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Black Swan


“Resulta extraño que, cuando uno teme algo que va a ocurrir y quisiera que el tiempo pasara más despacio, el tiempo suele pasar más deprisa”. No era esa una de sus frases favoritas de Harry Potter, pero sí la que más describía el transcurso de su semana. En un pestañazo, había llegado el tan poco deseado día de la fiesta.

  John se sentía ridículo con aquel traje formal que su madre lo había obligado a usar. Las manos le sudaban y las mejillas le dolían de tanto sonreír y por la manía de su vecina Crystal de estirarle los mofletes como a un niño pequeño. No importaba cuánto hubiese crecido y madurado con el paso de los años; la gente siempre lo seguiría viendo como aquel diablillo que correteaba de un lado para otro y hacía travesuras. Para ellos siempre sería el mismo John con unos palmos más de estatura.

  Hizo un somero repaso por el salón recibidor. Su madre había invitado a algunos amigos y vecinos. Unos pasos más allá, John distinguió a los esposos Goldstein, que tenían una casa de campo a solo unas pocas millas de allí y en la que se instalaban durante los meses de invierno, huyendo del frío de Seattle. De pequeño, a John no le hacía gracia el señor Goldstein. Era demasiado huraño y malhumorado. A John le gustaba pretender que era como El vecino Infernal y se pasaba el día gastándole bromas al viejo, que le valían los reclamos constantes de Clarissa.

  Todos reían e intercambiaban experiencias y viejos recuerdos. Pero John no había podido contagiarse del ambiente de júbilo. Había algo que lo inquietaba y le producía una sensación de encogimiento en el estómago.

  Su madre había intentado atraerlo hasta el centro del salón para bailar, pero en su lugar, John había arrojado a Ernest al fuego. No tenía ánimos de bailar esa noche. Ya no recordaba la última vez que había tenido ganas de bailar.

“¡Haz la vuelta otra vez, John! ¡No estás nada concentrado! —el recuerdo de una voz áspera tocó la puerta de su memoria—. ¡Mal, mal, mal! Si lo haces mal tú, todo tu grupo fallará! ¡Repite ese paso como se debe! ¡¿Qué diantres te sucede hoy?! ¡Sonríe! ¡A las fans les gusta que sonrías!”

—¡Hola, chamaco!

  Una voz grave lo catapultó hasta el presente. Se giró para ver a Carlos que se acercaba a él con una copa en cada mano.

—¿Quieres? —Le ofreció el recipiente lleno de una bebida oscura.

—Sí, gracias.

  Era lo único que en estos momentos podía hacerlo sentir un poco mejor.

—Oye tú tranquilo, John —le dijo Carlos en un tono confidencial—. Regué por ahí que como estás de vacaciones no quieres ni oír hablar de tu faceta como artista. No tienes que preocuparte de que alguien te delate con tu dama.

—Gracias, Carlos. —Dejó escapar el aire contenido en un suspiro de alivio y puso a un lado la copa vacía.

—Hablando de la dama, ¿no es aquella jovencita de allá?

  John se giró bruscamente en la dirección que señalaba. Y la vio. Como un ángel en lo alto de la escalera.

  La vio de inmediato, porque era imposible fijar la vista en algo que no fuese ella.

  Después, más calmado, John la describiría con lujo de detalles: vestida con un traje de seda blanca vaporosa, tan delicado como ella misma; y con unas florecitas pálidas formando una tiara sobre su cabeza.

  Pero en ese instante no vio eso.

  Solo veía a la chica más linda que había conocido en toda su vida.

  Para escapar del hechizo, hincó otra vez las uñas en la palma de su mano. Pero el hechizo era cada vez más difícil de romper.

—Ahora que me acuerdo, chamaco, necesito hablar con tu hermano, para lo del arreglo de mi camioneta. Antes era tu padre el que me echaba una mano, pero creo que Ernest también lo puede hacer…

  La voz de Carlos sonaba cada vez más lejana. John no podía apartar sus ojos de Amy.

  Ella parecía buscar algo con la mirada y solo cuando sus ojos encontraron los de John, sonrió satisfecha. Descendió la escalera doble de manera elegante sin importarle ser el centro de atención y caminó con seguridad hacia él.

  Se detuvo solo cuando estuvo a unos pocos pasos y, como seguramente había visto hacer en las películas, se tomó ambos lados del vestido e hizo una reverencia. John, solo por verla sonreír, también hizo lo propio inclinando el torso.

—Estás… ese vestido está muy bonito. —Trató de sonar firme, pero le salió todo lo contrario.

  Ella hizo una mueca de decepción, como si hubiese buscado otro tipo de halago. Pero se recompuso cuando examinó a John de arriba a abajo.

—Me encanta como te queda ese traje. Y luces muy guapo con el cabello recogido.

John agradeció haber escuchado los consejos de su madre de sujetar parte de su cabello con una liga.

—Aunque —agregó ella con aire juguetón—, también me gusta cuando lo llevas rebelde. Te ves salvaje y tierno al mismo tiempo.

“¿Salvaje y tierno?” John nunca creyó que esa combinación fuera siquiera posible.

  Iba a hacer un comentario pero los acordes de una canción que le encantaba inundaron el ambiente: “To find you” de Sing Street. Y no supo exactamente qué renovada emoción lo llevó a proponerle:

—Me fascina esta música. ¿Quieres bailar?

—Sí. Pero, no sé cómo hacerlo —dudó ella.

—No importa. Yo te enseño —la animó, tomando su mano y atrayéndola hacia un lugar despejado de la sala.

  Comenzaron a moverse al compás de la música pero los movimientos eran torpes e inseguros.

—¿Lo ves? Soy un desastre en esto. No me sé los pasos —se quejó ella después de haberle dado un doloroso pisotón.

  El chico sonrió con ternura y se acercó a su oído para susurrarle:

—El secreto de bailar es olvidarse de los pasos. Solo déjate llevar, como cuando lees y te dejas arrastrar por la ficción.

  John no supo a ciencia cierta si también lo había dicho para convencerse a sí mismo.

  Ella asintió con una sonrisa. Entendía perfectamente lo que él le decía. Con más soltura, descansó una mano en el hombro de John y entrelazó la otra con la de él. John rodeó su estrecha cintura y emprendieron un suave balanceo como ambos habían visto hacer en las películas románticas de época.

  Llenándose de confianza, Amy dio una pirueta en el lugar sin soltar la mano de John y volvió a él con una sonrisa de triunfo.

  La música los hacía flotar por la habitación y olvidarse del resto del mundo. A John le recordaba la escena de Orgullo y Prejuicio cuando Elizabeth y Darcy sentían que bailaban solos en un gran salón aunque la habitación estuviese llena de gente. Miró a Amy, y por su expresión de regocijo, intuyó que tal vez ella pensaba lo mismo.

  Afianzó la mano de la muchacha para que ella pudiese dar tres giros más antes de caer de nuevo entre sus brazos.
Al principio lo hacía por ella, porque quería ver su felicidad. Pero luego se percató de que también lo hacía por él. Porque quería recuperar un sentimiento primitivo. Las notas cada vez más altas y los movimientos acelerados le devolvían un recuerdo emocional, pero al fin uno más agradable.

  Hacía exactamente un año que John no bailaba.

  Un ritmo aún más intenso que la música de fondo percutía en el interior del pecho de John. El chico se alarmó al principio, porque sus pasos no podían seguir aquel compás acelerado, pero poco a poco, pies y latidos fueron logrando una sintonía perfecta.

Sonrió cuando miró a Amy a los ojos, mientras el mundo a su alrededor daba vueltas y vueltas.

  La música penetraba en cada fibra de su ser. Hacía exactamente un año que John no bailaba, pero hacía muchísimo más tiempo que no lo hacía como ahora, sin someterse a una rígida y tiránica coreografía; solo perdiéndose entre los acordes de una melodía, como si sus pies ya no obedecieran otra orden que el dictado de su corazón.

  Sin siquiera planearlo, John retuvo a Amy por la cintura con ambas manos y la alzó en el aire cuando la música alcanzaba el solo de violines, para luego dejarla caer lentamente.

  “Todo un mundo puede suceder entre dos personas” algo así le había dicho Amy; y no entendía por qué en aquel momento había puesto en duda aquellas palabras, si galaxias enteras estaban ocurriendo solo en el interior de él.

  John llevaba a Amy con soltura por todo el salón al compás del último estribillo.

  Libre, sin ataduras, sin pasos ni giros ensayados. Un flashback de él frente un gran espejo, cubierto de sudor y feliz, dejándose llevar por una intensa melodía. Hacía mucho que había dejado de bailar como le gustaba, y había olvidado lo bien que se sentía hacerlo.

  La canción se fue apagando y los movimientos se fueron acompasando.
John jamás pensó que, en aquella fiesta a la que no quería asistir, usando el ridículo traje que su madre lo había obligado a llevar, y aferrándose a la cintura de la chica de la que no debía enamorarse, recuperaría una efímera ilusión de volver a bailar. 

—¡Bailé, John, bailé! —le decía Amy con un sentimiento que compartían aunque por distintos motivos.

  John no pudo responder con palabras porque lo único que su corazón desbocado le dictó en aquel momento fue abrazar a Amy.

“¿Por qué se abrazaba a una persona? A veces solo porque todo tu interior te gritaba que lo hicieras”

  Amy no pudo responderle al instante, porque la reacción del chico la había tomado desprevenida, pero estaban tan cerca el uno del otro, que John pudo recibir la genuina respuesta del corazón eufórico de ella.

—¡Hola, John!

  El sonido de una voz que no era la de Amy, hizo que el salón volviera a estar lleno de gente.

  John interrumpió el abrazo y se giró para encontrarse con una cara dolorosamente conocida.

—¡Olivia! —atinó a decir aún en medio del desconcierto.

—¿Qué pasa, bebé? —le cuestionó una despampanante y atractiva joven de cabello y ojos oscuros—. ¿Estás tan en la cima que ya ni te molestas en ver a los de abajo?

  John estaba tan descolocado que ni siquiera atinó a hacer las presentaciones entre las dos muchachas. La presencia de Olivia en aquella fiesta, por extraño que pareciera, lo alegraba y agobiaba al mismo tiempo, porque a pesar de los buenos momentos que habían compartido, recordaba lo desafortunado que había sido aquel último capítulo.

—No es eso, es que no esperaba verte aquí. —Se inclinó para intercambiar un amistoso saludo de beso en la mejilla.

—Clarissa me invitó —justificó ella con una sonrisa arrebatadora—. Vine a casa de mis padres por unos días y casi no podía creerlo cuando tu madre me dijo que también estabas aquí de vacaciones. —Trazando con la mano un camino desde el hombro hasta el pecho de John, agregó con un tono insinuante—. Hace casi un año que no nos vemos. Y no sabes cuánto te he echado de menos.

—Ahm… sí, yo también extraño nuestro grupo de amigos. No he hablado con ninguno desde hace tiempo.

  John intentó cambiar el hilo de la conversación, fingiendo no prestar atención a la mano de Olivia que recorría esta vez el camino inverso hasta su cuello. Lo confundía el hecho de que la chica se comportara tan abiertamente provocativa con él.

Olivia respondió con una ácida sonrisa.

—Ay bebé, me encanta que sigas siendo tan ingenuo.

Para mayor alarma de John, la muchacha se aferró a su cuello para acercarse y susurrarle al oído:

—Lo que realmente quería saber era… si me echaste de menos a mí.

  El cuerpo del John reaccionó instintivamente a la vibración de esa voz sobre su oído, pero dio un paso atrás con cuidado cuando percibió un suave deslizamiento de tela a su lado y el repiqueteo de unos tacones que se alejaban de él.

  Miró en aquella dirección a tiempo para ver cómo el vestido blanco de Amy desaparecía entre los invitados. La primera tentativa de John fue ir tras ella, pero la voz de Olivia hizo que volviera a centrar su atención en la muchacha que tenía frente a él.

—Supe que había una chica viviendo con ustedes. ¿Es en serio, John? Me extraña que hayas aceptado compartir techo con una chica, y mucho menos con una que acabas de conocer. Sencillamente no va contigo.

—Yo ya no vivo aquí, Olivia. Solo vine por unos meses y después me volveré a ir. La decisión de que ella se quedara aquí fue de mi madre.

—¡Ah ya! Eso tiene un poquito más de sentido. Ya me parecía muy raro que cambiaras tu modo de vida por algo tan simple como una persona.

  La última expresión la pronunció con cierto rencor contenido, aunque lo disimulaba muy bien con una deslumbrante sonrisa contorneada de labial rojo.

  Los fantasmas del pasado volvieron para robarse la felicidad de John.

—Lo siento, Olivia —dijo sinceramente—. Yo… no podía ser como tú querías que fuera…

—¡Oh, no, no, John! No vine aquí para revivir aquella “conversación” y tampoco para echarte nada en cara, tranquilo —negó con aparente desinterés—. Solo vine a divertirme y para saludar a un viejo amigo, porque si no es por la televisión y tik tok, se me olvida qué aspecto tienes.

  Ella ya no intentaba tocarlo, sino que se había cruzado de brazos como si quisiera formar una barrera que la protegiera de todo daño externo.
John no sabía qué decir. Trataba de buscar una palabra o frase adecuada; pero después de tanto cavilar, se dio cuenta de que nada de lo que dijera sería mejor en ese momento que el silencio.

—Por cierto, te veías muy contento bailando hace un momento. Hacía rato que no te veía así. Esa chica debe de tener un extraño superpoder para lograr hacer reír de manera sincera a “John Kaz” —agregó ella con un tono intencionado antes de darse media vuelta para alejarse de él.

  John volvió a estar solo en el medio de aquel salón. ¿Cómo se podía pasar en un segundo del mayor éxtasis al mayor desosiego? Después de aquella discusión hacía un año, John había intentado volver a hablar con Olivia. Había querido explicarle las cosas con mejores palabras que las que había usado aquella vez, embargado por el estrés y la depresión. Pero ella nunca contestó sus llamadas y, aunque le costara reconocerlo, él tampoco insistió lo suficiente.

  Tras la desintegración de su banda, y de la pérdida del contacto con sus viejos amigos de infancia, John terminó marchándose a Nueva York, lejos de todo, y de todos.

  Se arrepentía del modo en el que había actuado, pero no de su decisión. Tenía la oportunidad de sanar las viejas heridas con ella, pero, ¿a dónde los llevaría eso? Irremediablemente al abismo en el que habían caído la última vez.

  La espesa melena oscura tomó la forma en la mente de John de un cabello corto acariciado por rayos de sol, y los cautivadores ojos negros se diluyeron en un mar muy azul. Y mientras buscaba entre los invitados a la chica del vestido blanco, se preguntaba si no estaría cometiendo el mismo error de aquella vez.

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