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Capitulo 7


   A la mañana siguiente.

   El sol hacía su entrada a la habitación real, deslizando su luz entre las cortinas que ensombrecian la alcoba. Felipe, que despertaba debido al rayo de luz que había pegado en sus ojos, se encontraba abrazando a Max mientras este se acurrucaba en su pecho, aún profundamente dormido.

   Sus ojos azules y analizadores estaban posados sobre la belleza angelical de Maximiliano, solo podía pensar en cuan necesitaban conocerse y toda la vida que tendrían que vivir juntos, Felipe quería creer que su romance iba a funcionar y para ello tendría que hacer un sin fin de trampas y técnicas en busca de que todo saliera a la perfección. Sus pensamientos, sin embargo, fueron disipados cuando la puerta de la alcoba fue tocada un par de veces, en cuanto escuchó la voz de Zacarías a las afueras, con tranquilidad le dejó entrar a la alcoba sin pena alguna.


—Buenos días, acosador.— Se burló el castaño al fijarse en lo ensimismado que Felipe se encontraba con el doncel entre sus brazos. Zacarías llegó a pensar que ese pobre muchacho no podría salir de los brazos del azabache, porque podía ver que Felipe no tenía ganas de soltarle.

—¡Shhh!— Le siseó el príncipe a su mejor amigo, frunciendo un poco su entrecejo—. No quiero que despierte aún.— Bufó en silencio y su mirada se tornó nostálgica. Sabía que en cuanto el chico despertara, saldría del castillo. Zacarías suspiró, entendiendo la situación, y cruzó sus brazos para volver a tomar su firme postura.

—Felipe, él tendrá que irse, ¿Lo sabes?— Recordó con tranquilidad el castaño y Felipe asintió con un semblante más desanimado—. Por ahora, voy a dar excusas de tu ausencia en la mesa. Luego les traeré el desayuno a ambos. No dejes que se vaya sin comer.

—Has pensado en todo— por un instante, Felipe miró a su mejor amigo para dedicarle un agradecido gesto—. Te lo agradezco mucho.— Y tras su sonrisa ligera, Zacarías asintió tras vacilar y salió de la alcoba.


   Zacarías, estando en el pasillo, rascó su nuca en busca de persuadir a todos los del castillo para que no se aproximaran siquiera a la habitación del príncipe, eso estaba difícil pero no imposible. Por otro lado, se sentía participe del primer capricho del azabache, porque Zacarías no terminaba de creer que Felipe se hubiese enamorado de una forma tan inesperada, tampoco se imaginó que un chico fuese su pareja ideal. Sin embargo, una profunda alegría y alivio nació en su pecho por el hecho de que su amigo volvía a sonreír, cosa que se había vuelto muy rara.

   Entonces el castaño, mientras caminaba hacia la cocina, imaginó que todo saldría bien y que su amigo tendría su romance. Pero el mayordomo, por mano propia, sabía que la Reina sería el mayor obstáculo de la relación, presentía que no todo sería tan mágico como Felipe imaginaba. Zacarías era realista, sincero y se dedicaba a resolver problemas. Esta vez, en cambio, no veía otra solución que seguir adelante y ver el resultado, descubrir si Felipe estaba tan enamorado como presumía o si era un simple capricho, el primer capricho a decir verdad.

   Pasados los minutos, los cuales fueron muy rápidos para el azabache, Maximiliano soltó un suave bostezo mientras tapaba su boca, señal de que estaba despertando de un profundo y relajante sueño. Felipe no se molestó en moverse ni se preocupó en disimular su atenta mirada hacia el doncel que despertaba, en verle jurungar su ojo con pereza y acurrucarse lentamente entre las sábanas que pronto le alertaron que no estaba en su casa. Al alzar su mirada, Max se topó con los ojos azules de Felipe y éste, apoyado en una de sus manos, le dedicó una sonrisa pequeña antes de robarle un rápido beso.


—Prin-Príncipe— Balbuceó aún adormilado el doncel. Sus labios se despegaron con suavidad de los ajenos, los sintió cálidos y pasó su mano a ellos en busca de averiguar si seguía dormido. Abrió entonces sus ojos por sorpresa, sin poder evitarlo, Max se apartó del toque de Felipe y quedó encerrado entre la cabecera y la esquina de la cama, donde una mesa nocturna evitaba que callese al suelo.


   Con su mirada aterrada clavada en Felipe y tomando la sábana con fuerza en busca de cubrir su cuerpo desnudo, Maximiliano quería despertar de ese maravilloso sueño lo antes posible. No confiaba en lo que había ocurrido la noche anterior, no confiaba en las palabras bonitas que Felipe le había susurrado al oído, no confiaba en los besos ni en las caricias recibidas, Max solo pensaba que todo había sido culpa del alcohol o algo por el estilo. Max solo pensaba que su primera vez había demasiado perfecta para ser cierta.

   Sin embargo, Felipe a penas se apoyó sobre sus brazos para sentarse en la cama, hizo un ligero ademán en acercarse al rubio, pero éste intentó taparse el rostro con sus manos. De todos modos, el azabache se acercó un poco más al menor, viendo como el chico solo quería volverse más pequeño. Felipe intentaba entender la preocupación de Max, porque para él no había tanto problema.


—Es-Esto estuvo mal, majestad— titubeó Max, ganándose la confusión en el rostro del príncipe quien detuvo su mano, esa que tomaría su rostro—. De seguro anoche bebió demás, de verdad discúlpeme por mi irresponsabilidad.— Maximiliano simplemente quería desaparecer de allí y, a la vez, quería quedarse con el de ojos azules por mucho tiempo.

—Max...— El susodicho se encogió más entre las sábanas. La voz del príncipe era hermosa, fuerte, tan segura y varonil que el doncel no podría mirarle sin sonrojarse, no podría confrontarle con seriedad, sin caer ante su mirada o su sonrisa. Estúpido amor.

—En-Entiendo si fue un juego, aunque le pedí que no lo hiciera, debí ser más fuerte; de verdad lo siento si ahora está molesto— Sin embargo, el menor solo pensaba en alejarse y evitar al azabache, evitar su toque y sus palabras.

—Pero...— Felipe quería hablar y Max no le dejaba. El de ojos azules podía sentir los nervios que provenían del pequeño chico escondido, podía sentir su miedo y eso le alteraba sin poder evitarlo. Felipe debía tomar las riendas.

—Yo no quiero causarle problemas con su madre o con su prometida, usted debe mantener su postura— continuó el rubio con su explicación, nervioso, diciendo lo primero que se le venía a la cabeza y manteniendo bajo la cobija un semblante molesto, intentando creerse su propias palabras—. Soy un simple pueblerino; será mejor que yo me vaya y que no nos volvamos a...— Pero en ese momento, cuando bajó la sábana para enfrentarse a Felipe, éste aprovechó para tomar su rostro y obligarle a que se centrara en sus ojos. El príncipe le miraba con seriedad, ciertamente intimidante.

—¿Te puedes quedar callado?— Pidió con serenidad tras un momento de silencio analizador, con su grave tono de voz. Max asintió, sintiéndo como sus mejillas se coloraban por la suavidad de las manos de Felipe y por lo cómico que posiblemente se veía ante él—. Usted, joven, se ha vuelto el centro de mi mundo sin siquiera haberlo pensado. Siento que serás el cambio perfecto de mi vida y mi nuevo mundo por explorar. Y yo, su humilde servidor...— pausó el mayor y Max, con su mirada cristalizada, esperaba respuesta atento—, yo soy suyo, joven.— Y sonrió con levedad en lo que dejaba el rostro del doncel.

—Pero yo...— Max se quiso acercar al azabache, posicionó sus manos frente a él para iniciar un nuevo argumento, pero se vio interrumpido.

—No eres un juguete, ni un amante, ni una aventura— aclaró Felipe, acercándose con sutileza al menor—. No eres un simple doncel ni un simple muchacho. Me he obsecionado contigo y no me arrepiento de ello.— Confesó sereno el de ojos azules, pero con el corazón a millón, cosa que sabía disimular. Por otro lado, Max deseaba que su corazón no le delatara.

—N-No te creo— balbuceó Max al bajar la mirada, intentado que su rostro volviese a estar frío como hacía unos minutos, creyendo por completo las palabras contrarias. Sin embargo, la dulce y comprensiva mirada que Felipe le había dedicado, no le dejaba las cosas fáciles—. No vas a arruinar tu vida por mí, no quiero.— Murmuró muy bajo, casi inaudible.

—Tengo mucho tiempo para conocerte, y tú a mi también. No esperes que te deje ir sólo por que crees que es lo mejor para mí— Max levantó la mirada—. Tú eres lo mejor para mí.— Rio sincero el mayor, haciendo enrojecer al doncel que desvió su mirada con un ligero mohín de labios—. ¿Te arrepientes de haber estado conmigo anoche?


   Fue en ese momento que Maximiliano, mirando con atención los ojos ajenos y detalland los rasgos perfectos de Felipe, negó con suavidad ante la pregunta del susodicho. El de cabellos azabaches se vio aliviado y pasó con sensualidad su mano por sus cabellos en busca de peinarlos. Luego, como tanto quería, besó dulcemente los labios de Max, quien correspondió casi al instante a la tentativa de los labios de su contrario y evitó pensar en las miles de cosas negativas que podrían ocurrir. No sabía qué creer de Felipe, pero eso lo sabría con el tiempo.

   Mientras el rubio se encontraba centrado en sus labios, Felipe vio la oportunidad de acostarle de nuevo sobre las almohadas. Sin titubear y rodeando la cintura del doncel, Felipe logró posicionarse sobre Max y dejarle por completo inmovilizado. Felipe se separó por un mísero segundo de los labios de Max, solo para detallar su rostro de sorpresa, solo para mostrarle lo animado que estaba. El príncipe entonces se dispuso a volver a besar sus labios, a saborearle, pero la puerta fue tocada.


—Joven, aquí le traigo...— Zacarías apareció bajo el umbral de la puerta después de abrirla. En su mano llevaba una bandeja con dos platos de desayuno y un par de bebidas.


   Zacarías no se io impresionado ni incómodo, por lo que dejó a una mesa el par de desayunos y tras una reverencia salió de la alcoba. Maximiliano, por otro lado, no pudo evitar que la sangre subiese con intensidad a sus mejillas, no pudo evitar cubrir su rostro con una de las almohadas, no pudo evitar sentirse incómodo y apenado. Felipe simplemente le dedicó una mirada severa a su mejor amigo y luego, al fijarse en Max, se vio sin oportunidades de que volviese a sentirse tranquilo.


—Se-Será mejor que yo me vaya, majestad.— Sugirió el doncel bajo la almohada. Su incomodidad había desaparecido para ser reemplazada por Emely, quien vino a su mente. El rubio imaginaba que la menor debía de estar preocupada después de que no volvió en la noche.

—Te pido que te quedes a desayunar. No puedo permitir que te vayas sin haber probado la comida— Felipe tomó la mano del rubio y la acercó a su rostro, cosa qu enterneció a un muy sensible Max.

—No creo que sea conveniente.— Murmuró Max, pero al instante devió su mirada de los ojos azules de Felipe. Debía ser racional, no dejar que su corazón dominara en la situación.


   Sin embargo, ante la mirada apagada que Max vio en Felipe, bufó rendido, rendido ante la idea de disfrutar los minutos más bonitos de su vida. Con cariño le dedicó una sonrisa al azabache, le acarició la mejilla y probó la comida solo apra verificar lo buena que estaba. Maximiliano aun así solo pensaba en salir del territorio real, de ese inmenso castillo, no quería que Felipe se viera envuelto en un problema, no quería ser el foco de ateción de nadie. El doncel estaba enamorado desde hacía años de Felipe, pero era hora de aceptar que todo era un sueño del que tenía que despetar pronto.

   Tras limpiar un poco sus labios y agradecerle a Felipe todo lo que habían pasado juntos, el rubio intentó salir de la cama y ponerse en pie para empezar a vestirse. Un agudo dolor le mantuvo tieso durante unos segundos, sus caderas adoloridas le harían difícil el volver a casa cabalgando. Pero de todos modos tomó la camisa que estaba a un lado, se la colocó con cuidado, quiso abotonarla pero algo no cuadraba.


—¿Por qué esto me queda tan grande?— Murmuró confundido Max al ver que las mangas de la camisa eran mucho más largas y la camisa como tal era un poco más holgada. Aparte de que el perfume de la prenda era exquisito.

—Porque es mía.— Contestó Felipe en cuanto volvió su mirada al cuerpo semi-desnudo de Max. Con tranquilidad se puso en pie detrás del más bajo, acarició su nuca con suavidad admirando las marcas hechas y terminó por besar su coronilla, cosa que erizó la piel del rubio.

—Ah— Max evitó titubear—. Lo siento.— Con cuidado se empezó a quitar la prenda de delicioso aroma. Max no quería voltear y ver de nuevo el cuerpo desnudo de Felipe, no podría soportarlo.

—Te ves bien con ella.— Comentó el de cabellos azabaches antes de que Max se quitara por completo la camisa. Aprovechó para rodearle la cintura con la prenda, posicionó su frente sobre el hombro desnuedo del muchacho y oyó de pronto una risilla por parte de Max.


   Felipe sabía que Maximiliano tendría que irse pronto, que le dejaría y que posiblemente ya nada sería lo mismo, pero por los momento tenía que aprovechar para estar con él, para tener algo que recordar.


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   Estando el par de jóvenes vestidos, Max solo pensaba en salir de ese inmenso castillo, de volver a casa y, por mucho que lo lastimara, olvidarse de su amor imposible ya que eso era: imposible. El menor, estirando un poco su espalda para evitar el dolor al caminar, se dispuso a salir de la habitación con total discresión, siendo visto por Zacarías, quien abrió los ojos con sorpresa al verle fuera de la alcoba; era riesgoso salir a tal hora de la mañana, la reina podía aparecer por ahí.


—Joven, será mejor que vuelva a la habitación.— Sugirió el castaño de imprevisto. Max se vio asustado, pues no había visto a nadie en el pasillo. Quizás aún estaba dormido y despistado.

—Usted...—Max le detalló con los ojos achinados, Zacarías alzó una de sus cejas—. Usted me trajo hasta esta alcoba anoche— Reconoció Max los ojos grises de Zacarías—. Por favor, ¿Podría llevarme a la salida?— Pidió Max con su tono de voz bajo y discreto. Un ligero brillo de súplica alumbró sus ojos.


   Zacarías notó aquellos nervios en el muchacho, esos que le decían que algo malo pasaría en cualquier momento. Tras ver a Felipe en el marco de la puerta, vigilando cada lado del pasillo, Zacarías asintió a la petición de Max y se encaminaron los tres hacia la salida próxima del castillo. Los muchachos solo deseaban que nadie interrumpiese su camino a la libertad de Max.


—Hijo, buenos días.— Una repentina voz surgió de las escaleras en cuando los jóvenes se asomaron. La reina, con un elegante vestido azul, iba subiendo los peldaños cuando su hijo y compañía se presentaron.

—Buenos días— Saludó con seriedad Felipe, buscando un buen argumento en su mente. Sin embargo, el príncipe únicamente pensaba en cómo confesarle a su madre que no quería casarse con Lady Margaret.

—¿Y este niño?— Preguntó curiosa la dama de fiera mirada. Un muchacho tan joven no parecía ser parte de la servidumbre, nunca lo había visto en el castillo, no sabía quién era.


    Felipe estuvo dispuesto a confesar ante su madre que ese chico era la persona con la que quería casarse. Esa posiblemente sería la razón de una discusión, otra de tantas discusiones con la Reina, pero el azabache sentía la adrenalina correr a millón por sus venas. Sin embargo, antes de que abriera su boca, se vio interrumpido.


—Mis disculpas, mi Reina— Max hizo una ligera reverencia ante la dama, la cual suavizó un poco su mriada—. En su maravillosa velada, me perdí en el castillo y me quedé encerrado en una de las habitaciones de servicio, la cual estaba desocupada— Explicaba con tranquilidad el doncel—. Éste joven me sacó hace unos minutos, ibamos de salida, y el príncipe se ofreció a ayudarnos.— Señaló en primer lugar a Zacarías, quien evitó verse impresionado, y luego a Felipe, que se guardo sus comentarios. Maximiliano no dejaría problemas a sus espaldas.

—Ya veo— La dama se vio convencida y tras una mirada de cuerpo completo al chico de cabellos rubio, volvió su mirada al azabache que se veía igual de inexpresivo que cada día.

—Disculpe la molestia, yo me retiro.— Terminó Maximiliano con su sereno gesto. Una reverencia más hizo frente a la Reina, luego se despidió con cortecia de Felipe y Zacarías, y bajó en soledad las escaleras en espera de que Felipe no le siguiera.


   Y es que Felipe estuvo por correr escaleras abajo y robarle un beso al chico de baja estatura, estuvo a segundos de perder por completo el control de sus sentidos, de perder la razón. Sin embargo, se presentó a sus espaldas Lady Margaret, su alegría y perfume le obligaron a volver a la realidad, a ver como Max terminaba por salir del castillo y dejaba su corazón entristecido.

   Max no volvería al castillo y Felipe no volvería a verlo. Era lo que tenía que pasar.


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   ¡Hola, amores!

¿Cómo estuvo? ¿Les gustó? ¿Qué opinan de la situación? Espero sus comentarios.

Besos.

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