Capítulo #5
La cabeza me daba vueltas. La hermana de Miley seguía hablando, pero yo no lograba entender nada, no reaccionaba, y ni siquiera conseguía moverme. Mamá me quitó el teléfono de la mano y continuó hablando ella, mientras yo seguía en el mismo lugar. De pronto un mareo me nubló la vista, y sin fuerzas para mantenerme de pie, me debilité. Por suerte apareció papá a mi lado y me sostuvo antes de caer; descansé entre sus brazos durante unos pocos minutos
—¿Crees que puedas mantenerte en pie? —me preguntó preocupado.
Respiré hondo y poco a poco me fui separando de él mientras me observaba detenidamente.
—Sí —respondí—. No puedo esperar, tengo que ir a donde está.
—Hija, espera un momento para cambiarme de ropa y te llevo —me dijo mamá.
—Debo verla ahora.
—¿Qué pasa? —preguntó Max acercándose a nosotros. Había acabado de llegar a la casa y nos observaba con preocupación.
Sin poder aguatarme más, comencé a caminar hacia la puerta. Antes de salir, escuché a mi papá pedirme que esperara solo un momento, pero yo sabía que no soportaría un minuto más sin hacer nada. Una vez fuera de la casa, me di cuenta de que no tenía idea de a dónde ir, había salido sin más y no conocía la dirección. Pero cuando menos me lo esperaba, mi hermano apareció detrás de mí; me di la vuelta y lo miré a los ojos.
—Vamos —me dijo tras comenzar a caminar.
***
Estábamos afuera del hospital cuando sentí una presión insoportable en el pecho y todo el cuerpo me comenzó a temblar. Tenía miedo, tanto miedo de lo que podría escuchar, de lo que podría pasar; pero la necesitaba ver, necesitaba soltar el “te quiero” que tenía atorado en la garganta y luego el “lo siento” que se repetía en mi cabeza.
Después de unos cinco minutos recorriendo el hospital, guiados por los carteles informativos, finalmente encontramos a la familia de Miley en un pasillo. Me dirigí a ellos con el miedo que nunca había sentido en toda mi vida. Rebeca, la madre de Miley, estaba abrazada a su esposo, llorando con tanta fuerza, que de solo verla me invadía una tristeza enorme. Sin embargo, a la hermana mayor de Miley no se le escuchaba llorar, ahora entendía por qué había sido ella la que me había llamado; estaba sentada, con las manos cubriéndole el rostro.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté. Le temía demasiado a la respuesta, no lograba aún procesar lo poco que había oído por teléfono.
Al escuchar mi voz, las tres miradas se dirigieron a mí. Rebeca aún lloraba, creo que incluso más fuerte que antes. Y fue entonces cuando vi la cara de Sara, la hermana de Miley; tenía los ojos hinchados y rojos, como si hubiera estado llorando durante horas.
—Atravesó el bosque sola... —comenzó a decir Sara. Noté el esfuerzo que hacía para continuar hablando—. Y unos hijos de puta la… —hizo una pausa. Parecía que comenzaría a llorar en ese mismo instante, pero se contuvo y continuó—. La violaron, la golpearon hasta dejarla inconsciente.
Escucharlo una vez más hizo que se triplicara mi dolor en el pecho. No sabía qué decir ni qué hacer. Apreté los puños con toda la fuerza que tenía, sintiendo cómo las uñas se clavaban en las palmas de mis manos. Mis ojos amenazaban con derramar lágrimas.
En ese momento se acercó un doctor a nosotros, y su rostro solo me hizo pensar en lo peor. Todos lo observamos con atención, Rebeca se puso de pie rápidamente, estacionándosele enfrente, implorándole que le dijera algo de su hija; después de unos segundos en silencio, él comenzó a hablar.
—Miley terminó con graves daños debido a la violación. —La furia se reproducía en mi interior con cada palabra—. Todo parece indicar que se resistió cuanto pudo al abuso, y puede que por esto se aumentara el forcejeo y los golpes se hicieran más fuertes. Ahora mismo nos preocupa principalmente el de la cabeza, que le hizo sangrar demasiado y fue producida por la caída estrepitosa. Seguiremos examinándola, pero necesito serles sincero... La situación es complicada.
El doctor nomás terminó de hablar y se marchó por la misma puerta por la que había entrado. Los gritos desconsolados de Rebeca causaron todo un revuelo en mi interior. Su esposo, el padrastro de Miley, la abrazaba y ella golpeaba su pecho con agonía. A él se le notaba en el rostro el dolor, pero conociéndolo como lo conocía, sabía que era uno de estos hombres que no acostumbran a mostrar signos de debilidad. Sara, por su parte, sin soportarlo más, explotó. Seguía ocultando su cara con las manos, pero sus sollozos la delataron. Y yo seguía ahí, aún sin entender nada de lo que sucedía, sin aceptarlo.
Las palabras del doctor se repetían en mi cabeza, torturándome cada vez más. Por un momento pensé en todo lo que debía enfrentar ese hombre a diario en su trabajo, en lo mal que se debía sentir el hecho de tenerle que dar noticias como estas a las familias y observar cómo se desmoronan en segundos.
Sin pronunciar palabra alguna, salí corriendo del lugar y hasta que no estuve fuera de aquel hospital, no me detuve.
Busqué con la vista algún sitio para sentarme, y encontré un pequeño parquecito con dos columpios, un subibaja y un tobogán. No se observaba ni a una sola persona allí, algo evidente debido a la hora. Y sin pensármelo mucho, decidí aprovechar la soledad que me brindaba y adentrarme en medio de la oscuridad.
***
(ALEX)
Estaba terminando un cuadro cuando Kevin me marcó. Para mí no era ninguna sorpresa su llamada en medio de la madrugada, puesto que no era la primera vez que lo hacía. Esa noche se le había presentado una operación a última hora y había decidido quedarse en el hospital hasta el otro día. Mis deseos de salir de la casa eran minúsculos, pero me obligué a sacar el culo de la silla. Su boda sería muy pronto y por más rencor que le guardara a mi hermano, prefería seguirle la rima durante estos días. Aunque para eso tuviera que soportar sus largas charlas de convencimiento en el intento de hacerme cambiar de idea sobre nuestro padre y aceptar una cena junto a él.
Los últimos días habían sido algo estresantes, tenía mucho en qué pensar y decisiones que tomar. Esto me obligó a volver a los cigarrillos como método de relajación. Antes de salir de casa guardé una caja en mi bolsillo y a duras penas logré contener los deseos de encender alguno en la calle.
Como de costumbre, antes de entrar al hospital en busca de Kevin, decidí sentarme unos minutos en el parque de al lado para inundarme de nicotina y librarme un poco del estrés que daba vueltas en mi cabeza.
La bombilla colocada a un lado del enorme abeto que resaltaba entre los demás árboles permanecía parpadeando una noche más. «Quizá deba decírselo a mi hermano para que le pida a alguien cambiarla».
Mientras caminaba por el minúsculo sendero creado con recortes de ladrillos, busqué la caja de cigarrillos y el encendedor. Con un movimiento rápido encendí uno y me lo coloqué en los labios, sintiéndome por fin un poco más tranquilo luego de aspirar con fuerza.
Los búhos emitían su característico sonido desde los árboles; comenzaba a gustarme demasiado el poder escucharlos. Siempre me habían fascinado aquellos animales emplumados, incluso los había tomado como inspiración para dibujar un par de veces, realmente eran impresionantes; aunque, no tanto como la imagen que mis ojos captaron luego de dirigir mi vista hacia uno de los bancos de aquel parque. En medio de la oscuridad, una chica estaba sentada solitaria observando con atención su teléfono.
«¿Qué diablos hace ella sola aquí a estas horas? ¿Acaso está loca?».
Para mi mala suerte, pisé sin querer una rama vieja que se encontraba tirada en el suelo, haciéndola quebrarse con mi peso y provocando un ruido, que, dadas las circunstancias del momento, robó toda la atención de la chica, obligándola a observarme estupefacta.
—¿Qué haces? —me preguntó poniéndose de pie.
Maldije para mis adentros y me acerqué a donde estaba para que me pudiera ver con algo más de claridad, si es que eso era posible en aquel parque.
—Lo siento, no pretendía asustarte. Solo vine porque aquí acostumbro a fumar y me sorprendió ver a alguien a estas horas en un lugar así, y más a alguien como tú.
Parecía encontrarse un poco asustada, quizá demasiado. Se sobresaltaba con cada pequeño movimiento que yo realizaba con las manos, como si me temiera. Y la entendía, en ocasiones endurecía el rostro de una forma espeluznante.
—Entonces creo que debería marcharme, seguramente deseas fumar a solas.
—No te preocupes —le dije en un tono suave—. Ya casi termino mi cigarrillo, no tengo problema alguno con que estés aquí. Si viniste a un sitio así a estas horas de la noche, debe ser porque realmente lo necesitas, y no deseo impedírtelo. Siéntate.
Noté su desconfianza al escucharme, pero para mi sorpresa, tomó asiento nuevamente.
—No creo que sea justo… —musitó—. Este es tu lugar, nadie debería arrebatártelo.
—Bueno, ni aunque tuviera todo el dinero del mundo compraría este parque. Aunque si tuviera la posibilidad, me llevaría aquel abeto —Señalé el frondoso árbol que tanto me gustaba—. Y todos y cada uno de los búhos que aquí habitan. Pero bueno, el caso es que este parque no es de mi propiedad, puedes relajarte.
—No puede ser… —volvió a murmurar, esta vez más bajo. Algo me decía que no se estaba dirigiendo a mí, sino que se hablaba a sí misma.
Aspiré el humo una última vez antes de lanzar la colilla al suelo y pisotearla con mi zapato. Observé detenidamente a la chica y no tuve idea de qué decir, se veía rota y débil, como un cachorro sin dueño que te encuentras en la calle.
—¿Vienes del hospital? —le pregunté finalmente.
Colocó las manos en su rostro y asintió con la cabeza.
—Me pregunto si realmente es necesario que tengamos que pasar por tanto. ¿Para aprender? ¿No es esta una ridícula justificación? Solo el vivir se hace demasiado agotador en ocasiones, para que además tengamos que soportar cada vez que a la vida se le dé la gana de venirnos a joder.
—Ya somos dos que nos hacemos la misma pregunta —confesé.
—¿Te quedarás ahí de pie todo el rato? —me preguntó sin mirarme.
No creía que fuera inteligente contarle que el banco donde solía sentarme siempre, era el mismo que ella estaba ocupando, y preferí no sentarme a su lado, ya que sentía que era una persona que me imponía más de lo normal. Terminé tomando asiento en el banco de al frente, intentando no mirarla demasiado.
Era increíblemente preciosa, aun cuando sus ojos estaban tristemente marchitos. Su cuerpo era de consistencia delgada, su cabello era oscuro y no parecía ser mayor que yo. No me di cuenta hasta que noté sus ojos comenzar a cristalizarse de lo mucho que me angustiaba verla en aquel estado. A kilómetros de distancia se percibía su inocencia y bondad, y eso era algo que hacía mucho tiempo no veía en una persona.
—¿Deseas soltar un poco de mierda? Estaría completamente abierto a escucharte si lo necesitas.
Me observó arqueando una ceja y me percaté de que aún desconfiaba de mí. «¿Qué debería hacer para que me deje de ver como un peligro?».
Antes de poder pensar en una solución a aquel problema, mi teléfono comenzó a sonar, era Kevin. Le colgué la llamada y no tardó en enviarme un mensaje.
Kevin: ¡¿Se puede saber dónde estás?!
«¡Diablos! ¡Como Kevin jode!», protesté por lo bajo.
Y cinco segundos después: otro mensaje.
Kevin: Apúrateeeee daleeeee daleeeee.
Muchas veces tenía que recordarme a mí mismo que él era mi hermano mayor. Eran diez años de diferencia y él seguía con la misma personalidad infantil de siempre. Puse mi teléfono en vibrador y no tardó en aparecer en la pantalla un mensaje nuevo, esta vez no me tomé ni el trabajo de leerlo.
—Si necesitas irte lo puedes hacer, estaré bien —me dijo la chica.
—No creo que…
—No te preocupes por mí —me interrumpió secamente.
Lo que menos deseaba en ese momento era marcharme, sentía que ella necesitaba de alguien, pero no estaba seguro de que ese alguien fuera yo. Seguramente había ido a ese lugar en busca de paz y soledad, y yo solo se lo estaba haciendo más difícil. ¿Acaso estaba siendo yo egoísta? Si los dos caminos a elegir eran basados en su bienestar, no creo que el egoísmo encajara aquí.
Finalmente me puse de pie y busqué las palabras para despedirme, seguramente no la vería nunca más, y el saberlo me chasqueaba un poco.
—Sé fuerte —le dije—. Me hubiera gustado quedarme a hablar un poco más contigo, pero parece ser que el destino no lo tiene fichado.
—De todas formas, te agradezco la compañía. Y no te prometo que seré fuerte, pero al menos sí que lo intentaré.
Y eso era todo. Ya era hora de que mis pies comenzaran a andar y se alejaran de aquella chica. Solo me quedaba desearle lo mejor y continuar con mi camino. Luego de suspirar, conseguí marcharme.
Cuando entré al hospital no me fue difícil encontrar a Kevin, estaba sentado hablando con otro doctor. Reparó en mi presencia, y rápidamente se despidió del señor canoso con el que conversaba.
—¿Dónde carajo estabas metido? —Me sorprendía el vocabulario que usaba el director de un hospital tan prestigioso.
—Por ahí —respondí en un tono neutral—. ¿Qué quieres?
—¡¿Acaso estás apurado?! ¿O es que tienes a alguien esperándote en casa? —me preguntó en tono burlón.
Yo solo le mostré una risa evidentemente fingida y Kevin se carcajeó por mi respuesta.
—Eres demasiado amargado para tu edad —me dijo sacando la lengua con una mueca de asco—. Vamos a hablar a mi oficina.
Comenzó a caminar hacia el elevador y lo seguí, deseando que la conversación estuviera lo menos pesada posible.
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