Capítulo #8
(ALEX)
Nunca me hubiera imaginado que vendría a un lugar así sin compañía. Como tampoco me hubiera imaginado a mí en esta situación, llegando al punto de acosador. Cuando íbamos en el taxi me dediqué a observarla con disimulo a través del retrovisor. Tenía la mirada perdida en la ventana, y creí haberla visto llorar durante apenas unos segundos.
Al llegar al puente, tomé un poste eléctrico como muro de escondite. La contemplé desde lejos, en silencio. Y a la misma vez intentaba no rozar tan siquiera la madera repleta de cables, claramente eléctricos.
La chica se agachó y pasó sus dedos por el suelo, comenzando a llorar poco rato después. Me causaba algo de pena verla en aquel estado, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no guiarme por mi mente, pues esta me incitaba a ir a donde ella se encontraba.
La vibración de mi teléfono en el bolsillo hizo que me pegara un susto tremendo. Y fue este el que me hizo volver a la realidad luego de que mi cabeza comenzara a vagar entre tanto pensamiento. Revisé el teléfono y todo se trataba de un mensaje de mi hermano.
Kevin: Ya llegué, ¡¿dónde estás?!
Era gracioso que luego de haberlo esperado durante tanto tiempo se decidiera a dar noticias a estas horas.
Volví la mirada hacia la chica y me percaté de que había dejado la cartera en el suelo y se encontraba apoyada en la barandilla del puente, mirando hacia abajo.
«¡¿Acaso pretende suicidarse?!».
Y sin siquiera pensarlo, salí corriendo como un loco a por ella.
—No lo hagas, no cometas esa locura —le grité colocándome a sus espaldas, pero manteniendo a la misma vez la distancia.
Ella me observó pasmada durante unos segundos, hasta que por fin se decidió a alejarse de la barandilla, dando unos pasos hacia mí.
—¿Que no haga qué? —me preguntó confundida mientras me inspeccionaba de arriba a abajo.
Podía sentir la incomodidad que les provocaba su mirada profunda a mis huesos, los cuales se tensaban un poco más a cada milisegundo.
—Emmm... ponerle fin a tu vida, no debes hacerlo —tartamudeé.
La chica arqueó la ceja, observó la barandilla y luego me volvió a mirar.
—¿Y quién dijo que yo lo fuese a hacer? —me preguntó en un tono muy serio.
«La he cagado a lo grande».
—Lo siento. Te vi ahí y me temo que malinterpreté la situación.
—Solo se me cayó algo hacia la carretera, en ningún momento pensé en lanzarme.
—Ya veo… Solo que la idea se me pasó por la mente y no pude detenerme —le dije, ardiendo en la vergüenza.
—¿Es idea mía o ya nos habíamos visto antes? —me preguntó meditabunda.
—Sí, hace tan solo un rato, íbamos en el mismo taxi.
—¿En el mismo taxi? —repitió después de mí—. ¿Y tú no eras el del parque?
—Sí, ese también era yo.
—¡¿Acaso me estás siguiendo?! —bramó poniéndose a la defensiva.
—¿Qué? ¡No! Bueno, no te sigo como piensas —intenté explicarme, pero solo podía pensar en el papel tan estúpido que estaba haciendo.
—¿Pretendes violarme? ¿O golpearme hasta cansarte? Si es así, ¡aprovechas y me matas de una vez! —gritó descontrolada.
Me quedé petrificado al escucharla. El dolor con que había pronunciado cada una de aquellas palabras era más que evidente. Sus ojos eran la máxima prueba de cuánto había llorado ¿Cómo podía creer que yo quisiera hacerle daño? ¿Era esa la imagen que tenía de mí?
«La sudadera cubre mis tatuajes, y hace ya mucho que me deshice de los piercings. ¿A simple vista parezco un violador?».
—Créeme que sería incapaz de hacerte algo así —le dije.
Me miró a los ojos con rastros de inseguridad y luego suspiró, bajando la vista al suelo.
—Entonces, ¿qué haces aquí?
—No estoy muy seguro, te vi pasar corriendo a mi lado y no pude evitar seguirte hasta acá.
—Te das cuenta de lo absurda que suena tu historia, ¿verdad?
—Un poco —confesé.
—Preferiría estar sola en estos momentos. —Su voz era cortante y fría.
—¿Por qué piensas que quiero hacerte daño? ¿Parezco tan malo? —le pregunté arqueando una ceja. Una vez más me miró de arriba a abajo.
—No, no tiene nada que ver contigo.
Su rostro era puro dolor, y yo moría por saber qué se escondía detrás de tanta tristeza.
—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?
—¿Tú? En nada. Ni tú ni nadie. Estoy destrozada, y así me quedaré. Quizá sí sea buena idea lo de lanzarme del puente.
El corazón me dio un vuelco al escucharla.
«¿Qué pudo haber pasado para que una chica como ella se piense la idea de acabar con su vida?».
—No lo digas ni jugando —bufé con un poco de nervio.
—Se nota que no tienes ni idea de por lo que estoy pasando —murmuró débilmente.
Sin tener ni idea de qué más decir, me dediqué a observar el cielo durante algunos instantes. Eran poco más de las cuatro de la tarde y todo comenzaba a nublarse; se notaba que ya estábamos en mayo. Cuando observé nuevamente a la chica, distinguí una lágrima caer por su mejilla. Su nariz estaba enrojecida y sus ojos aún más marchitos que antes. Dolía tan solo el hecho de verla en aquel estado.
Y una vez más, mi cerebro dejó de funcionar debido a ella, mis neuronas decidieron irse de vacaciones a Hawái y me dejaron aquí, solo, con mi estúpido corazón que no podría tomar decisiones más imprudentes.
Antes de poderlo evitar, ya la estaba abrazando, tan fuerte como nunca había abrazado a nadie en toda mi vida. Como si de la fuerza con que lo hiciera dependiera la rapidez en la que ella mejoraría. La sentí tensa entre mis brazos, quería que se librara de todo, pero simplemente había dejado de llorar.
—Sé que no nos conocemos, pero olvídate de todo eso. Llora cuanto necesites llorar. Yo me quedaré aquí junto a ti —susurré lo más suave que pude.
Vaciló durante algunos segundos, hasta que finalmente se dejó caer sobre mí. Colocó sus manos en mis hombros, apoyó su cabeza en mi pecho y comenzó a llorar como una niña pequeña. Cada vez se hacía más fuerte el llanto, luego vinieron los gritos, y yo desmoronándome con cada uno de ellos.
***
(LARA)
¿Quién diría que la chica que siempre había odiado que la vieran llorar, estaría muerta en llanto frente a un total desconocido? Es en esos momentos en los que estamos tan horriblemente rotos que olvidamos todo lo insignificante a lo que un día le dimos tanta importancia. ¿De qué te vale mantener todo ese orgullo que te envuelve? A mis ojos todo se volvía mucho más claro ahora. Callando lo que sientes, siempre correrás el riesgo de que se te agote el tiempo antes de que puedas, siquiera pensarlo. Todo se esfuma como por arte de magia. Y te quedas jodidamente sola, con toda esa mierda por dentro, ahogándote con cada respiro.
Miley se había ido. Mi mejor amiga había muerto y yo solo podía verla en mis recuerdos y escuchar su voz repetirse en mi cabeza. ¿Qué más daba si lloraba frente a él? Si en definitivas, me esperaba todo un futuro de lágrimas.
Este lugar albergaba más recuerdos de los que un día había podido notar. Ella parecía estar a mi lado, sonriendo a carcajadas como una demente, moviendo su pelo continuamente e intentando abrazarme por la fuerza a cada hora. Mi pecho dolía demasiado y su ausencia era despiadadamente aterradora. «¿Cómo podré continuar? Es imposible. Y tampoco lo quiero hacer, no sin ella».
Esta vez lo que me hizo regresar a la realidad fue el perfume del chico al que abrazaba. Lo había inhalado durante un largo rato y ya mis pulmones se encontraban algo ahogados. Me comencé a separar lentamente de aquel desconocido y me fijé en sus ojos café. Él me observaba de tal forma que me era imposible explicarla.
—Gracias —musité.
—¿Eh? ¿Por qué? —preguntó.
—Por el abrazo, por el silencio, por todo.
—¿Te sientes mejor? —Parecía preocupado por mí.
—No creo que esto sea un “mejor” del todo, pero te responderé que sí.
Miré a mi alrededor y noté lo oscuro que se había vuelto el tiempo. Recogí mi bolso del suelo y comencé a buscar mi celular, mientras sentía cómo el chico me observaba callado. Finalmente lo encontré, pero como aquel día la suerte conspiraba en mi contra, en la pantalla me indicó la falta de batería y no tardó ni cinco segundos en apagarse.
El poco dinero que traía conmigo lo había gastado en el taxi y solo me quedaba llamar a Max para que fuera a buscarme, y ahora el celular se había quedado sin batería. «Genial».
—¿Pasa algo? —me preguntó el chico.
—Se me quedó sin batería —le dije enseñándole la pantalla del celular.
—¿Y necesitas llamar o algo?
—Sí, necesito llamar a mi hermano para que me venga a buscar porque me quedé sin dinero.
—Te pago el taxi si me dejas acompañarte a tu casa.
—¿No podrías mejor prestarme tu celular para llamarlo un minuto? —le pregunté.
—¿Me permites acompañarte a tu casa? —Parecía haberle hecho caso nulo a mi pregunta.
—Ok —respondí con un suspiro. Necesitaba salir de aquel puente cuanto antes y no tenía energías para discutir sobre algo tan insignificante.
—Perfecto —me dijo con una sonrisa en el rostro. Fue en ese momento cuando noté lo guapo que era.
***
Durante todo el trayecto en el taxi ambos nos mantuvimos en silencio. El conductor estacionó en la misma entrada de mi edificio y el chico se bajó junto a mí.
—Ya, es aquí. Muchas gracias —le dije, intentando quitarle tensión al ambiente.
—¿Podrías darme tu teléfono?
—¿Para qué? —le pregunté.
Y una vez más, ignorando mis palabras, me ofreció su celular para que anotara mi número.
—Por favor —me dijo sonriendo—. ¿Realmente me obligarás a darte una respuesta filosófica que explique el porqué de que una persona desee saber de la otra?
Meneé la cabeza suspirando y tomé su celular de un tirón. Apunté mi número y se lo devolví rápidamente,
—¿Feliz ahora? —pregunté.
—¿Tu nombre?
—Lara —respondí.
Observé cómo agregó mi contacto y guardó el celular en su bolsillo.
—Mi nombre es Alex, mucho gusto —me dijo.
Antes de poderle decir algo más, escuché el grito de mamá desde el balcón, pidiéndome que subiera.
—Me debo ir.
—Sí, ya veo. Después hablamos. Espero que las cosas mejoren.
Y sin más, dio media vuelta y se marchó.
«¿Después hablamos? ¿Me llamará? ¿Por qué lo tendría que hacer?». Al menos ya no era el chico desconocido, ahora era Alex.
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