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Introducción


   Faltaban un par de meses para el fin de año en Erini, el fin de otro gran ciclo lleno de retos y batallas ganadas. La realeza, como acostumbraba, organizaba grandes fiestas para invitar a los gobernantes vecinos y alguno que otro aldeano de buena posición, los de "clase alta" del pueblo, los cuales eran pocos.

   El príncipe, con mero entusiasmo interno, iba en un carruaje por el sendero que atravesaba el pueblo, viendo a las animadas personas que se amontonaban alrededor con esperanzas de ser saludados por el gran hijo del Rey Camilo. Felipe, aunque había hecho lo posible por ese pequeño paseo para ver a su gente, las condiciones de su madre era lo que le bajaban los ánimos. La dama le había prohibido bajar del carruaje y le había obligado a ir junto a su prometida, Lady Margaret.

   El chico no se sentía a gusto con la joven desde que su madre le había comprometido en matrimonio con ella sin siquiera haberselo preguntado. Se sentía indignado y su única forma de protestar era rechazar de forma educada el amor que Margaret le tenía, siendo frío con ella como lo era con todos, porque él no la amaba y no se veía haciéndolo en un futuro.

   Felipe, sabiendo que su prometida miraba por el otro lado de la ventana, saludó a los niños que se acercaban al carruaje, a algunos les acarició la cabeza, a otros les dio flores, una pequeña sonrisa podía verse en su inexpresivo rostro, algo que enamoraba a todas las muchachas que intentaban darle la mano.

   Habían pasado años desde que no visitaba el pueblo y a su gente, que no veía el estilo de vida de ese pequeño lugar donde los niños corrían junto a sus mascotas, donde los abastos estaban adornados con letras llamativas y grandes adornos, donde las chicas eran sencillas y tiernas, algunas rubias, otras castañas, otras pelirrojas.

   Para Felipe, el pueblo capital de Erini, Escious, estaba lleno de vida. Haría lo que fuese para mejorar la vida en los pueblos de la nación, de mejorar el abastecimiento de cada hogar, hasta de los más pobres, de que el pueblo pudiese desarrollarse de forma adecuada así como los pueblos de Norilea o Arcia, que desarrollaran la tecnología así como los pueblos de Osenur. Felipe quería que su gente fuese capaz de vivir en cualquier sitio, que tuviesen los conocimientos necesarios, la curiosidad para crear cosas maravillosas. Esa era otra de las razones por las que había ido al pueblo, a buscar algún espacio en la plaza principal para construir una biblioteca, una más grande que la que tenía en el castillo y a la que todos pudiesen ir.

   Los deseos del príncipe eran tan grandes, que pensaba que ocuparía toda su vida en enorgullecer a su pueblo y a su difunto padre, en cumplir igualmente con sus deseos. Sin embargo, Felipe sabía desde hacía años que no obtendría el apoyo de su madre, quien hacía lo posible para que todas sus órdenes fuesen cumplidas, bien hechas, tal cual Tirano. Aquel hecho, al principio, bajaba los ánimos del joven príncipe, pero llegó el tiempo en que empezó a ignorar esa actitud de su madre. A veces se sentía una marioneta más del juego de la Reina.

   La tarde era tranquila y fresca, los árboles dejaron que sus hojas cayesen junto a la brisa y varias de éstas entraron al carruaje, cosa que hizo vacilar al príncipe y notar de igual modo como su compañera reía. La miró por breves segundos, inexpresivo, y volvió la mirada a la nada. Pensó en lo importante que Margaret había sido en su pasado, en la ayuda que le había brindado y lo mucho que lo había apoyado.

   Margaret, sin embargo, había dejado que su cariño por él la llevara a aceptar ese matrimonio sin permiso de él, y eso era algo que Felipe no podía aceptar. Se había sentido engañado por ella, como si un puñal hubiese sido clavado en su pecho, porque había perdido a su mejor amiga en cuanto ésta dejó de tratarle como un amigo e intentó ser algo más. Si tan solo ella le hubiese dicho la verdad antes de armar un matrimonio falso, él la habría rechazado de tal modo que seguirían siendo amigos, pero ahora no podía evitar ser frío con ella, ser indiferente a su amor y no podía sentirse del todo mal, porque Felipe no podía mentirse a sí mismo. Su confianza había sido defraudada.

   Luego estaba su madre quien cada vez se metía más en su vida, arruinaba todo a su paso, cambiaba las cosas a su beneficio, y él tenía que ver de lejos como firmaba papeles, acuerdos con gente que no conocía, acuerdos para ganar dinero o tierras a toda costa, acabar con pueblos o asociarse con gobernantes malintencionados. Esa dulce mujer se había vuelto una pesadilla viviente, la pesadilla de cualquier niño cuando sueña que su madre ha muerto. La Reina había muerto, ahora solo era un cuerpo hueco lleno de oscuridad.

   Era difícil tener tales pensamientos de su mente, con 24 años, su cabeza se veía llena de preocupaciones y problemas que no podía resolver. El único motivo que le alegraba era la amistad que tenía con Zacarías, su mayordomo y mejor amigo, su confidente y mano derecha. Ese muchacho era el nieto del igualmente difunto mayordomo del Rey, era un chico de su misma edad y que había pasado por momentos difíciles junto a él, que sabía toda su vida porque la vivió con él. Zacarías era como su hermano, un hermano mayor que siempre le aconsejaba y acompañaba en sus aventuras.

   Quizás, ese paseo en carruaje era tan relajante que podía dejar volar su mente a tal magnitud que veía más allá de las personas que le rodeaban, de sus miradas de adoración, Felipe creía que podía leer sus mentes y saber sus pesares, hacer algo más que ser un simple gobernante. Sentía que podía dejar que su mente se centrara en la alegría de la gente y no en sus problemas personales.

   Pensaba que todo estaba tan tranquilo, sin problema alguno, que imaginó que estaría allí por siempre. Pero fue entonces cuando, entre los gritos de la multitud y las flores que le ofrecían, entre el bullicio y los colores, una mirada se conectó con la suya, una brillante mirada con la que no se permitiría pestañear.

   Felipe mantuvo la conexión con esa misteriosa mirada sin que nadie lo notara, un par de ojos grandes y de color miel, brillantes y con muchos sentimientos en ellos. Pudo ver, detallando desde lejos, que se trataba de un chico de cuerpo delgado, un muchacho menor que él que sostenía una cesta en sus manos con algunas verduras. Ese muchacho se le hacía conocido, lo había visto en algún otro sitio y no lo recordaba. Sin embargo, se negó a mirar a otro lado y el chico parecía estar igual de ensimismado con él, claro que con una personalidad más tímida y tierna, o eso pensaba Felipe mientras le miraba.

   El ruido pronto cesó en su interior, no podía ver a otra persona que no fuese aquel chico desconocido, no prestaba atención a algo más que a él, el deseo de ir a preguntar su nombre le tentaba a cada segundo que pasaba, de abrir la puerta del carruaje y correr hacia el chico. Sería una locura. Y fue en medio de su vaga estrategia cuando vio que el rostro del muchacho se tornó de un color más rosado, sus pómulos se prendieron y una ligera sonrisa apareció en sus labios, y el príncipe se vio paralizado al instante, tan inmóvil que no pudo sonreírle de vuelta y no sintió cuando Margaret le llamó a sus espaldas.

   En cuanto el príncipe se volvió a ella, duró un par de segundos y volvió la mirada a la multitud, aquella linda mirada había desaparecido. Mordió el interior de su mejilla en señal de frustración, suspiró con tristeza y siguió saludando a los aldeanos con el mejor ánimo que su rostro le permitía. Felipe no era chico de sonreír siempre, pero deseó hacerlo para ese muchacho, y aun así sabía que nada hubiese cambiado la situación en la que estaba, porque no hubiese bajado del carruaje y el chico hubiese desaprecido de todos modos.

   El resto del camino fue rápido. Llegaron al castillo tras ver la zona donde se haría la biblioteca, el príncipe se encaminó a su habitación en cuanto terminó de ayudar a Lady Margaret a bajar del carruaje. Zacarías, en cuanto le vio con malos genios, le siguió en busca de respuestas.


—Muy bien, joven príncipe ¿Ocurrió algo?— El muchacho de chaleco negro y cabello peinado, estaba al lado de la cama del príncipe mientras le veía en total depresión. Su mejor amigo, Felipe, se encontraba tirado en la cama, bocabajo, casi sin poder respirar.

—Creo que me gusta un chico— comentó de repente, y Zacarías se vio asombrado por tal información—. Es malo, creo, pero me llamó mucho la atención un chico. Era bajito, era lindo, soy un desastre.

—¿Un muchacho del pueblo? ¿Seguro que te gusta? Nunca antes te habías interesado en un chico— Y Felipe le miró con seriedad.

—Ya lo sé— el príncipe, tras suspirar y sentarse a la orilla de la cama, se mantuvo en silencio por unos segundos—. Quiero saber su nombre.

—Estás loco, no irás en serio, ¿cierto?— Zacarías, tras mucho tiempo sin escuchar locuras por parte del príncipe, se veía cada vez más impresionado de lo que una simple salida al pueblo podía causar—. Ese pueblo siempre te deja algo en qué pensar; primero fue el chico de las frutas, luego el joven que casi matas con tu caballo, y ahora este chico.— El castaño se vio pensativo entonces.


   Felipe hizo mal gesto, mantuvo el silencio mientras recordaba cada ida al pueblo y se puso en pie al sentir como una chispa recorría su cuerpo, señal de que había llegado a una conclusión. Caminó de un lado a otro mientras ordenaba las ideas en su mente, mientras se iba quitando las botas y el chaleco azul que llevaba, y finalmente miró a Zacarías.


—Y si esos chicos, son el mismo chico— comentó con cierta curiosidad, esperando que Zacarías le diera una respuesta como siempre hacía, que le dijera un par de palabras para que le diera alguna idea de qué hacer con esos extraños acontecimientos.

—¿El chico de hoy era de cabello caramelo?— Preguntó Zacarías, pues recordaba la primera ida al pueblo, al chico de las frutas y su cabello iluminado en color caramelo.

—Si, como castaño claro y algunos toques oscuros— Felipe le dio la espalda mientras recordaba—, grandes ojos ámbar, tierno a decir verdad.

—Entonces es posible que siempre que vayas al pueblo, te encuentres con ese chico. El muchacho que casi matas con tu caballo, tenía ojos ámbar y cabello caramelo— Zacarías rio al recordar aquel día—. Pobre, hiciste que cayese al piso y botara sus manzanas. Por un momento pensé en reirme al ver su rostro manchado de barro.

—Si...— Felipe igualmente recordó con nostalgia— ¡Me sentí mal! Lo único que pude hacer fue recoger las frutas que había dejado caer. Él limpió su rostro con su manga como si fuese un gato. Menos mal no pasó nada malo.


   Ambos rieron tras recordar. Felipe se sentía a gusto en su habitación y con su mejor amigo, volvía a ser el alegre niño que era, volvía a reír y a hacer bromas, travesuras.


—Entonces debe ser una señal del mismo pueblo, Felipe. ¿Qué tal si lo tienes que conocer?— Comentó entonces Zacarías, dejando de reír y tomando un tono de voz más serio—. Tienes que saber quién es ese muchacho.

—Tienes razón— Felipe mantuvo su semblante igual de neutral—. Entre los papeles del reino, en la biblioteca, debe haber algún archivo de los habitantes de Escious. Me pondré manos a la obra, cada archivo ha de tener imágenes, así que será fácil encontrarle.

—Tú tienes una reunión en unos minutos, yo te ayudaré a buscar a ese chico. Lo he visto también, así que será sencillo— se ofreció Zacarías después de mirar su reloj.

—Entre los dos será aún más sencillo— vaciló el príncipe, aliviado—. Quiero saber todo de él— y tras un suspiro, se tiró a la cama con los ojos cerrados. Zacarías frunció el ceño.

—Si, si, Romeo. Arréglate. Tienes una reunión— Zacarías, al ver que Felipe le ignoraba, suspiró. Con rapidez sacó una metras brillantes de sus bolsillos, tiró unas cuantas al piso y estas explotaron con luces, asustando a Felipe hasta hacerlo caer de la cama—. Dese prisa, joven príncipe.


   Zacarías evitó reír y Felipe decidió no discutir.


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   Hola galletitas, ¿qué tal estuvo la introducción?

   Desde aquí, espero que me tenga mucha paciencia. Editaré lo más rápido que pueda para tenerles la historia lista. No olviden apoyar con una estrellita o un comentario, compartan la historia si desean.

   Mil besos y espero que la estén pasando bien en estas fechas.

   Bye~


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