Capitulo 3
Mi ansiedad e ilusión solo yo podía notarla, solo yo podía sentir como la piel se me erizaba por recordar su rostro, solo yo podía sentir el frío en la nuca por el hecho de que en unas horas le conocería. Las ganas de sonreír me atacaron, las ganas de saltar como si fuese un adolescente otra vez, el sentimiento de que conocería a la persona indicada, era vivir nuevamente la época de cuando tenía 16 años. Sin embargo, todos mis deseos se vieron interrumpidos en cuanto alguien me devolvió a la realidad.
Había sido Margaret, la doncella con quien estaría comprometido en unos meses. La joven muchacha era hermosa, su cabello caía en hondas por debajo de sus hombros, el color rojizo de éste era algo que toda chica envidiaría, su sonrisa era dulce y su mirada encantadora, pero no era la chica que yo deseaba, que nunca deseé. Ella acababa de entrar a la alcoba, vestía un elegante vestido rosado que combinaba con el broche en su cabello; caminó a paso tranquilo hasta estar a mi lado, besó con suavidad mi mejilla y terminó por sonreír animada. Ver su ilusión hacia mi me afectaba, pues esa chica estaba enamorada y yo no podría corresponderle.
Eso me hacía pensar en que posiblemente no sería correspondido por mi querido Maximiliano, que pasaría por la llamada tristeza del corazón, que sentiría lo que Margaret va a sentir en cualquier momento en un futuro cercano. Mantuve mi expresión neutral por dicho motivo, me obligué a ignorar su muestra de afecto, queriendo excusarme en que las bucamas seguían arreglando mi traje y eso me era más importante.
A ningún ser humano se le puede obligar a amar a alguien más. Es un sentimiento de libertad, después de todo.
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El galope del caballo era lo único que Max escuchaba en el camino hacia el castillo. La luna alumbraba el sendero, los ojos color avellana del joven brillaban, su corazón palpitaba por la emoción que cada vez crecía más en su alma, que cada vez le llenaba más de nervios e inseguridades. Pronto las luces del gran castillo sustituyeron la luz de la hermosa luna, Max pudo divisar las enormes puertas del palacio y al cruzar las rejas blancas con los sellos reales, temió al ver un par de guardias en cada peldaño de las escaleras.
Sus manos se aferraron al cuero de las riendas, las haló hasta que Bobby suavizó su trote, hasta quedarse quieto frente a las escaleras. El hermoso monumento le dio la bienvenida, le dejó sin palabras. Max se deleitó detallando las columnas y estatuillas del alrededor, hasta que un joven de finos rasgos erinianos le ofreció la mano para que bajase del caballo. Con curiosidad le miró al instante y aceptó su mano para bajar del animal, y en cuanto llegó al suelo, acomodó un poco su traje con nerviosismo después de agradecerle al coqueto joven que le había ayudado. Este, casi al segundo, le sonrió en lo que se encargaba de llevar el caballo hacia los establos.
El de cabellos rubios ceniza, luego de acomodar su antifaz, subió los escalones que llevaban a las inmensas puertas del palacio. Con la frente en alto, miró a cada guardia, fijándose en como le miraban con intriga y mantenían su postura. Al estar al borde las puertas, mostró su invitación al mayordomo que se encargaba de la movilización de invitados; éste miró a Maximiliano con neutralidad, quiso intimidar al chico, pero al ver que el menor no se inmutó, revisó la invitación. El mayordomo se mostró ligeramente impresionado pues la carta había sido escrita a mano y llevaba el sello real, así que sin pensarlo dejó entrar a Max a la velada tras devolverle la carta.
Si por fuera el lugar era elegante, por dentro Max podía sentirse en otro mundo, un mundo extraño y desconocido donde la música de flautines e instrumentos de viento eran parte del ambiente, un mundo donde las mujeres vestían hermosos y pomposos vestidos junto a sus mascarillas y donde los hombres brindaban con otros. Maximiliano se sintió pequeño, quiso correr de ese alucinante lugar, pero ya las puertas estaban cerradas. Así que, pensando en cada paso que daba, tomó una bocanada de aire y caminó entre la multitud, intentó ignorar el sin fin de miradas que sintió sobre su rostro, intentó caminar con firmeza, intentó sentirse cómodo, pero le era difícil.
Max no entendía por qué le miraban, por qué algunas doncellas fruncían su ceño al mirarle o por qué los príncipes o duques jóvenes intentaban ofrecerle una copa, solo sabía que quería seguir caminando, contemplando la decoración del lugar, la música de fondo y el olor a perfumes caros. Se negaba con educación y amabilidad a cada copa de vino blanco que le ofrecían, y agradecía que nadie le siguiese a donde sea que se estuviese dirigiendo. Sus pies se movían solos, así que Max estaba seguro de que terminaría perdido en aquel hermoso palacio.
Tal cual había pensado, de entre vestidos y grandes adornos florales, Maximiliano llegó a un amplio pasillo vacío. No había caído en cuenta de que estaba solo en aquel lugar, en un solitario pasillo de alfombra roja y paredes adornadas con dibujos florales, pues veía con curiosidad las pinturas colgadas en las paredes, apreciando los maravillosos retratos de los reyes y reinas que habían pasado por el mandato. Finalmente su sonrisa se volvió nostálgica al ver el retrato de la actual familia real: El difunto Rey Camilo Berwern, la Reina Susan Rosewalt y el heredero de la corona, Felipe Berwern Rosewalt.
Sin embargo, en lo que Max admiraba cada parte del alargado pasillo y se sumía en sus propios pensamientos, notó por el rabillo del ojo la presencia de alguien que caminaba a sus espaldas. Al volverse disimuladamente hacia el desconocido, pudo apreciar la figura de un chico alto y de cabellos negros que se mostraba tranquilo, el cual vestía un elegante traje de mayordomo color azul oscuro y llevaba sobre su rostro un antifaz, del mismo color azul oscuro, el cual tenía finos detalles plateados que resaltaban sus ojos misteriosos y azulejos. En su mano llevaba una copa de vino tinto, y en cuanto reparó en la curiosa mirada que Max aún tenía sobre él, le sonrió con levedad antes de acercarse a su nerviosa persona.
—Bienvenido a la velada, joven Príncipe.— Saludó el educado muchacho al estar lo suficientemente cerca de Max. Con suavidad tomó la mano del menor y la acercó a sus labios, terminando allí por darle un beso sobre los nudillos, tal cual se acostumbraba a hacer solo y únicamente con las doncellas. Max no pudo evitar colorarse bajo el antifaz.
—Gra-Gracias, joven— titubeó un poco el doncel—. Es la primera vez que soy invitado a uno de estos eventos— terminó por confesar el de cabellos rubios, y fue cuando sintió que su espalda pegó contra la pared y que el chico que tenía en frente estaba demasiado cerca. Max se estaba poniendo más nervioso.
—Que dicha el verle por aquí entonces— halagó con gracia el de cabellos azabaches, mostrando así una sonrisa ligera debido a lo que había provocado en el menor, que sus mejillas se enrojecieran y su voz titubeara. Podía ver el tierno color rosado por debajo del antifaz de Maximiliano— ¿Cuál es su nombre?— Se atrevió a preguntar el joven desconocido, esta vez dejando la copa de vino en una mesa que estaba a su lado.
—Me puede decir Max, joven.— Se presentó con educación el tímido chico vestido de príncipe. Sonrió amablemente ante la curiosidad de su contrario, y no pudo evitar centrarse en sus ojos pues se le hacían conocidos— ¿Me podría decir el suyo, joven?— Repitió la pregunta con la misma intriga, y notó como el chico de cabellos negros le analizaba profundamente.
—Te lo diré si me dejas bailar esta pieza contigo— Retó el mayor. En ningún momento borró la sonrisa de sus finos labios, y alzó su mano en espera de que Max aceptara su trato. La música sonaba de fondo, pero ellos dos estaban solos y eso algo que ambos agradecían.
Maximiliano mantuvo igual la mirada con el desconocido, quizá no debía confiar en alguien que no quería decirle su nombre, pero en cuanto bajó la mirada para seguir pensando, un sin fin de ideas vinieron a su mente debido a todo lo que esa conocida mirada le provocaban. Max podía jurar que ese chico podía leerle la mente, que podía escuchar su agitado corazón, que quería algo de él. Así que terminó por asentir y tomó con cuidado la mano del de cabellos azabaches, y sintió que había caído con demasiada facilidad en manos de alguien que no conocía, alguien que le ocultaba su identidad, alguien que parecía haber visto en algún punto de su vida.
Las preguntas volvieron a inundar su mente, y es que Max tenía demasiada imaginación sobretodo con personas a las que acababa de conocer. Sin embargo, detuvo su paso en cuanto pensó con claridad en la situación, en cuanto recordó lo más importante y en lo que Emely no le ayudó. Sus mejillas se coloraron por la vergüenza y el desconocido se volvió a mirarle.
— Yo... Yo no sé bailar, joven.— Max a penas pudo alzar su mirada, pero aún así se propuso a mirar los ojos ajenos en busca de un ápice de burla o molestia, cosa a la que le temía. Se sintió mejor en cuanto el desconocido le miró comprensivo, pero su corazón volvió a acelerarse.
—Oh...— Sonó el más alto. No se vio preocupado por aquel hecho, pues significaba pasar más tiempo con el chico de cabellos rubios y eso le animaba, por ello mantuvo la sonrisa en su rostro—. Entonces, déjame enseñarte lo básico— terminó proponiendo de una forma seductora el de ojos azules. Sin esperar respuesta, tomó las caderas de Max y atrajo su cuerpo al de él.
Maximiliano se vio sorprendido, su mano había sido tomada con firmeza y el chico le agarraba con cuidado, como si le protegiera, como si evitara su caída. Pensó en la amabilidad del desconocido, en lo vergonzoso que sería pisarle mientras bailaban, en los nervios que calaban sus huesos. Max pensó en que su noche podría volverse un desastre, y que ni siquiera había visto al príncipe Felipe. Maximiliano pensaba demasiado.
Pero entonces el desconocido empezó a mover sus pies y Max siguió el movimiento lo mejor que pudo. La posición en la que estaban era la ideal para un vals romántico y la música de fondo era perfecta para el momento. Maximiliano tenía una mano entre la mano del chico de cabellos oscuros y la otra en el hombro de éste, y movía sus pies al compás de los contrarios. Podía escuchar los susurros por parte del de ojos azules que le ayudaban a entender la lógica del baile, la característica enumeración en los pasos: un, dos, tres.
Finalmente, cuando la música daba toques de que terminaría, el más alto tomó desprevenido a Max, quien en medio de su alegría por haber aprendido a bailar sonreía, y le hizo girar con suavidad. El doncel pensó en que caería, pues sus pies trastabillaron, pero el desconocido reforzó el agarre en su cintura y evitó que cayese, dejándolos así en una posición donde ambos podían sentir sus alientos y detallar mejor sus miradas.
El desconocido sonrió ligero ante los nervios del doncel.
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¡Galletitas! ¿Cómo han pasado el año hasta ahora? ¿Qué tal este capitulo lleno de romance y misterio? Bueno, eso sentí yo al escribirlo. Ya verán lo rápida que será esta historia de mero romance y ternura. ¿Tienen algún deseo para nuestra pareja?
Espero que les haya gustado lo leído y que me den su opinión. Los amo.
Bye~
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