
🎶Guerra de hormonas
—¡¿Una fiesta?!
—¿No les gusta la idea? —Clarissa los miraba expectante desde un extremo de la mesa.
—Por mí está bien. —Ernest levantó la mano—. Necesito acción en mi vida.
—No, Ernest, no pienses que será como esa clase de fiesta a la que vas con tus amigotes —lo corrigió ella—. Es más bien… una reunión, algo sencillo. Pensaba invitar a algunos de nuestros vecinos y a uno que otro allegado. Su padre no podrá venir por motivos de trabajo pero él me animó mucho con la idea.
—Me hubiese extrañado que él viniera hasta aquí solo para eso —dijo John sin disimular el tono ácido.
Amy parecía la más entusiasmada con la idea:
—Es como el baile al que van Elizabeth Bennet y sus hermanas, ¿no? cuando las presentan en sociedad.
—Sssí, más o menos, sí —la apoyó Clarissa—. Y ahí podrás conocer a nuestros vecinos, Amy.
—El único problema es que nuestro "Mister Darcy" … —Ernest apuntó a John con la barbilla— deja mucho que desear.
John arrancó una uva morada del frutero y se la arrojó a Ernest.
—¿Están de acuerdo con la idea? —reiteró Clarissa ignorando los jueguecitos.
—¡Sí! —respondieron Ernest y Amy al unísono.
John, en cambio, permaneció en silencio. Había algo sobre aquella fiesta que lo perturbaba.
—Entonces no se diga más —resolvió Clarissa—. Empezaré a hacer llamadas apenas terminemos de comer.
—Yo ya he terminado —anunció Amy— ¿Puedo retirarme? Es que no quiero dejar solos a mis Sims por mucho tiempo.
—¿Tus Sims? —Clarissa la miró perpleja.
—Sí, es un videojuego donde puedes crear personas y vivir sus vidas. Nos creé a nosotros cuatro.
—Y es obvio que ella tiene su favorito —le comentó Ernest a su madre—. Ha creado a JK mucho más guapo que yo.
—Solo está siendo fiel a la realidad —añadió John.
—Está bien, Amy, no tienes que pedir permiso, claro que puedes ir —aceptó Clarissa antes de que se iniciara otra rencilla.
En cuanto la muchacha abandonó el comedor, John aprovechó para decir lo que le daba vueltas en la cabeza.
—No creo que debamos hacer esa fiesta.
—¿Qué? ¿Por qué no? —cuestionó su madre.
—Porque todos ahí saben que soy John Kaz, el “cantante y bailarín”, y seguramente sacarán el tema y no quiero que Amy se entere.
—¡¿Aún no le has dicho quién eres, hijo?! —exclamó azorada.
—No. Y no quiero hacerlo. Al menos no todavía.
—Déjalo, madre —intercedió Ernest—. Él quiere vivir la doble vida de Hanna Montana.
Clarissa parpadeó con desconcierto:
—Pues… a lo mejor podríamos hablar con nuestros invitados, para que sean discretos, pero creo que lo mejor es que le cuentes la verdad lo antes posible, hijo. Ella parece confiar mucho en ti.
—Lo sé —masculló. Ciertamente se sentía como una basura al ocultarle esa parte tan importante de su vida.
—Espera, espera —Tomó la palabra Ernest con una sonrisa burlona—, ¿no será que tienes miedo a que se vuelva una DuneWalker y que su favorito de Los chicos del desierto sea otro y no tú?
Esta vez, fue la propia Clarissa quien soltó una carcajada por el comentario:
—Sí, en efecto —agregó ella—. Simon Jinx es como un príncipe encantador. No hay una sola chica que pueda resistírsele.
John miraba boquiabierto a uno y a otro sin dar crédito a lo que escuchaba.
—Y George Hopper es el mejor en el street dance, sin duda —siguió Ernest— Las chicas se vuelven locas cuando hace ese pasillo en el piso.
—¡¿Quieren parar los dos?! —reaccionó al fin John—. No, no tiene nada que ver con eso. Pero ¿saben qué? Hagan lo que quieran. A fin de cuentas ya habías tomado tu decisión antes de que yo aceptara ¿no, madre?
No se levantó de la mesa como la vez anterior, pero terminó su comida sin pronunciar un sonido.
Nunca le había pasado por la cabeza que a Amy le pudiera llegar a gustar otro integrante de la banda. Teniendo en cuenta que los otros seis chicos eran muy atractivos y talentosos, no sería raro que eso sucediera. Y tampoco debería de haber nada de malo en ello. Pero entonces, ¿por qué la idea le sabía tan mal?
***
La chica estaba tan concentrada en la pantalla de su ordenador que no percibió el momento en el que John entró a la sala de videojuegos.
—Amy —la llamó.
Dio un salto en su asiento y se levantó rápidamente al escuchar su nombre, tapando la pantalla con su cuerpo.
—¿Qué hacías? —quiso saber John.
—Jugando a los Sims —confesó ella descendiendo la mirada como si ocultara algo.
—¿Puedo ver mi Sim?
—¡No! Aún no. Es que... apenas estoy construyendo la casa.
El chico no se lo creyó, pero no quería hacerla sentir más incómoda con sus indagaciones.
—Te traje algo.
—¿A mí? ¿Qué es? —Recuperó la sonrisa.
—Es otro libro —le reveló, tendiéndole aquel tesoro de páginas llenas de post-it de distintos colores—. Esos marcadores de papel son para señalar mis momentos favoritos de la historia.
Ella tomó el libro delicadamente y lo hojeó con mucho cuidado, como si tuviera una parte del alma de John en sus manos. Hizo escala en algunos de los fragmentos marcados, hasta aterrizar en la colorida cubierta, donde un niño con unos anteojos redondos y una extraña cicatriz en la frente le daba la bienvenida a aquel nuevo paraíso literario: Harry Potter y la piedra filosofal.
—¿Es de amor? —indagó ella.
—No exactamente. Aunque la amistad es otra clase de amor, así que sí, la historia también tiene algo de amor.
—Lo leeré. Confío en tus gustos —aseguró, haciendo su usual gesto de llevarse el libro al pecho.
—Y una cosa más… —dijo John con un aire misterioso, haciendo una pausa de suspenso.
—¡¿Qué?! —preguntó impaciente.
John mostró lo que llevaba en la otra mano. Una tableta gris con audífonos.
—Ven. —La invitó a unirse a él en el sofá—. Esto reproduce música...
—John —lo interrumpió la muchacha con la ceja arqueada—, no vengo de otro universo. Sé lo que es un iPad. Nunca he tenido uno pero sí los he visto en las películas.
—Ah perdona. —John se sentió como un tonto—. El caso es que… aquí hay música instrumental de todo tipo: melodías épicas, tristes, románticas, alegres, todo lo que quieras. Toma. Es tuyo. Para que puedas ponerle tu propia banda sonora a las historias que lees, o escribes.
La muchacha se quedó sin habla por unos segundos, mirándolo con los ojos muy abiertos. A John le hizo gracia esa reacción.
—“Gracias, John. De nada, Amy” —imitó él.
Pero la chica no optó por las palabras, sino que se lanzó hacia adelante y rodeó al chico con los brazos, sin soltar el libro.
John se puso rígido al principio, pero poco a poco fue cediendo y rodeándola él también con sus brazos, reteniendo aún la tableta con los audífonos, hasta que dejó caer su rostro en la curva entre el cuello y el hombro de la muchacha. Su corazón a mil le avisaba que debía apartarla, que no estaba bien; pero la sensación era tan placentera que ignoró todas las advertencias.
“Abrazar. ¿Por qué se abrazaba a una persona?” “Porque la habías echado mucho de menos, porque querías darle apoyo, porque querías agradar a las fans, y a veces solo por mera formalidad”.
Cuando detuvieron su abrazo, sus rostros quedaron a solo unos centímetros el uno del otro. La chica lo miró a los ojos y luego descendió la vista hasta sus labios. Fue uno de esos instantes que duró una eternidad.
John tragó en seco.
“Rápido, tonto, piensa en algo”.
—¿Quieres… que leamos juntos?
Amy pestañeó volviendo a centrar la atención en sus ojos y apartándose un poco.
—Ah… sí, claro, me gustaría. —Aunque no disimulaba su decepción.
Pese a la atmósfera de tensión que se había generado entre ellos, consiguieron acomodarse en el sofá. John se colocó un audífono y le dio el otro a Amy, y comenzaron la lectura.
Ninguno de los dos leía en voz alta. Leían para sí, pero compartiendo las risas, los suspiros, y los enojos que les provocaban las acciones de los personajes.
El corazón de John se fue apaciguando, pero su mente no conseguía librarse de un pensamiento:
“Si no la hubiese interrumpido en ese momento, Amy lo habría ¿besado?” Y lo que lo torturaba aún más “Si ella lo hubiera besado, ¿él hubiese tenido las fuerzas para resistirse?”.
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