Capítulo #3
No fue hasta que abrí la puerta de mi closet que me di cuenta del caótico estado en el que este se encontraba. Así pues, mamá tenía razón al recriminarme diciendo que estaba “virado al revés”. Realmente el orden nunca había sido “lo mío”. Después de una extensa recogida terminé encontrando unas cuantas cosas que había dado por perdidas y otras de las que desconocía su existencia.
Decidí tomar unos segundos para descansar y me acosté en mi cama, observando al techo. No había dejado de pensar en la larga noche que se aproximaba. Ir a fiestas no estaba del todo mal, al menos servía para salir de la monotonía y olvidar los problemas durante un rato. Me sentaría por ahí, en algún asiento apartado y esperaría a que las horas pasaran. «Tampoco es tan difícil», me obligué a afirmar.
Nunca había entrado a aquel club, aunque sí había pasado por esa calle en algunas ocasiones. Miley no exageró al decir que el bosque a su lado era terrorífico, realmente lo era. Comprendía un enorme terreno con decenas de árboles que le concedían una oscuridad espantosa, incluso en la mañana.
El sonido del teléfono en medio del silencio interrumpió mis pensamientos. En la pantalla observé el nombre de Miley y me asombré de su llamada tan temprana; no había pasado mucho tiempo desde que habíamos hablado.
—Dime —respondí al teléfono.
—Laraaa —me gritó Miley como loca, algo demasiado normal en ella.
—Dimeee —intenté hablar lo más alto que podía.
—No te sale como a mí lalalaaa —cantó como si tuviera cinco años.
A veces me hacía dudar de que tuviera la misma edad que yo. Aunque en ese aspecto tenía toda la razón; una de mis características siempre había sido esa: hablaba en voz muy baja, y gritar me incomodaba. Pero en definitivas, no era algo que me afectara; mi sueño nunca había sido convertirme en vendedora ambulante para ir pregonando por las calles.
—Llamando a Lara para que vuelva a su planeta pi pi pi —me dijo Miley, sacándome de mis estúpidos pensamientos.
—Miley, ¿tú sabes cómo llegar al club?
—Bien sabes que de direcciones solo me sé la de mi casa.
«Pierdo mi tiempo preguntándole algo así».
—¿Y se puede saber cómo pensabas ir si yo me negaba a acompañarte?
—Nunca pensé en eso, estaba segura de que no me dejarías sola —afirmó con toda certeza.
«Alucino con su confianza cuando se trata de convencerme», me dije para mis adentros.
—¿Y no será difícil salir del club a esa hora? —le pregunté un poco preocupada.
—¿Y crees que nosotras somos las únicas que vamos a ir? Ahí van muchísimas personas y logran salir perfectamente. Deja de preocuparte por boberías, mujer. —Tenía razón en lo que decía, solo estaba intentando encontrar alguna excusa que me permitiera cancelar el plan—. Además, recuerda que Brittany estará allí, y se conoce ese lugar como la palma de su mano.
Brittany era una de las pocas personas que habíamos conocido en nuestra escuela con la cual podíamos mantener una conversación interesante. Desde que nos transferimos, se encargó de darnos la bienvenida y ayudarnos en todo lo que pudo.
—Ahora que lo recuerdo, ¿puedes creer que especialmente hoy viene mi tía Megan a cenar? —No pude contener la risa al escucharla decirlo con fastidio.
Megan era la tía menos normal que cualquier persona podría tener. Tenía cinco gatos que trataba como a bebés, leía las cartas y su casa estaba llena de inciensos. Según me contó Miley, una vez casi incendia la casa con una vela.
—Pero si eso a ti no te afecta en lo absoluto, tú sabes que ella está sola en su casa, bueno —hice una pausa— con sus plantas. Es normal que quiera pasar tiempo con la poca familia que tiene. Ya sabes, los maullidos no dicen mucho.
A pesar de lo molesta que le resultaba aquella situación, no pudo evitar carcajearse junto a mí.
—Claro, muy bonito todo, pero ¿sabes en qué me afecta? En que si no estoy presente durante toda la cena no podré salir a ninguna parte. Este es el nuevo método de mi madre para hacerme pasar un tiempo en familia.
—Miley, seguro estará muy divertido —le dije con sarcasmo.
—Sí, ¡segurísimo! Con entretenidos temas de conversación sobre las plantas, la relajación, el yoga y ¡sabrá Dios qué más!
—¿Qué más se podría pedir? —musité entre risas.
—Lara, ¡para de burlarte! —chilló.
—Relájate, ya verás que la cena pasará como un suspiro.
—Lo dices porque no eres tú la que lo tiene que aguantar.
—Obvio. —Ambas nos echamos a reír.
—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó.
—Estudiar un poco Historia.
—Ya te he dicho que comienzas a estudiar demasiado pronto; aún falta un mes para la prueba. Estás loca de remate.
—Mira quién habla de locura… —farfullé.
—Yo no estoy loca, mujer.
—¡Que no me digas “mujer”! —chillé agobiada.
—Está bien —murmuró—, mujer.
—Miley, solo espero que tengas la cena más aburrida de toda tu vida.
—Uy qué miedo —se burló—. Bueno, sé feliz y estudia. A las nueve y media estoy en tu casa.
—Nos vemos.
Una taza de café y un grupo de libros viejos fueron mis acompañantes durante las próximas horas. Mi ilusa mente pensó por un momento que soportaría estudiar hasta las seis; pero aún no eran las cinco y media de la tarde cuando comenzó mi vista a volverse pesada y mi cabeza a doler. Cuando me levanté de la cama, mi pie derecho me recordó lo sucedido en la habitación de Max, haciéndome gemir de dolor. Apenas podía mover el tobillo; y si a esto le añadíamos el hecho de que mi cabeza parecía querer explotar, conformaban unas razones más que suficientes para querer dormir durante horas.
Entré a la cocina en busca de un refresco y ahí estaba mamá. Posó su mirada en mi pie y arqueó una ceja.
—¿Qué pasó? —me preguntó con preocupación.
—Tropecé.
—¿Te duele?
—Un poco —respondí mientras tomaba una lata de refresco de la nevera y me sentaba en la mesa—. Pero el dolor de cabeza que tengo es peor.
—Descansa un rato. Tu hermano se vino a despertar hace solo una hora, y me contó lo tarde que se acostaron.
—No puedo —murmuré—. Tengo que salir esta noche con Miley.
—¿Sintiéndote así de mal? —dijo frunciendo el ceño.
—Brittany la invitó al Gorgeous y no quiere quedar mal con ella.
—Es decir que, ¿solo vas por acompañar a Miley? —Asentí con la cabeza—. ¿No me habías dicho un día que no te gustaba ese club?
—Mamá, pero no es bueno cerrarse a las nuevas experiencias; son esas las que te hacen crecer.
—Lo sé, hija. Solo me preocupo por ti.
—¿Crees que la medicina me pueda aliviar el dolor? —Cerré los ojos durante unos segundos.
—Lara, mírate —dijo señalando mi rostro—. ¿Realmente irás a un club en estas condiciones? ¿Solo para cumplir con un nuevo capricho de Miley?
—Mamá, ya le dije que iría… —murmuré—. No tiene a ninguna otra amiga que la acompañe.
—Y por ser tú su mejor amiga y como dices, la única que la compaña incondicionalmente cada día, debería pensar un poco más en ti. Ya sabes que la quiero muchísimo, pero no me gusta que se comporte tan egoísta contigo y se aproveche de tu bondad.
«Ya me sé de memoria este discurso».
Mamá siempre insistía en que Miley en ocasiones solo pensaba en ella; pero yo no estaba muy de acuerdo. No negaba que muchas veces insistiera demasiado para convencerme en algo, a lo cual, yo terminaba accediendo; pero se suponía que eso era lo que hacían las mejores amigas.
—No tengo energías para hablar sobre eso —le dije.
—Algún día abrirás los ojos y te darás cuenta de que yo tenía razón —aseguró—. No te prohibiré que la acompañes, pero por favor, cuídate. Si te sientes muy mal, me llamas y enseguida saldré a buscarte. Y ni se te ocurra atravesar el bosque para ahorrarte la caminata, que ese sitio parece un infierno en la noche.
—Está bien, me cuidaré.
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