Capitulo 9
Estando la gran puerta cerrada y mi madre abandonando las escaleras, me limité a mantener mi ceño en lo que volvía a la habitación para tomar una ducha. En cuanto me vi solo bajo el agua, no pude evitar pensar en la increíble actuación de Maximiliano ante la calculadora mirada de la Reina. En lo que el frío recorría mi piel, no pude evitar recordar todo lo había pasado en tan solo una noche, miré mis manos y me vi impresionado por lo que pude hacer con ellas, sentí un poco de ardor en mi espalda y reí ligero debido a las marcas que no durarían mucho en sanar.
En cuanto salí de la ducha con una toalla en mi cabeza, me al espejo de cuerpo completo para confirmar mis sospechas. Efectivamente, mi espalda estaba marcada y en mis hombros se notaban un par de pequeñas marcas rojizas, toqué aquellos moretones y pronto el aroma de Maximiliano volvió a mi mente, todo como un recuerdo reciente. Sin embargo, no era momento para delirar, tenía que recobrar mi postura y no bajar la guardia.
Tras vestirme y prepararme para las reuniones que tendría, cometí el grave error de sentarme en la cama. De nuevo el aroma del joven Bellamont hacía estragos en mi mente, me sentía ansioso, quizá eso había sentir al enamorarse realmente. Pensando en ello, noté que Zacarías había entrado a la habitación tras un par de toques y no tardé en desplomarme.
—Creo que estoy enfermo...— Musité irritado. Estaba acostado, aparté las almohadas de mi alrededor, pero simplemente la cama tenía el aroma del doncel. Zacarías se burló de mi situación y le miré con seriedad.
—¿Por qué has llegado a esa conclusión?— Me preguntó con una sonrisa socarrona; él sabía que esto pasaría, que no podría dejar de pensar en el doncel, cómo sería estar enamorado, y el muy cobarde me dejó experimentarlo sin advertencia alguna.
—No quiero que se meta en problemas...—fue lo primero que pensé—, pero el hecho de que se aleje de mi, es algo que me agobia— confesé ante la simple posibilidad de que Maximiliano no vuelva a mi vida—. No sé que es lo que pasa conmigo al pensar en él; no quiero perder mi oportunidad, quiero seguir experimentado. ¿Es esto a lo que llaman "enamorarse? ¿Es así como se siente? Es sofocante.
—¿Estar enamorado?— Me preguntó en un tono amargo—. ¿Cómo saberlo?— Me vi obligado a sentarme de nuevo en la cama, para fijarme en lo pensativo que Zacarías se mostraba—. No tengo una verdadera idea de ello. Supongo que eso es lo que sientes, es algo que te lastima y te hace sentir extasiado, alegre y asustado— Me puse en pie ante la profundidad de las palabras del castaño—. No lo puedes explicar y simplemente actúas. Supongo que es normal que te sientas así.
—Zacarías...— Sabía a lo que se refería—. Creo que el romance que tu explicas es algo digno de ser escrito. No sé qué es lo que provoca que mi mente pierda el sentido y que mi corazón juegue se mezcle con los recuerdos— Zacarías apenas alzó la mirada hacia mi—. Pero no sé si valga la pena el riesgo.
—Felipe, a veces los riesgos definen tu vida— Comentó con cierto misterio y recobró su firme postura—. Esas sensaciones indescriptibles son las que te forman y siempre valdrán la pena.
Volví a sentarme en la cama y Zacarías no apartó su mirada de mí, analizándome en espera quizá de una respuesta, pero no la había. Pensaba en que podía darlo y perderlo todo con la decisión de seguir tras Maximiliano, pero fueron las palabras de Zacarías que me recordaron lo importante que era arriesgarse. Saber ello, solo me llevaba al pasado, a los años de juventud donde Anabelle estaba viva.
Bajé mi mirada y no pude evitar recordar mi juventud secreta, llena de aventuras junto a Zacarías, Anabelle y Margaret. Años en los que Margaret era mi mejor amiga, años en los que Anabelle se mostraba feliz ante un enamorado Zacarías que la cuidaba siempre. Entonces miré a Zacarías y él ya no me miraba, y supuse que estábamos pensando en lo mismo.
Anabelle fue mi querida prima, era como mi hermana, y era la dueña de los sueños de Zacarías. Era una chica tan alegre y animada, que nunca imaginamos que sufría debido a su vida familiar, debido a la enfermedad de su padre y a la indiferencia de su madre. A pesar de que decía que nosotros la hacíamos feliz, no logramos evitar ese dolor que acabó con su vida.
Fue un día soleado, los pájaros cantaban y no habían señales de que llovería, el día perfecto para Zacarías de pedirle a Anabelle que fuese su novia. Sin embargo, mientras nosotros íbamos al lugar de encuentro, en el Lago Dalarion, vimos su cuerpo flotando en la superficie del agua, bocabajo. Fue el día que vi a Zacarías llorar sin consuelo, un día pintado de alegría para terminar en tragedia.
—Zacarías, tienes que superarlo— me apresuré a sacarle de su ensimismamiento tras ponerme en pie, recordando con dolor aquel día de desespero—. No fue tu culpa.
—No me digas eso— rio amargamente al evitar que pusiese mi mano sobre su hombro—. Si hubiese llegado más temprano, solo un poco más temprano, quizá ahora estaríamos juntos, como tanto le prometí.
—Pero no lo sabremos, Zacarías— recuperé mi semblante neutral para hacerle caer en razón, y hablé con seriedad ante su ahogo en el mar de pensamientos—. Piensa en todas la alegrías que vivieron juntos; fuiste el motivo de sus sonrisas, siéntete orgulloso de que le hiciste ver colores donde para ella todo era blanco y negro.
No hubo respuesta alguna...
—Ya pasó, Zacarías— suspiré para dejar ir aquellas memorias oscuras y peiné hacia atrás mis cabellos, para que no tardaran en volver a su sitio—. No te sientas culpable por la suerte de los demás. Amé a mi prima, fue como una hermana menor para mi, y también me sentí culpable de lo que paso. Pero ahora entiendo que fue algo que no podíamos decidir nosotros, que no era nuestra decisión la que la salvaría. Hicimos lo posible por darle motivos, ese era nuestro deber con ella.
Zacarías suspiró igualmente y aclaró su garganta antes de alzar la mirada. En ese momento, volví al presente y me di cuenta de lo mucho que habíamos madurado, que habíamos crecido, en lo mucho que habíamos cambiado. Antes Zacarías era más alto que yo, y ahora éramos del mismo tamaño. Finalmente posé una mano sobre su hombro y terminamos por darnos un breve abrazo para alejar las penas.
—Dejando esto de lado— comenzó con un mejor tono de voz—, creo que es tu momento de arriesgarte y darlo todo por ese muchacho, claro, si crees que es lo conveniente— declaró el castaño finalmente para mostrarme una sonrisa cómplice.
—Será un nuevo reto que llevaremos juntos— Le sonreí y mi contrario rió levemente, incrédulo—. De seguro el destino nos depara mayores aventuras que las de la adolescencia. No seré el único que caiga ante el agridulce sentimiento del romance.
—Estas loco, creo que la gripe hará desastres contigo— se burló, esta vez cruzando lo brazos en negación a enamorarse.
—Guarda silencio mientras dejamos que la historia fluya, mientras dejo que el destino juegue conmigo y me guíe a Maximiliano Bellamont— vacilé en lo que me encaminaba a la ventana. Miré el reloj, eran las 4:20 del medio día y yo deseaba que fuesen las 8:00 de la noche para salir del castillo.
—¿Y si el destino te desvía?— Como era usual, Zacarías mostró un obstáculo que se conectaba con mi metáfora.
—Tendré que montar mi caballo y tomar las riendas del futuro, porque lo que quiero es estar con ese chico de cabellos color caramelo— me defendí con una ligera sonrisa, y él se quedo callado para evitar burlarse de las rosas que salían de mi boca. Nunca me había sentido con tantas ganas de sonreír.
Ni yo mismo entendía qué clase de tonterías estaba diciendo, pero era una emoción que nacía en mi, algo que yo no podía controlar. Mirando el cielo claro y despejado, me imaginé llegando nuevamente al pueblo en busca de Maximiliano. Mi piel se erizaba al imaginarle entre mis brazos, correspondiendo a mis besos y dedicándome sonrisas. La inexplicable sensación de valentía me hacía pensar que ese chico era claramente lo que siempre había buscado.
Ese muchacho no era cualquiera, no era simple y ordinario, era mi destino y por él lucharía.
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Las luces del castillo empezaron a apagarse, Margaret no se había presentado en el castillo y por suerte no había nadie que interrumpiera mi escape. En silencio y bajando cuidadosamente por las hierbas que colgaban del ventanal de mi despacho, llegué al cobertizo donde dormían los caballos. Zacarías me esperaba allí, con Blu y Púas preparados para montar. Yo tomé a mi caballo.
—Te aseguraste de que los guardias no te vieran, ¿cierto?— Zacarías me miró con seriedad y miró alrededor ante mi asentimiento. La emoción solo hacía que actuara con mayor sigilo, pero el lograr escapar me hacía dudar en la seguridad que teníamos; era algo que tenía que arreglar.
—¿Qué podría regalarle? De camino, podría llevarle un presente, algo bonito, ¿Qué se suele regalar en estas ocasiones?— murmuré, sabiendo que mi compañero me escucharía, pero él me miró incrédulo.
—Romeo, si logramos salir de esta, ya es suficiente con que lleves tu presencia. Apresúrate— Me regañó el castaño antes de acomodar su chaqueta. Él, mejor que nadie, sabía por dónde podríamos salir con los caballos.
—Tiraste mi inspiración al suelo, pero admiro tu determinación por arruinar los momentos de romance sin problema ni arrepentimiento— comenté con el mismo tono burlón con el que él había hablado, y se carcajeó—. Andando.
Entre las sombras y manteniendo en silencio a los caballos, logramos salir de los muros de protección al castillo. Al mirar hacia atrás, después de caminar un poco, Zacarías montó su yegua y esperó a que yo le imitara.
—¿Crees que se hayan dado cuenta?— En cuanto nos vimos cabalgando lejos del muro, lejos de los guardias, lejos de la realeza y de camino al pueblo. Él se vio más tranquilo con las riendas de su yegua entre manos.
—No creo que sea de importancia estando a mitad de camino— Vacilé e hice que Blu, mi caballo, avanzara con rapidez en el sendero de pocos árboles. No tardé en empezar una carrera contra mi cómplice, pues la adrenalina nos embargaba.
En cuanto nos vimos cerca del alegre pueblo de Escious, dimos rienda suelta a los caballos para que alentaran el paso y yo me acomodé la caperuza de la chaqueta para no mostrar mucho mi rostro. Varias caras conocidas nos dieron la bienvenida y un par de curiosas niñas me ofrecieron flores, las cuales no tardé en tomar.
Estando en el Boulevard de ese hermoso pueblo, Zacarías se acercó a una anciana mujer que vendía paletas al lado de la fuente, y preguntó con amabilidad sobre la vivienda de los Bellamont. La mujer lo miró con cariño, pero luego posó su mirada sobre mi, analizándome. Me negué a desviar la mirada, y ante ello, la señora se carcajeó ligero antes de darnos la dirección que Zacarías había pedido.
Tras darle una pequeña reverencia a la dama en agradecimiento a la información dada, Zacarías y yo nos encaminamos a "la casa con detalles florales al final del sendero norte" que había explicado la mujer de las paletas. En el trayecto y con la mente en las estrellas, recordé que por aquel peculiar lugar fue que salvé a Maximiliano de unos hombres que quisieron golpearle, ese fue nuestro primer encuentro y no había caído en cuenta de que le volvería a ver tantas veces.
Aquellos accidentes que ocurrían cada vez que venía al pueblo, causaban en mi cierta alegría y nerviosismo. Casualmente siempre me encontraba con ese joven de cabellos caramelos, siempre me regalaba una sonrisa tímida apesar de que yo era el causante de sus desastres. Me era imposible pensar que lo tuve tan cerca por tantos años, y aun así nunca reparé en su hermosa sonrisa hasta ahora.
Fue recordando cada ida al pueblo, que Zacarías terminó por darme un golpe en el estómago en busca de atención. Él señaló en silencio la casa y no tardamos en acercarnos, estaba ansioso por tocar la puerta y dar una sorpresa. Por un momento me sentí un acosador, tal y como Zacarías había mencionado antes.
Sin embargo, antes de que mis nudillos tocaran la madera, Zacarías evitó mi acto para que hiciera silencio, le miré con seriedad y alcé una ceja al ver su repentino cambio de humor. Con curiosidad, su mirada se dirigió al callejón al lado de la casa y sus pasos sigilosos se acercaron en busca de algo que había escuchado. Le seguí con el mismo cuidado de sus movimientos y noté que la ventana que daba al callejón, estaba abierta y las cortinas volaban hacia afuera.
Con ceño fruncido, mi compañero y yo nos acercamos con intriga. Fui el primero en asomarme por la ventana y me di cuenta de que aquella habitación, era la de Max. Pero algo no estaba bien y mi alegría no tardó en desaparecer.
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Tras meses sin mi, vuelvo con un poco más de Zacarías, drama y el descubrimiento de que Felipe está enamorado ¿Le creen? Saquen conclusiones.
¡Besos! ¡Les amo a toditos!
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