Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Felipe


   Era una tarde tranquila; el sol bañaba de color naranja el Jardín Real y dejaba que la brisa animara a un par de niños mientras jugaban a los piratas. No hacía calor, por lo que el par de menores disfrutaban mientras correteaban alrededor de los árboles con unas espadas de madera en sus manos, era algo muy divertido a pesar de que las grandes paredes no los dejaban ver hacia afuera, solo podían ver las flores y diversos árboles de aquel jardín.

   Las risas eran las que alegraban la tarde, un señor con una sonrisa vigilaba al par de críos, pendiente de que no se fueran a lastimar en su juego. Sin embargo, una mujer con un hermoso vestido fino, se acercó al umbral de la puerta para ver a su hijo jugar. Mostraba su semblante neutral y sus brazos cruzados, su cabello era corto y lucía gracias a un listón azul turquesa. El pequeño niño de cabellos negros, en cuanto vio a su madre, detuvo su diversión y su compañerito se dio cuenta, cosa que lo hizo bufar en silencio, un bufido que hizo reír levemente al hijo de aquella estricta mujer.


—Felipe, tu tutor de esgrima acaba de llegar— Avisó con brevedad la dama antes de volver por donde había llegado, sin cambiar su semblante o dedicarle alguna sonrisa a su pequeño hijo de 8 años.

—Vamos, joven Felipe— El anciano mayordomo de amable sonrisa, le indicó al nombrado que entrara a la casa. Tenía que cambiar su traje por uno más arreglado y peinar sus cabellos negros despeinados por la brisa.

—Adiós Zacarías— El pelinegro, de nombre Felipe, se despidió de su mejor amigo con un atisbo de desilusión y éste igual se despidió con un vaivén de su mano, mostrando una pequeña sonrisa reconfortante para el príncipe.


   La tarde de diversión había pasado como la mayoría de los días hasta que llegaba la siguiente mañana. Luego de las clases de esgrima, seguía el tutor de francés y luego se finalizaba el día con una cena aburrida en donde el pequeño Felipe tenía que estar pendiente de los temas de política para, en un futuro, saber sobre su gente, personas a las que gobernaría junto a la doncella de la que se enamorara.

   A la hora de dormir, Felipe hablaba y reía junto a Zacarías, su mejor amigo. Cada noche le invitaba a dormir en la inmensa habitación real, el mayordomo dejaba que los menores jugaran y evitaba que la servidumbre le comentara algo del tema a la Reina, pues ella no aceptaba tal amistad por el simple hecho de que Zacarías era nieto del mayordomo, parte de la servidumbre.

   Sin embargo, Felipe no prestaba la mínima atención en dicho hecho, él defendía a su mejor amigo y era lo único que su madre no le podía arrebatar. Con juegos, los niños crecieron juntos, manteniendo su amistad intacta, Zacarías avivando la curiosidad de Felipe por querer ir al pueblo, por conocer personas nuevas, nuevas costumbres. Conocer algo que no fuese falsedad y dinero, como era usualmente la vida de la realeza.

   Al final, Zacarías se iba de la gran habitación con una sonrisa, le gustaba tener un amigo y que este no lo viera como poca cosa, como lo hacía la Reina. El pequeño niño castaño, a pesar de sonreír con inocencia, se veía ofendido por el hecho de ser parte de la servidumbre. Las princesas y príncipes, los niños mimados hijos de duques, usualmente intentaban intimidarte y humillarle. Pero el niño inocente sabía defenderse, sabía hablar de forma aterradora. Y aunque terminaba desanimado, recordaba que tenía un amigo que no era igual que esos niños mimados.

   El príncipe Felipe era todo lo contrario a su madre, la Reina, la cual no tenía ni una pizca de humildad, en cambio, Felipe se parecía a su difunto padre, un hombre que ayudaba a los necesitados y conocía a todos los pueblerinos, un hombre curioso y amigable. El Rey Camilo era igualmente un guerrero, se enorgullecía de cuidar a la gente de la que se hacía responsable. Gracias a él varias familias fueron salvadas de ser esclavas de los Tiranos. Pero, a pesar de ser una persona buena, un Rey lejano, un hombre ambicioso y de malas intenciones, fue el causante de que el Rey Camilo tuviera que dejar a su hijo cuando este tenía 5 años; su vida se le había sido arrebata por un hombre de corazón oscuro.

   Los años pasaban volando para aquel reino. El pueblo era próspero como se esperaba y el futuro Rey se alistaba para ser de gran utilidad al igual que su padre. Desde que Felipe cumplió sus 15 años, el joven practicaba junto a su mejor amigo a dominar el arte de la espada y de la pelea cuerpo a cuerpo, también gozaban a la hora de montar caballos y demostrar sus habilidades en otros campos. Felipe, al paso de los años, iba cambiando su actitud alegre a una más seria y reservada, no se podía mostrar débil e ingenuo ante nadie, su madre le había enseñado eso y era quizás el único consejo que tomaría en cuenta por parte de la dama.

   A sus 18, el príncipe ya se veía como un guerrero, estaba listo para las batallas y para liderarlas. Sabía inglés y francés a la perfección; manejaba la espada hasta con los ojos cerrados, logrando vencer a varios oponentes; era deseado por varias princesas de varios reinos. Y aun así, con todo el esfuerzo dado a lo largo de los años, el joven no se sentía satisfecho en lo más mínimo.


—Quiero visitar la aldea, Zacarías— Le comentó a su ahora mayordomo. El abuelo de su mejor amigo había fallecido hacia un par de años y ahora el castaño era el encargado de "cuidarle". Para Felipe era el mejor de los mayordomos, no solo porque era su mejor amigo, sino que Zacarías hacía lo posible para que fuese por el camino correcto.

—Sabes que no puedes salir— Recordó igual el muchacho castaño con una ligera sonrisa, tenía un tiempo que no iba al pueblo y, por muy raro que sonase, lo extrañaba. Extrañaba las comidas sencillas, las frutas frescas, los niños jugando.

—Tenemos hasta las 6:00am, ¿No es así?— Preguntó el pelinegro con cierto entusiasmo, no habían más tareas en la tarde y en la mañana tendría que asistir a una reunión; la noche era joven. Rápidamente de sentó a la orilla de la cama para ponerse sus botas, ya no aguantaba la falta de libertad.

—Estas demente— Declaró tranquilo el castaño. Miró por un momento el pequeño reloj antiguo que estaba en la mesa de al lado, luego miró a su amigo con una sonrisa cómplice. Intentó negarse, pero añoraba tanto salir de aquel castillo que no pudo hacerlo.

—Vamos por Puas y Blu— Indicó Felipe en un tono de voz más bajo. Era tarde y la mayoría de los residentes del castillo, dormían. Sus caballos de seguro estarían igual de dormidos, pero un poco de fruta les daría fuerza.


   Zacarías asintió y puso su dedo en medio de sus labios en seña de silencio. Abrió la puerta de la alcoba con cuidado, miró a los lados y, antes de salir, apagaron la pequeña luz de la habitación. En menos de lo que esperaban se encontraban en las caballerizas. El príncipe acariciaba el hermoso pelaje crema de su yegua, Blu, mientras Zacarías le contaba a Puas, su caballo, sobre el plan que estaban tramando.

   Ambos muchachos salieron sin ser vistos. Felipe sentía la adrenalina recorrer su sangre y no podía evitar mostrar esa sonrisa que estuvo tanto tiempo escondida. El príncipe miró a Zacarías con una sonrisa y este se la devolvió igual de animado. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos del castillo, los jóvenes gritaron de alegría mientras cabalgaban hacia la aldea que aún permanecía despierta.


—Vamos a caminar un rato. Hay lugares buenos por aquí— Comentó el castaño en lo que miraba su reloj y planeaba la hora de despedida, luego bajó de su caballo y caminó hacia la aldea, guiando a Felipe que parecía emocionado.


   Caminaron un rato, todo se veía tan alegre y colorido como Felipe había imaginado. Zacarías presentaba a Felipe como su primo y entre los dos conocieron aquel pueblo de gente buena. Las horas pasaban y de a poco las personas se iban a sus hogares. El pelinegro vio caras nuevas y algunas señoritas que le llamaban la atención, pero, a la hora de partir de nuevo al castillo, sus ánimos bajaron un poco. Iban de camino a buscar a sus caballos cuando de un callejón vio salir un pequeño gato negro. Rápidamente se acercó por mera curiosidad y pudo ver como unos altos hombres fornidos estaban por golpear a otro joven que trataba de recoger las frutas que se le habían caído. El príncipe frunció su ceño.


—Será mejor que nos pagues cuanto antes si no quieres que tu hermanita pague por ti— Amenazó uno de los hombres, escupiendo mientras hablaba y con su ceño terriblemente fruncido.

—Y-Yo se los pagaré en cuanto pueda...— A penas se escuchó el murmuro del joven, pues tenía miedo y solo quería volver a casa con la fruta.


   Uno de aquellos hombres estuvo por tocar al muchacho, quizá halarle el seodoso cabello castaño que tenía para verle llorar, pero antes de que eso pasara, Felipe se acercó con seriedad y sigilo para asustar a aquellos hombres. Evitó que tocaran al chico y les miró con neutralidad, sin una pizca de amabilidad en sus hermosos ojos azules que ahora parecían mares pronfundos.


—Él les pagará, no hay necesidad de repetirlo.— Demandó con firmeza, pero sin alzar mucho la voz—. Este chico es menor de edad, si algún guardia llega a verles con afanes de lastimar a este muchacho, se verán en problemas.— Y con aquella advertencia, los hombres se miraron entre sí antes de volver al negocio. Felipe suspiró aliviado y a la vez irritado por ese tipo de personas tan groceras.

—Joven...— Por otro lado, la asombrada voz del menor hizo que Felipe volviese a la realidad y volviese su mirada al chico que había ayudado. El muchacho tenía cabello castaño claro, casi dorado, y le miraba con admiración. ¿Quién era ese misterioso muchacho de ojos azules?

—No te preocupes— Felipe le dedicó una sonrisa ligera, una que poco hacía. Con rapidez se arrodilló frente al chico y le ayudó a recoger las frutas que habán caído al piso, todo para terminar por ver la curiosa mirada del niño que tenía enfrente.

—M-Muchas gracias— El desconocido le sonrió con amabilidad, una brillante sonrisa de niño inocente que enternecería a cualquiera, o eso pensó Felipe de forma inconsciente.

—Tienes que tener más cuidado— Aconsejó el príncipe rápidamente, entregando la última fruta caída y rozando sin querer la mano fría del muchacho desconocido.

—Disculpa pero ¿Nos conocemos?— Aquella pregunta salió disparada de labios del menor sin haberlo pensado, su curiosidad era grande y su memoria un poco mala luego de tremendo susto y dolor de cabeza.

—No creo— El príncipe de inmediato sintió como los nervios recorrieron su cuerpo. Quizás el chico le reconocería, sabía que su rostro había salido en algún periódico, pero casi nadie le daba importancia a ello. Sin embargo, notó entonces como los grandes ojos del chico brillaban y supo que estaba por acertar.

—Tu eres el...— Empezó murmurando, alucinado y con emoción, pero alguien interrumpió su habla, algo que igualmente llamó su curiosidad.

—¡Vámonos, enamorado! ¡Es tarde!— Era Zacarías, y Felipe aprovechó la distracción para salir huyendo de la curiosa mirada del niño que había ayudado. Agradeció internamente a su mejor amigo mientras montaban los caballos con rapidez.

—El príncipe— Murmuró con cierta alegría el desconocido, estando solo con una cesta de frutas en mano. Tras un ligero suspiro, aguantando la emoción, se encaminó a su casa con un sonrisa risueña pintando su rostro.


   Los jóvenes llegaron al castillo exhaustos, habían tardado en el camino por lo que a penas guardaron a los caballos, cada quien subió a su alcoba para ducharse rápido y vestirse, quizá tomar algo de comer para recuperar fuerzas. Estaban por ser las 6:00am, los dos debían estar presentables para la reunión que se haría en instantes.

   Mientras bajaban por las escaleras, ambos jóvenes se miraron entre sí con complicidad, evitando sonreír del todo y terminaron por chocar puños con disimulo, concretando que su plan había salido a la pefección.

   Por fin algo interesante.


'.¸¸.''¯' .¸¸.

¡Espero que les haya gustado!

Esta historia será corta pero con mucha emoción y drama, así que disfrútenla y conozcan a sus personajes, quiero ver con quiénes se identifican.

Bye~

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro