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Capítulo #10

(LARA)

Aparecí en una habitación a oscuras, solo una luz iluminaba la cama que tenía en frente, y Miley reposaba en ella. Su rostro lucía pálido y triste.

—Ayúdame, Lara —me dijo con una voz suplicante.

Intenté acercarme a ella, pero no pude; mis pies no se separaban del suelo. Lo intenté con todas mis fuerzas, pero nada parecía querer cambiar.

—Por favor, ayúdame, no me dejes ir —me seguía diciendo, pero me era imposible hacer nada al respecto.

—No te vayas, Miley, ¡quédate! —grité entre lágrimas.

—Lara... ayúdame, Lara... —me repetía cada vez más débil.

«¿Por qué no me puedo mover? ¿Por qué no me puedo acercar? ¿Por qué?».

—Lara, por fa… —Antes de poder terminar la frase noté cómo dejaba de moverse.

De repente la poca luz que había desapareció, quedándome en la total oscuridad, sin poder ver nada más.

—Miley murió, Miley murió, Miley murió —La voz de aquel hombre se repetía una y otra vez.

—¿Dónde está Miley? ¡Quiero verla!  —chillé entre el llanto.

Ya cuando comenzaba a quedarme sin fuerzas de tanto gritar, desperté en mi habitación, llena de sudor y lágrimas. Sentía cómo el corazón parecía querérseme salir del pecho. Y lo que más me impresionaba era el hecho de haber tenido una pesadilla tras otra, como si mi mente se rehusara a dejarme en paz por un instante. A partir de ese momento, la idea de volver a cerrar los ojos para intentar dormir lucía aterradora, era como abrirles las puertas a mis peores demonios.

Luego de recomponer la respiración, tomé el celular de la mesita y vi la hora, eran las nueve de la mañana. Sentí otra vez el sudor recorrerme el abdomen y no vi mejor opción que irme a dar una larga ducha.

El desayuno aquella mañana no era más que una obligación debido al poco apetito que tenía. Mamá me explicó un poco acerca de cómo serían las cosas en el cementerio y solo sirvió para asegurarme de que no lo soportaría. Es increíble lo difícil que puede llegar a ser en muchas ocasiones aceptar la realidad, y más aún cuando esta se convierte en tu peor pesadilla.

Al regresar a mi habitación, revisé mi celular y noté que tenía un mensaje.

Desconocido: Buenos días, princesa.

Por un momento mi cerebro se congestionó entre dos interrogantes: ¿Quién es y por qué me dice princesa?
Luego de pensarlo un poco, me di cuenta de que era el mismo número telefónico de la noche anterior, el de Alex. Me había escrito nuevamente.

Lara: Buenos días.

Durante cinco minutos me quedé pegada al celular esperando su respuesta, pero nada, no respondía.
Encendí mi PC en busca de algo de distracción y ante mis ojos apareció mi fondo de escritorio, solo para colmarme el alma de más tristeza. Era un collage hecho por mí, con fotos mías junto a las personas más importantes de mi vida. Una era con Max, otra con mi papá, otra con mamá, otra en la que aparecíamos los cuatro juntos, y finalmente otras dos con Miley. En la más grande aparecía yo a la derecha sonriendo y Miley a la izquierda haciendo una mueca con la boca. Recordé aquel día en el parque de diversiones, hacía tan solo dos meses.

Flashback #2

—Me niego —le repito una vez más a Miley.

Lleva alrededor de media hora insistiéndome para que suba junto a ella a la montaña rusa y no acaba de entender que ni loca lo haría. Siempre he detestado los parques de diversiones y la adrenalina.

—Daleeeeeeee Lara. ¿Vas a dejar que suba sola? Si me pasa algo vas a vivir con remordimiento durante toda tu vida —me dice dramáticamente.

—Pues no subas.

—Pero si es lo que más quiero. Por favor, Lara —me suplica, imitando los ojos del Gato con Botas.

—Miley, ¡que le tengo mucho miedo!

—Pero debes superar tus miedos —me dice con una voz suave. Ahora pareciera ser una psicóloga dándome ayuda.

—Solo lo dijiste porque suena inteligente ¿verdad?

—Sí, ¿cómo lo sabes? —me pregunta entre risas.

—No sé, tal vez es porque te conozco —Sonreí.

—¿Ya podemos subir?

—Miley, subamos, mierda.

—¡Eeeeeeeh! —grita como loca.

La montaña rusa no puede ser peor. Los gritos de Miley solo sirven para empeorar la situación, y aunque cierro los ojos con fuerza no puedo evitar sentir el cosquilleo en mi barriga. Al bajar, me cuesta recuperarme de los mareos y estoy a punto de vomitar. Sin embargo, Miley se mantiene muy normal, feliz de la vida.

—¿Y esa cara? ¿Por qué tienes el pelo tan alborotado? —me pregunta en tono burlón.

—Qué perra eres —le digo sonriendo.

Sentadas en un banco del parque, divisamos a nuestro lado una fuente preciosa. Tiene luces de distintos colores en el fondo, las cuales se reflejan en el agua. No es la primera que veo una de este tipo, pero sí se trata de la más bonita hasta ahora. Hay una buena cantidad de personas a su alrededor, tal pareciera que es una atracción más. Algunos niños corretean por todo el espacio, y otros se limitan a mirarla con curiosidad.

—¿Tienes una moneda? —me pregunta Miley, sacándome de mis pensamientos.

—¿Para qué?

—Para pedir un deseo —me responde señalando la fuente.

—¿En serio? —digo con incredulidad.

—Sí —afirma con una sonrisa en el rostro.

Sin decir nada más, comienzo a buscar en mi bolso y encuentro una moneda en el fondo. Cuando se la entrego, me observa arqueando una ceja.

—¿Y la tuya? —me pregunta.

—No, solo tengo esa. De todas formas, no le veo sentido a pedirle deseos a una fuente.

—¿Por qué? ¿Porque es infantil?

—Un poco —acepto.
—A veces es bueno ser un poco infantil. Tienes que pedir un deseo tú también.

—Pero no hay más monedas.

—¿Crees que si corto la moneda a la mitad se cumplan los deseos enteros? —me pregunta sonriendo.

—No lo creo.

Miley me observa dubitativa durante unos instantes hasta que se pone de pie y comienza a caminar sin pronunciar palabra alguna. La veo dirigirse hacia una pareja que está sentada al frente de nosotras. Les dice algo que no logro escuchar y ellos sonríen en respuesta. El hombre se pone buscar en su bolsillo, mientras ella conversa con la mujer. «No puede ser que ella haya hecho lo que imagino». Finalmente, comprobando lo que mi mente creía, el hombre saca una moneda de su bolsillo y se la entrega a Miley, la cual les agradece y les regala una sonrisa.

Cuando la veo venir hacia mí con evidente felicidad por su logro, me quedo boquiabierta. ¡Yo nunca me atrevería a hacer algo así! Cada día me sorprendo más de lo que ella es capaz de hacer solo por cumplir sus objetivos.

—Problema resuelto —dice entregándome la moneda.

Cuando observo nuevamente hacia la pareja de en frente, me doy cuenta de que tienen la mirada fija en nosotras. No sé dónde esconder la cara, si fuera un avestruz metería la cabeza en el suelo ahora mismo.

—Estás loca —musito.

—Lo sé —confiesa—. Pero gracias a mi locura ya tenemos otra moneda y puedes pedir un deseo.

—Es verdad. Pero todavía no tengo ni idea de qué pedir.

—A la hora de pedir deseos debes ser infantil.

—¿Por qué?

—Los niños son infantiles, y por esto, tienen mucha más imaginación que los adultos, y a la hora de pedir deseos y de soñar no tienen límites. Nosotros deberíamos aprender eso de ellos.

Por momentos me asombro demasiado de las palabras de Miley. Es como si en su interior habitaran diferentes personalidades y de vez en cuando saliera esta que suena sorprendentemente sabia.

—¿Y estás contándonos a nosotras como adultas? —le pregunto sonriendo.

—Ya tenemos dieciocho. No solo somos adultas, sino que somos dos personas muy maduras —me dice en tono sarcástico, y ambas comenzamos a reír.

Caminamos hacia la fuente y nos quedamos en silencio. Noto cómo Miley cierra los ojos y yo hago lo mismo. «¿Qué deseo debería pedir? Bueno, deseo tener muchos días como este, en los que solo sean risas, días sin problemas».

Luego de asegurarme de que mi deseo era el que realmente quería, lanzo la moneda al agua y abro los ojos. Miley aún los mantiene cerrados. La observo durante algunos segundos en silencio, hasta que por fin se deshace ella también de su moneda.

—¡Eres rápida! —exclama al verme—. ¿Qué pediste?

—¿No se supone que debe ser algo secreto?

—Se supone, solo se supone. Dime qué pediste, dale.

—Tener muchos días como este.

—¿Y cómo es este?

—Feliz —respondo.

—Bueno, mientras yo esté, los tendrás —me asegura sonriendo.

—¿Y tú? ¿Qué pediste?

—Tenerte por siempre en mi vida —responde mientras observa fijamente la fuente.

—Pues esperemos que luego de tanto trabajo para buscar una moneda los deseos se cumplan.

Siento su mirada penetrante sobre mí, y lo peor de todo es que me imagino la razón. Quizás esas no eran las palabras que ella esperaba escucharme decir, quizás esperaba una respuesta mucho más sentimental, una que me es imposible dar.

—Esperemos —musita finalmente—. ¡Vamos a tomarnos una foto! —grita.

Y como si ya lo tuviera planeado desde antes, Miley saca su celular. Pero en ese mismo instante aparece en la pantalla una llamada de su mamá, la cual no responde.

—Creo que estás en serios problemas.

—No, porque tú me ayudarás a convencerla —me dice con total convicción.

—¿Y quién te dijo que yo lo haría?

—Lo sé, lo sabes, lo sabemos.

—Yo no sé nada —bufo.

—Qué pesada eres a veces —me dice sacando la lengua.

***

Al volver al presente me di cuenta de cuánto estaba llorando. Cada vez me resultaba más doloroso el recordarle. Nunca me había imaginado una vida sin mi mejor amiga y ahora debía luchar contra la cruda realidad. Y no podía parar de pensar en que las cosas hubieran sido diferentes si tan solo hubiera estado a su lado esa maldita noche. Debía aceptar que la culpa, en parte, era mía, y que viviría ahogada en el arrepentimiento por el resto de mis días. «¿Qué no daría por verla?».

Escuché mi celular sonar y esta vez no era un mensaje, sino una llamada.

—¿Sí? —respondí.

—Hola —me dijo una voz que llegué a reconocer al instante, a pesar de haberla escuchado tan poco. Era él.

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