando llegué a casa, aún seguía sonriendo como una tonta y al mirarme en el espejo de la sala de estar comprobé que había un brillo especial en mis ojos. <<¿Qué me estás haciendo, Christopher?>>. Con esos pensamientos me encerré en mi dormitorio y no borré aquella sonrisita en lo que restaba de día.
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Nota de autora:
¡Feliz sábado, mis queridos lectores!
¡Sorpresa! Aquí tenéis un capítulo extra de No es un cuento de hadas. ¿Qué os ha parecido? Quiero dedicaros este capítulo a vosotros, lectores, por todo lo que tenemos que pasar por el coronavirus. Espero que estéis bien y que el confinamiento se os haga ameno.
Repasemos:
1. Conversación con Cath.
2. La visita sorpresa de Christopher.
3. La cita.
4. Amberly le confiesa a Christopher que Amanda es su hermana.
5. ¡Hay mucha química entre ambos!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes! Os quiero. Un beso enorme.
Mis redes:
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