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Capítulo #18

(ALEX)

Cuando leí su mensaje ni siquiera me lo pensé para salir de mi casa a toda prisa. Incluso me llegué a pasar algunas luces rojas mientras rezaba para que no me detuvieran. Al llegar, me quedé mirándola desde lejos sin que ella notara mi presencia, y sonreí al ver cómo iba de un lugar a otro sin detenerse.

—Te he venido a rescatar —le dije acercándome.

Tenía la mirada perdida y parecía ausente.

—Le pegué —murmuró incrédula.

—¿A quién?

—A Sabrina.

—¿Hablas en serio? —pregunté y asintió con la cabeza—. ¿Te hizo daño?

—No, pero yo sí a ella.

—Vámonos.

Sin perder más tiempo allí, fuimos hacia la moto. Cuando revisé en mi bolsillo, me percaté de que con la prisa no había tomado nada más que las llaves; salí sin dinero y sin identificación. Aún no tenía en mente a dónde íbamos, pero por obligación debía pasar por mi casa antes para buscar las cosas.                                            
—¿Dónde estamos? —preguntó Lara cuando estacioné.

—En mi casa.

—¿En tu casa? —inquirió sorprendida.

—Necesito buscar algunas cosas que se me quedaron. ¿Me esperarás aquí o prefieres subir?

—No sé… —musitó con indecisión.

—Subamos —le dije, comenzando a avanzar hacia el elevador.

Entré y me di la vuelta; ella me observaba dudosa. Parecía estar formulando en su interior la lista de los pros y los contras. Finalmente suspiró y se decidió a pasar.

—Wow —dijo al entrar a mi departamento.

—Lo mantengo lo más organizado que puedo.

—¿Y vives solo?

—Sí.

—No sé cómo puedes, yo lo tendría hecho un asco, el orden no es lo mío.

—No me gusta que se me pierdan las cosas.

—¿Y estas pinturas son tuyas? —Señaló los cuadros colgados en las paredes del pasillo principal.

Asentí con la cabeza.

—¿Te gustan? —le pregunté.

—Debo confesarte algo —me dijo sin sacar la vista de las pinturas—. Nunca me he sentido muy interesada por esta parte del arte, pero ahora veo lo que haces y admito que es impresionante.

—Es bueno escucharlo de tu boca.

—Y no sabría explicarte exactamente lo que es, pero me transmiten algo —añadió.

Sonreí.

—No pensarás quedarte de pie, ¿o sí? Toma asiento y ponte cómoda.

Entré a mi habitación y cogí todo lo que necesitaba. Aún seguía sin tener idea de a dónde ir; las cosas se habían presentado de manera repentina e inesperada.

—¿A dónde te gustaría ir? —le pregunté.

—La verdad es que no tengo ganas de ir a ninguna parte.

—Entonces, ¿te llevo a casa?

«Por favor, di que no».

—Si voy ahora para mi casa mi madre seguramente me ametrallará de preguntas. ¿Podemos tan solo quedarnos aquí un rato?

—Sí… sí claro —tartamudeé un poco sorprendido.

—Mi vida se ha convertido en una verdadera locura.

—Tal vez tu vida debía comenzar a cambiar por alguna razón, todo sucede por algo.

—Aunque fuera un cambio necesario, no tenía por qué ocurrir de esta manera —musitó.

—Pero, aunque duela, así fue como ocurrió, y nadie lo puede cambiar. Quizás ahora no lo entiendas, y quizás nunca lo llegues a entender, pero estaba en el destino, y él siempre sabe lo que hace.

—¿Crees que pueda continuar con mi vida como lo hiciste tú? —Sus ojos me observaban expectantes. Esperaba una respuesta de mi parte que la hiciera sentir mejor, que fuera luz en la oscuridad.

—Claro que podrás, solo debes creer más en ti. Si miles de personas lo han conseguido, ¿por qué tú no lo harías?

—No sé, a veces siento que no lo lograré, que nada volverá a ser igual —musitó con tristeza.

—Y no te equivocas, es obvio que nada volverá a ser igual. La vida consiste en eso, en caer y levantarse cientos de veces; y nadie ha dicho que al levantarte todo seguirá de la misma manera, pero lo importante es ponerse de pie y aprovechar al máximo lo que tenemos.

—Cada vez me sorprendo más de ti. —Sonrió.

Tomé una silla y me senté a su lado.

—¿Por qué?

—Por las cosas que dices y tu forma de hablar; suenas como una persona mayor con mucha experiencia en la vida.

—No necesariamente necesitas tener más de cincuenta años para poder hablar sobre la vida. Por ejemplo, yo con mi corta edad, ya he conocido el dolor que te rompe completo; el arrepentimiento por hacer lo que no debía o por no hacer lo que sentía; las consecuencias que trae la inmadurez, entre otras tantas cosas que quizás alguien de más edad no ha vivido.

—Pero siempre te debe quedar algo por aprender, algo que nunca antes hayas experimentado.

—Exacto, siempre queda algo. ¿Y sabes qué? Hay algo de lo que estoy cansado de escuchar hablar y nunca he llegado a sentir.

—¿Sí? ¿Qué?  —me preguntó con curiosidad.

—El amor.

Sus ojos parecían querérseles salir de las órbitas al escuchar mi respuesta.

—No te lo creo —me dijo pasmada.

—¿Por qué no?

—Porque es imposible que un chico como tú nunca haya estado con nadie.

Sonreí.

—Claro que he estado con muchas chicas. Y no es algo de lo que me enorgullezca, al contrario, todas ellas solo forman parte de mi gran cantidad de arrepentimiento acumulado.

—¿Ninguna te gustó?

—¿Gustarme? No estoy seguro del significado de esta palabra. Solo te puedo decir que si estuve con ellas fue exclusivamente por atracción física, y con algunas ni siquiera eso. Enamorarse y querer es algo muy diferente.

—Entonces, ¡¿nunca te has enamorado?! —Parecía costarle creerlo.

—No —aseguré—. ¿Tú sí?

—Sí, me atrevo a afirmar que me he enamorado dos veces.

—¿Y estás segura de que realmente lo sentías?

—Eso creo hasta ahora. Aunque quizás un día me sienta de tal forma que pueda cambiar de idea —confesó.

—¿Y fuiste correspondida en ambas ocasiones?

—En la primera sí, nos hicimos novios y duramos un buen tiempo.

—¿Y en la segunda qué salió mal?

—Él nunca se enteró de mis sentimientos ni se fijó en mí. Yo solo me conformé con verlo desde lejos.

Noté cómo Lara se enrojeció al hablar sobre el tema, por lo que preferí no hacerle más preguntas.

—¿Deseas tomar algo? —dije cambiando de tema.

—Una cerveza, ¿tienes?

—No creo que tomar sea la mejor idea.

—Solo quiero una, te juro que no pretendo emborracharme. —Me observó con rostro suplicante.

—Solo una —exigí.

Fui hasta la cocina y tomé una cerveza y un refresco de la nevera.

—Ya te conté sobre mí, ¿por qué no me dejas saber de ti?

Me senté otra vez a su lado y le entregué la cerveza.

—¿Y qué quieres saber sobre mí? —pregunté tragando en seco.

Por más que intentara ignorar mi pasado de mierda, tarde o temprano debía salir a la luz.

—No lo sé, me conformo con cualquier cosa.

—Pero seguramente tú tendrás tus preferencias… Pregúntame lo que desees, la pregunta que más curiosidad te cause.

Sus labios se curvaron con satisfacción y observó hacia el techo, pensativa.

—Una vez me comentaste algo sobre tu familia, ¿no tienes a nadie además de tu hermano doctor?

—No sé si se les podría llamar familia, pero tengo padre y un primo; los otros son parientes lejanos que ni conozco.

—¿Y esos dos viven lejos de aquí?

—No, para nada. Pero no me relaciono con ninguno —expliqué.

—Es decir que, ¿solo te relacionas con tu hermano?

—Nuestra relación es un poco extraña, apenas hablamos, pero él intenta por todos los medios amortiguar la culpabilidad que tiene.

—¿Culpabilidad? ¿Por qué? —La conversación se tornaba sentimentalmente preocupante—. ¿Es algo complicado para ti?

—Sí, nunca he tocado ese tema con nadie además de Kevin.

—¿Kevin? ¿Así se llama tu hermano? —preguntó y asentí con la cabeza—. Está bien, si te resulta difícil hablar sobre eso, podemos dejarlo ahí.

—Gracias —murmuré con una media sonrisa—. ¿Ya te acabaste la cerveza?

La observé echar la chapilla de la lata dentro de esta.

—Sí.

Me quedé atónito cuando escuché unos toques en la puerta. Yo no era de recibir visitas y solo podría tratarse de una persona. Al segundo de abrirla ya estaba arrepentido de haberlo hecho. Era Kevin.

—¿Qué haces aquí? —pregunté estresado.

Salí afuera y cerré un poco la puerta para que Lara no escuchara.

—¿Es tan raro que venga a visitarte? ¿Por qué te comportas tan misterioso? —Comenzó a husmear por el pequeño espacio que había quedado abierto—. ¿Hay alguien allá adentro que yo no pueda ver?

—Eso no es problema tuyo —bramé.

—¿Es una chica?

—Ya dije que no te importa. Mañana yo paso por el hospital y hablamos todo lo que desees, pero ahora márchate.

—Pero, ¿por qué no puedo…?

Kevin dejó de hablar cuando vio a Lara situarse en la puerta. Nos observaba un poco confusa.

«Esto no puede estar ocurriendo. ¿Por qué Kevin tuvo que aparecer justo ahora?».

—Enseguida entro, ya él se marcha —le dije.

Rodé la vista hacia Kevin y le imploré con la mirada que se fuera de una vez, pero no se movió.

—Hola, me llamo Kevin y soy hermano de Alex —se presentó, haciendo caso omiso a mi súplica.

—Soy Lara, y soy amiga de Alex, mucho gusto —dijo ella con una sonrisa dulce—. Si quieres entrar, hazlo, no te vayas porque estoy yo aquí.

—Bueno, la verdad es que me gustaría mucho entrar un rato.

Maldije para mis adentros y me tuve que contener para no soltarle una barbaridad a mi hermano. Él sonrió con satisfacción y no dudó para entrar al departamento. Algo me decía que esto no terminaría nada bien.

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