Capitulo 6
R+18
Le recosté en la cama, hice un espacio entre las almohadas y le acomodé para que no escapara de mis ojos. Maximiliano se dejaba hacer de mis manos, de mis labios sobre los suyos. No había probado nada tan bueno como sus labios, no había tenido jamás el inmenso honor de disfrutar tanto, jamás había experimentado con las yemas de mis manos la suavidad de la piel ajena, del ser ajeno. Era simplemente algo que me emocionaba y que no entendía por qué.
Sin embargo, en medio de mi entusiasmo y adrenalina, logré despegar mis labios de los ya hinchados labios de Max. Detallé su rostro, sequé las lágrimas que se habían desbordado de sus ojos y aproveché para acariciar sus mejillas con el puente de mi mano. Él parecía dispuesto a aceptar mis caricias, así que me deshice de su abrigo elegante mientras delineaba su clavícula, mientras llenaba de besos su cuello, mientras sentía como sus nerviosas manos se aferraban a mis hombros.
—Majestad...— Gimoteó en cuando delineé el espacio entre su cuello y hombro, ese espacio que podía ser uno de sus puntos débiles. Alcé la mirada para verle y él de inmediato desvió su mirada de la mía—. Yo...— Pausó, en lo que aclaraba su garganta—. Yo no quiero ser su juguete, ni quiero que usted se meta en problemas por mi culpa. Por favor.— Murmuró con su voz grave y con su semblante neutral, mirando a un sitio donde yo no estaba.
—Maximiliano— Le nombré con firmeza, y él tembló en cuanto me posicioné mejor frente a su rostro. No quería obligarle a mirarme, pero sabía que no podría evitar escuchar mis palabras—, soy lo suficientemente sensato como para saber que jugar con los sentimientos de alguien, está mal. Sé que ahora has de estar confundido, tal vez asustado, pero quiero que sepas que no estoy dispuesto a lastimarte, ni a ti, ni a tu corazón.— Murmuré calmado, y fue que me dedicó por fin su hermosa mirada soñadora.
Max era quizá la persona que podía derretir mi corazón con una sonrisa, porque eso fue lo que sentí cuando me mostró su gesto amable y amoroso, esa sonrisa que tanto quería que me dedicara. Quise resistirme a atacarle, a morder sus labios, así que mordí el mío en busca de controlarme. Max, que aún tenía sus manos sobre mis hombros, se apoyó de la cama para alzarse lo suficiente como para rozar mi nariz con la suya, cosa que coloró mis mejillas.
Por un momento deseé comenzar un nuevo beso, iniciar la verdadera velada, pero Maximiliano se adelantó y pegó con suavidad sus labios a los míos. Su labio inferior temblaba, su mano se posó en mi mejilla y yo, perdiendo la cabeza, tomé su nuca para intensificar el necesitado beso.
Fue entonces, durante una danza húmeda entre lenguas, que sentí sus manos en mi pecho, intentando desabotonar mi chaleco, fallando en la batalla que pronto me causó gracia. Él bajó su mirada, cortó el beso por un par de segundos y sus mejillas explotaron en color mientras intentaba nuevamente deshacerse de mi chaleco y camisa, sobretodo porque yo ya había desabotonado su elegante traje y estaba a punto de tenerle por completo desnudo. Era adorable verle con las manos temblorosas sobre mi chaleco de pequeños broches.
Me atreví, para volver a besar sus labios, a tomar sus manos y volverlas a mi cuello. Él me miró avergonzado y yo le sonreí, pero él bajó sus ojos a mi pecho aún vestido, luego se fijó en su propio cuerpo sin nada que le tapara, y sus ojos se abrieron un poco más debido a la impresión. No tardé en sellar sus palabras en un beso, él no se negó a mi tacto, y me dediqué con una mano a zafarme de mi chaleco, cosa que fue sencilla.
No podía negar que estaba disfrutando del momento, no podía negar que me era emocionante pegar mis caderas con las de mi contrario, no pude evitar el recostar nuevamente a mi príncipe mientras yo me encontraba entre sus piernas flexionadas. Pronto mis manos, con el tacto más suave que pude, se deslizaron hasta el borde de los pantalones de Max, logré adentrarme en la tela y sentir la piel bajo la ropa interior, y debido a eso, sentí como el cuerpo de mi acompañante tembló y como nuestras lenguas tuvieron que separarse por la conmoción.
—Hoy le quisiera ofrecer una noche que no olvidara.— Susurré cerca de su oído, y deslicé mi mano hasta su miembro semi erecto, el cual estaba un poco humedecido por el calor encerrado en la tela.
—Felipe— Gimoteó en voz baja, quiso apartar mi mano de su miembro, pero se vio difícil. Entonces, respirando de forma entrecortada, alzó su mirada y tomó con cuidado mi mejilla. Su rostro era algo inigualable—. Ya es una noche inolvidable— Comentó con una suave sonrisa, dejándome admirar sus ojos que se empezaban a acumular unas cuantas lágrimas, unas que pronto caerían.
—Maximiliano— Murmuré ronco, incitado por su hermosa voz y por lo bien que sonaba mi nombre en ella. Mordí de nuevo mi labio y me acerqué a él hasta que nuestras frentes se tocaron—, prometo que no podré contenerme— Dije con el mismo tono de voz, me sentía decidido, preparado para cualquier cosa con tan solo estar con este chico.
No le di tiempo de hablar cuando volví a sellar nuestros labios en un suave y profundo beso. Mis manos se las ingeniaron para deshacerse de toda prenda de ropa, para dejarle por completo a mi merced. Sus mejillas se pintaron de rosado, lo pude ver mientras le besaba, y fue que él igualmente abrió sus ojos durante el beso, y me miraba como si de un sueño se tratase toda situación, como si todo fuese una historia de amor. Él ya había caído en mis manos, ante mi plan maestro, pero yo también había caído ante él y su ternura, ante su mera existencia frente a mis ojos.
En cuanto finalizó nuestro tacto entre bocas, noté el cansancio que ya dominaba el cuerpo de Maximiliano, cansancio que le dejó rendido sobre la cama y con una mirada de pena hacia mí. Al verle expuesto, me deshice de mi corbata y camisa, las cuales casi hice añicos debido a la fuerza usada. Con permiso de su mirada, me acerqué a su pecho desnudo y acaricie sus curvas antes de empezar a besar la piel sin pecas que poseía, besé su clavícula, su pecho, memoricé su torso con mis manos, hasta que me aproximé a sus erectos pezones rosados para besarles. Él suspiró, su cuerpo tembló y yo sonreí ante lo que había provocado.
—Así que estos lindos botoncitos son tus puntos débiles.— Sonreí ligero ante su timidez. Le miraba con atención, me gustaban sus gestos, pero mis manos se dedicaron a juguetear con sus pezones, a halarlos y masajearlos tanto como quisiese. Esta situación era incomparable, este niño simplemente era perfecto ante mis ojos.
Me sentía como un explorador viendo a la más hermosa ave en peligro de extinción. Maximiliano no me miraba, no lograba hablar o formular alguna frase para mí, de su boca solo salían suspiros y de vez en cuando logré escuchar mi nombre. Sin embargo, mientras yo me deleitaba, Max alzó una de sus manos hasta tapar su boca, flexionó sus piernas e intentó huir de mi, cosa que me dio a entender qué era lo que le tenía incómodo.
Dejé con cuidado sus pezones y seguí mi camino de besos por su torso, mordí con suavidad su piel sin querer marcarla, le escuchaba gimotear extasiado y me emocionaba por ser el motivo de ello. Entonces, cuando me vi sobre su vientre, mordí con descaro aquella sensible zona, se enrojeció ligeramente y escuché un pequeño quejido por parte de Maximiliano, uno que intentó acallar con su mano por mero instinto con los ojos cerrados.
—Pequeño, quiero que me mires.— Pedí con cariño. Max dudó por un momento, tragó saliva y tras suspirar, me miró con curiosidad y prestando completa atención a lo que haría. Su mirada solo me hacía caer más ante él, de algún modo me sentía dominado.
Me posicioné frente a él, pude detallar mejor sus gestos y apenada mirada. Por un momento me sentí avergonzado, pero al ver que Max estaba dispuesto a seguir, sentí el suficiente valor como para continuar con lo que pensaba. Con cuidado saqué mi sexo de la tela de mi pantalón, éste de inmediato chocó con el sexo de mi acompañante y éste gimoteó mi nombre sin poder siquiera mirar hacia abajo.
Me alegraba inconscientemente el hecho de que fuese tan tímido e inexperto en el tema sexual. Con su mano tapó su boca, sus gemidos se apagaron debido a que no los dejaba salir de su boca y fue en ese momento que me decidí por empezar un lento vaivén entre nuestros sexos, algo que encendió mis mejillas.
Aceleré pausadamente, Max no lograba controlar su respiración y yo temía que se quedara sin aire, suponía que era porque tapaba su boca. Así que, sin detener el vaivén, quité la mano de su boca para que sus brazos rodearan mi cuello. Tomé una bocanada de aire y le besé para llenar de oxígeno sus pulmones, él relajó su cuerpo y un par de lágrimas abandonaron sus ojos mientras me miraba. Yo también me sentía agitado, y cuando me aparté casi exhausto del toque entre labios, Max se abrazó por completo a mi y dejó que su dulce voz saliese directo a mi oído.
El chico sabía que podía domarme, sabía que su voz me volvía loco, sabía que podía reanimarme con solo suspirar mi nombre. Sus brazos temblaban, provocó que acelerara mucho más el vaivén entre nuestros miembros, hasta que sentí que su espalda se curvó contra mi pecho, cosa que me indicaba que pronto se vendría.
—Ma-Majestad... ¡ah!— Gimoteaba—. Me... ¡ah!... Pa-pare.— Me suplicó con su extasiada vocecilla. Era una clara señal de que se vendría, por lo que no hice más que ignorar su súplica. Mi mano aceleraba de acuerdo a las fantasías que se mostraban en mi mente. Max se aferró a mí y sus uñas se clavaron en mi espalda.
Con una sonrisa en mi rostro debido a sus sonidos, me negué a detenerme. Sus suspiros me tenían enviciado, su aroma me embriagaba y su toque erizaba mi piel. Fue entonces que, aún con el vaivén de mi mano, sentí una corriente fría recorrer mi espina dorsal, Max gimoteó mi nombre y ambos nos corrimos en mi mano. Solté el aire que había estado atrapado en mis pulmones, recosté mi frente contra el hombro del doncel y éste, igual de cansado, dejó que sus piernas se estiraran un poco sobre la cama.
—Per... Perdone— Murmuró con su voz cansada. Sentí sus músculos tensos, sus brazos flaquearon y vi como hacía su mayor esfuerzo por no soltarme. Maximiliano cada vez volvía de mi mente una tormenta de emociones y fantasías.
Evitando que se soltara de mí, que se alejara, rodeé su cintura con mi brazo. Su tierna mirada me fue dedicada, me dejó sin habla y me incitó a besarle, cosa a la que él no se negó. Me atreví a morder sus sensibles labios, el cuerpo del menor se estremeció y sentí su corazón latir tan fuerte que palpitaba al mismo compás que el mío, que igual estaba vuelto loco.
Entonces deslicé una de mis manos hacia su espalda baja y viendo sus ojos atentos a mí, adentré uno de mis dedos en su estrecha y húmeda entrada. Sabía, después de haber leído la historia de Erini y su extraordinaria gente, que los donceles se auto-lubricaban, pero me era necesario para ambos el tener que prepararle.
En cuanto me separé de sus labios, pude ver la hilera de saliva que bajaba desde el extremo de su labio y la mirada cristalizada que poseía. Relamí mis labios ante su hermosa expresión y él, apenado, escondió su rostro en mi hombro. Suponía que debía de estar incómodo, daba una clara expresión de que no sabía qué hacer ante mis manos, pero haría lo posible para enseñarle lo básico para que no sufriese.
—Prometo no lastimarte— Murmuré cerca de su oído, y él asintió tímido. Besé entonces su sien, ciertamente feliz por el hecho de que él confiara en mí, por el hecho de que no supiese qué hacer.
Moví lentamente mi dedo a su interior, caliente y húmedo, mientras aprovechaba para besar su cuello, dejando besos y mordiendo con suavidad la piel. Al sentir que el interior de Max se estiró un poco, adentré un segundo dedo, comenzando así con movimientos de tijera y circulares dentro de él. Podía escuchar directamente los suspiros que me incitaban a seguir con mi labor, esos hermosos suspiros que llevaban mi nombre en ellos.
Cuando ya sentí su cavidad lo suficientemente dilatada y húmeda, me separé un poco de su cuerpo para detallar y apreciar cada centímetro de su piel: divisé su torso plano, sus pezones erectos, sus piernas flaqueantes y calientes, sus mejillas acaloradas, su respiración entrecortada, sus ojos avellanas mirándome con curiosidad, nervioso, risueño, tímido y adorable.
"¿Qué podría ser mejor?". Le mostré una sonrisa a sus nervios, quería calmarlo, quería que disfrutara tanto como yo lo estaba haciendo. Tomé una ligera bocanada de aire, besé con rapidez sus labios, luego su mejilla y después su cuello. Con cuidado, acariciando su piel hasta llegar a los muslos, separé sus piernas ante mi. Él se vio asombrado y apartó la mirada, y me decidí por empezar a adentrarme en su interior, clavarme lentamente en él.
Sin embargo, a penas entrando, pude sentirme apretado y supuse que no había sido suficiente la dilatación. Me fijé en Max y él intentaba esconder su mirada de la mía, pero aun así pude ver las lágrimas que de sus ojos brotaban, se veía adolorido y evitaba quejarse conmigo. No pude evitar sentirme una bestia y un ser miserable.
—Pequeño, voy a salir...— Gruñí ante mi miembro apretado, se sentía bien, pero no podía permitirme lastimar a Max, no podía verle así.
—N-¡No...!— Gimoteó Max en cuanto me escuchó, cosa que me dejó un poco impresionado. Max por fin volvió a verme, sus ojos estaban cristalizados y su mano casi tapaba su boca, su cuerpo temblaba y yo debía aguantar un poco más.
Maximiliano tragó saliva, respiró profundo en lo que miraba hacia otro lado y volvió a mirarme. Mis ojos se abrieron un poco más al ver lo que Max quería, me vi por completo hipnotizado con su acto: él estiró sus brazos hacia mí, me miraba con ansias de abrazarme, podía ver como la ilusión en sus ojos me era transmitida. Saliendo de mi asombro, de mi embobamiento, me posicioné más cerca de mi doncel hasta el punto en el que pudo rodear mi cuello con sus brazos y esconder su rostro en mi hombro. Acomodé uno de mis brazos a su costado mientras el otro lo pasé por su espalda para tener soporte, él cada vez se aferraba más a mí.
—Si-Sigue...—Murmuró contra mi oído, y pude sentir de inmediato como los vellos de mi nuca se erizaron debido a su delicada y adorable voz. No terminaba de creer lo que estaba pasando, ahora era yo quien creía estar dentro de un sueño—. Por favor.
Hice presión en su espalda, me aferré a la sábana y, escondiendo mi rostro en su hombro, le penetré en una sola estocada. De inmediato un par de quejidos salieron de labios del doncel, quejidos adoloridos que pronto empezaron a ser suspiros extasiados. Max había aruñado mi espalda, pude sentir sus lágrimas frías recorrer mi piel caliente, y yo no pude evitar gruñir ante la increíble sensación dentro del menor.
Su respiración estaba entrecortada, pero su interior me apretaba tanto que ya necesitaba moverme. Sin embargo, Max aún temblaba, me apretaba y mantenía su espalda curvada, yo solo esperaba a que me dejara hacer de él un desastre, porque él ya estaba haciendo un desastre de mí. Quería devolverle el trato, quería dejarle la mente en blanco, porque él ya me había dominado.
—Fe... Felipe— Me llamó con la voz entrecortada y susurrante, dando ese exótico toque erótico a la situación— Puedes... ngh... moverte— Murmuró suavemente contra mi oído, como si buscara animarme más de lo que ya estaba. Pronto sentí como sus caderas empezaron a moverse, siendo el inicio de unas profundas y lentas embestidas que hicieron temblar su cuerpo.
Seguí su lento compás para que se acostumbrara a su interior siendo invadido. Su voz salía de su boca sin pizca alguna de querer ser oculta, eso me alegraba pues me demostraba que estaba más confiado conmigo. Él se mantuvo abrazándome, yo me embriagué con su perfume, me dediqué a besar su cuello y pecho, dejé un par de marcas en su cuello, algunas en su clavícula, siseé su nombre cuando quise.
Entonces empecé a acelerar mi vaivén, Max se acostumbró rápidamente a las embestidas y se separó de mi para mirarme. Suspiró mi nombre mientras se acercaba a besarme, y yo correspondí de inmediato a devorarle a besos, a mordisquear su labio inferior, a no dejarle respirar más. Pero llegó un momento, durante una danza entre lenguas, que Max clavó de repente sus uñas en mi espalda y encorvó un poco más su espalda.
—Ma... ¡ah!... ¡Majestad!— Gimoteó con su voz ligeramente aguda, cosa que me dio a entender que había encontrado su punto G, ese lugar especial donde podría golpear cada vez que quisiera que Max perdiera la cabeza.
—¿Aquí?— Pregunté con una sonrisa ladina en mi rostro después de haber golpeado por segunda vez esa zona. Max tembló y apartó su mirada de la mía.
—A-¡Ahí...!— Confirmó con pena, y yo no lograba entender cómo era posible que aún en este momento tan erótico, él mantuviese la pureza en sus ojos y en sus acciones. Me era increíble el hecho de que aún sabiendo las debilidades de este chico, él siguiese dominando.
Gruñí ante su tierna voz, Max era quien despertaba mi pleno instinto oculto, y eso me emocionaba. En segundos me acerqué a sus labios y los volví a sellar en un beso profundo, un beso en el que callé su voz y aceleré mis embestidas, un beso en el que le mordí el labio inferior, sacándole un poco de sangre y un sutil quejido. Lamí su labio sin descaro y recibí su mirada cristalina. Ya no me importaba si Margaret o mi madre nos encontraban en tal situación, no me importaba algo más que no fuese Maximiliano.
En cuanto dejé sus labios para seguir escuchando sus gemidos y suspiros, detallé su rostro como si fuese la escultura más perfecta del mundo, la cosa que debía ser protegida de todo mal, una maravilla del mundo. Él no entendía mi analizadora mirada, le intimidé y sonreí al verle nervioso ante mis ojos, por ello me acerqué de nuevo a él, besé su mejilla, besé su frente y rocé sus labios antes de iniciar un nuevo beso apasionado.
Sin embargo, mientras me deleitaba de sus labios, una gran pregunta rozó mi mente y me hizo recordar el sin fin de libros de había leído. Cómo eran los personajes literarios, como se comportaban, lo que hacían, y me atreví entonces a preguntar.
—¿Te gusta lo que te estoy haciendo?— Murmuré sobre sus labios, quise evitar sonar triste o desanimado, pero temía la respuesta del chico que ahora recuperaba su razón. Temía que me odiara, que odiara lo que estábamos haciendo.
—N-No quiero que esto... ¡Ngh! sea un juego... ¡Haa!— Confesó con tristeza entre jadeos. No había respondido mi pregunta, y ya había desviado su mirada mientras se aferraba a una de mis almohadas.
—¿Estás enamorado de mí?— Pregunté nuevamente, esta vez siendo más firme con mis palabras. Noté entonces como el color en las mejillas de mi doncel se acentuaba, como el color llegaba a sus orejas. Él tomó una bocanada de aire y me miró decidido, intentando evitar sus jadeos para poder hablar.
—Siempre he estado... enamorado de usted— Confesó con seriedad, con firmeza, pero pude notar la tristeza en su voz. Suavicé mi mirada, sus ojos se cristalizaron de inmediato antes de apartarlos de los míos. Había hecho que se entristeciera—. Yo... Yo no debí...— comenzó con desilusión, con cansancio, con un par de lágrimas abandonando sus ojos, y me apresuré a calmarle.
Antes de que hablara, de que sollozara, robé sus labios en busca de consolarlo, de que se sintiese querido por mí, porque realmente le quería. Sus ojos dejaron de lagrimear, su pecho se apegó al mío y pude sentir su palpitar. Max había correspondido a mi beso como si deseara guardarlo para siempre, como si el tiempo se hubiese detenido y solo los dos estuviésemos en el mundo. Me era imposible creer que los donceles eran así de humanos, así de puros tal y como les nombraban en los libros, pero ahora estaba seguro de que eran así.
En ningún momento detuve mis movimientos. La cama se movía al compás de las estocadas, nuestros cuerpos sudaban, se estremecían y sonaban con el contacto. Finalicé con cuidado el beso, pero mantuve mi frente pegada a la de Max, todo para no perderle de vista, para escuchar claramente sus jadeos y gemidos, todo para sentir una ola de electricidad recorrer mi espalda en cuando su cuerpo se estremeció junto al mío.
—¡Ah..! Fe... ¡Felipe, yo...!— Max intentó avisarme de algo que yo ya sabía que vendría.
—Yo igual, Max.— Murmuré de vuelta y aceleré el vaivén mientras tomaba con una de mis manos su cintura. Cada vez llegaba más profundo, cada vez Max me apretaba más, cada vez se aferraba más a mí en busca de que no le soltara. Y no, no le soltaría.
Sentí entonces como el cuerpo de Max tembló y un sonoro gemido salió de sus labios antes de que se viniese entre nuestros vientres. Las sábanas se mancharon y sus uñas se clavaron en mi espalda. Después de un par de embestidas y de tener al tope de mi oído su sonora voz, me corrí dentro de él al sentir como su interior me apretaba. Max gimoteó más suave y su espalda se arqueó contra mi, su palpitar se había calmado y en cuanto su torso tembló, sentí como acarició con cuidado mi cabello.
Mi respiración simplemente era un problema, no hallaba la forma correcta de respirar y alzar la mirada, por lo que me decidí a abrazar a Max hasta sentir que su respiración había vuelto a la normalidad. Fueron segundos en calma, tomé una bocanada de aire y salí del interior del doncel con cuidado. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas, un suspiro salió de sus labios y noté al instante como el cansancio envolvía su cuerpo.
Con delicadeza, como si de una flor se tratase, acomodé a Max en la cama, entre las almohadas, sin nada que le incomodara. Entre mis brazos, ese chico se veía tierno y pequeño, perfectamente imperfecto para mí. Le dediqué una sonrisa a sus ojos risueños y cansados, ya tenía la leve impresión de que estaba obsesionado con él.
—Me... Me tengo que ir.— Comentó estando en medio de tanta comodidad y calidez. Estuvo por levantarse, sus piernas flaquearon, al instante detuve su movimiento con solo poner una de mis manos en su mejilla.
—Dormirás aquí.— Fue más una orden que una petición por mi parte. No dejaría que saliese tan exhausto a los senderos del pueblo, no dejaría que le viesen tan frágil y solo en la oscuridad, eso sería irresponsable de mi parte. Él frunció ligero su ceño.
Y así, antes de que reprochara o intentara excusarse, le besé. Jugando con su lengua y succionando un poco sus labios, logré que perdiera las fuerzas que le quedaban, logré embobarle y que se mantuviese en cama. En cuanto me separé de sus labios, él tomó mi mano con poca fuerza mientras me miraba, mientras me dedicaba una sonrisa leve, mientras me leía la mente con sus ojos avellanas.
—No... No se vale— Al parecer eso había sido un reproche, pero no pudo borrar su alegre ceño para mí, y yo no pude quitar mi sonrisa para él.
—Eres un Doncel especial, ¿Sabías?— Susurré tranquilamente para no obstaculizar su sueño. Él me miraba atento en lo que yo me disponía a apagar la lámpara de noche. En bastos movimientos había acomodado la cama para poder acostarme, tomé una sábana y nos arropé del frío que inundó la habitación en breve.
—¿Eh?— Él se vio confundido en lo que le rodeaba con mis brazos—. Soy bastante común, Felipe.— Le escuché nombrarme con confianza, y no pude evitar que mis mejillas se pintaran. Max, por otro lado, caía ante el sueño entre mis brazos, acurrucado.
—Has reabierto mi corazón— Murmuré en lo que peinaba sus lacios cabellos—. Eso no lo ha logrado alguien común.— Y al finalizar esa frase, noté como Max aflojaba el agarre de mi mano, indicando que ya había caído rendido ante el sueño— No eres un simple doncel, pequeño.
Reí bajo al verle tan cómodo mientras dormía. Le cubrí bien con la manta debido a que hacía frío, acomodé las almohadas en la cama y me dediqué a detallarle por milésima vez en la noche. Ver a Max dormir con tal confianza me hacía feliz, me hacía pensar que todo sería alegría a partir de este momento, y con esa idea en mente el sueño también me atacó.
No salió como lo planeé, pero salió mucho mejor.
'•.¸¸.•''¯'•• .¸¸.•
Espero que les haya gustado. Espero sus comentarios y votos.
Besos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro