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Capítulo #14

(LARA)

Mi cabeza daba vueltas. La conversación con Alex me había hecho comenzar a pensar en muchísimas cosas, principalmente en la chica insegura que siempre había sido. Pero ¿qué hacer cuando la causa de casi todos tus problemas son las inseguridades?

—¿Tantas ganas tienes de quedarte conmigo? —me preguntó Alex.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos que ni cuenta me había dado de que ya habíamos llegado a mi casa. Rápidamente me levanté de la moto.

—Lo siento, estaba entretenida en otras cosas.

—¿Entretenida? —Arqueó una ceja—. Parece que después de todo no fue tan malo el viaje en motocicleta.

—Realmente no era tan malo como lo imaginaba.

—O quizá todo dependa del conductor —se mofó y puse los ojos en blanco.

Esperé para verlo marcharse, pero no se movía. Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente a los ojos durante algunos segundos, hasta que no soporté más la tensión y di media vuelta para entrar a mi edificio. Apenas había comenzado a caminar cuando lo escuché dar zancadas hacia mí. Se me detuvo en frente y se fue acercando suavemente. Cada milímetro que comenzaba a faltar entre nuestros rostros hacía que mis nervios se incrementaran. Sentí su respiración en mi piel y bajé la vista. Entonces, de la nada comenzó a reír como un demente.

—¿Creías que te besaría? —me preguntó.

—No, claro que no —balbuceé.

—Si lo que quieres es atesorar algo mío, me lo dices y te puedo dar algo más especial, pero esto le pertenece a la moto —me dijo quitándome el casco que aún llevaba en la cabeza como una tonta.

—No sé qué me pasa, tengo la cabeza en otra parte —me defendí.

—Tranquila, no hay problema —. Sonrió.

Sin esperármelo, me dió un beso en la mejilla y comenzó a caminar hacia la moto. Sin hacer desaparecer la sonrisa de su rostro, me guiñó un ojo antes de arrancar y marcharse. Pronto tuve que admitir que, si su intención realmente era mejorarme el ánimo, algo había conseguido.

—¿Cómo estás, hija? —me preguntó mamá al verme entrar por la puerta.

—Un poco mejor —musité.

—¿Y el chico qué tal?

Mamá no había estado muy de acuerdo con que saliera con Alex, pero al no saber qué hacer para hacerme sentir mejor prefirió darle un voto de confianza.

—Sencillo.

—¿Sencillo? —repitió perpleja.

—Sí, sencillo.

—Me imagino que eso sea algo bueno, ¿no?

—Claro, lo sencillo es lo mejor.

—¿Te sientes bien? Él no te habrá dado nada de beber, ¿o sí? —Sus ocurrencias sobrepasaban los límites.

—Mamá, no me dio nada de beber —le dije—. ¿Y Max y papá?

—Tu hermano en su cuarto y tu padre bañándose.

—Bueno, voy para mi habitación.

—¿No vas a cenar?

—Ya comí pizza y no tengo hambre —respondí.

—Está bien, si necesitas algo me avisas.

Cuando entré a mi cuarto me invadió un frío espantoso, llegando a ponerme la piel de gallina. Cerré las ventanas y me tiré en la cama, todo era total silencio. Aún podía sentir el perfume de Alex. Era increíble la facilidad con que se había impregnado en mí.

Recorrí con la vista toda mi habitación, y en una esquina localicé a Blue, el panda de peluche. Entonces recordé por qué estaba allí, recordé la rabia con que lo había lanzado, y me arrepentí demasiado. Me puse de pie y lo recogí. Al tenerlo entre mis manos comencé a temblar, sentí cómo mi corazón estaba a punto de estallar, me dejé caer lentamente y quedé sentada en el suelo.

«¿Qué he estado haciendo?», me pregunté a mí misma.

Mi mejor amiga se había marchado y yo solo lo intentaba eludir con la compañía de un chico al que había conocido el día anterior. Me había molestado tanto el comportamiento de Miley en cierto momento, y ahí estaba yo, queriendo olvidar el hecho de que ya no estaba. «Criticar errores ajenos puede ser lo más fácil del mundo, lo difícil está en asumir los propios».

Me fijé en cada minúsculo detalle de Blue. Recordé lo mucho que lo había adorado la primera vez que lo vi. Días antes Miley y yo caminábamos por un centro comercial en busca de algunos útiles de escuela, y vimos un peluche muy parecido a Blue, lo que más pequeño. Yo siempre había amado los pandas, por lo que cuando mi mejor amiga me lo obsequió por mi cumpleaños, no pude evitar que algunas lágrimas brotaran de mis ojos. Y no solo por lo increíble que era sino también por el otro regalo que había junto a él.

Flashback #3

He tenido un cumpleaños un poco aburrido, mi papá tiene un resfriado de muerte, y obviamente no puede salir de cama. Me repitió un millón de veces que lo sentía por no poder cumplir con los planes (ir unos días para una casa en la playa), y yo tuve que repetirle un millón de veces también que no importaba.

Me la pasé durmiendo hasta las dos de la tarde que Miley me llamó y me obligó a levantarme de la cama. Después salimos a caminar por ahí, entramos a una heladería, compramos pizza, tomamos fotos y así la pasamos hasta las ocho de la noche que vinimos a su casa.

Dentro de muy poco comenzará a llover y Miley no vuelve. Estoy en la azotea de su edificio sentada en una alfombra que tendimos en el suelo, junto a cuatro almohadas. Se siente una brisa fría y no se logra distinguir ni una sola estrella en el cielo repleto de nubes grises.

«Me pregunto dónde estará la luna, quizás esté tomándose un día de descanso».

Observo la pantalla de mi celular y ya son las once, llevo esperando por Miley casi media hora. Me dijo que bajaría a su casa un momento a buscar una cosa y que regresaría pronto, y todavía la estoy esperando. Ya las cervezas se acabaron, tengo las latas vacías a mi lado, y al verlas así se me ocurre una idea para entretenerme: hacer un castillo. Por suerte me va mejor de lo que pensaba, con orgullo observo mi gran obra de arte y tomo mi celular para tomarle una foto.

—Lara —chilla Miley apareciendo de la nada. Y sin poderlo evitar, rozo una de las latas que conforman la base del castillo y lo veo desplomarse ante mis ojos.

—Te mato, te mato, te mato... —murmuro con las manos en la cabeza.

—¿Y qué hice yo ahora?

—¿Que qué hiciste? —repito alucinada—. Olvídalo. ¿Por qué te demoraste tanto?

—Lo siento, estaba preparándote esto. —Me entrega un paquete violeta con adornos negros que escondía detrás de ella.

—¿Qué es? —le pregunto inspeccionando por afuera.

—Tu regalo de cumpleaños. Ábrelo y verás.

Cuando aparto el enorme lazo negro que mantenía cerrado el paquete y miro dentro, no me lo puedo creer. Al sacarlo confirmo lo que creía, es el mismo panda de peluche que vimos la semana pasada en la tienda. Ese día no llevaba el dinero suficiente para comprarlo, volví al otro día y ya no quedaba ninguno, por lo que desistí de la idea de comprármelo, a pesar de haberme gustado tanto. Y ahora lo tengo aquí.

—¡Felicidades! —exclama Miley sonriendo.

—¿Cómo conseguiste el mismo?

—No es el mismo —me responde y la miro con confusión—. Este es más grande.

Observo bien al peluche y sí, tiene razón, este es un poco más grande. Lleva una fina cadenita plateada en el cuello, con un pequeño corazón, plateado también. Y este, en su centro tiene grabada la palabra "Faith".

«¿Por qué Faith? ¿Por qué tiene inscrita la palabra fe?».

—¿Por qué esta palabra?

—No lo sé. Lo típico que todos escogen es una cadena que diga “best friends” o algo por el estilo. Pero yo quería algo diferente, y que a la vez significara mucho. Al menos a mí me gustó mucho esta, ¿a ti no?

—No solo me gusta, sino que me encanta.

Estoy paralizada de pies a cabeza, no tengo idea de qué decir. Me he emocionado tanto que la vista se comienza a nublar por las lágrimas alojadas en mis ojos. «No te atrevas a llorar, Lara».

—¿Estás llorando?! ¡No me puedo creer que estés llorando! —grita Miley como si fuera la cosa más del otro mundo que ha visto, y bueno, sí, lo es un poco.

—Es alergia —le respondo secándome las lágrimas.

—¿Alergia? —Frunce el ceño.

—Sí, alergia.

—Lara, tú no eres alérgica a nada —me dice sonriendo.

«¿Por qué no pude haber nacido alérgica a algo? Funcionaría como excusa perfecta para momentos como este».

—Está bien, joder. Lo confieso. Se me han salido algunas estúpidas lágrimas.

—Ya te he dicho que llorar es algo normal. Nunca debes aguantarte las ganas de llorar, claro, ¡excepto cuando va contra las leyes del orgullo!  —me dice entre risas —Pero ahora, por ejemplo, estás aquí conmigo, ¿por qué te aguantas para no hacerlo?

—No sé, no me gusta llorar delante de la gente.

—Pero es que yo no soy cualquier gente.

—Ya lo sé, y lo siento por ser así —musito con un nudo en la garganta.
Miley me observa durante un rato y luego comienza a hablar en un tono muchísimo más suave.

—Lo siento, quizás a veces te pido más de lo que puedes dar. Debo entender de una buena vez que tu carácter es muy distinto al mío. A pesar de todo te seguiré queriendo igual, eh.

—Yo… yo también te quiero, Miley —le digo haciendo un gran esfuerzo.

Ella pone los ojos como platos de la sorpresa y esboza una gran sonrisa.

—Me compré uno igual —me informa señalando el peluche—. Pero no pude conseguir otra cadena así.

Su rostro es de total descontento.

—¿Por qué no?

—Esta era la última que quedaba en esa tienda, y por más que busqué en otras, ni rastros de alguna parecida. Supongo que debo mandarla a hacer con un buen joyero.

—Si lo que querías era algo diferente, parece que lo has conseguido. —Sonreí.

—Sí, pero yo también quería una —musita con tristeza.

—La encontraremos.

—¿Tú crees? —Frunce el ceño.

—Lo haremos —aseguro.

—Te creeré entonces —me dice—. Bueno, necesitas buscarle un nombre al panda.

—¿Un nombre?

—Sí, y yo ya tengo una idea.

—¿Cuál?

—Blue —responde—. Aunque tú le pones el que quieras.

—Me gusta.

—No escojas ese solo para quedar bien conmigo.

—Lo digo en serio, es perfecto. Se queda Blue —decido y sonríe.

—Entonces el mío se llama Red.

—Blue y Red.

—Blue y Red —repite Miley después de mí.

Siento una gota de agua caer sobre mi rostro y observo el cielo. Está todo gris. Otra gota me cae en un ojo, y luego de esta, comienza a caer un aguacero que nos obliga a recoger las cosas a toda prisa e irnos corriendo de la azotea.
                                                                       
***

Ese sería un cumpleaños que nunca se borraría de mi memoria. Fueron muchos los días que Miley me alegró, y nunca llegué a agradecerle todo lo que hacía por mí. ¿Ahora que hacía yo con todo eso por dentro? Solo deseaba poder echar el tiempo hacia atrás y explicarle lo importante que era en mi vida.

Y ahora que lo pensaba mejor, nunca habíamos llegado a encontrar una cadenita similar. Le había prometido que lo haríamos y no fue así. «Qué difícil es darte cuenta de todo lo que hiciste mal y no poderlo cambiar. Y que solo te quede entonces ese cargo de conciencia que te acompañará por siempre, que se convertirá en parte de tu vida, en tu compañía. Qué horrible cuando los recuerdos te hacen feliz y a su vez la persona más infeliz de la Tierra».

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