Capitulo 22
El hermoso cielo pintado de naranja era relajante, gracias al trinar de la aves y al par de tierno cachorros somnolientos ante el atardecer, Maximiliano decidió por fin ponerse en pie, tomando la iniciativa. Intentó pensar en que quizá todo había sido un malentendido, pero el hecho de no haber visto a Felipe durante todo el día, hacía volver su imaginación hacia un triste final donde el príncipe se burlaba de él.
Mientras se encaminaba con tranquilidad de regreso al castillo, con cada pastor a su lado, el doncel tocó su vientre con nostalgia y una tierna sonrisa se dibujó en sus labios. Luego miró a los cachorros que le seguían de cerca, pendientes de sus pasos y de ue ningún bicho se le acercara.
—Sé que ustedes nos cuidarán bien— sonrió infantil el menor y cada cachorro ladró con alegría, cosa que le sacó una risilla a Maximiliano. Para éste, estar con los cachorros era una de las partes más divertidas del día desde que había llegado.
Los pasos que daba eran seguros, sin prisa alguna de llegar al castillo, aún admirando como el cielo se pintaba de alegres colores mientras se oscurecía y sintiendo como el frío se calaba en sus brazos tenuemente cubiertos por una delgada frazada. Su cuerpo le pedía calor, su corazón le pedía cariño y su mente necesitaba una explicación.
Al llegar al castillo, los cachorros esperaron a que Maximiliano cerrara la puerta del patio y se acostaron a sus pies, mirándole en busca de alguna aprobación. El doncel les miró, ladeó ligeramente la cabeza y dio otro paso.
—Vayan a comer, pequeños— les indicó con un movimientos de manos suave. Los animales saltaron, ladraron y giraron como despedida, luego salieron corriendo a donde se suponía que les esperaba su cena.
Maximiliano se vio enternecido pero pronto fijó la mirada en las largas escaleras que tendría que subir. Sentía muy en lo profundo de su ser que tenía que hablar con Felipe, exigirle una explicación o alguna excusa de por qué una hermosa chica le tocaba como si fuese normal, y por qué él se había dejado con tanta facilidad.
Con frío, tomó su frazada y cubrió mejor su pecho, volvió la mirada a las escaleras y dio el primer paso, preparado para el resto de escalones que le faltaban subir. Cada escalón era un pensamiento positivo o una posibilidad, así se haría más corto el trayecto hasta el despacho del ocupado príncipe. Quizá Felipe aún me ame; Quizá los cachorros cuidarán de los futuros príncipes; Quizá un postre de vainilla y chocolate me espere en la alcoba.
Un cansado suspiró salió de sus labios tras algunos cuantos escalones, y Maximiliano deseó con todo su ser el tener la chaqueta de Felipe para aguantar el frío del ambiente hasta la habitación. Pensar en los mimos de Felipe, en lo malcriado que le había vuelto, eran cosas que Maximiliano tomaba com un sentimiento de doble sentido: era tan maravilloso, que podía ser la mentira que había creado en su mente.
Entonces, por fin se vio al final de las escaleras. Soltó un bufido y enderezó su espalda, la cual dolía. La alfombra de terciopelo marrón le indicaba el camino hacia el despacho de Felipe, donde de seguro estaría ocupado, y Maximiliano dudó en ir hacia él. Sin embargo, en medio de su intriga, un resonante taconeo le trajo de regreso a la realidad.
Frente a sus ojos, la Reina venía con firmeza hacia él, mirándole con seriedad en sus intensos ojos azules, alertándole casi inmediatamente; esa mujer le analizaba, como un depredador a su presa. Maximiliano sintió su cuerpo erizado por el miedo que la mujer le causaba, y por ello decidió igual detallarla de forma rápida.
Una fuerte corazonada apareció en el pecho del rubio, y con ello, el resplandor de un metal en la mano de la mujer. Maximiliano tragó en seco, aún cansado, para concluir que aquello que la dama llevaba en su mano no era una joya o una hermosa piedra, sino una mortal navaja.
—¿Qué piensa hacer?— Esa ingenua pregunta salió de labios del menor, y se insultó mentalmente porque ya sabía lo que la fría mujer intentaría. Con sutileza, Maximiliano dio un par de pasos alejados de las escaleras, cerca de la barandilla.
—Algo que debí hacer hace mucho tiempo— comentó entre dientes, pero Maximiliano logró oírla a la perfección.
La Reina apuntó entonces su cuchilla al doncel, directo al vientre del muchacho, firme y sin miedo alguno. La mujer parecía saber perfectamente qué era lo que iba a hacer, pero lo único que fallaba en su muy elaborado ataque, fue el hecho de llegar a pensar que Maximiliano no se defendería ante su ofensiva.
La dama intentó apuñalar al muchacho con su mano derecha, pero Maximiliano logró esquivar el filo de la navaja de forma instintiva, agil, pero pronto sintió como otra puñalada atinó en rozar su brazo, el cual usó para proteger su vientre. Un agudo dolor atacó su cuerpo, pero no sabía si era por culpa del dolor o del miedo a que sus bebés sufrieran.
—Tu deber como aldeano es cumplir mis órdenes, mereces morir— la hermosa mujer, ante los ojos de Maximiliano, se había vuelto un demonio, un ser que no solo buscaba acabar con su vida, sino la de un par de corazones inocentes que palpitaban dentro de su vientre—. Eres quien interviene en mis planes, y al librarme de ustedes, Felipe hará lo que yo le diga.
Y se abalanzó nuevamente contra el doncel. Maximiliano, quien se sintió amenazado, se atrevió pues a detener el brazo de la Reina con el suyo. La mujer forcejeó e hizo que el rubio retrocediera hasta verse contra la pared, pero Maximiliano se negó a soltar el brazo de la Reina, la poca fuerza que tenía, la debía usar. Su mente era un completo tornado de pensamientos interrogativos, pero de su boca no podía salir palabra alguna.
Sin embargo, esa mínima fuerza usada no solo era limitada, sino que también ponía en peligro el embarazo del doncel. Entonces esa posibilidad cruzó por su cabeza, desangrarse y perder a sus hijos por culpa de la Reina, o cayendo desde el barandal y acabar con todo. Morir en esas condiciones le aterraba.
Aunque todo se veía perdido, un rayo de esperanza nació de la nada. Un impresionado Zacarías había aparecido en el pasillo y al ver la escena en la que el doncel se encontraba, no dudó en abalanzarse contra la Reina para intentar ayudar a Maximiliano. La tomó por la espalda, la alzó y dio un par de pasos hacia atrás para alejarla del rubio.
—Suélteme, sirviente; es una orden directa— la mujer exigió su liberación, y forcejeaba con el fuerte muchacho de ojos grises. Zacarías no podría aguantar por mucho tiempo, el vestido voluminoso de la mujer era un desastre.
—Maximiliano, ¡ve...!— El mayordomo entonces se vio golpeado. La Reina logró zafarse, y al sentir sus pies sobre el suelo, tomó el brazo de Maximiliano para evitar que escapara y empujó con rapidez a Zacarias.
El castaño cayó escaleras abajo, rodando y golpeándose con las esquinas de los escalones. La navaja cayó tras el barandal, directo al piso de granito, pero la Reina no le tomó importancia al tener a Maximiliano atrapado. El muchacho se vio preocupado, sus ojos se cristalizaron al ver como el cuerpo de Zacarías llegó herido al final de la escalera.
—Es usted un monstruo— alcanzó a vociferar Maximiliano, y aun así intentó soltarse del fuerte agarre de la mujer—. No dejare que me lastime, no tiene derecho sobre mi— reclamó, pero la mujer se burló de la débil voz del muchacho. Maximiliano seguía aterrado y eso le gustaba a la Reina.
La Reina sonrió macabra, Maximiliano sintió su piel erizada, y fue cuando la mujer le obligó a acercarse a su esbelta persona. Con suavidad le acarició el rostro, Maximiliano quiso esquivar el toque, pero la mujer había tomado su quijada.
—Creo que tendré que ensuciarme las manos para acabar contigo— comentó ella, a lo que Maximiliano volvió a forcejear para soltar su brazo. Lo ideal era que un estruendoso grito saliese de su garganta, pero su voz simplemente era débil.
La mujer delineó el ahora frágil cuerpo del menor, tocó la herida que le había hecho en el brazo y notó como las palmas de las manos ajenas igual estaban sangrando debido al querer agarrar la afilada cuchilla. La Reina pensó que finalmente el doncel tendría su merecido por haber alejado a su hijo de ella, pero no contó conque Esteban entrara al castillo.
El castaño no se fijó en la escena del segundo piso, pero al ver a Zacarías en el piso, no tardó en hacerle un angustioso llamado en busca de que despertase.
—¡Zacarías!— Gritó con fuerza al tomar sobre sus rodillas al susodicho, Zacarías estaba inconsciente—. ¡Ayuda, alguien!— Incrementó el estruendo de sus palabras, y así logró alertar a los guardias. Estando todos en la sala, miraron hacia arriba a donde el rubio peligraba—. ¡Maximiliano! ¡Aléjenla de él!— Vociferó el castaño.
Era un simple guardia, eso pensó la Reina, pero pronto lo demás guardias empezaron a subir las escaleras, a lo que la mujer entró en pánico, aún teniendo al doncel como rehén entre sus brazos. Optó pues por rodear el delgado cuello del menor con sus manos, queriendo asfixiarlo, a lo que los guardias avanzaron con mayor velocidad.
—Reina Susan, deje al joven Maximiliano— exigió con firmeza uno de los soldados, preocupado por el doncel que empezaba a verse pálido—. Como mandamiento del Rey Camilo, ningún ser de la realeza puede atentar contra la vida de otro, sino será penado—recordó con seriedad, esperando que así la mujer soltará al menor.
Maximiliano estaba llegando a su límite, y en lo único que podía pensar era en sus hijos, y en que nunca conocerían a su padre, y que moriría sin haber hablado con él, sin haber escuchado la tan esperada explicación. Pero entonces una resonante voz se escuchó a sus espaldas y de repente, Maximiliano fue soltado y tomado con cuidado por uno de los guardias.
Felipe había llegado en silencio, y había tomado a la Reina para que soltara al doncel. La había cargado y alejado con rapidez de Maximiliano, quedando así cara a cara con su propia madre. El príncipe se veía calmado, pero sus ojos azules eran la marea perfecta en la cual se podría desatar una tormenta.
Felipe miró a la Reina y ella, sabiendo lo que su hijo le diría, desvió la mirada aún llena de furia. Felipe hizo una ligera señal con su mano, sus puños estaban formados, y no tardó en volverse hacia el guardia al que Maximiliano se estaba aferrando aterrado, el doncel se vio incapaz de mirarle. Fue un ligero vistazo para retroceder su mirada a la Reina.
—Veo que ha llegado a su límite, Reina Susan.— Felipe sonaba frío, pero tan sereno como si estuviese en una de sus famosas reuniones.
—No puedes hacer nada contra mi, Felipe— rio ligero la mujer, dando un paso firme hacia su hijo—. Soy tu madre, la Reina, y tengo más poder que tú. Así que si me quiero deshacer de ese muchacho, lo haré.
—Atentar contra la vida de un integrante de la familia real, se considera traición a la corona— citó nuevamente el príncipe, con las manos en la espalda. Su madre había cambiado, era una persona mucho más cruel de lo que esperaba—. Leyes impuestas por el Rey Camilo antes de fallecer en guerra. Reina Susan Rosewalt, queda bajo arresto.
Y la mujer le miró con fijeza, se paralizó en su sitio, quizá porque iría a la celda, o porque había recordado a su adorado Camilo. Los guardia entonces tomaron a la Reina de los brazos, esposaron sus manos y la prepararon para el que sería el resto de su vida. No protestó, su hijo había hecho lo correcto, pero para ella eso no era suficiente.
Entonces la mujer fue sacada del castillo por varios guardias, y tras ello, Felipe se fijó en como Esteban, escaleras abajo, intentaba cargar a Zacarías sobre su espalda. El muchacho agradecía la ayuda, pero él quería encargarse de Zacarías por sí mismo, sin ayuda de ninguna sirvienta enamorada.
—Esteban, te lo encargo— comentó con seriedad Felipe, a lo que Esteban le mantuvo la mirada—. Cuida de él— le pidió, suavizando la mirada, a lo que Esteban asintió con una ligera sonrisa, pero luego miró a su aterrado primo.
—No se preocupe, majestad— respondió con Zacarías sobre su espalda—. Igual espero que se haga cargo de él y que le cuide— señalo a Maximiliano con la mirada, a lo que Felipe se limitó a asentir.
Esteban siguió su camino, sabía que debía volver en cualquier momento para atender a Maximiliano. Felipe, por su lado, se volvió hacia su esposo, el cual temblaba en brazos de otro y lloraba en silencio, en busca de algún tipo de calma. Felipe, en ese momento, entendió por completo por qué Maximiliano se había molestado al verle con otra mujer.
—Yo me haré cargo de mi esposo— comentó mientras se quitaba la chaqueta. El guardia asintió, pero al soltar al pequeño rubio, se fijó en que sus manos habían quedado manchadas de sangre y que la bata del menor había sido cortada en diversos lugares—. Contacten al Doctor, por favor.
Maximiliano apenas se sentía seguro caminando, su mirada estaba clavada en el piso y sus heridas dolían. Entonces Felipe, con rapidez y cuidado, le cargó en sus brazos, a lo que Maximiliano recostó la cabeza contra su pecho. Felipe se veía tranquilo, pero en cuanto el doncel pegó su cabeza contra su pecho, pudo oír el acelerado corazón del preocupado príncipe.
Al llegar a la alcoba, Felipe se apresuró en limpiar las heridas de Maximiliano. El doncel aún se sentía incapaz de hablar, y el príncipe se movía tan acelerado y en silencio que no se había fijado en lo que el menor le pedía con la mirada. De todos modos, al ver la oportunidad, Maximiliano tomó la manga de la camisa del azabache y éste por fin le miró a la cara.
—Esto es mi culpa— comentó el mayor y fue cuando se arrodilló al lado de la cama. Maximiliano había tomado su mano—. Si tan solo...
—Tra-Tranquilo— murmuró con debilidad el contrario—. Yo solo quería arreglar las cosas, no debí...
—Yo te debo una explicación— Felipe alzó un poco la voz—. No sabía lo que mi madre planeaba, no sabía que te había lastimado en mi ausencia, esa cita era tan importante para ti y yo...— Felipe desvió la mirada—, y yo te rompí el corazón— murmuró dolido—. Yo solo te amo a ti, Maximiliano. Quiero que lo sepas, que lo entiendas; el amor que siento hacia ti es algo que no se puede cambiar.
Maximiliano le apretó la mano, el príncipe alzó la mirada. El doncel sonreía con suavidad y de sus ojos salían ligeras lagrimillas de alegría, porque aquella era la única excusa que necesitaba.
—Te dejé solo, y ahora mira lo que ha pasado— Felipe se acercó un poco más a su esposo y tomó con cariño su rostro, le besó la frente, a lo que Maximiliano rio—. No quiero perderte, no quiero perderles.
—¿Me darías un beso?— Se limitó a murmurar; quería un beso en los labios, y a Felipe se le aguaron los ojos antes de asentir.
Felipe mordió su labio y sin pensarlo se acercó al rostro de Maximiliano. Sus labios estaban entreabiertos y rosados, esperando el tal ansiado beso que había pedido; el príncipe concedió el deseo, juntando sus labios con los contrarios de forma suave y lenta, algo relajante y a lo que el rubio respondió con facilidad y ternura.
Maximiliano mantuvo su tenue sonrisa tras el tierno beso que su príncipe le había dado, tenía sueño, pero la idea de decirle a Felipe que tendrían dos hijos se cruzó por su mente. Sin embargo, su voz se había hecho más débil y se perdía con el viento.
—Permiso, su majestad— una mucama entró acelerada a la alcoba, detrás de ella estaba el preocupado doctor.
—Por favor, Príncipe, le pido que salga— exigió con seriedad el profesional. Maximiliano cada vez se veía con mayor sueño, de a poco soltaba la mano del azabache, poco escuchaba la voz del doctor.
Felipe no tuvo más opción que salir, pero ver al doctor tan preocupado, era algo que le alteraba; estar fuera de la habitación donde atendían a su pareja, le agobiaba; esperar por buenas noticias era algo que le llenaba de ansiedad.
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¿Recuerdan la cuenta regresiva? Capitulo Penúltimo.
Que relajada me siento luego de hacerlas sufrir, ¿Les comenté que vendría maldad? ¿Qué les pareció? Wuajajaja.
¡Espero que les haya gustado, Galletitas!
Quiero que comenten y me digan ¿Cómo ven que terminará la historia? No se esperan la belleza que viene, de verdad que no.
Les agradezco de todo corazón el que hayan sosportado esta historia, mi primera historia M-Preg. No sé si halla sido lo suficientemente buena, pero sé que a varios les gustó y me han dado su apoyo para que la siga. No tengo palabras para agradecerles; sin ustedes este proyecto no hubiese llegado tan lejos.
PD: He aquí el "momento" ZacaríasxEsteban xD okno.
¡Les amo! ¡Besos!
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