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Capítulo #7

(De vuelta al presente).

(ALEX)

Tan solo habían transcurrido doce horas y ya me encontraba caminando hacia el hospital nuevamente. «Dentro de poco será preferible que me quede a vivir en algún salón deshabilitado de esos». Cada vez que entraba me saludaba alguien diferente: el portero, la secretaria, los doctores, hasta el conserje, ¡ya era demasiado!

Era la una de la tarde y apenas había dormido, acababa de comerme un sándwich como almuerzo. Llevaba mis auriculares a todo volumen, como siempre. La secretaria de Kevin me recibió con una enorme sonrisa, y según mi memoria, hoy no era mi cumpleaños, por lo que me pareció demasiado raro su comportamiento, dado que siempre llevaba muy mala cara.

«Los milagros existen, Alex», me dije a mí mismo.

La señora me explicó que mi hermano había tenido que ir a una reunión de última hora, y que lo esperara porque me tenía que decir algo realmente importante. Me aconsejó que diera una vuelta por el hospital para que matara el aburrimiento, lo que me dio un poco de gracia al principio. «¿Qué podría hacer en un hospital para entretenerme? ¿Tomarme Selfies X?, es decir, con los Rayos X...». No pude evitar sonreír por mi propio chiste mental. Pero luego me lo pensé mejor y ya que no había ninguna otra opción, decidí ponerme en marcha. No se me ocurría nada más que una buena excursión por el hospital.

Después de caminar por unos cuantos pasillos me di cuenta de lo grande que era el centro. Las puertas parecían ser interminables, todo lo contrario a mi paciencia, que parecía agotarse cada vez más. Pero cuando iba de regreso a la oficina de mi hermano, algo me hizo detenerme de golpe. Era ella.

Estaba sentada con la cabeza un poco baja, y un muchacho, agachado en frente de ella, le acariciaba la mejilla y la observaba fijamente. Lo primero que me vino a la mente fue que él era su novio. «Y si lo es, ¿qué te importa?», me recriminó mi voz interior.

Las cosas no parecían ir bien con ella, se veía rota. Apenas se movía, era como si estuviera en un estado de shock. Un doctor, que ya había visto algunas veces conversar con mi hermano, se encontraba junto a ellos manteniendo una expresión sentimental. Me quedó claro al instante que les estaba dando una mala noticia.

A pesar de tener los auriculares enganchados, podía notar lo fuerte que había comenzado a gritar una señora que ahí se encontraba. Todos los rostros se llenaron de lágrimas, excepto el de aquella chica que lucía tan destrozada.

Aproximadamente un minuto después fue que reaccionó. Se puso de pie y se echó a correr hacia mi dirección. Me quedé helado al verla pasar a mi lado. Miré hacia atrás y la observé tropezar con todo el que se encontraba a su paso.

Mi cerebro no llegaba a analizar mis movimientos, cuando por fin me di cuenta de lo que me encontraba haciendo, ya era demasiado tarde. Estaba sentado junto a ella en un taxi rumbo a destino desconocido.
                                                              
                                    ***

(LARA)

Por fin había logrado salir de aquel estúpido hospital, al que no pensaba regresar nunca más. No tenía idea de qué hacer en ese momento, no sabía a dónde ir. Todo el cuerpo se me debilitaba y el corazón me alertaba a cada segundo que se estaba quebrando. Sentía la necesidad de tenerla cerca, de hablarle, de verla. Quería abrazarla y nunca soltarla.

A la mente me vino la imagen del lugar perfecto para ir. Quizás allí las cosas fueran distintas, quizá su presencia permaneciera en el aire. Hacía tan poco que la había escuchado hablar y ya lo sentía como toda una eternidad. Y era al futuro al que le temía, a lo que pasaría a partir de entonces. Yo no sería nada sin ella.

Una lágrima recorría mi mejilla y la detuve rápidamente. No podía llorar más, no ahí.

Me acerqué a la carretera y por suerte conseguí un taxi al momento.

—Por favor, acércame lo más que puedas al puente Norris —le dije al conductor.

Esperé a que arrancara cuanto antes, pero no lo hacía. Pronto, la puerta del copiloto se abrió y entró un chico al que no le llegué a ver la cara. Después de esto, el coche finalmente comenzó a avanzar y me sentí un poco más tranquila de saber que cada vez faltaba menos para llegar.

Un rato después, mis pies ascendían por las escaleras que se encontraban en un extremo del viejo, silencioso e inhabilitado puente. El viaje en taxi se me había hecho eterno, aunque podría asegurar que no duró más de veinte minutos. Todavía no había llegado al sitio exacto y ya me invadían los recuerdos de aquel día: Miley con una botella de Jack Daniel's en la mano, la cual tuve que robar de la colección de mi papá. Ese día su padre había fallecido.

Por todo el cuerpo me recorrió una sensación de escalofríos cuando llegué al lugar que quería, al mismo donde estuvimos esa noche. Por ahí, desde hacía mucho tiempo que no pasaba casi nadie, por lo que todo se mantenía igual.

Me agaché y repasé con la vista todo el suelo. No tardé mucho en encontrar las palabras escritas por Miley, un poco borrosas ya. Con el dedo índice comencé a seguir las letras y sentí como si me transportara tres años atrás...

Flashback #1

Parece un locura que estemos sentadas a esta hora de la madrugada en un lugar así, solo alumbradas por la luz de nuestros celulares. En otro momento no se me hubiera ocurrido venir a un sitio como este, pero sentí que era justo esto lo que ella necesitaba. Ahora solo estamos las dos y esa botella de alcohol que seguramente me causará muchos problemas con papá. Ya Miley ha tomado unos diez tragos, y a pesar de la mueca que hace luego de llevarse la bebida a la boca, sigue con la idea de acabársela. Yo no pienso tomar, sé cómo ella se pone cuando bebe, y debo estar cuerda para acompañarla a su casa.

—¿No vas a beber? —me pregunta, sacándome de mis pensamientos. Niego con la cabeza.

—¿Ni hoy que me siento tan mal?

—Menos aún hoy —aseguro.

Me observa durante algunos segundos, hasta que toma la botella y se da otro buche.

—Como quieras —responde con evidente descontento. Nos mantenemos en silencio durante un rato y cuando menos me lo espero vuelve a hablar—. Creo que voy a morir.

Escuchar sus palabras es lo más parecido a una punzada de angustia en el pecho, no tengo idea de qué decir ni de qué hacer para que se sienta mejor, no sé de qué forma la puedo ayudar, y eso me jode.

—Quizás yo también necesite tomar —musito.

Agarro la botella y me echo tanta bebida en la boca que me cuesta muchísimo tragar, y la sensación de fuego en la garganta es espantosa.
Cuando ruedo la vista hacia Miley me percato de que me observa con expresión de sorpresa, y sus labios se curvean durante apenas unos segundos.

Me gustaría poder decirle tantas cosas, pero mi forma de ser me lo impide, las palabras no me salen y me da impotencia. Por más que me esfuerce, por más que lo quiera, me es imposible.

—Estoy... aquí —logro decir con un esfuerzo enorme.

Ella me mira y baja la vista al suelo.

—Pero él no —me dice en un tono áspero.

En otra situación me molestaría la idea de que me pase a un segundo plano, pero ahora solo me dan ganas de llorar, porque tiene la razón, él no está y nadie puede regresarlo. Y sin saber qué otra cosa hacer, de la nada se me ocurre una idea. Y puede que sea algo infantil, pero la ayudará a liberarse un poco del dolor que lleva por dentro.

—¿Por qué no escribes todo lo que le quieres decir a tu papá? —le digo mientras saco un marcador negro que siempre llevo en mi bolso.

Miley me observa desorientada, arqueando una ceja.

—No hay papel.

—¿Y quién dijo que para escribir necesitas hacerlo obligatoriamente en un papel? —le pregunto. En su rostro se nota cómo su desconcierto ha aumentado al escucharme—. Este sería un perfecto lugar —le digo, señalando al suelo.

Se lo piensa durante unos minutos hasta que por fin toma el marcador y comienza a escribir. Siento cómo cada palabra que escribe le duele un poco más, no transcurre mucho tiempo y comienza a llorar. A partir de ese momento, no es la tinta la única que deja su huella, pues las lágrimas la acompañan.

Luego de terminar, sigue bebiendo hasta quedar completamente borracha, y así las horas transcurren, de modo que nos pasamos toda la noche en ese puente solitario, hablando sobre infinitas cosas y riéndonos por tonterías.

No recuerdo el momento exacto en el que nos dormimos, pero el resplandor del sol y el dolor en el cuerpo me despiertan. Miley continúa durmiendo, por lo que aprovecho el momento para leer lo que que escribió anoche. Al observar el enorme letrero, se me inundan los ojos de lágrimas.

¡Hola papá!

Espero que estés muy feliz en estos momentos, en un lugar lleno de paz y amor. Te debo jurar que ahora mismo no sé qué hacer con mi vida, me he quedado sin rumbo, sin fuerzas. Te confieso que fue a mí a quien se le cayó al suelo tu reloj favorito la semana pasada... aunque tal vez en donde estás lo puedes ver todo, de todas formas, lo siento, fue sin querer. Te había comprado uno nuevo, pretendía regalártelo el día de los padres, pero mira, ahora no sé qué hacer con él. Debes pensar que estoy haciendo mal al emborracharme de esta manera, por eso también lo siento, papá, pero es que de verdad lo necesito hoy. Seguiré mis sueños como siempre quisiste, estarás muy orgulloso de tu hija. Algún día estaré nuevamente junto a ti, allá en el cielo. Te quiero mucho y siempre te querré, ¡porque eres el mejor papá del mundo!

Al terminar de leer me seco las lágrimas y observo a Miley, sigue durmiendo profundamente. Reviso mi celular y tengo ocho SMS y veinte llamadas, ya me voy imaginando lo que nos espera al llegar a casa. Las urgencias de Miley suelen terminar así.
                                                                
                               ***

Cuando regresé al presente, me encontraba entre un llanto desenfrenado; y una vez más este letrero era acompañado por lágrimas.

Aquella noche habíamos decidido regresar cada año para que Miley le pasara marcador a las letras y así nunca se llegarían a borrar. Pero ahora, ¿quién lo haría?

Con el pasar del tiempo se habían hecho más frecuentes las visitas a este puente, lo habíamos hecho nuestro. Aunque, hacía unos meses no veníamos por los exámenes y los problemas que se nos iban presentando. Ya apenas se veían las palabras en el suelo, y me causó un horrible miedo el solo hecho de imaginarme que desaparecieran y perdiera uno de los recuerdos más valiosos que tenía de ella. Me decidí entonces a mantenerlo por mí misma.

Después de una extensa búsqueda en mi bolso, encontré por fin el marcador. Pero justo cuando me dispuse a abrirlo, se me resbaló de las manos, cayendo hacia la enorme carretera que se encontrba debajo del puente. «Pues es cierto eso de que el peor día de tu vida nunca tendrá un límite».

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