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Capitulo Final

   El doctor había salido de la alcoba, había cerrado la puerta y se notaba serio. Miró pues a Felipe, éste esperaba aún la tan ansiada respuesta de que tanto Maximiliano como su hijo estarían bien. Pero notó como el doctor tardaba en hablar, eso le desesperaba, era como si buscara las palabras adecuadas para decirle.


—Su majestad, el joven Bellamont estará bien— comentó con seriedad, pero Felipe se sintió aliviado—. Sin embargo, asimilo que no le ha comentado sobre las advertencias que le di, por ello se las diré directamente a usted, para que se haga cargo de él.


   Felipe se vio confundido, alzó una ceja pero se mantuvo en silencio, esperando a que el doctor prosiguiera. El hombre de bata blanca entonces sacó de su maletín negro un documento, un certificado médico quizá, y aparte, otra hoja en la cual habían ciertas cosas que el doncel debía evitar.


—Debido a que este embarazo es doble, es decir, que el joven Bellamont tendrá dos bebés, se le debe prestar más atención a su cuidado— el rubio médico leía con detenimiento las hojas en sus manos, resumiendo la información para comentarle al príncipe lo que debería hacer. Sin embargo, al alzar la mirada, notó como Felipe le miraba con curiosidad.

—Tendremos...¿Dos bebés?— Felipe se vio conmocionado, y la mucama que aún estaba a su lado sonrió enternecida, pero sin hacer sonido alguno—. Maximiliano no me había comentado nada— murmuró algo pensativo, pero luego vaciló—. Eso es algo... maravilloso— no encontró otra palabra que describiera su alegría. Tendría dos hijos con Maximiliano.

—Oh, bueno, continúo— el doctor no reparó en la intriga del príncipe—. Como decía, gracias al embarazo doble, los cuidados deben ser más exigentes. He tratado con varios donceles alrededor del mundo, pero muy pocos son los que sobreviven a un embarazo de éste tipo. Sin embargo, el joven Maximiliano se ve muy contento con esta noticia, y se niega a perder a cualquiera de los dos bebés.


   Felipe se limitó a asentir, su piel se había erizado, por un momento sintió como el color desaparecía de su piel con la sola idea de que Maximiliano muriese.


—A pesar de que él sabe sobre los cuidados que necesita, cree que puede hacerlos solo y me pidió que no comentara esto con nadie, menos con usted, pero luego del evento tan terrorífico de hoy, creo que lo mejor es que entre usted y su familia le ayuden a mantener la calma— El rubio enrolló los documentos y los amarró con una cinta—. El joven Bellamont, desde el inicio de su embarazo, ha tenido una salud poco estable y a medida que avance el embarazo, tendrá mayores dificultades, tanto físicas como emocionales.

—¿Qué tengo que hacer?— Felipe no sabía cómo sentirse, solo podía sentir como su corazón acelerado le obligaba a hablar con gravedad, aguantando la angustia que quería salir en un grito de su garganta.

—Quedarse con él— El doctor, por primera vez, no parecía tan irritante—. Faltan 8 semanas para que dé a luz, y son los días más importantes. Hablando de su salud emocional, ningún tipo de preocupación debería molestarle, ningún pensamiento negativo, nada que le cause algún tipo de ansiedad; necesita amor, cariño, que le hagan saber que no está solo en esto.


   La manera en la que hablaba el doctor, era algo admirable en un profesional de su calibre. El Doctor Douglas era de los mejores del mundo, por ello era el doctor Real de Erini. Sin embargo, Douglas le había tomado mucho aprecio a Maximiliano y éste confiaba en él. Quizá el doctor sabía más de lo que Felipe sabía, nuevamente sentía esos celos que hacían temblar su corazón, pero el deseo de que Maximiliano estuviese bien era mucho más importante que sus emociones.


—Yendo al lado de la salud física, el joven Bellamont tendrá algunos días de enfermedad, pero no será nada grave si se le cuida como es debido— hizo énfasis en las últimas palabras—. Podría presentar fiebre alta, tos, dolor en las articulaciones, entre otros malestares, pero para ello deberá ser tratado con medicinas naturales. Si se le suministra cualquier medicamento procesado, podría ser mortal.

—Muy bien, ¿Algo en especial que pueda hacer?— El azabache no quería sentirse inútil, se mantuvo firme ante la mirada analizadora del doctor.

—Sé que ha de ser difícil para usted el estar usualmente con Maximiliano; tiene deberes y más cosas que hacer como príncipe de Erini, futuro Rey— el doctor quería ser más sutil, y esperaba a que el doncel, que había dejado dormido en la alcoba, no se despertara—. Pero sería bueno que intentara pasar más tiempo con él. Maximiliano jamás se lo exigirá, sabe que está con usted tiene cosas más importantes que hacer, pero si libera algo de tiempo para estar con él, será significativo.


   Felipe se sintió pues en un dilema.


—Tenga en cuenta que Maximiliano y los bebés son ahora su familia, y la familia va primero que todo— recordó el doctor al Rey Camilo—. Nadie le va a cuestionar por cuidar de su esposo, habrán reuniones que tendrán que esperar y viajes que posponer. Sin embargo, la toma de dichas decisiones son por completo suyas.

   Y terminó por entregarle los papeles enrollados. Felipe recibió aquello en silencio, aún debatiéndose mentalmente. Lo que no se imaginaba era que el doctor estaba haciéndole sentir mal a propósito, para que cuidase de Maximiliano. Douglas sabía que el doncel era la debilidad del Rey, y tenía que demostrar que podía cuidarle por sí mismo.


—No tengo mucho más que decir— guardó sus lentes en el bolsillo de su chaqueta—. El joven Bellamont está dormido, déjenle descansar y cuando despierte le dan alguno de los tés que hay en la lista. Por cierto, disminuyan su ingesta de postres demasiado dulces; debe mantener un buen peso, sino sus piernas y espalda sufrirán las consecuencias. Con su permiso, me retiro


   Felipe asintió mientras desenvolvía el documento y leía con detenimiento. El doctor se encaminó a las escaleras y recordó lo que acababa de decir, una ligera carcajada salió de sus labios y levantó la mano para despedirse de los presentes. Esperaba que de algún modo el regaño que le había dado al príncipe, sirviese para ayudar al joven Bellamont.

   Pronto llegaron Emely y Esteban, su preocupación era notable, pero se quedaron afuera de la alcoba, hablando con Felipe y escuchando lo que el doctor le había indicado. Emely se cruzó de brazos, oyendo la explicación de Felipe sobre su encuentro con la princesa Arabela, y Esteban simplemente bufó, porque había escuchado los rumores acerca de "una nueva prometida para el príncipe".


—Felipe, no te tomes en serio lo que dijo el doctor— Emely bufó ligero, algo apenada—. Nosotros podemos cuidar de Maximiliano; tú eres el príncipe, tienes muchas cosas importantes que hacer— Esteban se contuvo de hablar, por lo que simplemente desvió la mirada—. Así que...

—Yo me quedaré con Maximiliano— Felipe habló con firmeza, convencido. Esteban le miró con cierta sorpresa al igual que Emely—. Yo lo amo, y merece más de mí. El doctor Douglas tiene razón; habrán reuniones y viajes que podrán posponerse, pero no pretendo arriesgarme de nuevo a que algo malo le pase a Max.


  Entre los tres reinó el silencio, Emely bajó la mirada y Esteban tomó aire, preparado para hablar.


—Nunca podrás proteger por completo a Max de los peligros que existen, hay demasiados— Esteban se notaba ligeramente fastidiado, tenso, pero al mirar a Felipe, intentó relajarse, porque sabía que el azabache estaba preocupado—. Pero está bien que lo intentes. Dejaremos esto en tus manos, pero estaremos al pendiente por cualquier problema.


  Felipe asintió agradecido, aflojando su tensa quijada y peinando sus cabellos hacia atrás. Internas ganas de gritar y llorar le invadieron, pero esas sensaciones las debía guardar un momento más. Pronto Emely y Esteban volvieron a sus actividades, Felipe se quedó en la habitación, cerca de la cama, esperando a que Max despertara.

   Desde su asiento podía ver con detalle a su preciado esposo, el chico que le había hecho ganar todas las batallas, que le había ayudado a enfrentar todas las tormentas. Luego de mucho tiempo, Felipe se sentó a reflexionar en lo mucho que Maximiliano había cambiado su vida, en lo mucho que la había mejorado, en lo dependiente que se había vuelto del dulce chico y de lo tanto que lo había descuidado.

   Entonces dejó salir ese suspiro acompañado de lágrimas, apoyó los brazos sobre las rodillas e intentó relajarse. Cerró los ojos y recordó, recordó todos aquellos momentos alegres que habían pasado en su vida: los juegos con Zacarías de niños, las aventuras fuera del castillo, las idas al pueblo, las tantas veces que la vida le presentó a Maximiliano, las veces que lo puso en su camino.

   Felipe rio ligero entonces, secó sus lágrimas, pero siguió recordando. La mejor de sus victorias había sido Maximiliano, porque ese chico fue el que inició la verdadera guerra entre su raciocinio y su corazón. Felipe nunca había tenido una razón tan fuerte para oír sus palpitares, nunca había pensado tan fríamente en seguir sus instintos, nunca hubiese imaginado que viviría un cuento de hadas.

   Traicioneras lágrimas de sentimientos confusos volvieron a atacarle, habían pasado años desde que había llorado. Y luego de recordar tantos momentos buenos, tantos momento maravillosos vividos junto a Maximiliano, su mente empezó a maquinar una vida sin el doncel, cosa que simplemente le apuñalaba el corazón.

   Un suave toque interrumpió sus emociones, Felipe se sintió paralizado al sentir esa conocida y pequeña mano sobre su cabeza en busca de atención. Alzó la mirada, la noche estaba avanzada, pero logró ver a un curioso doncel que le miraba con intriga y sueño. Pero esa curiosa e iluminada mirada, pronto se volvió una de mera preocupación.


—Felipe, ¿Qué ocurre?— El doncel quiso sentarse en la cama, pero se sentía adolorido, a lo que el azabache se aproximó a recostarle nuevamente—. ¿Por qué lloras? ¿Pasó algo malo?— Maximiliano no podía dejar de hacer preguntas.


   Entonces Felipe soltó una carcajada suave y silenciosa. Maximiliano se vio más confundido, pero al sentir el toque de Felipe sobre su rostro, se relajó de forma automática. Felipe tomó su mano con cariño y besó sus nudillos, justo allí donde llevaba el anillo de compromiso, un simple objeto que representaba el hermoso día de su matrimonio.


—Eres hermoso— Felipe no pudo contenerse—. Eres maravilloso, eres a lo que llamo algo magníficamente imposible, la aventura que tanto me gusta vivir— rio ligero, y Maximiliano terminó de perderse en la mirada brillosa del príncipe—. Eres el cielo que no quiero dejar de ver. Eres esas estrellas interminables que merecen ser apreciadas— y volvió a besar su mano—. Y lamento mucho el haberte abandonado, lamento mucho el que tengas que sufrir por mi culpa, Maximiliano. Me prometí que te daría la vida que mereces, que te protegería, que sería el príncipe de tus sueños. Te amo, tanto, tanto.

—Felipe, cálmate— rio risueño el doncel y acercó el rostro del contrario al suyo. Allí, con sus frentes una contra la otra, Maximiliano ayudó a Felipe a que se concentrara—. Eres el príncipe que siempre soñé, creo que mejor de lo que esperaba— volvió a reír—. Te amo, te amo mucho, y lamento el haber desconfiado de ti— el rubio, con su mano libre acariciando el rostro del mayor, disipó sus lágrimas con cuidado—. Nunca te había visto llorar.

—Prefiero perder una batalla a perderte a ti.


   Y Maximiliano se mordió el labio por nerviosismo. Escuchar a Felipe diciendo cosas tan hermosas, era demasiado para su ahora frágil corazón. Tantas emociones en tan solo un par de días eran demasiado, y agradecía que nada había afectado a sus bebés.


—Eres un idiota— sollozó el menor al pasar una de sus manos hacia su rostro.


   Y Felipe alzó la mirada, Maximiliano lloraba y eso le había causado gracia, le había enternecido por completo. Entonces le llenó de besos, miles de besos para acabar con la nostalgia y las lágrimas. Y concluyeron con un profundo beso en los labios, algo tan tierno y mágico que todo lo malo desapareció de sus mentes y cualquier duda de sus corazones.


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   Y tal cual como el doctor había predicho, malestares atacaron al doncel los siguientes días. Era de saber general que Maximiliano nunca se quejaría por ello, pero tras la advertencia del médico, la mucama que había acompañado a Felipe se encargó de que todos y cada uno velara por la tranquilidad y cuidado del doncel sin que éste se diese cuenta.

   Felipe había cumplido su palabra, muchas reuniones y viajes se vieron aplazados, el príncipe se negaba incluso a ir a su despacho. Y Maximiliano disfrutaba de su estadía, no se aburría de tenerle cerca, de escuchar su voz, de sentir sus manos, de saborear sus besos. Maximiliano ya se había declarado consentido. Y aunque le pidiese a su príncipe que no se preocupara, adoraba que el azabache no le dejara solo.

   Así el tiempo transcurrió con tranquilidad. Pequeñas fiebres y malestares que eran curados con los cariñosos cuidados de Felipe, lágrimas hormonales a las que Felipe llenaba de besos, comidas sanas y menos postres eran recompensados con largas charlas cotidianas, con cuentos de gran imaginación, con actividades musicales en las que Felipe tocaba el piano para el doncel. Y qué decir de las noches, eran la mejor parte.

   De a poco el invierno fue llegando a Erini, los copos de nieve adornaban los senderos y jardines del pueblo y el castillo. El frío podría acarrear consigo algún que otro resfriado, pero Felipe ya estaba preparado para cualquier cosa, para mantener caliente a Maximiliano entre sus brazos y las sábanas.

   Pero entonces llegó el día. Una madrugada de invierno, con vientos fuertes en las afueras que golpeaban las ventanas, Felipe se hallaba llamando al doctor, porque a Maximiliano se le había roto la fuente.

   Luego de tan apresurada llamada, el castillo prendió las luces y todos se reunieron en el primer piso en espera del nacimiento. Pues el doctor llegó, se preparó como pudo y mandó a traer toallas y demás herramientas necesarias para lo que debía hacer. Las contracciones se hacían más constantes, y Maximiliano intentaba calmarse en medio del dolor.


—Muy bien, Maximiliano— le habló con serenidad—. Tu salud ha mejorado mucho, a pesar de la galletas— hizo un ligero chiste, algo de sarcasmo, pero se acomodó los lentes—. Vamos a traer a estos pequeños al mundo, ¿Te parece?— el doncel se aferraba a la mano de Felipe, quien estaba sentado a su lado—. Felipe, si pudieses salir...


   Maximiliano se crispó ante la idea, pero no podía articular palabra alguna e imaginar el pasar ese momento sin Felipe, le volvía más sensible de lo que ya estaba.


—No pienso dejarle en esta situación— Felipe habló con firmeza, sabía que la insinuación del doctor era una prueba—. Es mi esposo, y ahora me necesita.


   El doctor asintió con una socarrona sonrisa y se acomodó los guantes. Respiró profundo, rezaba internamente, y ansiaba el que tanto Maximiliano como los bebés sobreviviesen al parto. Felipe igual se veía nervioso, pero miraba y distraía al doncel, le hacía pensar que todo saldría bien.


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   ¡He aquí el Final de tan hermosa historia!

   ¡Hola Galletitas!

   En este momento quisiera hacer un discurso mega cursi de lo agradecida que estoy con ustedes, pero a pesar de que este es el "Final", aún falta el tan esperado Epílogo donde sabremos qué ocurrió.

   ¿Será que alguien murió? Recuerden unirse al grupo wes...

   ¡Mil besos y gracias por leer!

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