Capítulo #19
(LARA)
Antes de Kevin presentarse, ya tenía la ligera sospecha de quién era. Se veía muy joven, no pasaría de los cuarenta años. Su pelo era castaño, perfectamente peinado; ojos azules, espaldas anchas y muy buena musculatura. Vestía una camisa blanca ajustada, remangada por los codos, dejando a la vista un elegante reloj dorado que debía valer una fortuna. Llevaba unos jeans negros muy estrechos y tenis blancos, los cuales le daban un aire juvenil sin hacerle perder la profesionalidad. A simple vista parecía el típico hombre ideal que toda mujer podría desear.
Al entrar por la puerta, Kevin inspeccionó todo el territorio, como si hubiera sido la primera vez que pisaba aquel suelo. Observó con atención los mismos cuadros que a mí me habían captado, e hizo una expresión de sorpresa.
—Has hecho muchísimos más desde la última vez que vine, ¿eh? —le dijo a su hermano.
—Sí —murmuró Alex, tomando asiento. En su rostro se notaban rasgos de molestia e incomodidad.
—¿Todavía no has llamado al teléfono que te di?
—Ya te dije que necesito pensármelo.
—¿Pensártelo? Pero, ¿qué tanto necesitas pensar? Tienes ante ti una oportunidad increíble para hacerte notar como pintor.
—Quizás para ti sea muy fácil, pero no lo es. Estamos hablando de ponerle precio a mis pinturas.
—¿Por qué serás tan tonto? —farfulló Kevin arreglándose el pelo con las manos—. Ya no te insistiré más con el tema.
—Lo mejor que puedes hacer.
—¿Ya me tienes el mío? —le preguntó. Alex asintió con la cabeza—. Pues tráemelo que ya me lo llevo.
Alex suspiró, y sin mediar palabra, salió por la puerta. Rápidamente su hermano mayor se sentó a mi lado y me observó con detenimiento.
—Hola —me dijo en voz baja.
«¿Por qué se comporta así?».
—Hola.
—Debo confesarte que estoy asombrado de ver a alguien aquí, ¿se conocen hace mucho tiempo?
—No, hace menos de una semana.
—¡¿Y te trajo a su casa?! —exclamó con asombro—. ¿Y te ha contado algo sobre él? ¿Sobre su familia y pasado?
—Muy poco, le cuesta hablar sobre ustedes.
—¿Ustedes? —Arqueó una ceja.
—Sí, sé que no tiene muy buenas relaciones ni contigo ni con su padre.
El rostro de Kevin era pasmo total al escucharme. Parecía no poder creerse lo que decía.
—Todavía no he envuelto el cuadro en papel —informó Alex, entrando al salón de repente.
—No importa, hazlo ahora, yo espero —le dijo Kevin amablemente.
Al ver cómo se comportaban entre ellos, costaba creer que fueran hermanos.
Alex nos examinó con la mirada una última vez, y se volvió a marchar.
—¿Te habló sobre nuestro padre? —Kevin se encontraba estupefacto.
—No me ha hablado de él específicamente sino de su familia en general.
—¿Y estás segura de que solo son amigos?
—Claro. Yo ahora estoy pasando por la peor etapa de mi vida, y Alex ha sido el único que ha sabido cómo hacerme sentir un poco mejor.
—¿La peor etapa de tu vida? ¿Por qué? ¿Te ocurrió algo malo? ¿Estás enferma? —me preguntó en tono de preocupación.
«¿Será algo familiar lo de preocuparse por desconocidos?».
—Perdí a mi mejor amiga.
Seguía doliendo demasiado el decirlo.
—¡¿Eres tú?! —exclamó—. ¡Todo era por ti!
—¿A qué te refieres?
—El domingo en la noche, Alex me llamó. Parecía angustiado, su voz sonaba diferente. Me dio el número de una sala del hospital y me pidió que averiguara sobre los pacientes que atendía un amigo mío. Le dije que lo haría, y no habían pasado ni quince minutos cuando me volvió a llamar para que le contara lo que sabía.
—Sí, él me habló al respecto.
—¿Era tu mejor amiga?
—Sí —respondí.
—Lo siento mucho. —Bajó la vista.
—No pareces ser una mala persona.
—¿Alex te dijo que lo era?
—No, pero sí me dijo que no tienen muy buena relación.
—Claro que no soy mala persona, y jamás lo he sido —aseguró.
—Y cargas con una culpa por algo que le hiciste en el pasado, ¿no?
—No te negaré que realmente me siento un poco culpable, pero a la misma vez tengo la seguridad de que hice lo correcto. Muchas veces la vida te pone a tomar decisiones difíciles, y estas son capaces de cambiártelo todo en un segundo.
—Sí, lo sé —musité al ser golpeada por los recuerdos.
—Si te pidiera que me ayudaras, ¿lo harías?
—Depende de lo que me pidas.
—¿Pudieras darme tu número de teléfono? Necesito hablarte sobre algo, sin Alex merodeando el territorio.
—Está bien —accedí a pesar de las dudas.
Kevin rápidamente me brindó su teléfono y anoté mi número; me agradeció con una sonrisa cuando terminé.
—¿Y qué edad tienes? Luces muy joven.
—Dieciocho. ¿Y tú?
—El mes que viene cumplo treinta y uno, ya soy un viejo.
—¿Viejo tú? Si te mantienes muy bien.
—En unas semanas me casaré, siento mucho no poder corresponderte —dijo en un tono burlón.
—Yo no… —tartamudeé, muerta de la vergüenza.
—Es broma, relájate.
Él se mofó de la risa y yo solo me limité a reír por lo bajo.
«Vaya broma».
Alex regresó al salón con un enorme cuadro entre manos, que lamentablemente iba envuelto en papel, lo que me imposibilitó ver la pintura.
—Aquí lo tienes —le informó a su hermano.
Colocó el cuadro recostado a la pared, y se sentó en la silla.
—Muchas gracias —le dijo Kevin con una gran sonrisa en el rostro—. Pasado mañana es el cumpleaños de papá, recuérdalo.
El rostro de Alex cambió bruscamente al escuchar a su hermano mayor.
—Deja de insistir en el tema. —Noté su esfuerzo por hablar serenamente.
—Pero, ¿por qué no puedes hacerle ese favor a tu padre? Deja de comportarte como un niño.
—Lárgate.
—Por favor, Alex… —musitó Kevin.
—Te dije que te largaras —bramó Alex, señalando la puerta—. ¡Vete de una buena vez!
Su hermano suspiró, y se puso de pie. Meneó la cabeza con frustración, y sin pronunciar palabra, se marchó por la puerta, puerta que luego Alex cerró de golpe. Cuando se giró hacia mí, observé sus hombros subir y bajar debido a su acelerada respiración.
—¿Por qué lo tratas así? —pregunté con un poco de inseguridad.
—¿Por qué? —Sonrió sarcásticamente—. Porque él no se acaba de meter en la cabeza que no quiero saber nada de Richard.
—¿Y quién es Richard? ¿Tu padre?
—Sí, el hijo de perra de mi padre.
Por primera vez lo escuchaba hablar de una manera tan fría y llena de odio.
—Te debió haber hecho algo realmente fuerte para que lo llames así.
—¿Fuerte? Creo que esa palabra no es nada en comparación a la realidad.
Cada vez eran más mis deseos por enterarme de cada detalle, pero como toda herida, necesitaba dejarla sanar.
—Mejor dejemos de hablar sobre ese tema —le dije—. ¿Qué problema tienes con ponerle precio a tus pinturas?
Alex me observó durante algunos segundos antes de hablar; al parecer se había bloqueado un poco con el giro que le había dado a la conversación.
—Sé que mi vida cambiará, me obsesionaré con el dinero, comenzaré a depender de él, y todo se volverá demasiado abrumador.
—Y si no ganas dinero, ¿cómo mantienes este departamento? ¿Y la moto?
—Kevin lo paga —respondió mirando al suelo—. Y lo hace porque quiere, yo nunca se lo he pedido. Solo que su culpabilidad no lo deja tranquilo y necesita hacer algo para sentirse mejor.
«¡¿Habla en serio?! ¿Cómo puede decirlo tan tranquilamente? ¿Ve normal criticar tanto a su hermano, cuando es quien le paga todos los gastos? ¿En qué cabeza cabe algo así?».
—Y tú te aprovechas de su culpabilidad, ¿no?
—Lara, es imposible que lo entiendas… —murmuró, pasándose las manos por el pelo.
Caminó hacia un estante que había en el salón, y regresó con una caja de cigarrillos.
—¿Fumas a menudo? —pregunté, observando cómo sacaba un cigarrillo de la caja.
—Lo hago por rachas. Cuando paso por días un poco intensos, esta es la única salida para relajarme.
Ambos nos quedamos en silencio durante algunos instantes, hasta que lo vi guardar nuevamente el cigarrillo.
—¿Qué pasa? No te restrinjas de fumar solo por mí, puedes hacerlo sin problema.
—No solo es por ti, sino también por mí. Hace rato que debería haber dejado esta mierda. Es uno de los errores del pasado que me siguen jodiendo el presente.
Alex recorrió el salón y se detuvo frente a la ventana, lanzando la caja de cigarrillos hacia la calle.
—¿Los errores no se hicieron para aprender de ellos? —le pregunté.
—Así es. Y ahí está mi mayor problema, que no acabo de aprender y sigo tropezando con la misma piedra una y otra vez —me dijo mientras observaba el cielo a través de la ventana.
Los rayos del Sol penetraban con intensidad, por lo que me situé exactamente detrás de él, aprovechándome de la sombra que brindaba su cuerpo.
—Yo no lo veo de esa forma… —musité.
Cuando menos me lo esperé, Alex se giró hacia mí, de forma tal que quedamos a solo centímetros de distancia. La potente luz que entraba por la ventana me impedía observar todo su rostro con claridad, pero lo suficiente para notar su vista fija en mis ojos, vista que instantes después bajó hacia mis labios.
Escuché los latidos de mi corazón resonar en medio del silencio. Nos mantuvimos estáticos, observé sus ojos, preguntándome si su mirada intentaba decirme algo. Levantó una mano lentamente y la dejó reposar en mi mejilla con delicadeza; cosa que me provocó un escalofrío por todo el cuerpo. Me acarició, observando cada una de mis reacciones, y me estremecí por un segundo.
—Te quedas aquí en busca de tranquilidad y solo te he atormentado con mis problemas —me dijo bajando la vista.
—Todos tenemos problemas, Alex.
Poco a poco se separó de mí, sonrió y estrujó su mano en mi cabeza, como mismo le hiciera un padre a su hijo.
—No me despeines —chillé sonriendo mientras intentaba acomodarme el pelo con los dedos.
—No hemos hablado sobre tu día en la escuela.
Tomó asiento en el sofá y dio golpecitos a su lado, invitándome a sentar.
—Tampoco se trata de algo genial para hablar —musité sentándome junto a él.
—¿Qué fue exactamente lo que pasó?
Respiré profundo y comencé a contarle desde el inicio.
—Cuando salía furiosa de un salón, luego de una estúpida conversación con una profesora…
—¿A qué te refieres con estúpida? —me interrumpió.
—Estúpida porque me ha hecho todo un cuestionario sobre la muerte de Miley.
—¡¿Pero qué mierda le sucede?! —exclamó.
—Me he dado cuenta de que la mayoría de las personas acostumbran a comportarse de esa manera en situaciones así. Yo tan solo intento ignorarlos.
—¿Y qué pasó después?
—Me encontré a Sabrina en el pasillo, siguió actuando como una perra, y sin poderme resistir más, le di una cachetada.
—¿Y no te hizo nada? —preguntó en tono preocupado.
—Cuando iba a hacerlo apareció la directora y la detuvo.
—Lara, seguramente ella querrá desquitársela. No puedes seguir yendo a esa escuela. —Sonaba muy sobreprotector.
—El problema radica en que mis estudios se encuentran en unos de sus momentos más importantes. Pronto serán las pruebas que decidirán mi carrera, y, por lo tanto, mi futuro. No me puedo dar el lujo de repetir el año.
—Si les digo que soy tu guardaespaldas, ¿me dejarán entrar contigo? —me preguntó con una media sonrisa—. No quiero que te hagan daño.
—Me cuidaré.
—Prométeme que si ocurre algo no tardarás en llamarme como lo hiciste hoy.
—Te lo prometo.
Levanté el meñique y él no tardó en entrelazar el suyo con el mío.
—Perfecto —dijo satisfecho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro