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Capítulo #4

Al regresar a mi habitación me acosté en la cama y me enganché los audífonos. Sonaba la canción “All of me” de John Legend y no podía evitar tararearla emocionada. El reloj marcaba las siete y el dolor de cabeza no desaparecía.

«La próxima vez que Max aparezca con una botella de vodka, lo lanzo por el balcón».

Por más vueltas que le daba al asunto y las veces en que intentaba asegurarme a mí misma que todo saldría bien, había una parte de mí que se negaba a intentarlo. Ni siquiera podría ponerme tacones, ya que solo empeoraría el dolor en el tobillo. Me apenaba la idea de abandonar a Miley en esto, pero era evidente que no tenía otra alternativa; mi cuerpo no me permitía tenerla.

Respiré profundo y marqué su número teléfonico.

—¿Sí? —respondió.

—Soy yo —le dije.

—Aún es temprano, Lara. No me digas que ya estás lista…

—No, no es eso.

—¿Qué pasó entonces?

—No voy a poder ir con ustedes —solté finalmente.

Un intenso silencio se apoderó de la línea telefónica durante unos segundos, hasta que la voz de Miley lo irrumpió.

—¿A qué te refieres?

—Lo siento —musité.

—¿Por qué? —preguntó en un tono mucho más serio.

—El dolor de cabeza apenas me permite mantener los ojos abiertos…

—¿Y ahora me lo vienes a decir? —Su voz transmitía escepticismo.

—¿Qué insinúas? ¿Que te estoy mintiendo?

—No he dicho que me mientas, solo me parece demasiado raro el hecho de que me lo informes a esta hora. Sé que desde que te hablé sobre el club no te agradó la idea y no dejaste de sacar problemas tontos para no ir. Era preferible que me lo dijeras en ese momento, pero ¿ahora decirme que no irás porque te duele la cabeza? Por favor, Lara.

—¡¿Realmente crees que te mentiría por algo tan trivial?! —exclamé—. Ya veo la increíble confianza que tienes en mí.

—Guárdate el sarcasmo, sabes bien que tengo la razón. Y en definitivas, ya está, ya puedes aceptarlo.

—Miley, no es novedad para ti que me siento mal desde que desperté, he tenido un asco de día y, aun así, a pesar de todo acepté acompañarte y, ¿sabes por qué? Para complacerte, porque tenías muchas ganas y quería hacerte feliz, ¡pero no! ¡Eso a ti te importa un carajo! Me olvidé una vez más de lo que yo quería para hacer lo que tu querías, y te da igual. ¡Perfecto! —Mientras hablaba, intentaba medir mis palabras y no soltar todo lo que me viniera a la cabeza. Sabía que me encontraba en mi punto máximo de estrés, y lo menos que deseaba era decir cosas de las que me arrepintiera después.

—Ahí está, ya acabas de aceptar lo que yo decía: ¡no querías ir! Eso me lo podías haber dicho desde el principio.

Me encontraba totalmente estupefacta, siempre imaginé que se molestaría, pero nunca pensé que llegaría a esto.

«¿Y si mamá tiene razón con respecto a Miley?», no dejé de preguntarme a mí misma.

—¿Seguirás con esa actitud? —le pregunté intentando mantener la calma.

—¿Y tú seguirás negando lo obvio?

—Miley, vete a la mierda —bramé y colgué el teléfono a continuación.

La furia me recorría el cuerpo y lo primero que me vino a la cabeza fue descargarla sobre las dos almohadas que adornaban la cama. Las tomé entre mis manos y las lancé fuertemente contra la pared. Luego apareció ante mis ojos Blue, un panda de peluche que me regaló Miley por mi cumpleaños: él fue el próximo en volar por los aires.

Después de un inútil intento de gritar, con el cual solo logré agravar el dolor de mi garganta, me tiré en la cama. No era la primera vez que pasaba por esto, y luego de las palabras de mamá, mi mente divagaba en la idea de que Miley acostumbrara a pensar solamente en ella. «¿Siempre ha sido así?».

Una lágrima recorría mi rostro minutos después. Odiaba sentirme culpable y creer que no había dado todo de mí, cuando en realidad había dado más de lo que se merecía.
                         
                               ***

Eran las once y cuarenta y cinco de la noche cuando apagué el ordenador. Había intentado prestarle atención a la serie Riverdale, pero terminé desistiendo al poco rato. No dejaba de pensar en la pelea telefónica con Miley, y aunque había una parte de mí que me decía que no tenía por qué hacerlo, no lograba pensar en nada más. Al menos el dolor de cabeza había mejorado un poco, ya no era eso lo que me preocupaba. La había terminado mandando a la mierda y, ¿habría sido eso demasiado?

Tomé el celular y comenzó una guerra interna entre hacer o no hacer lo que pensaba. Me sentía algo nerviosa y curiosa por saber si finalmente habían ido a la fiesta. Escribí unos diez mensajes que terminé borrando hasta que por fin leí el que me logró convencer.

Lara: Lo siento, Miley. Creo que me pasé un poco… Espero que no te haya afectado demasiado. Entiende que estaba molesta y ya sabes que suelo hablar de más cuando eso pasa. ¿Estás en la fiesta? ¿Fueron al final?

Antes de darle a «Enviar» lo leí unas cuantas veces. Solo deseaba que me respondiera para poder estar tranquila y dormir en paz.

                                 ***

Pasaban las doce y media y aún no tenía noticias de Miley. Me sentía tan desolada y preocupada que no tardé en comenzar a llorar otra vez. Mi corazón palpitaba con fuerza y más rápido de lo normal. Los minutos transcurrían y no dejaba de revisar a cada rato el celular, pero nada. Y sin saber la razón exacta, sentí la necesidad de enviarle otro mensaje para calmar la angustia.

«Quizá no se dio cuenta del primero por el ruido, tal vez lo tiene en vibrador… ¡Dios, no sé!».

Nunca entendí el porqué de que entre nosotras todo fuera tan complicado. Peleábamos a diario por tonterías, y podíamos pasarnos hasta una semana sin hablarnos. Ambas siempre habíamos sido —quizá— demasiado orgullosas, aunque yo terminara cediendo después. Lo único seguro en nuestra amistad era la reconciliación, ya que, de una manera u otra, el destino nos hacía volver a encontrarnos; y luego de esto, todo volvía a la normalidad. Tal vez debido a esto siempre vi los problemas como algo insignificante; al final de cuentas, con las risas se terminaban borrando las lágrimas. No percibí lo erradas que estaban nuestras actitudes y el tiempo que despilfarrábamos entre dramas sin sentido.

Recordé haberle preguntado en una ocasión si veía correcto la forma tan absurda en la que solíamos tratarnos con frecuencia, a lo que solo me respondió que en muchas ocasiones las personas con las que más peleas son las mismas con las que mejor la pasas. Me pareció tan entendible y lógico en aquel momento, pero ahora solo lo veía como una estúpida defensa de sus actos; su forma de intentar adornar los errores y hacer parecer normal algo que definitivamente no lo era.

Y sin más, comencé a escribir el próximo mensaje de texto. Este apenas lo pensé, fue más un mensaje de desesperación, preocupación, súplica, todo unido.

Lara: Miley, he estado pensando mucho, estoy realmente preocupada, ya te envié un mensaje y no me respondes, sé que debes estar molesta, pero te lo pido, solo dime que estás bien. Y lo siento por no decirte que te quiero, te lo digo ahora, aunque un poco tarde. Te quiero, Miley, puedo jurar que eres la persona a la que más quiero en este mundo. Lo siento mucho :'-(

Nada más terminé el mensaje le di a «Enviar», y fue justo en ese momento cuando una lágrima cayó en la pantalla del celular. Me cubrí la cara con una almohada e intenté ahogar los gritos que atentaban con salir de mi garganta.

Unos toques en la puerta me hicieron regresar a la habitación. Escuché a mamá al otro lado llamándome, y su voz parecía.... rara. Abrí y ahí estaba, delante de mí, con sus ojos llenos de lágrimas. Rodé la vista al teléfono que llevaba en una mano y noté que me lo estaba entregando. Estiré el brazo para tomarlo y observé cómo me temblaba.

—¿Sí…? —dije con tanto temor que me salió una voz ronca.

La hermana de Miley me respondió llorando… las primeras seis palabras las sentí como un disparo, las demás no las escuché.

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